Relato erótico

Por una llamada telefónica

Charo
15 de febrero del 2020

Tenía que terminar un informe que su jefe debía entregar al día siguiente. Su marido la llamó para saber si tardaría mucho y le dijo que había alquilado una película porno de las que a ella le gustaban. Por “accidente” su jefe escucho la conversación por el teléfono supletorio. La llamó para que fuera a su despacho y a partir de ese momento se desencadenaron unos acontecimientos inesperados.

Lucia – Ávila
Ese día tuve que quedarme a trabajar fuera de hora, los malditos papeles me encadenaron al escritorio. Por dentro maldecía hacerlo aunque tenía que ponerle buena cara a mi jefe, un cuarentón bien parecido, divorciado hacía tiempo ya y para quien la vida era solamente su oficina, un teléfono y un ordenador. Hablábamos muy poco al cabo del día y solo de temas laborales. Apenas sabíamos nada de nuestras vidas privadas, sólo los chismes de la gente de la oficina.
Unos decían que su mujer lo había dejado aburrida de la rutina, otros, que ella era una pacata y quien se había cansado era él.
Estaba agotada pero aún quedaban algunos documentos para terminar, Jorge, que así se llamaba mi jefe, debía cerrar un negocio por la mañana y los necesitaba a primera hora. Un poco de música me haría bien, coloqué el CD en el ordenador para que no estuviera todo tan silencioso. Sonó el teléfono, era Alfredo.
– ¡Lucia, aún estás ahí! Te estoy esperando en casa, ¿te falta mucho?
– Alfredo, amor, tengo al menos para una hora más.
– En ese caso, la película que traje la miraré solito mientras espero que llegues.
– ¿Película? No sé porqué pero algo me dice que no es precisamente una de suspense.
– ¿De suspense? no tontita, es una porno, de las que a ti te gustan, gays y más gays…
– Mmmm – las imágenes recorrieron mi cabeza, se erizó mi piel, quería salir ya de la oficina. Trataré de llegar lo antes posible -le dije-
Al colgar escuché otro “clic” en la línea, supuse que era una interferencia y continué trabajando. Por el intercomunicador me llamó el jefe.
– Lucia, por favor, venga a mi oficina.
Llevé conmigo los documentos que ya había terminado, supuse que quería revisarlos.
– Siéntese Lucia – dijo sonriendo.
Me sorprendió, no era común ver una sonrisa en su cara, su gesto siempre era serio, opaco, gris como su traje. Revisó los documentos e hizo algunos comentarios sobre las condiciones del negocio del día siguiente. Yo miraba el reloj de reojo, quería irme.
Cuando pensé que daría por terminado el trabajo, me paré.
– Sr. Jorge, si ya no me necesita, me retiro.
– Entiendo su apuro Lucia, yo saldría corriendo ahora mismo por esa puerta si alguien me esperara en casa pronto para una noche de placer.
– ¡Señor! -había estado escuchando mi conversación con Alfredo, no me quedaban dudas.
– No se asuste Lucia, oí sin querer su conversación, espero que no se moleste.

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– Es que…
– Ya lo sé, estuvo mal, pero confieso que casi muero de envidia.
– ¿Envidia?
– Si Lucia, envidia de su novio, hace tiempo que me siento atraído por Ud. pero nunca me animé a decírselo, temía que me rechazara y dejara el trabajo.
– ¿Y por qué lo hace ahora?
– Su conversación, sus piernas, su escote…
Sin decir más, se levantó y se acercó a mí, pasó un brazo por mi cintura, me atrajo hacia él con fuerza y me besó. Al principio sentí rechazo, hice fuerza para alejarme, no me dejaba. Volvió a besarme, cuando acercó más su cuerpo al mío noté la brutal erección que tenía. Su lengua escrutaba mi boca, lamía mis labios lentamente, sus manos recorrían mis caderas, mis muslos, mis nalgas.
Dejé de resistirme, ese hombre sabía lo que hacía, comencé a responder a sus caricias, ya no era el mismo hombre gris y avejentado de hacía unos minutos, el brillo de sus ojos, la humedad de su boca, su lengua, su respiración, todo provocó un cambio notable en él.
No decía nada, sólo acariciaba todo mi cuerpo, embelesado. Yo me había entregado al placer de sentirlo, cerré mis ojos intensificando mis otros sentidos.
– He soñado con esto desde que estás trabajando aquí Lucia…
Levantó mi falda, se retiró unos centímetros para observarme de lejos, ese día yo llevaba un tanga blanco con ligueros. Comenzó a desvestirme, seguía en silencio, la falda cayó al suelo, detrás la chaqueta y la blusa.
– Déjame verte, date vuelta, muéstrame ese culo hermoso que tienes
Me di la vuelta y me volví a mirarlo, estaba despeinado, la cara enrojecida, los labios húmedos, la respiración agitada. Me acerqué, tiré del nudo de la corbata, le desabroché la camisa pero no se la saqué, bajé las manos, sentí la erección de su polla, aflojé el cinturón, bajé la cremallera de su pantalón. Metí mis manos y lo acaricié. Seguí besando su cuello mientras mis manos se apoderaban de su verga, lamí su pecho, mordí sus pezones…
– Sigue Lucia, no pares – dijo apretándome más contra su cuerpo.
Cogí la corbata que había ido a parar a su escritorio, até sus manos por detrás de su cuerpo. No se resistió, creo que presentía que eso lo haría gozar muchísimo. Separé sus piernas y me arrodillé frente a él.
– Ahora vas a saber lo que es una mamada Jorge…
Lamí su entrepierna, sus huevos, su ano. Él gemía, tensionaba sus piernas, apoyado en el escritorio dejaba todo su sexo a disposición de mi boca. Deseaba esa verga, la metí de golpe en mi boca, gritó de placer, yo seguí chupando. La sacaba de mi boca lentamente, y volvía a meterla hasta que alcanzaba mi garganta, una y otra vez. Daba pequeños mordisquitos al glande, jugaba con mi lengua alrededor y volvía a chupar.

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– ¡Me corro! – gritó – quiero que te tragues toda mi leche.
Parecía que no terminaba nunca, seguía brotando leche, salpicó mis pechos, mi cuello, mi boca se llenó. Tragué, lamí, saboreé.
– Eres magnífica… ha sido la mejor mamada de mi vida. Desátame, déjame hacerte gozar.
Una vez libres sus manos, quiso comprobar si estaba mojada. Creo que se sorprendió al ver que mis jugos ya bajaban por mi entrepierna alcanzando mis muslos. Tomó la tijera de su escritorio, cortó mi tanga y hundió sus manos en mi coño. Sus dedos jugaban con mis labios empapó su mano con mis jugos y recorrió desde el ano al clítoris una y otra vez. Subió su mano hasta meter sus dedos en mi boca, olía a hembra, los chupé deleitándome con mi propio sabor.
Me sentó sobre el escritorio, hizo que apoyara los talones sobre el borde, mi chocho estaba ahí, a su disposición. Su lengua me dio placer, alternaba entre mi chocho y mi culo, me penetraba con ella y con los dedos, apretaba el clítoris con los dientes hasta el borde del dolor. Exploté sobre su boca, un orgasmo interminable se apoderó de mi cuerpo. Se puso de pie y dijo:
– Quiero follarte – y sin más enterró su verga dentro de mí.
Subió mis piernas hasta sus hombros, me follaba con fuerza, como con rabia por todo el tiempo perdido. No tardamos en corrernos otra vez, su leche corría empapando mi culo. Se retiró, me miró, miró mi coño que chorreaba leche y mi culo dilatado por la calentura.
– Estoy seguro que esto te va a gustar
Apoyó su verga en mi culo, lentamente comenzó a penetrarme, llevó mis manos hasta mi clítoris, no necesité que me dijera que quería, comencé a pajearme mientras su verga entraba y salía de mi culo sin dificultad. No conté los orgasmos que tuve así, sólo sé que cuando acabó yo estaba agotada.
– A partir de hoy empezarás a hacer horas extras Lucia, es una orden – dijo riendo satisfecho.
Me arreglé un poco y salí casi corriendo, ahora, pasada la calentura me sentía culpable, Alfredo esperándome en casa y yo ¡follando con mi jefe!
Cuando llegué no fue necesario explicarle a Alfredo lo que había sucedido, lo adivinó cuando metió su mano y notó que no tenía ropa interior.
– Perra, estuviste follando y me dejaste afuera…
– Alfredo… déjame explicarte…

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Le conté lo sucedido, cuando creí que iba a comenzar a gritar e insultarme, Alfredo bajó su bóxer, sacó su verga totalmente erecta, empezó a masturbarse y me dijo:
– La próxima vez, quiero que pongas una cámara en su oficina, quiero ver cómo te follas a tu jefe, pero ahora, te voy a enseñar quien es tu dueño.
Nos dormimos 2 horas después, abrazados, agotados.
Un saludo de una “folla jefes” muy cachonda.

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