Relato erótico

Por un pequeño detalle

Charo
5 de julio del 2018

Todos los viernes iban a cenar con unos buenos amigos y después iban a tomar unas copas. Aquella noche le pidió una cosa a su mujer que fue el desencadenante de una velada cargada de vicio y sexo loco.

José Maria – Barcelona
Querida amiga Charo, todo había empezado un viernes, quedamos con nuestros mejores amigos, una pareja de Barcelona, para cenar. Bruno y Anna nos llamaron para cenar, íbamos a celebrar la adquisición de su nuevo coche, un BMW impresionante. Quedamos a las nueve. Mi mujer, Cristina, iba preciosa, como siempre, con su faldita corta, sus medias de encaje, adornadas con un liguero y un tanguita que eran mi auténtica devoción. Zapatos de tacón alto y una blusa semitransparente que dejaba ver también su sujetador de encaje.
Nosotros tenemos la sana costumbre de que cada vez que salimos a cenar o a tomar copas, creamos en casa un poco de ambiente y nos excitamos a tope. Yo me encargo de saborear sus dulces pezones y ponérselos duros como piedras, así como de introducir algún dedo en su ya húmedo coñito, mientras ella se dedica a chuparme la polla durante unos minutos, lo justo para salir excitadísimos de casa y así buscar toda la noche los sitios más insospechados para follar. La verdad es que siempre lo pasábamos bien, en la discoteca, en el coche, cualquier sitio era bueno para continuar lo que habíamos empezado en casa.
Aquella noche pasó algo parecido, pero cuando íbamos en el coche se me ocurrió que Cristina esa noche debía ir sin bragas. Se lo dije, y claro accedió. Íbamos circulando por una concurrida calle de Barcelona y se subió un poco la falda y procedió a quitarse el tanga. Me lo dio a oler y me lo metió en un bolsillo. Allí se quedó. Pude echar un rápido vistazo a su coñito, recortadito y moreno que durante unos segundos quedó a la vista. Lo que no sé es si el conductor del autobús que iba al lado también lo vio porque se pasó unos cuantos metros de la parada.
Llegamos al restaurante y en la mesa ya estaban esperándonos Bruno y Anna. Anna estaba preciosa, como siempre, no es que sea una belleza pero tiene algo que siempre me ha atraído de ella, no es alta, ni tiene grandes tetas, ni un cuerpo de muerte, pero es muy simpática, tiene unas tetas normales, eso si, siempre mirando hacia arriba y cada vez que la he visto en topless en la playa he soñado con el día en que fueran mías. El caso es que nos dimos los correspondientes besos y a cenar.
Durante la cena no pasó nada, excepto que el vinillo empezaba a hacer efecto y se notaba en las risas de Anna y Cristina. Yo estaba más caliente que un volcán pensando en que mi mujer iba sin bragas y estaba loco por terminar la cena y follármela en cualquier sitio.
Después de cenar nos fuimos en su flamante coche nuevo a tomar unas copas y dado que el nivel de alcohol era un poco elevado decidimos dejar nuestro coche en el restaurante y coger un taxi, aunque Bruno se empeño en acercarnos a casa.

Al llegar a casa estaba deseando entrar para clavársela a mi mujer en el ascensor. Pero Cristina se empeño en celebrar la compra del coche con una botellita de un espléndido cava que teníamos reservado para las grandes ocasiones. Anna no tardó ni un segundo en decir que sí y los cuatro subimos a casa. Debía esperar a que se fueran para darme el gustazo de follarme a Cristina, pero no dejaba de pensar en las tetas de Anna, que en el ascensor tuve la ocasión de disfrutarlas gracias a su generoso escote y la proximidad de nuestros cuerpos en tan reducido espacio.
Al llegar a casa pasamos al salón, me quité la chaqueta momento en el que Anna me pidió fuego y yo le contesté que buscara en los bolsillos de la chaqueta. Aquello fue el origen de todo. Al buscar Anna fuego en los bolsillos encontró las bragas de mi mujer que se había quitado en el coche. Había olvidado aquel detalle y cuando Anna encontró las braguitas dijo:
– ¿Que es esto?
Sacó un tanga minúsculo del bolsillo de mi chaqueta. Cristina y yo nos quedamos helados e intenté contestar alguna estupidez.
– Nada Anna, solo es que…
– ¿Nada? – dijo ella – Pues a mí me parecen unas braguitas muy bonitas. ¿Qué son, un trofeo de alguna conquista?
– No mujer – dijo Cristina – son mías.
– Ya me imaginaba, pero ¿qué hacen en un bolsillo de la chaqueta? ¿No las deberías llevar puestas?
– Mujer, las llevaba de repuesto – dijo.
– ¿Seguro? ¿No será que…?.
No sé que fue si el alcohol el responsable, pero Anna se acercó a donde estaba Cristina y metió la mano debajo de su falda para comprobar si llevaba bragas. Mi mujer se quedó quieta, sin saber que hacer o que decir, Bruno tenía los ojos fijos en la escena, supongo que para no perder detalle y yo me quedé boquiabierto con la botella de cava en las manos. Anna simplemente se levantó y le dijo a Cristina:
– ¿Llevas toda la noche sin bragas?
– Sí – contestó tímidamente mi mujer.
– Pues esto no puede quedar así – soltó Anna – Si tú vas provocando yo también.
Según dijo eso Anna se levantó un poco la falda metió sus manos debajo de ella y tiró de sus bragas hacia abajo, se quedó con ellas a la altura de las rodillas y se bajo otra vez la falda, no pude ver nada pero aquella imagen quedara grabada en mi memoria para siempre. Anna, con las bragas a la altura de las rodillas en mi casa. Luego las dejó caer, las recogió del suelo y se las dio a mi mujer. Nadie dijo nada. Cristina se quedó mirando las bragas y Bruno y yo nos miramos mutuamente. Aquello no podía ser verdad, entonces Bruno tomó la iniciativa:
– Anna, ya que estás así quítate también el sujetador y nos provocas de verdad, como haces cuando estamos solos.

– Claro – contesto Anna – y vosotros mientras mirando, que listos. Solo me quito más ropa si todos lo hacemos.
Al oír aquello mi mente empezó a funcionar, tenía que sacar provecho de aquella situación y con voz pausada me dirigí a los tres:
– Os propongo un juego. Sacamos una baraja de cartas, yo reparto y el que tenga la carta más alta le quita una prenda al que tenga la carta más baja.
– ¿Y si son del mismo sexo? – preguntó Bruno.
– No importa, ¿o alguien tiene algún problema? – dije.
Hubo un pequeño silencio, mi mujer me miraba con una sonrisa cómplice, y Bruno y Anna cruzaron sus miradas. El que calla otorga, así que fui a la habitación y cogí una baraja.
Nos sentamos en el sofá. Las chicas estaban muy excitadas y además tenían pocas prendas y no llevaban bragas. En menos de cinco minutos Anna había perdido los zapatos y la blusa, fue una delicia para mí desabrocharle la blusa, que además hice lentamente y mis torpes dedos hacían que aquello durara más tiempo del debido. Cristina estaba igual que Anna, con la falda y el sujetador, pero la diferencia era que Cristina llevaba medias y liguero mientras que Anna solo tenía la falda y el sujetador, y debajo de aquellas prendas estaba su desnudez absoluta. Bruno estaba con el torso desnudo, debo reconocer que esta muy bien físicamente, pero conservaba los pantalones. Yo en cambio solo tenía el calzoncillo.
Hasta ese momento todo había ido bien, nos habíamos reído, disfrutado del momento, pero llegó el momento en el que Anna perdió y yo gané. Ahora debía quitarle una prenda, no sabía si ver sus deliciosas tetas, que me volvían loco aunque ya se las había visto en la playa, o por el contrario que nos mostrara su chochito. Me decidí por las tetas, habría tiempo para más.
Le dije a Anna que se pusiera de pie, quería que fuera toda una ceremonia. Me puse detrás de ella y le desabroché el cierre. Antes de soltárselo le pedí que juntara los brazos al cuerpo para evitar que cayera el sujetador. Me puse delante de ella y con ambas manos sujeté el sujetador por encime de sus tetas. Nadie dijo nada en contra, por lo que me recreé en ello, después de unos segundos de manoseo le dije que por favor pusiera sus manos detrás de la cabeza. Esto siempre lo hago con mi mujer, para que sus tetas se muestren desafiantes ante mí. Una vez que tuvo sus manos detrás de la cabeza separé las mías de sus pechos y el sujetador las acompañó en el movimiento, mostrando ante mí ese par de preciosas tetas que aunque ya se las había visto aquello era diferente. Sus pezones estaban duros como piedras y miraban hacia arriba, desafiantes, como a mí me gustan.
Anna bajo los brazos, nos sentamos y cuando lo hice pude comprobar como mi polla había reaccionado adecuadamente a la situación y aunque era un poco embarazoso no me preocupé por ello, es más, me gustó mostrarme así delante de las chicas, sobre todo de Anna.

Bruno por su parte pareció no darle importancia a que yo le hubiera sobado las tetas a su mujer, aunque fuera por encima del sujetador y mi mujer seguía con esa sonrisa mezcla de excitación y complicidad.
La siguiente mano perdí yo y ganó mi mujer, hubiera preferido a Anna, pero bueno que se la va a hacer, me levanté y me puse a su lado, ella sin levantarse y sin cortarse lo más mínimo tiró de mi calzoncillo hacia abajo y mi polla saltó delante de la cara de mi mujer, que sin cortarse lo más mínimo se la llevó a la boca, le dio un par de lametazos, me tocó los huevos con una mano y dijo:
– Bueno, ya tienes bastante por ahora.
Mi polla parecía que iba a reventar y cuando me dirigía a mi sitio comprobé como los ojos de Anna estaban fijos en mi polla. Aquello me gusto. Miré a Bruno y estaba embobado mirando a mi mujer. Sin duda aquella era la ocasión propicia para mis planes y decidí jugármela, miré a Bruno y le dije:
– Con tu permiso…
Me dirigí hacia Anna y me situé a su lado dejando mi polla a la altura de su cabeza, ella se giró y no lo dudó, agarró mi erecta polla con una mano y empezó a tocarla. Era genial. Mi mujer y Bruno miraban la escena perplejos, sin decir nada. Anna entonces dirigió mi polla a su boca. Aquello era maravilloso y dejé que fuera ella quien marcara el ritmo, cosa que hacía muy bien. Entonces se me ocurrió una idea y le hice un gesto a Cristina para que se acercara. Mientras Anna continuaba con su mamada, coloqué a mi mujer de espaldas a mí y frente a Bruno la fui desnudando lentamente, quitándole las pocas prendas que le quedaban. Cuando le enseñé las tetas de mi mujer a Bruno este no aguantó más, se sacó la polla y empezó a masturbarse delante de nosotros. Anna seguía chupando mi polla magistralmente y yo debía seguir dándole a Bruno algo más para que a cambio me dejara disfrutar de su mujer.
Cristina se dejaba hacer, sin duda estaba muy excitada y cuando se encuentra así es totalmente manejable. Estaba a punto de correrme y decidí que era el momento de conocer un poco más de la anatomía de Anna. La hice ponerse de pié delante de mí, le quité la falda y al caer al suelo me mostró su coño. Yo ya no quería esperar más, la puse contra el sillón, ella apoyó sus manos en uno de los lados y me ofreció su coño donde se la metí de un solo empujón. Anna empezó a gemir y rompió el silencio viendo como Bruno dejaba de prestar atención a mi mujer y empezó a mirar como me follaba a su mujer, así que decidí darle algo más. Desnudé por completo a Cristina y su maravilloso cuerpo desnudo volvió a atraer la atención de Bruno que, ya completamente excitado, se levantó y se acercó a mi mujer. Cristina se puso de rodillas delante de él y empezó a mamársela como solo ella sabe hacerlo, mientras, yo no podía aguantar más.
Creo que Anna se corrió antes que yo, pero me daba igual, eyaculé dentro de su coño y permanecí dentro de él moviéndome despacio y disfrutando del momento, contemplando aquel culo que por fin era mío, por fin podía disfrutar de él. Entonces volví a la realidad.

No me había fijado pero Bruno se estaba follando a mi mujer y cuando le vi detrás de ella, clavándosela hasta el fondo, aquella imagen hizo que mi polla volviera a reaccionar y no lo dude, la saqué del coño de Anna y sin tiempo a reaccionar se la metí directamente en el culo, sin preámbulos. Sin duda era virgen por aquel agujero y costó que entrara, pero entró, se abrió camino por aquel angosto canal hasta que los gritos de dolor de Anna se convirtieron en gritos de placer. Entonces empecé a darle azotes en el culo con la palma de mi mano y aquello pareció excitarla aún más, empezando a decir groserías que solo conseguían que mi polla la penetrara más salvajemente, aunque sin duda aquello era lo que buscaba.
Me olvidé por completo de mi mujer y de Bruno y me dediqué a follarme de todas las maneras posibles a Anna, probamos todas las posturas que ella y yo conocíamos y acabamos en la cocina, Anna tumbada de espaldas en la mesa de la cocina con el coño lleno de nata y chorreando semen por el culo. No recuerdo otra experiencia similar.
Aquella noche, cuando nos despedimos, prometimos cenar todos los sábados, pero con un aliciente, cada sábado uno de los cuatro debería proponer un juego distinto.
Saludos a los lectores y besos para ti, Charo.

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