Relato erótico
Por la boca muere el pez
Ha querido relatarnos como terminó la tarde con la novia de su amigo. Él siempre decía que tenía a su novia muy satisfecha y que nunca le sería infiel.
Miguel – Navarra
Terminé mi historia cuando ya estaba gozando de los favores de Marisa, la novia de mi amigo diciendo que ella se tragó todo lo que había alojado en su boca y con sus manos limpió la leche que le había caído encima, luego llevó un dedo untado a mi boca y otro a sus labios y como un cocinero que prueba el asado, hizo un gesto en señal de aprobación. La verdad es que me desconcertaba porque cuando bajé de mi cabalgadura, se acostó de lado dándome la espalda como enojada por no haberla avisado cuando iba a correrme.
Pensé, y luego corroboré, que solo era un juego pero persistía en su comportamiento, de modo y manera que para aplacarla, me acosté detrás pegado a ella y empecé a recorrer todo su cuerpo con el mío sin despegarme en ningún momento. La verdad es que ambos estábamos disfrutando muchísimo con las caricias que le estaba regalando, tanto que mi polla volvió a animarse y otra vez estaba firme y tiesa como si nada hubiera pasado. Marisa, al sentirlo, se giró de golpe y me dijo que estaba muy cachonda, sorprendida y halagada puesto que David no quería o no podía seguir después de correrse.
Para continuar la fiesta, me arrodillé en la cama entre sus piernas y me agaché con mi cara a la altura de su entrepierna. El aroma que emanaba de su jardín me encendía más y más. Era olor a sexo, a deseo, a pasión… Marisa se abrió cuanto pudo invitándome al festín y elevó un poco el culo para facilitarme el trabajo. Estaba ansioso por volver a darme ese banquete tan soñado del que aún no estaba saciado y no iba a desaprovechar la ocasión de repetir. Pasé mi lengua desde abajo hacia arriba por su rajita, haciendo fuerza para abrirme paso entre tan carnosos labios y llegar a su clítoris que estaba rígido y erecto, incitando a mis labios a apretarlo con fuerza, lo que enloquecía a la novia de mi amigo. Tenía sed de esos fluidos que no dejaban de lubricar a Marisa y me abastecí de ellos mientras mordía sus generosos pares de labios hasta que decidí alcanzar la fuente de la que manaban, de manera que tras poner sus piernas sobre mis hombros, le introduje la lengua obsequiándole con un metisaca que la hacía gritar:
– ¡No pares, cabrón!
Yo la complacía con toda mi cara presionando su sexo para entrar más en ella, quien me encerraba entre sus piernas, retorciéndose del placer que le estaba proporcionando. No sé si se corrió nuevamente porque de hecho estaba ya muy mojada pero creo que sí porque el sabor de sus fluidos era distinto, más ácido, como recordaba de hacía un rato. Marisa me agarraba fuerte de la melena, me estrellaba contra su coño y no paraba de gritar:
– ¡Métemela ya, cabrón… vamos, fóllame!
Y como sus órdenes eran mis deseos no me pude negar y me incorporé para darle lo que no dejaba de pedirme con insistencia.
Me puse de rodillas y ella se quedó admirando mi miembro con cara de vicioso deseo pero también de algo de preocupación por si la rompía cuando le metiera mi “cipotón” pero la tranquilicé diciéndole que estaba tan mojada que entraría sin problemas. Me entretuve contemplando todo su cuerpo. Marisa pareció desesperarse y se recostó apoyándose en sus antebrazos y con los pies sobre el colchón, abriéndose de piernas esperando que me pusiera sobre ella para que la penetrara con mi herramienta.
Estaba claro que lo que ella más quería en ese momento era follar y yo me moría de ganas de meter mi polla en su coño pero la hice desesperar un poco más recorriendo su portal a la gloria con todo mi paquete; ella se movía intentando capturar mi verga con su coño pero yo era más hábil y escapaba de su trampa.
– ¡Métemela… fóllame ya! – me ordenaba pero yo me hacía de rogar y sonreía, lo que la ponía más caliente.
– Todavía no… espera – le dije y justo después, dejándome caer sobre sus acogedores y bien dotados senos, de un solo empujón se la clavé entera, metiéndosela hasta el fondo.
Enterré toda mi verga hasta las pelotas entre esas esponjosas paredes que a marchas forzadas se amoldaban masajeándola a mi tranca, la cual alcanzó lo más hondo de su vagina sin ningún problema, ya que una nueva corrida de ese chocho facilitó la entrada. Marisa soltó un suspiro como si dijera su última palabra y me rodeó con sus brazos y sus piernas aprisionando mi polla con sus músculos vaginales. Levanté mi cabeza para ver su cara y descubrí que tenía la boca algo desfigurada a causa del placer. La besé y, como si ese beso le devolviera la vida, aprovechó la ocasión y me metió la lengua todo cuanto pudo. Fue un beso muy largo e intenso. No nos acariciábamos sino que nos agarrábamos con todo nuestro vigor para empujar con todo. Yo la sujetaba firmemente de sus hombros y ella se valía de sus piernas alrededor de mi cintura para impulsar su cuerpo. Mis bolas golpeaban con sus labios vaginales y mi pubis frotaba su clítoris y eso la encendía más y la llenaba de satisfacción. Eramos dos folladores natos jadeando como perros pero Marisa pareció perder fuelle… nada más lejos; lo que pasaba era simplemente que quería dejarse hacer, comprobar mi nivel sexual y reservarse para después. Me decía con poca voz:
– ¡Me estás llenando entera!
En ese momento, me incorporé y puse una de sus piernas en mi hombro; me incliné hacia delante y mi polla estimuló nuevas paredes de esa vagina tan mal empleada hasta el momento. Cambié de pierna para finalmente acabar con las dos sobre mis hombros y volcado sobre Marisa.
Era una posición verdaderamente profunda y casi mi verga se queda corta pero no fue así. Bombeaba y no me cansaba de darle. Nuestros gemidos iban al mismo ritmo que el empuje hasta que ella empezó a chillarme:
– ¡Me corro, cabrón… qué bien me follas… eres un follador de los mejores… el mejor… sí, me corrooo…!.
Una eyaculación de las mejores que desbordaba su recipiente y resbalaba por su culo y su vello púbico, bañando su clítoris, mis pelotas y por supuesto mi polla, alojada en su coño y entrando y saliendo ansiosamente como si extrajera petróleo.
La hasta entonces insatisfecha novia de mi amigo estaba exhausta pero recuperaba el aliento rápidamente. Como había estado los últimos momentos descansando, sin sacarse mi miembro, se abalanzó sobre mí y quedó montada a horcajadas. Marisa sabía cómo menearse para recibirme profundo y fácilmente se la clavaba enterita y después de unos movimientos circulares para encajársela, montándome de cuclillas, me enseñó su chocho con el vello color fuego pegado de tanto flujo derramado. Entonces, empezó a galopar sobre mí arriba y abajo. La forma en que se deslizaba en cada salto de Marisa mi miembro hasta el fondo de su sexo a ese ritmo loco que imprimía nos arrancaba un sollozo tras otro a los dos que acompañaban al sonido del golpeteo de su culo con mis piernas. Sus tetas botaban, dándome un excitante espectáculo privado digno de recordar. Agarré cada una con una mano mientras Marisa ponía las suyas en mis hombros, alrededor de mi cuello para tomar buen impulso. El sudor no nos permitía abrazarnos bien y nuestras manos resbalaban por el cuerpo del otro.
Era un auténtico volcán y tanto es así que tuve que obligarla a rodearme con sus piernas y de ese modo girarme para apoyarme en el suelo y mejorar la estabilidad. Cuando lo hice, cayó por su propio peso y mi verga se alojó de un solo golpe, chocando con lo más hondo de su vagina. Noté como si se me tronchara la polla con esa caída pero fue placentero al sentirme en ese ardiente refugio. Ella se movía con más ímpetu, rodeándome bien con sus extremidades pero pronto se colocó de rodillas para menearse a su antojo y cada vez que se balanceaba clavada en mi cruz, sus gemidos aumentaban convirtiéndose en verdaderos gritos. Sentía cómo se la clavaba hasta el fondo y entre orgasmo y orgasmo sólo mediaban pequeñísimos intervalos. Cuando percibió que la frecuencia y la intensidad de mis gemidos iban en aumento, me dijo:
– ¿Te gusta, cabrón?- decía, añadiendo – ¡Aguanta, cabrón, no te corras ahora!
Pero yo estaba aún muy lejos de vaciarme, por lo que le respondí:
– ¡Aguanta tú, puta!
De nuevo se puso en cuclillas para ofrecerme su mejor panorama sexual. Yo la agarraba del trasero y gozaba babeando sobre su buen par de tetas y mordiéndolas como un animal, Marisa clavaba sus uñas en mis hombros, en mi espalda y se movía cada vez más deprisa, más salvaje y poco a poco de nuestras gargantas sólo emergían gritos tan fuertes que retumbaban en las paredes de la habitación.
El coño de Marisa empezó a temblar, oprimiendo con fuerza mi rabo: estaba al límite y se negaba a reconocer la evidencia pero no se contuvo y bajando el nivel de autoridad me rogó todo lo contrario que antes:
– ¡Córrete… suéltamelo todo… córrete en mí! – y como si me culpara con su mirada, añadió – ¡Me corro, me corro…!.
Estalló en un orgasmo brutal. Nunca había oído a una mujer gritar y gemir de esa manera con un orgasmo. Esos gritos y la sensación de mi pene preso dándose un ardiente baño en su vagina hicieron que ya no aguantara más y también me corriera dentro de su chumino, lanzándole violentos disparos de buena leche que la quemaban por dentro y satisfacían su petición. Marisa cayó sobre mi cuerpo, aunque seguía y seguía empujando hasta que se desplomó rendida. Podíamos sentir la mezcla de todos nuestros fluidos, nuestro sudor y su corrida y mi semen que desbordaban su coño. Lentamente, mi verga fue perdiendo la erección y acabó saliendo de tan acogedor cobijo. Nos acostamos un rato en la cama para reponer fuerzas entre caricias y besos y decidimos darnos un baño de espuma relajante, aunque no lo fue tanto.
Parecía que hubiera liberado en sólo una tarde todo el placer que tenía reprimido. ¡Pobre mujer insatisfecha por un niñato!, pensé. Quedó tan satisfecha conmigo que cuando nos despedimos me hizo prometerle que lo repetiríamos pronto y quizá lo cuente algún día.
En el camino a casa venía recordando todo y me calenté de nuevo. Empalmado, llegué a casa y me masturbé pensando en lo que podría pasar la próxima vez, no sé, tal vez al día siguiente, pero no era menester parecer desesperado por si Marisa se creía dominadora de la situación y mejor incrementar la ya suficientemente gran necesidad en Marisa, una mujer completa cuyo novio era, incluso en la cama, un auténtico crío que, contradiciéndose a sí mismo, contaba a veces que él echaba tres, a veces que Marisa era una fiera y otras que le dejaba siempre a medias a medias a las primeras de cambio.
Tal vez no pensó que ella me confesaría que era él quien la dejaba insatisfecha y no era capaz de hacerla acabar ni siquiera el primero. Quizás ni se imaginaba que me tiraría a su novia.
Saludos.