Relato erótico
Por fin un trío real
Cuando echaba un polvo con su mujer, se ponía cachondo pensando en que había otro hombre follándosela y se montaba un “trío imaginario” Delante de su casa estaban levantando un bloque de pisos y a veces los obreros se entretenían mirando a su mujer. Se lo hizo saber y noto que se ponía caliente
Eduardo – Vitoria
Llevaba tiempo comprando a escondidas de mi mujer una revista de intercambio de parejas. Pensaba que me estaba perdiendo algo que sería la solución a tanta monotonía en nuestro matrimonio. Siempre me había calentado la idea de ver a Rosa follando con otro tío. Pero no sabía cómo decírselo. Pensaba que me diría que estaba loco. Pero cada vez que hacíamos el amor, nos sentíamos aburridos.
Una noche, antes de irnos a la cama, me decidí a hablar con Rosa de nuestra falta de pasión. A ella le pasaba igual que a mí. Es más, me confesó que algunas mañanas cuando yo estaba en el trabajo, salía a la terraza y veía como los obreros de la obra de enfrente la observaban y comentaban lo buena que estaba. Se sentía atraída por ellos e incluso un día se atrevió a mostrarse con ropa interior a través de la ventana del dormitorio, como si no se percatase de las miradas de los obreros. Me quede de piedra pero ella aún no había terminado. Después de servirme otra copa me dijo:
– Esta situación me pone tan cachonda que alguna vez me he masturbado como una loca.
Ante esta situación en vez de enfadarme o ponerme celoso, me lancé sobre Rosa y la besé como hacía tiempo no lo había hecho. Después nos fuimos al dormitorio y cuando se estaba quitando el vestido que llevaba puesto, la cogí por detrás y le dije que era el obrero de la obra de al lado. Le solté el sujetador, dejando esas enormes tetas a la vista de quien pudiese estar espiándonos. Le di la vuelta y ella de pie y yo arrodillado, le arranqué las braguitas, después apagamos la luz y seguimos con nuestro juego. Hacía años que no la follaba con tanto gusto.
Al día siguiente, cuando pensaba en lo que me había contado, decidí que había llegado el momento de poner mi plan en marcha. Rosa no se podía negar. Además ahora estaba seguro de que le encantaría. Contacté con un muchacho de unos 25 años a través de la revista. Se llamaba Miguel y quedamos una tarde al salir del trabajo. Miguel era un muchacho bien parecido, de aspecto atlético y le comenté que sería el regalo para Rosa. A Miguel le pareció magnífico y nos pusimos a planear el encuentro.
El día de nuestro aniversario llegó sin comentarios y nos levantamos como todos los días. Después de una ducha, me iría al trabajo como siempre pero salí de casa dirigiéndome a un bar donde había quedado con Miguel, desde donde llamé al trabajo para quedar libre esa mañana. Miguel estaba en el bar cuando yo llegué. Después de tomar un café, nos propusimos poner el plan en marcha.
Lo primero que hice fue llamar a Rosa para decirle que un técnico informático se personaría en casa para instalarme unos programas en el ordenador. Rosa me confirmó que no saldría de casa. Serían las 10 de la mañana cuando Miguel entró en el portal dirigiéndose a nuestro piso.
Cuando él llamó al timbre, Rosa abrió la puerta presentándose Miguel como técnico de la empresa X, y que había quedado conmigo para instalar unos programas. Ella le invitó a pasar indicándole donde estaba el ordenador. El despacho donde está el ordenador se encuentra situado a la entrada de casa y desde el se divisa todo el pasillo con el salón al fondo. Dejándole solo, Rosa dijo que tenía que hacer unas faenas y se dirigió al salón. Ella llevaba un vestido de estar por casa rojo y Miguel, según me confesó más tarde, quedó alucinado del cuerpo que tiene mi mujer.
La siguió con la mirada hasta que ella desapareció por el pasillo. Después de un rato, volví a llamar a Rosa y le dije:
– Cariño, vístete como tú sabes, para ir a comer, pues hoy es nuestro aniversario o ¿no te acuerdas? Y dile a Miguel que no puedo ir, que haga lo que tenga que hacer.
Rosa se puso muy contenta, le dijo a Miguel que yo no podía venir y que empezara él. Luego ella se dirigió al baño. Como de costumbre, preparó el agua caliente y luego la ropa que se iba a poner, encima de la cama. Miguel intentaba no perderse nada hasta que se presentó en la habitación con la excusa de preguntar si le podía dar un vaso de agua. En el momento de entrar él en la habitación, Rosa estaba eligiendo su ropa interior y no pudo evitar que Miguel la viera y dijera:
– Rosa, ese conjunto es perfecto para la ocasión – y al ver la cara de sorpresa que ella ponía, añadió – Tu marido me ha dicho que era vuestro aniversario y con ese conjunto lo vas a volver loco.
Ella se ruborizó pero le dijo que nosotros ya nos teníamos muy vistos y que no era fácil que yo me volviera loco. Entonces Miguel vio la oportunidad y le dijo:
– Rosa, con el cuerpo que tienes ningún hombre que se precie puede decir que te tiene muy vista, estás buenísima y si además te pones esa ropa, estarás para volver loco a cualquier hombre.
A Rosa le volvieron a subir los colores y le contestó:
– Tú no puedes decir nada porque no me has visto arreglada y que para haberme conocido hace solo unos instantes la verdad es que eres muy descarado.
Miguel se freno y le pidió excusas dirigiéndose al despacho, pero dejando la puerta de la habitación entreabierta. Rosa cayó en la trama y cuando él se marchó de la habitación ella se despojó del vestido, del sujetador y las braguitas, quedándose desnuda por completo. Luego se puso un batín y se dirigió al baño. Miguel sentía caer el agua y no paraba se imaginarse aquel cuerpo desnudo que acababa de ver. Inmediatamente pensó en un plan para volver a atacarla. Pasó a la habitación y corrió las cortinas como yo le indiqué para que se viesen los obreros de enfrente. Cuando sintió que ella estaba a punto de salir del baño, se acercó a la puerta y llamó.
– Rosa – dijo – tengo que salir un momento, volveré cuanto antes.
Entonces se dirigió a la habitación y se escondió dentro del armario, como yo le indiqué. Rosa salió del baño envuelta en su batín y entró en la habitación, secándose el agua que aún bajaba por su cuerpo. Miguel tenía una excelente panorámica. Rosa se quitó el batín mirando la ventana. Ella sabía que algún obrero la observaba. Sus pezones estaban erizados y todavía tenía algunas gotas de agua sobre ellos.
Como me gustaría lamerle ese cuerpazo, pensó Miguel. Con suma delicadeza ella cogió las braguitas, las olió y se las puso delante del espejo del tocador. Esto lo hacía con sumo cuidado. Muy lentamente ascendían esas manos portadoras de unas minúsculas braguitas negras. Cuando consideró que estaban en su sitio, se frotó las nalgas pasando su dedo sobre las costuras de las braguitas. La parte trasera era una tirilla que se introducía delicadamente en su culito. Mirándose al espejo subió sus manos hacia los pechos, que eran espléndidos, con su dedo índice frotó lentamente sus pezones erizados y extendió las gotas de agua sobre la aureola. A continuación se colocó el sujetador a juego y sentándose en la cama, se puso las medias sujetándolas a un liguero de encaje también negro. Estaba muy sexy. Se dio una vuelta por la habitación mostrándose delicadamente. Miguel, en el armario, no daba crédito a lo que estaba viendo y con las exhibiciones de Rosa comenzó a empalmarse.
Mi mujer se miró en el espejo y rozó su silueta con las manos, arriba y abajo, se bajó las bragas sacando el culito y se las volvió a subir. Observó que los obreros habían dejado de trabajar y la observaban. Rosa murmuró para ella misma pero audible para Miguel:
– Tantos mirones y ninguno vendrá a follarme…
Miguel, al oír eso, vio su oportunidad, se desnudó rápidamente en el armario y salió de su escondite con la polla empalmada y masturbándose.
– Rosa, perdona mi atrevimiento – le dijo antes de que ella gritara de estupor o de miedo – pero veo que necesitas una polla que no sea la de tu marido.
Ella, asustada, intentó taparse pero Miguel añadió:
– Cariño, sé que estás excitadísima igual que yo, ya he visto lo que querías y ahora quiero hacerte pasar un buen rato.
Se dirigió decidido hacia Rosa, la cogió del brazo y la besó con ansiedad. Su polla empalmada rozaba las braguitas de Rosa y se frotaba contra su pubis. Al final y vencida su resistencia, Rosa se entregó a las peticiones de Miguel y comenzaron a revolcarse en la cama. En ese preciso momento, entré en casa y me dirigí a la habitación viendo en la cama a Miguel acostado y a Rosa comiéndole la polla, dejando su culo ante mi vista por lo que me agaché sin hacer ruido y muy suavemente le bajé las braguitas dejando a la vista su precioso ano rosado que comencé a lamérselo.
Rosa ni se inmutó, comenzó a mover el culo de lado a lado mientras sus jadeos iban en aumento. Me trabajé su ano con esmero, introduciendo mi lengua todo lo que podía y el agujerito, poco a poco, iba abriéndose. Luego baje mi lengua hasta el clítoris y la volví a subir. Los labios se abrían al paso de mi lengua y los flujos, vaginales y anales, bajaban por mi boca derramándose por mi cuello. De pronto ella, sin decir nada, se dio la vuelta, me arrancó la ropa como pudo y me acostó junto a Miguel cogiendo nuestras pollas y pajeándolas, a la vez que se movía como una puta.
– ¡Me gustan las dos pollas, quiero coméroslas! – exclamó.
Y así lo hizo, hasta que se puso encima de Miguel y se metió su polla en el coño, moviéndose arriba y abajo. Entonces me dijo muy convencida:
– Marido, quiero que me des por el culo mientras tu amigo me folla el coño.
– Claro que sí, zorra, te voy a meter toda mi polla en tu culo de golfa – le contesté muy excitado.
Rosa daba gritos de lujuria siendo follada por dos tíos a la vez. El orgasmo le vino enseguida, a juzgar por sus gritos y lo disfrutó un buen rato hasta que, como una perra en celo nos indicó la siguiente postura. Estaba claro que esto daría mucho de sí.
Cogió mi polla entre sus manos y la introdujo en su boca con ansiedad, su lengua recorría mi glande y la introducía en el agujero. Mientras, Miguel la situó a cuatro patas y le metió toda su polla en coño, follándola con fuerza haciéndola jadear con mi polla en la boca. Rosa meneaba mi polla y se la metía en la boca hasta que mi esperma saltó sobre su cara.
Ella, en el acto, aumentó el ritmo y se echó la leche sobre las tetas apretándolas con su mano. Así estuvimos durante varias horas, en todas las posturas, quedando exhaustos los tres. Desde aquel día, Miguel nos visita a menudo pero también hemos conocido varias parejas con las que organizamos orgías de fin de semana. Nuestra relación de pareja ha mejorado y ahora sí que siempre disfrutamos del sexo, solos o en compañía, cosa que ya contaré en otra ocasión.
Saludos.