Relato erótico

¡Por fin, sexo “autentico”!

Charo
28 de junio del 2019

Está separada desde hace ocho años y no “ha probado hombre” desde entonces. Su marido era asiduo a la Revista Clima y ella se aficionó a los testimonios. Su calentura la ha llevado a comprarse toda una serie de artilugios para darse gusto.

Elvira – Jaén
Me llamo Elvira, tengo 58 años, estoy separada desde hace ocho y, a pesar de que mi marido me convirtió en una adicta a las revistas porno, nunca pensé que llegaría a escribir para contar la experiencia que estoy viviendo.
He leído y releído testimonios y experiencias e infinidad de veces he soñado que a mí me ocurría algo parecido a lo que cuentan. Cuando arreglamos lo del divorcio, mi marido me cedió el bar convirtiéndome así en propietaria, camarera y medio cocinera de mi propio negocio.
Durante estos ocho años no he tenido ningún contacto sexual, así que ya podrás imaginarte lo que ocurre cuando mis ojos ven esas fotos de hombres tan bien provistos en películas y revistas. Me lo tenía que solucionar con una colección de consoladores que pedí por correspondencia, pues soy incapaz de entrar en un sex-shop.
Poco a poco me fui acostumbrando a estas folladas solitarias, convirtiéndome en una adicta a la masturbación. Me metía las falsas pollas en el coño a cualquier hora del día, fuera de las horas de trabajo, ya que mi mente no paraba de imaginar escenas muy calientes en las que yo era la protagonista junto con dos o más hombres. Al final incluso me compré unas bolas chinas para llevarlas metidas en el coño estando en el bar.
Cuando me venía el placer el morbo era impresionante. Estar corriéndote y tener que disimularlo me daba un goce imposible de describir. Yo soy una mujer más bien del montón. Ni guapa ni fea. Aún poseo un buen cuerpo aunque me sobren algunos kilitos puestos, sobre todo, en mis tetas y en mi culo. Llevo el pelo suelto, en corta melena, teñido de color caoba, voy pintada sin exceso, pues me gusta causar buen efecto a los clientes, y llevo el coño totalmente depilado pues me excita verme la abultada raja cuando me penetro con los consoladores o me meto las bolas chinas.
Lo que voy a contarte ocurrió una tarde cuando me di cuenta de que me había olvidado de pedir una determinada marca de cerveza. Llamé a la casa y me dijeron que me mandaban las cajas enseguida. Este enseguida, fue pasadas las nueve y media, cuando yo tengo por costumbre cerrar el bar ya que no quiero problemas con los noctámbulos.
Cuando llegó el camión del reparto, estaba bajando la puerta metálica sintiendo como las bolas comenzaban a realizar su efecto en el interior de mi coño. La subí de nuevo, dejé pasar al chófer, un chico joven, como de 25 años, con la carretilla y cerré la puerta. Le acompañé al almacén y en ese preciso momento, reventé en un orgasmo tan brutal que me hizo tambalear. El chico soltó la carretilla y me cogió entre sus brazos.
– ¿Qué le ocurre, señora? – me preguntó.
– ¡Aaah… oooh… nada… aaah…! – sólo pude decir.

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– ¡Vaya guarra! – oí que decía al escuchar mis gemidos – ¡Se está corriendo!
Aprovechando mis temblores, me apoyó en unas cajas y comenzó a sobarme las tetas hasta lograr desabrocharme unos botones del vestido y metiendo la mano, tocármelas por encima del sujetador. Aquellas manos del primer hombre después de tanto tiempo, tocándome las mamas, alargaron mi corrida haciéndome perder el mundo de vista. Cuando quise darme cuenta tenía la falda en la cintura, mis tetas fuera del sujetador y la braga en los tobillos. Con una mano me pellizcaba un pezón, con la boca me chupaba el otro y con la otra mano me acariciaba el pelado coño hasta que encontró el hilo de las bolas. Tiró de él hasta sacármelas.
– ¡Pero qué guarra eres, tía! – repitió – ¡Ya te daré yo bolas!
Me sacó las bragas, me hizo abrir las piernas, cosa a lo que no me resistí y al instante noté algo duro y caliente que se abría paso por mi coño. Instintivamente me abrí todo lo que pude para recibir aquella polla tan real en mis entrañas. Me folló como un salvaje y yo se lo agradecí corriéndome dos veces más antes de recibir el ardiente regalo de su esperma. Quedé sobre las cajas, rota pero muy feliz. El chico me miraba sin decir palabra.
– Gracias – le dije al fin – No sabes cómo te agradezco que me hayas hecho esto… llevaba tanto tiempo sin saber lo que era una polla de verdad…
Alargué la mano y se la cogí. Era hermosa aún medio arrugada. Se la acaricié hasta que, inclinándome, se la empecé a lamer. Él me acariciaba el pelo y la espalda mientras me iba sacando el vestido. Acabé completamente desnuda, arrodillada a sus pies, mamando aquella verga que, lentamente, iba engordando entre mis labios.
A pesar de mis corridas me encontraba sumamente cachonda y no podía desaprovechar la magnífica ocasión que, sin buscarla, se me había presentado. La juventud del chico le permitió tener la polla dura muy pronto. Entonces me levantó, cogiéndome por los sobacos, me dio la vuelta haciendo apoyar mis manos sobre las cajas donde antes había estado de espaldas, y separándome las nalgas, apoyó la cabeza de su polla en mi coño. De un solo golpe me la volvió a meter entera. Esta vez me folló con más calma, despacio, entrando y saliendo de mí sin prisas mientras se agarraba a mis colgantes pechos como un jinete a las riendas de su yegua.
Antes de que me llenara el coño de nuevo con su leche, yo me corrí una vez más pero con una intensidad que me hizo gritar como una loca. Nos quedamos un rato sentados, descansando. Ahora que me había pasado el furor sexual, estaba avergonzada de lo ocurrido. Me sentí obligada a darle explicaciones, no fuera a pensar que realmente yo era una guarra, como me había llamado por dos veces. Le conté mi vida solitaria y la solución que encontré en los aparatos sexuales.
– ¿No me digas que ningún hombre se te ha insinuado y no ha querido follarte? – dijo extrañado – Estás muy buena.
– Te lo agradezco pero soy una vieja. ¿Quien va a quererme aunque sólo sea para gozar conmigo?

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– Yo lo he hecho – contestó alargando la mano y acariciándome los pechos – Y me ha gustado. A decir verdad siempre me he sentido atraído por las mujeres maduras y tú me has demostrado que tenía razón. Si quieres podemos ser buenos amigos y repetirlo cuando quieras. Yo me cuido del reparto por las tardes así que tengo las noches libres.
Mientras decía esto se había levantado y ahora se encontraba de rodillas ante mí. Suavemente separó mis piernas hasta dejar aparecer mi coño. Sacando la lengua me lamió los muslos, las ingles, el vientre y luego toda la raja. Mi marido nunca quiso comerme el coño. Decía que le daba asco pero bien que aceptaba que yo le comiera la polla y tragara su leche. Ahora un chico prácticamente desconocido, acababa de follarme por dos veces y ahora se dedicaba a aquella caricia que yo tanto había deseado y jamás tuve. Cada vez que la lengua pasaba por mi raja yo lanzaba un suspiro e intentaba abrirme más hasta que, imposible de soportar por más tiempo aquel tan dulce tormento, yo misma me separé con los dedos los labios de mi coño y le ofrecí el sonrosado interior. La punta de la lengua rozó mi clítoris. Una descarga recorrió todo mi cuerpo. Y grité. Grité mientras me corría de nuevo hasta quedarme como muerta. Había sido demasiado para mí.
Fernando, que así se llama el chico, me dio un beso en la boca y me dijo, antes de marcharse, que si no me importaba volvería dentro de dos días la a misma hora. Me quedé tumbada sobre las cajas, incapaz de moverme. Me dolía todo el cuerpo. Mis jugos y la leche del chico mojaban no sólo mi coño sino mis muslos y también el agujero de mi culo. Estaba empapada. Había sido una sesión en la que, pienso, recuperé de golpe todo lo que me faltaba. Estaba decidida a recibir a aquel chico cuando él quisiera.
Dos días después yo le esperaba, nerviosa como una colegiala en su primera cita pero también excitada como una golfa. Me había sacado la ropa interior y lo esperaba desnuda bajo mi vestido. Fernando fue puntual. Nada más llegar, me abrazó y me dio un beso de tornillo que me hizo desfallecer. Cerramos la puerta y pasamos al almacén.
Yo, previamente, había colocado unas cajas en el suelo y encima una manta. Era como una cama. En unos segundos estuve a pelo. Fernando no paraba de sobarme, besarme y acariciarme mientras se desnudaba. Mamé su endurecida polla y luego él me colocó a cuatro patas sobre la improvisada cama. Penetró mi ardiente y muy mojado coño por detrás. Me estuvo follando un buen rato y al tener yo mi primer orgasmo metió, de sopetón, uno de sus dedos en mi culo. Siguió follándome pero ahora haciendo entrar y salir aquel dedo de mi ano como si me jodiera con él.
Sentía como un doble placer. Instintivamente intentaba abrir más mi trasero para que el dedo no tuviera impedimentos en lo que estaba haciendo pero, al parecer, mi reacción animó a Fernando para intentar algo nuevo. Dio dos o tres golpes secos en mi coño, me sacó la polla y el dedo y apoyó su glande en mi ano.
No tuve tiempo a nada. De un golpe seco todo al capullo penetró en mí, dándome la impresión de que me rompía el culo. Mi alarido fue debido a un tremendo dolor. Mi culo era virgen. Nadie se había metido en él y ahora, abierto al máximo, parecía partirse en dos. Fernando empujó de nuevo y la mitad de su polla se alojó en mi recto. Yo ya no gritaba pero mis ojos estaban llenos de lágrimas. Nunca me había sentido tan poseída, tan entregada a un hombre sin remedio.

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Fernando agarró mis pechos y, haciendo fuerza, acabó de meterse por entero en mi culo. Me folló despacio, dando tiempo a que me acostumbrara a la presencia de aquella barra en mis entrañas. Luego bajó una mano hasta mi coño y comenzó a masturbarme mientras me enculaba.
Cuando me corrí, mis gritos ya no eran de dolor sino de un gusto mortal y mientras me agitaba toda, noté perfectamente como la descarga de su leche me llenaba el recto haciéndome suya también por el culo.
Desde entonces ya me he olvidado de mis consoladores y de mis bolas chinas. Mi consuelo es la poderosa verga de mi Fernando. Una verga que, dos o tres veces por semana me visita, tanto la boca como el coño y el culo, dejándome satisfecha y muy enamorada de aquel macho al que le gustan las mujeres maduras como yo. Y me lo demuestra con creces.
Besos de una madura caliente.

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