Relato erótico
¡Por fin satisfecha!
Lo que más le gustaba a su marido era que se la mamase. A ella le parecía bien, pero también necesitaba que se la follase. Reconocía que la polla de su marido era muy grande y satisfactoria pero… Sin proponérselo la casualidad hizo que conociera a un hombre y…
Susana – BARCELONA
Hola soy Susana, y lo que voy a contar ocurrió estando en la finca que mis suegros tiene en las afueras de la ciudad. Mi marido se había levantado temprano y se fue a ver a las vacas. Yo me desperté al mediodía, me bañé y fui a recoger a los niños y volví a mi realidad, la casa, la comida, la ropa y todo eso. Como siempre, mi marido por la noche y por la mañana le gustaba que se la chupara, a veces ni me follaba porque le gusta más correrse en mi boca, lo malo es que yo me quedo caliente y mi coño me escuece de ganas. Además como su polla es muy grande, me cuesta trabajo metérmela hasta la garganta como a él le gusta y generalmente prefiero lamérsela y chuparle solo la cabeza y los huevos. No es por nada pero esta muy bien dotado y me gusta más cuando me la mete. El nunca me la ha podido meter por atrás porque no me cabe, siento que me rompe toda cuando lo ha intentado. Bueno, ese es mi problema con mi marido, aunque cuando quiere me folla muy bien.
Pero lo que les quiero contar es que hace unos meses fui de compras a Barcelona, cogí el autobús y me toco sentarme justo detrás del chofer. Como hacía calor ese día se me ocurrió ponerme un vestidito corto y unas sandalias de tiritas. El chofer me gustó desde que me subí al bus, era un tío alto, con bigote y muy bien parecido. Durante todo el viaje, me miraba por el retrovisor y me sonreía. Cuando me acerqué para preguntarle que parada me iba mejor, rozó mi mano con la suya y me lo indico. Solo este roce, me excitó.
Llegamos a Barcelona y cuando me bajé del bus, él me guiñó un ojo y yo le sonreí, pensé que ahí acababa todo, pero no me imaginaba que era solo el comienzo. Hice mis compras y regresé la estación de donde salían los autobuses y para mi sorpresa me tocó nuevamente el mismo autobús y el mismo chofer.
Mi lugar estaba en el asiento trasero, pero el convenció al pasajero de adelante que me cambiara el lugar. Se portó muy amable conmigo y en el camino me fue preguntando de todo, que si trabajaba o estudiaba, que si tenía novio, todo eso. Yo le dije la verdad, le dije que estaba casada, con dos hijos y que solo me dedicaba a mi casa. De cualquier forma él siguió tirándome los tejos y cuando llegamos al pueblo, me ayudó a bajar mis cosas y se despidió dándome la mano, lo cual me hizo temblar pues me la cogió de una manera muy especial, haciéndome una caricia y mirándome coquetamente a los ojos. Su mirada no se apartaba de mis tetas y de mis piernas y cuando le di la espalda, me giré y seguía mirándome, casi sentí su mirada en mi culo y traté de menearme un poco más. La imagen de aquel autobús se quedo grabada en mi mente.
Por la noche, como siempre, mi marido me cogió de la nuca y me bajó la cabeza hasta su pollón que ya tenía bien tieso. Mientras se la lamía y sobaba sus huevos, no dejaba de pensar en el chofer, sus manos y su pecho peludo, sus ojos y el bultito que se le notaba debajo de la bragueta del pantalón. Cuando recibí la crema de mi marido en la boca, la saboreé y la tragué con mucha calma. Luego mientras él comenzaba a roncar, me masturbé pensando en el chofer.
Los días siguientes fueron parecidos, solo que en esos días mi marido se subió varias veces en mi cuerpo, aunque como siempre, se corrió en mi boca. Una mañana, después de desayunar, me quedé recostada hasta que mi marido se fue y como estaba muy caliente, comencé a masturbarme, pero de pronto decidí detenerme y me bañé, me vestí con un vestidito azul turquesa y zapatillas, me arreglé lo mejor que pude y decidí buscar al chofer. Llegué al sitio y me mantuve ahí por más de una hora, hasta que llegó su autobús. Como siempre hacía mucho calor y el ambiente se puso para mí muy cachondo. Cuando el me miró me quedé como petrificada, quería hablarle pero reaccioné y me hice la disimulada. De inmediato me situó muy cerca de él y emprendimos el viaje a Barcelona. Ahora fui yo quien lo interrogué y como siempre, los hombres nunca dicen la verdad, me salió con que era soltero, aunque llevaba un anillo de casado en la mano, que vivía con sus padres y en fin me dijo maravillas de él.
Llegamos a Barcelona y esperé a que me abordara. Claro que lo hizo, me invitó a comer a la hora que tenía su descanso. Obviamente, acepté y le dije que lo esperaría en un restaurante que está en el centro de la ciudad. Faltaban dos horas, caminé un poco, pero el sol era insoportable. Llegué al restaurante y pedí una cerveza. El tiempo transcurrió muy lento y mientras pensaba en mis hijos, en mi marido, en mi madre y mis hermanos, la cerveza se me hacía cada vez más necesaria para el calor del ambiente, de mi cuerpo y de mi alma.
Por fin llegó Julio, que así se llamaba y comencé a recibir sus halagos, sus piropos y todo. Comimos y seguimos bebiendo. No tuvo problema para convencerme de irnos al hotel, me folló muy bien, pero lo más importante para mi fue que su polla era de tamaño digamos normal y se la pude mamar como a mi me gusta, usando mi garganta y mi lengua. También me monté en él que es una posición que me encanta. Nos bañamos juntos y disfruté mucho masturbándolo con las manos. Por la noche, mientras se la mamaba a mi marido, mi mente estaba con Julio.
Comencé a buscar pretextos para ir a Barcelona e invariablemente esperaba su autobús, comíamos en el restaurante de siempre y terminábamos en el mismo hotel. Así pasaron 2 meses y yo estaba muy satisfecha, tenía por fin un amante que me follaba como a mi me gustaba y tenía la dicha de mamar la mejor verga que mis ojos han visto, la de mi marido.
Un día Julio me insistió en vernos un domingo. Para mi era algo casi imposible porque era el día que mi marido estaba en casa y aunque era un poco cansado para mí, pues hasta cuando ve el fútbol quiere que se la chupe, no me disgustaba verlo satisfecho y cariñoso conmigo y con los niños. Sin embargo recurrí a algo que tenemos las mujeres: la persuasión. Inventé que iba a ver a una tía que estaba enferma y después de la mamada del fútbol, me arreglé para gustarle a Julio y me fui a buscar el autobús
Julio estaba como nunca, atento, cariñoso, sus halagos sobre mis piernas y mis pechos eran excitantes, y más porque los pasajeros lo escuchaban en plan morboso.
Llegamos, bajaron los pasajeros y nosotros fuimos a comprar pan, jamón y tomates para hacer bocatas, cervezas y luego emprendió el camino rumbo a Sitges, un pueblo cercano, en la costa. Yo no aguanté la tentación y le abrí la bragueta, se la saqué y se la fui mamando lo mejor que pude en el camino. Su mano derecha no dejaba de tocarme. Cuando estaba a punto de correrse paró el vehículo y se dejó llevar por las caricias de mi boca. En el momento en que me daba su leche, oímos unas voces, pero yo no quise perderme el manjar que me estaba dando y no lo solté. Los curiosos me vieron con su polla en la boca y semidesnuda. Eran jornaleros que trabajan arreglando algo de la carretera.
Julio arrancó el coche de inmediato y nos fuimos a la playa. Comimos, nos besamos, me acarició todo lo que quiso y me folló todo lo que quiso. Luego nos quedamos dormidos abrazados en el coche. Yo estaba completamente desnuda y el me tapó con su camisa. No sé cuanto tiempo pasamos así, pero yo sabía que a las 8 de la noche debía regresar a mi casa. En un momento desperté y vi que eran las siete de la tarde y ya estaba oscureciendo, quise levantarme, pero sentí la verga de Julio y se la comencé a lamer como me gusta, pero teníamos que marcharnos.
Se ofreció a llevarme a mi casa. Aparcó a dos manzanas y nos despedimos hasta el martes.
En cuanto entré en mi casa, le dije a mi marido que mi tía se había encontrado mal y por eso se me había hecho tarde. Quise bañarme, pero él no me dejó, me cogió como siempre de la nuca y me hizo mamársela mientras el miraba la televisión, me acostó en el sillón y me penetró. Su enorme polla siempre me dejaba satisfecha, no lo niego. Mientras me follaba, metió su dedo en mi ojete y me corrí como una loca. Después me la sacó, me la volvió a meter en la boca y se corrió abundantemente.
Volvió a sentarse y yo me quedé dormida en el sillón, luego él me cogió en brazos y me llevó a la cama. Por la mañana repetí el rito de la mamada matutina hasta que recibí mi desayuno: una rica dosis de crema de la verga de mi marido. Aquella noche, se había “esforzado” y me había follado, pero sabía que todo volvería a ser como antes, por lo tanto, en cuanto el se fue, me puse a fantasear sobre el encuentro que tendría el próximo martes con Julio.
Por cierto, no me arrepiento de nada. Mi marido es feliz, tiene lo que quiere y ahora, yo también.
Saludos