Relato erótico

Por fin en persona

Charo
28 de mayo del 2020

Se habían conocido en un chat hacía varios meses. Hablaban cada día y solo faltaba conocerse en persona. Estaba muy nervioso, había llegado el día, la iría a recogerla a la estación del tren y lo que podía ocurrir era un misterio.

Abel – Valencia
Hola amiga Charo, estaba nervioso, aún no entiendo por qué, pero lo estaba. Eran las tres y media de la tarde y yo estaba en el baño, desnudo, preparado para darme una ducha antes de ir a la estación. Entré en la ducha y el agua tibia comenzó a caer por mi piel ayudando a relajarme un poco mientras pensaba que en una hora y media debía recogerla en la estación, para pasar junto a ella 23 horas que aún se me hacían difíciles de imaginar. Hacía un mes que había cumplido los 24 años y no me podía quejar de cómo me iban las cosas con las chicas, sobre todo en los últimos meses, pero por algún motivo María me parecía diferente.
El agua siguió cayendo por mi cuerpo, el gel se escurría por mi pecho y mi espalda y el roce de la esponja me causaba un placer que me recordaba al que había imaginado junto a la mujer que estaba a punto de ver por primera vez sin una web-cam. Salí de la ducha y me detuve ante el espejo, con el cuerpo todavía empapado y la piel brillando por el agua. Observé mi cara, pensé que quizás tenían razón las chicas que habían dicho que soy guapo. Tengo los ojos azules y almendrados, labios muy gruesos, piel muy clara, pelo muy moreno y una perilla rojiza que me marca aún más el mentón, ya de por sí marcado. El espejo era grande, tanto que podía verme entero desde las rodillas sin apenas alejarme. Observé mis hombros, anchos como mi espalda, mis brazos con músculos fuertes aunque no muy marcados y miré con más detenimiento mi pecho fuerte y con algo de vello en medio, tan fino que apenas se veía en el reflejo.
Deslicé la mirada hacia abajo, haciendo el mismo recorrido con las yemas de los dedos, por los abdominales, no muy marcados, pero lo suficiente para verse claramente en el espejo, por la línea de vello oscuro que descendía por ellos hasta unirse con mi vello púbico, como siempre bien recortado. Me cogí la verga entre los dedos para verla mejor. Pensé que no era grande, pero que siempre había sido más que suficiente para que las chicas con las que había estado quedaran contentas conmigo. El último vistazo lo dediqué a mis piernas. Muslos fuertes, musculados, rodillas normales y piernas largas.

Mis nervios desaparecieron cuando María bajó del tren. Un par de besos, unas palabras y nos fuimos en mi coche hacia el hotel donde había reservado la habitación, sin saber aún si seríamos los dos o solo ella quien la ocupara. En el trayecto me di cuenta de que eso daba igual. María era tan simpática en persona como en Internet, era una amiga y eso era lo que más importaba.
Al llegar al hotel y entrar en la habitación, nos abrazamos y cuando sentí el deseo de tocar sus pechos, llevé la mano bajo su blusa y media hora después estábamos en la cama. Ella vestida, yo desnudo de cintura para arriba.
Nos habíamos recostado el uno junto al otro y nos besábamos con placer, sin prisa por alargar ese momento. Nos acariciábamos los torsos, yo por encima de su ropa inclinándome sobre ella, besándola profundamente. Cuando se abrió la blusa apareció ante mí un sujetador negro, sencillo, que dejaba ver la mitad superior de sus pechos blancos y quizás algo pequeños. Los besé, se tumbó y me coloqué casi sobre ella rodeándola con los brazos. Le ayudé a desprenderse de la blusa y le besé esos hombros que tantas veces había visto en la webcam. Sabía que si iba despacio disfrutaríamos más, que los meses de espera se merecían horas de placer, pero era difícil resistirme a abalanzarme para comerme todo su cuerpo, así que le besé los labios para evitar la tentación de ir demasiado deprisa. Al rato cambiamos de posición, María se colocó sobre mí besando mi pecho desnudo, yo le acariciaba la espalda y la cintura, dirigiéndome a veces más abajo para sentir su cuerpo bajo el pantalón mientras observaba a María moverse con destreza, besando mi piel como una experta, jugando como una niña. Verla me excitaba, tocarla me hacía imaginar el placer de poseerla y cuando me volví a colocar sobre ella, tras quitarme el pantalón y le desabroché el sujetador, tocar sus pechos desnudos a la vez que rozaba mi pubis contra su cuerpo me provocó al fin una erección que se notaba perfectamente bajo mi calzoncillo negro.
Me dediqué a sus pechos, acogiéndolos en el hueco de mis manos que casi los cubrían, pegando mis labios a ellos para besar los pezones, pellizcándolos antes de morderlos, dándoles un masaje con una mano mientras la otra iba sin pedir permiso hasta el pantalón. Y se lo desabroché. Las braguitas quedaron a la vista. Estaba solo a un paso de poder tocar el vello púbico que tantas veces me había imaginado, probar su flujo, saborear su orgasmo. Me coloqué entre sus piernas, era casi como un juego y yo sonreía travieso al verla. Había descubierto casi todo su cuerpo y apenas habíamos hablado. Entonces me di cuenta de que una mirada había bastado todo el tiempo para saber qué pensábamos, qué deseábamos.

Una sonrisa mía para pedir permiso, un pequeño gesto de su cabeza y las bragas se deslizaron para que pudiera enterrar la lengua bajo la ligera mata de su pubis. Su mirada me decía que actuara con el cariño que sentía por ella, pero con decisión, que no me detuviera. Y así lo quería yo también. La besé con pasión, en los labios, en el ombligo, metiendo la lengua, penetrando el pequeño orificio, haciendo un camino de saliva siguiendo cada pequeño lunar de su cuerpo, colocando la cara entre sus piernas, lamiendo sus muslos, abrazándolos, sintiendo como se estremecía al acercarme a mi destino. Preparé el camino con las manos y los labios, acaricié cada palmo de su piel antes de aplicar la boca, enredé los dedos en su vello y me dediqué a ella, como si su placer fuera la única meta.
Eso me excitaba, hacía que mi polla se pusiera en tensión, que mi erección que aún duraba fuera más y más firme hasta sentir como me tiraba la piel. Cada movimiento de ella, cada espasmo al acercarse al orgasmo aumentaba mi excitación y mi sudor se confundía con el suyo. Después repetimos la experiencia anterior pero fue ella la que se dedicó a mí, besando todo mi cuerpo, lamiéndome, haciéndome sentir un orgasmo en el momento en que pasó la lengua por mis testículos y los cogió entre los labios.
Al día siguiente parecíamos dos amigos comunes, estuvimos tomando unas cervezas y charlando, pero si alguien hubiera oído nuestra conversación hubiera sabido que efectivamente éramos amigos, pero por una noche habíamos sido amantes. Esa tarde, tras acompañarla a coger su tren que salía a las 4, comprendí que con María había aprendido que para disfrutar de verdad del sexo hay que enamorarse de la otra persona, aunque solo sea durante una noche.
Saludos y felicidades, Charo, por tus revistas.

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