Relato erótico
Podia ser la solución
No entendía como la relación con su marido se había “enfriado”. Se querían, siempre habían sido muy apasionados pero… Llevaban unos días en un ambiente un poco tirante y ella le hizo una proposición.
Elena – Sevilla
Somos un matrimonio asiduos lectores de esta revista, tanto él como yo tenemos la misma edad, 53 años, y dos hijos ya casados. En nuestros treinta años de matrimonio hemos sido muy felices y si crees conveniente publicar nuestra historia, mi marido te lo agradecería ya que no sabe nada de esta carta que te envío.
Mi relato se remonta al mes de mayo del año pasado. Tengo que decirte que somos un matrimonio muy feliz en todo, sexualmente somos muy ardientes los dos pero, como suele ocurrir después de tantos años, últimamente habíamos caído algo en la rutina.
Cada vez nos distanciábamos más en nuestra relación sexual y sin saber porque, discutíamos por cualquier cosa sin importancia. En algunas ocasiones mi marido me había propuesto que fuéramos a un club de intercambio ya que me decía que él tenía ganas de echar un polvo a otra mujer y ver como a mí también se me follaban. Mi frase, bastante enojada por sus palabras, siempre era la misma:
– ¡Anda, estás loco si crees que me va a follar a mi alguien que no seas tú!
Yo no soy una mujer hermosa en todo el sentido de la palabra, pero sí reconozco que tengo atributos que pueden ser admirados e incluso deseados, por los hombres. No soy muy alta, pero sí tengo unos muy buenos pechos, aunque algo caídos por la edad y el peso, con pezones largos y fácilmente excitables, un soberbio culazo, redondo y salido, y un coño de gruesos labios y muy poblado de largos pelos negros. Sin saber porque, o quizá por esta negación mía a ser jodida por otros hombres, cada vez se deterioraban más nuestras relaciones.
A mí me dolía mucho ver tantos años de felicidad echados por la borda. Un día del mes de mayo del año pasado, él estaba muy serio, llevábamos horas sin haber intercambiado ni una palabra y entonces yo, instintivamente y sin saber exactamente a impulsos de qué, le dije:
– ¿Qué te parece Juan si vamos esa noche al club ese que dices, aunque no hagamos nada?
Me miró, entre asombrado y alegre, se le iluminaron los ojos y abrazándome, me dio un beso diciéndome:
– Vale, cariño, ponte sexy para que todos puedan contemplar a la mujer tan maciza que tengo.
Sobre las doce llegamos a este club y nos sentamos en una pequeña mesita rodeada de sofás muy bajitos de forma que a las mujeres se nos veía el muslamen más de la cuenta.
Yo me sentía cortada ya que todas las parejas eran mucho más jóvenes que nosotros pero al rato se nos acercó uno de esos matrimonios o parejas.
Nos preguntaron si podían sentarse con nosotros y al aceptarlos como compañeros de mesa, se sentaron y hablamos con ellos.
Nos dijeron que ellos solían ir a ese club una vez al mes pero nosotros les confesamos que era la primera vez. Después de haber tomado una copa, me sentía más animada y salí a bailar con mi marido.
Ya en la pista vimos como la mayoría de las parejas se metían mano al máximo. Tras dos o tres bailes, mi marido me llevó a un sitio que lo llaman el cuarto oscuro.
Me costó trabajo hasta que me adapté a la oscuridad y pude ver que allí había varias parejas, las mujeres estaban con las faldas arremangadas, las blusas abiertas y los pechos fuera. Mi marido empezó a magrearme las tetas y el culo, pues también me había subido la falda, que era muy amplia. Yo empezaba a calentarme.
Todo aquello tan desconocido para mi, me excitaba y más al ver como estas otras parejas no se cortaban y se magreaban a fondo. Así estábamos, sobándome mi marido las gordas tetas, que había sacado fuera de mi sujetador y de la blusa, con las dos manos, cuando noté que dos manos diferentes me tocaban a fondo el culo. No supe cómo reaccionar pero se lo dije a mi marido y éste, en voz baja, me contestó:
– Déjate hacer, que ya veremos lo que pasa.
No protesté, como mi marido me indicaba, hasta que una de aquellas manos se fue deslizando por mi entrepierna y metiéndose por la costura de la braga, llegó a mi coño. Yo no quería pero sin embargo me gustaba que me magrearan en presencia de mi marido. Fue entonces cuando, girando la cabeza, vi que era el hombre de la pareja que se había sentado en nuestra mesa. Mi marido, entonces, dejó de ocuparse de mi cogió, a la mujer de aquella pareja y empezó a magrearla, con una mano en las tetas y la otra supongo que en el coño ya que por mi postura, no lo podía ver. El hombre, que estaba detrás de mí, me besaba el cuello, mientras que una mano la tenía dentro de mi blusa, tocándome una teta desnuda, pellizcando mi largo pezón, y la otra en mi coño. Yo ya estaba muy mojada sintiendo, además, como algo muy duro se apoyaba en el profundo canal de mi culo. Eché una mano para atrás y me encontré con la polla, que no estaba nada mal, de este hombre y que ya se había sacado del pantalón. Acabamos los cuatro juntos, abrazados, y la mujer me dijo:
– A mi marido le has gustado nada más verte y al tuyo parece que yo también le caigo bien.
Yo estaba muy cachonda ya que este hombre seguía con uno o dos dedos tocándome el inflamado clítoris. Era la primera vez que un hombre que no era mi marido, no sólo me tocaba el coño sino que me masturbaba. Al final, vencida por el placer, abracé a mi marido al tiempo que le decía al otro:
– ¡Sigue, por favor, no pares ahora… sigue que me estoy corriendo…!.
Entonces su mujer me abrió la blusa del todo sacándome una teta y cogiéndomela con ambas manos, abrió la boca y empezó a chuparme el pezón. Eso fue la gota que colmó el vaso y exploté en un orgasmo salvaje, y noté como mis jugos salían hasta mis muslos.
Después de esta, mi primera corrida con los dedos de otro hombre en mi coño y la primera mujer que me comía las tetas, ya perdí toda la vergüenza y el pudor que podía tener. Volvimos a la mesa y nos sentamos cambiados, Juan junto a esta mujer y su marido a mi lado. Pedimos otra consumición y tanto mi marido como este hombre no paraban de meternos mano con toda la naturalidad del mundo, como hacían casi todas las parejas. Con la blusa aún desabrochada, el hombre me sobaba las tetas, lamía mis tiesos pezones y con la otra mano no paraba de acariciarme muslos y coño, que ahora tenía yo chorreante de mis jugos.
Estuvimos en la pista los cuatro juntos y una de las veces en que regresamos a la mesa, la mujer abrió la cremallera a mi marido, metió la mano y sacándole la polla, me dijo:
– ¿A ti no te importa que me coma esta cosita, verdad?
No dije nada, pero sonreí. Ella se inclinó, abrió la boca y se tragó todo lo que pudo de la polla de mi marido. Cuando empezó a mamársela, su marido pretendió que yo le hiciera lo mismo pero me negué y fue él quien, subiéndome la falda, se arrodilló ante mí, se agarró a mis muslos y separándome las bragas puso sus labios en mi raja, que no paraba de rezumar jugos. Así estábamos cuando mi marido propuso de pasar a los reservados. Al entrar, aquello me pareció una tremenda orgía.
Varias parejas estaban todas follando y haciendo numeritos. Eso fue demasiado para mi, ya no me importaba nada, sólo pensaba que por primera vez iba a poner los cuernos a mi marido estando él delante. Enseguida estábamos los cuatro como nos parió nuestra madre, pero bastante mayores. Mi marido me abrazó y me dijo:
– ¡Que feliz soy, cariño! ¿Verdad que no te importa que me folle a esta? Tú fóllate bien a su marido que yo voy a disfrutar follando y contemplando cómo me pones unos buenos cuernos consentidos.
-¡Sí, cabrón, me la van a meter bien ya que no aguanto más por lo cachonda que me he puesto! – le contesté.
No obstante aún me quedaba algo de pudor cuando me vi abierta de piernas con nuestro amigo comiéndome el coño, pero contemplando como mi marido ya se estaba jodiendo a su mujer, no pude aguantar y le dije a este hombre:
– ¡Fóllame, ya no puedo más!
Situándose encima de mí, me la metió al fondo de mis entrañas hasta que, tras correrme yo, con un bramido de él, sentí como derramaba dentro de mi coño toda su leche. Miré a mi marido y le dije:
-¡Juan, como me he corrido con el polvo que me ha echado…!. ¿Tú también has disfrutado con su mujer, cariño?
Ella me cogió la mano y me la llevó a su encharcado coño. Yo no sabía qué hacer pero ella me dijo:
– Anda, toca la lechada que me ha echado tu marido…
No sé el por qué pero me encontré metiendo los dedos en su coño mientras me decía:
– ¡Oh, sigue, sigue… no pares que me corro otra vez… oooh… sí… sí… que gusto me das… aaah…!.
Empezó a besarme en la boca y metiéndome los dedos en mi chumino, hasta que nos corrimos como dos cerdas. Por ser mi primera experiencia había disfrutado mucho, tanto con una polla que no era la de mi marido, como con las caricias de otra mujer. Cuando llegamos a casa, mi marido parecía otro por lo feliz y contento que estaba. Me abrazó y me dijo:
– He disfrutado mucho, cariño, contemplándote y viendo que tú también has disfrutado.
Me volvió a follar como hacía mucho que no me lo hacía. Después de esta primera experiencia creo que volvemos a ser la pareja que éramos antes, cariñosos, comprensivos y con el diálogo que habíamos llegado a perder por la monotonía del tiempo.
Después de esta vez solemos ir al club de parejas una o dos veces al mes. No por ello quiere decir que cada vez que vamos tengamos que follar con otros, aunque en este tiempo que ha transcurrido hemos tenido otras relaciones.
Hemos realizado tríos con otro hombre y mi marido para mi y con otra mujer y yo para mi marido. Con el primer matrimonio que conocimos hemos hecho amistad y salimos a cenar y bailar con frecuencia, aunque no siempre terminamos en la cama.
Gracias por leer mi historia. Un beso para todos los lectores y uno muy especial para ti, Charo.