Relato erótico
Plan de ataque
Estaba en la cama con su “follamiga” y de pronto le contó que se había acostado con los hermanos de una amiga. Había ideado un plan para que él pudiera “beneficiarse” a la hermana.
Hugo – Córdoba
Cuando mi “follamiga”, Silvia, me preguntó un día cuando saciados por la cotidiana entrega mutua, acariciaba mi pecho con sus suaves dedos, si me gustaba Laura, dudé unos segundos en contestarle.
– Me gustas más tú – le dije al final, acariciando la curva de sus nalgas.
Eso no era rigurosamente cierto. Mi Silvia tenía una carita angelical que, cuando follábamos adquiría unas expresiones diabólicas, unos ojazos negros igual que penas de amores, era delgada y bajita de estatura, 1,55, tenía unas pantorrillas excelsas y unos pequeños pechos blancos que me enloquecían, pero Laura era la reina de la escuela y más de una vez me había pajeado a su salud.
– No te pregunté eso – dijo.
– De gustarme, me gusta, ¿por qué? – pregunté.
– Porque el domingo, aprovechando que te fuiste al pueblo con la putita de tu prima, me follé a los gemelos, a los dos, y diseñamos un plan del que tú formas parte – me dijo
– ¿El plan pasa por Laura?- pregunté sorprendido, porque Laura era hermana de los gemelos y así como así, no concebía la idea.
– Pasa por ella, ¿te asusta?
No le contesté, o no directamente. De imaginar la escena, las dos escenas, mi Silvia follada por los gemelos simultáneamente y a mi dándole lo suyo a la hermana, la verga empezó a recuperar su rigor y mi insaciable amante me cabalgó por segunda vez en el día.
Saciados otra vez, le pedí que me lo contara. Ella me exigió que me pusiera entre sus piernas dando trabajo a mi lengua, para que el relato tuviera su compensación, así que puse “manos” a la obra, limpiando sus labios vaginales de los salobres fluidos de que estaban cubiertos, mientras ella empezaba a hablar
Conviene decir antes que los gemelos, César y Gustavo, estudiaban y eran mis compañeros en el equipo de fútbol en el que yo cubría con relativa solvencia la posición de lateral derecho. Eran dos chicos atractivos, rubios, de mediana estatura y fuertes. Eran de buena familia y tenían una bonita finca con un gran jardín y una pequeña piscina en la que más de una vez habíamos celebrado las victorias del equipo, en fiestecitas que nunca pasaron a mayores. Su hermana y mi compañera estudiaban en la misma facultad.
– El domingo empezó a decir Silvia- fui con Laura a su casa y también tenían que venir unas amigas, pero, por fortuna, no llegaron, de modo que en lugar de estudiar nadamos un rato y almorcé con toda la familia. Luego los padres se fueron a dar una vuelta.
Esto, amigos, no lo contó de un tirón, porque mi lengua jugaba entre sus piernas extrayendo su dulce néctar, porque mis labios recorrían todas las suaves y expuestas pequeñas partes que forman un sexo de mujer, porque mis dientes jugueteaban con su clítoris, mientras los dedos índice y medio de mi mano derecha entraban y salían a ritmo lento en su chocho, mismo ritmo al que mi mano izquierda acariciaba apenas la cabeza de mi verga.
– Para no hacer el cuento largo, tan pronto como Laura se fue a hacer la siesta, y se quedó dormida, me insinué sutilmente primero y abiertamente después, y a los veinte minutos ya me estaba follando uno de ellos por detrás, mientras mamaba la sabrosa tranca del otro.
– ¿Así que se la chupabas? – le pregunté succionando su clítoris
– ¡Así mi rey, así… así…!- exclamó, deteniendo su narración
Se corrió abundantemente, como acostumbraba y para aprovechar mi erección, le di vuelta.
– ¿Así te la metía? – le pregunté, uniendo la acción a la palabra.
– No, para nada, el chico tenía hambre atrasada, o ganas de mi.
Claro como no había echado antes dos polvos con la más bella de todas las putitas. No hablamos más. Su relato me había puesto cachondo y arremetía contra ella como le gustaba, gozando de la visión de sus inolvidables caderas apuntando hacia el cielo, su breve cintura, su torso recostado en la cama, mi verga que, pringosa, entraba y salía bajo mis ojos, en la húmeda cavidad de mi inolvidable amante. Un rato después, bebiendo la última cerveza, la pedí que se ahorrara el relato de su sesión con los gemelos y me contara su plan. Y empezó:
– No te contaré, pues, que me follaron como locos, que durante tres horas fueron y vinieron a su gusto y el mío por mis tres orificios, que terminé rota y rendida como hacía tiempo no quedaba, sin ofender a lo presente. Una vez vestida, les pregunté que cómo era que estaban tan “cargados”, gemelos, guapos, deportistas y con piscina. ¿Como es posible – les dije – que no ¨folléis más?
Me dijeron que no sabían como ligar, como convencer a una mujer.
Yo les dije entonces que podría gozarlos para mí, pero que no era egoísta y que podríamos tender una red, que me lo dejaran a mi, que de mi cuenta corría que, si me dejaban hacer, un domingo que sus padres no estuvieran podría montarles una sesión con otras dos o tres guapas compañeras. En su entusiasmo, amor, me besaron y me habrían follado otra vez, pero no los dejé. Luego les dije que tú tendrías que participar y que había una condición, que Laura jugara también, que si íbamos a tender la red, ella sería la primera víctima. Ante su silencio les prometí que la desvirgarías con cuidado.
Entonces, uno de ellos, César, creo, me dijo que no era eso, que Laura, de virgen nada. Finalmente acordamos que el sábado nos reuniríamos los cinco, sin que ella supiera de que iba, para integrarlos a ti y a ella a la red, para que me gozaran por segunda vez, y para planear el plan de ataque. El sábado, porque el viernes sus padres, que cumplen sus bodas de plata, salen de segunda luna de miel a Italia, así que tendremos la finca a nuestra disposición durante tres semana.
– ¿Y tú qué ganas? – pregunté.
– Follar a tope y tenerlos a mi disposición, como juraron, eso y muchas cosas más.
Esa semana, por supuesto, follé como un loco con Silvia. Las perspectivas que se abrían me ponían muy mal y la excitación apenas encontraba salida por el dulce coño de mi chica. Pasé revista a todas las compañeras, viéndolas como posibles “víctimas”. La sensual Vanesa, la tímida Patricia, la pequeña y rubia Paula… A todas las tuve en mis sueños, a todas en el cuerpo de Silvia cuando la follaba y aún así llegué listo al sábado para gozar de Laura.
Terminando el partido, que jugué a medio gas sabiendo lo que me esperaba, Silvia y yo nos fuimos a la finca de los gemelos, los tres chicos con el uniforme del equipo. Media hora después estábamos descalzos, tirados en el fresco césped bebiendo cerveza. Yo tenía la verga morcillona por los besitos de mi Silvia y el deseo de Laura. Mi chica se levantó y yo cerré los ojos dejando que la sensación de cansancio y el relax me inundaran, cuando me sobresaltó un potente chorro de agua fresca que cayó sobre mi. Abrí los ojos y vi a mi Silvia manguera en mano.
– ¡Estás muy sucio! – gritó entre risas.
Yo me dejé mojar sin moverme, porque con el pantaloncillo mojado la erección sería más que notable, hasta que mi chica se cansó y apuntó a César y Laura, que reían a mandíbula batiente. Sin dejar de reír, bañada por el chorro, Laura se lanzó sobre mi chica y, más fuerte que ella, la despojó, tras breve forcejeo, de la manguera, y procedió a su vez a bañarla. La escena fue de las más cachondas que recuerdo, os lo aseguro. La rubia Laura, de fuertes piernas y breve cintura, con sus pantorrillas desnudas, su pequeña mini tableada de igual color y su blusita con el escudo del equipo, forcejeando con mi trigueña Silvia, delgada y correosa, vestida con idéntico atuendo. El agua pegó las camisetas a sus cuerpos, resaltando los pequeños pechos de mi chica con los pezones erectos, esa cintura, ese abdomen de sueño… pero apenas me digné mirarlos y admiré los grandes pechos de Laura, cuyo equilibrio y audacia eran auxiliados por un pequeño sostén liso.
Resaltaban los músculos en tensión de sus bellas piernas y, desde nuestra posición, el breve tanga de Silvia, los blancos pantis de Laura, su culo generoso, sus firmes caderas.
Laura derribó a Silvia y rodaron por el suelo. Durante unos segundos cuatro bellas piernas volaron por los aires y las chicas se debatieron en breve pelea, hasta que Laura se irguió victoriosa, montando sobre mi chica, que aún reía a mandíbula batiente. Laura inmovilizó su brazo derecho con la rodilla y antes de que la otra mano quedara igualmente imposibilitada, Silvia desgarró la ligera blusa de Laura. El mórbido hombro dorado de Laura y uno de sus redondos senos escondido tras el sostén, salieron a la luz para deleite mío. Era un hombro dorado y apetitoso y un pecho de redondez evidente.
– ¡Con que sí, eh! – exclamó Laura – ¡Ahora vas a ver!
Rápidamente inmovilizó con su rodilla el otro brazo de Silvia, que seguía muerta de risa, y con sus manos libres subió la blusita de Silvia, exclamando con falsa sorpresa al ver esos pequeños pechos tan de mi gusto:
– ¡Pero que guarra!, ¿dónde dejaste el sujetador?
– Se lo di de premio a Pablito por el gran beso que me dio anoche – dijo mi chica, entrando descaradamente en materia.
– ¿Sí… y a mi qué me darías? – preguntó Laura y aprovechando la relativa inmovilidad de Silvia, la besó.
El beso fue largo y la lucha se fue convirtiendo en abrazo. Laura bajó las piernas dejando libres los brazos de Silvia y ante nuestros ojos, ante nuestra excitación creciente, sobre el verde pasto Laura acariciaba dulcemente los pechos de Silvia, mientras mi chica terminaba de romperle la delgada blusa. De la caricia, Laura pasó al magreo y pronto su boca atacó el pequeño pezón morado, a la vez que sus blancos pechos saltaban libres, gracias a que Silvia desabrochó el sostén. Eran, como lo preveía, unos pechos redondos y firmes, con grandes pezones rosados, que caían con todo su peso sobre el vientre de Silvia. Con la mano dentro del pantaloncillo me acariciaba pausadamente la verga, sin perder detalle de lo que hacían las chicas.
César y Gustavo, a su vez, se habían acercado y como yo, se tocaban.
Silvia acariciaba la desnuda espalda de Laura mientras esta seguía mamando sus pechos. Mi chica, que es muy caliente, empezó a gemir y bajó a las nalgas, por debajo de la faldita de Laura, metiendo sus manos dentro del blanco panti, despertando los gemidos de la chica. Al oírlos, Silvia empezó a restregar con fuerza su pelvis contra el bien torneado muslo de Laura y le bajó los pantis, descubriendo unas rosadas y rotundas nalgas, dignas de una revista de primera categoría.
Silvia hizo rodar a Laura sobre su costado, quedando encima de ella. Ahora se besaban con ansia y seguían gimiendo a más y mejor, hasta que César o Gustavo, pues son idénticos, apareció en escena. Acarició las nalgas de mi chica, que seguían moviéndose a ritmo infernal, las levantó un poco, apartó el hilo del tanga a un lado y le clavó la verga, gruesa, efectivamente, según pude ver, que entró como cuchillo en mantequilla.
Los embates del gemelo hicieron a Silvia olvidarse un poco de Laura y elevar poco a poco el espléndido culo para permitir una mayor y mejor penetración, mientras gemía, a más y mejor, sus palabras mágicas:
– ¡Más, más… más… así… así… mátame…!.
Laura, desatendida, se deslizó por debajo de Silvia para incorporarse, con los senos y las piernas desnudas, cubierta solo por la faldita plisada, como una imagen olímpica. El agitado pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración, y su mano buscó el desnudo sexo. A su espalda, me despojé del jersey y el pantaloncillo, sacando al sol mi fiel acero.
Laura retrocedió, recargándose en una pequeña mesita, para ver mejor como su hermano le daba verga a mi chica, en el momento en que el otro gemelo ponía la suya a la altura de la boca de Silvia, quien la engulló ansiosa.
Laura parecía haber olvidado mi presencia, comiéndose con los ojos la pornográfica función que nos estaban dando, hasta que sintió mis manos en su cintura. Al tocar su suave piel, tan deseada, en un momento de tal calentura, sentí una especie de descarga eléctrica que se comunicó al cuerpo de la rubia, porque se estremeció y soltó un suspiro. Sin decirme nada, apoyó las manos en la mesita de marras, se inclinó, sacó la pelvis hacia atrás, mostrando generosa sus caderas, y abrió las piernas, todo ello, sin dejar de mirar con los ojos muy abiertos.
Acaricié sus nalgas levantándole la falda. Coloqué mi verga entre ambas carnosidades, a lo largo de la sutil línea, sintiendo su suave caricia. Ella se inclinó más, pasó su mano por debajo de su sexo tomando mi verga con sus manos, y la llevó a su chocho cubierto de rubia pelusa y, para entonces, más mojada que el mar.
Yo había perdido de vista la escena, con los ojos cerrados disfruté la lenta penetración, sintiendo en cada parte de la verga la cálida y húmeda caricia de la sabrosa piel interna de su vagina. Con la cabeza recostada en su espalda y agarrando firmemente su cintura, inicié un lento metisaca, tratando de no prestar atención a los gemidos y guarradas gritados por Silvia y los gemelos, aunque sí a los de la hermanita.
Cuando me corrí, con un largo gemido, mordiendo su elegante cuello, me sentí el hombre más feliz del mundo.
Saludos