Relato erótico
Placer inesperado
Casada desde hace años, pero, confiesa que nunca ha tenido un sexo satisfactorio con su marido. Jamás pensó en serle infiel, pero a veces las situaciones se presentan sin que uno las espere.
Cristina – Barcelona
Unos días antes de la boda y muy cachondos los dos, acepté que se colocara encima de mí y metiera su polla en mi coño. Me desvirgó pero no lo consumamos pues él, antes de que yo llegara al orgasmo, me la sacó de un golpe y se corrió fuera de mí, sobre mi estómago. Aquello me excitó muchísimo y aunque me dejó más caliente que antes de probarlo, pensé que mi vida sexual iba a ser todo un éxito. No obstante, al llegar a mi casa, me liberé de la tensión con una buena masturbación en solitario. Nos casamos hace veinte años, ahora tengo 43, y en todo este tiempo no he conocido otra polla que la de él. La tiene hermosa pero con un problema bastante grave, al menos para mi, y es que mi marido sufre de lo que se llama eyaculación precoz. Me la mete, se mueve unos segundos y ya grita que se corre. Noto perfectamente su eyaculación pero yo, normalmente, tengo que masturbarme luego en el lavabo para calmarme. Nunca se lo he dicho e infinidad de veces simulo mi placer para no herirle en su orgullo de macho.
Nosotros vivimos todo el año en una casa adosada, situada en una gran urbanización y lo que voy a contar, y que dio principio a un cambio en mi vida sexual, ocurrió una tarde en que decidimos ir a ver, con unos vecinos de la casa de al lado un campeonato de tenis. Martín era y es muy amigo de mi marido pero su mujer no lo era tanto de mi pues era bastante más joven que yo y ya tenía su particular círculo de amistades. En la pista del tenis estábamos sentados, Martín, mi marido, la mujer del amigo y yo. Cuando empezó el primer partido noté varios roces por parte de Martín. No le di importancia, achacándolo al nerviosismo del partido ya que tanto él, como mi marido, son forofos de este deporte. Al poco rato, Martín colocó su mano en mi cintura y me comentaba las jugadas, diciéndome lo que hubiera hecho en tal o cual remate. Nunca se había comportado así, siempre había sido un hombre muy correcto conmigo así que, de nuevo, no le di importancia aunque tengo que reconocer que la exagerada presión de su mano me ponía un poco nerviosa.
Al acabar el encuentro, en el que ellos se divirtieron muchísimo y yo, como siempre, me aburrí como una ostra, decidieron ir a cenar en algún buen restaurante. Salimos del estadio apretados como sardinas en lata. Para mi era incomprensible que tanta gente fuera a ver un juego tan aburrido en el que sólo, opinaba yo, debían divertirse los que jugaban. Mi marido iba delante y yo tras él. Después la mujer de Martín y tras esta, él. De pronto sentí como algo muy duro se me pegaba a las nalgas. Giré la cabeza y vi que era Martín que iba pegado a mi mientras su mujer miraba a otro lado. No dije nada pero me sorprendió mucho su actitud. Iba a separarme, acercándome más a mi marido, cuando de pronto Martín me agarró con una mano por la cadera y me apretó hacia él. Aquello tan duro quedó pegado a la raja de mi culo. Me puse tan nerviosa que, cuando se me despegó al llegar a la salida, mi marido me dijo que estaba muy colorada. Le contesté que sería debido al agobio de tanta gente apretujándote.
Mientras nos dirigíamos al restaurante, estuve un rato en silencio, pensando en lo ocurrido. Jamás había tenido ningún secreto con mi marido pero como Martín era un gran amigo y yo no quería problemas, hice como si no hubiera pasado nada.
Empezamos a cenar y al poco rato noté como Martín me miraba a los ojos ya que lo tenía sentado frente a mi. Con asombro, comprobé que el muy descarado se había descalzado. Su dedo gordo empezó a tocarme despacio, desde mis pies hasta la rodilla. Luego bajaba de nuevo. Así una y otra vez pero cuando intentó tocar más arriba, cerré las rodillas.
Con toda la cara, al notarlo, él presionó. No sé si fue el morbo de sentirme acariciada bajo la mesa por un hombre que no era el mío, la presencia de mi marido y de su mujer, que no se enteraban de nada, o la imposibilidad de poder montar el número cambiándome de asiento, lo que hizo que, muy despacio, separara las rodillas. En menos de un minuto esta zona empezó a humedecérseme. No me atrevía ni a mirarlo. Pensaba que mi marido me iba a descubrir si lo hacía, pero sentía tanto gusto que abría y cerraba las piernas muy despacio y varias veces. Me imaginé que Martín tendría la polla dura como un palo y mi coño necesitaba, en este momento, eso precisamente. Armándome de valor, me disculpé, me levanté y me fui al lavabo.
Me metí en uno de los reservados, pasé el pestillo y levantándome la falda hasta la cintura, me bajé las bragas. Mi mano fue directamente a mi mojado coño. Metí los dedos, busqué mi clítoris y no me faltó ni un minuto para tener un orgasmo como jamás lo había tenido tocándome yo sola. Cuando me tranquilicé me limpié el coño con un papel, me arreglé la ropa y salí, pero mientras me lavaba las manos tuve la impresión de que, en vez de calmarme, como yo pensaba, lo que mi masturbación y su correspondiente orgasmo hizo fue ponerme aún más cachonda. Cuando estuve otra vez sentada, de nuevo Martín buscó mi entrepierna y así, en las dos horas que duró la cena me estuvo tocando el muy sinvergüenza. Aunque, a decir verdad, yo también era una descarada ya que no hice nada para apartarme, al contrario, seguía abierta de piernas bajo la mesa para que aquel dedo tocara, con suma facilidad, mi otra vez encendida raja. Al llegar a la urbanización y despedirnos dándonos un beso en las mejillas, Martín me dijo al oído:
– Por la cara que ponías te habrá gustado, ¿verdad? – y a continuación añadió. – ¡Ya te llamaré!
Su mujer, como suele hacerse en estos casos en que alguno no se lo ha pasado tan bien como los demás, se despidió diciéndonos que esperaba salir de nuevo juntos, pero su voz sonaba muy fría. Entramos en casa. Mi marido y yo fuimos al lavabo juntos y como cada noche, completamente desnudos, nos lavamos. Mi coño hervía de deseos de ser penetrado. Aún sentada en el bidet, mi marido colocó su polla a la altura de mi boca y sin más me la metió entre los labios. Me la tragué y comencé a chupársela, acariciando con una mano sus gordos testículos aunque, sin poder evitarlo, pensando que la polla que mamaba y los huevos que sobaba eran los de Martín. Cuando mi marido la tuvo bien dura, me la sacó de la boca, yo me levanté y, mientras nos besábamos en la boca, me introduje dos dedos en mi coño. Mi necesidad de polla era inaguantable.
Mi marido intentaba retrasar el momento de la penetración, ya que como he dicho, siempre se corría en un momento pero yo estaba deseando una polla más que nunca. Por fin se colocó entre mis muslos y después de pasar el capullo de arriba a abajo, empujó y me la metió pero como yo, al sentirme penetrada, empecé a agitarme buscándome el placer que tanto necesitaba, él me suplicó:
– ¡Por favor, no te muevas… quieta… no… aaah… que me corro… quieta… aaah…!.
En el acto se puso tenso y noté la descarga de su leche hasta el fondo. Con ambas manos lo apreté con ganas del culo y removí las caderas. Su polla aún estaba relativamente dura dentro de mi. Pensé en Martín, en su dedo en mi raja, en su polla que aún no había visto ni sentido, y con un tremendo gemido tuve un orgasmo bestial. Mientras lo disfrutaba continuaba moviéndome y así, al poco rato, tuve otro. Llegué al clímax, en cada uno de ellos, gimiendo como una gata y pidiendo que me metiera los dedos en mi agujero.
Por la mañana me despertaron las caricias que mi marido me daba en el coño. Me dejé hacer pensado, una vez más, en Martín. Esta vez no llegué a correrme pero fingí un orgasmo. En tantos años de matrimonio con un eyaculador precoz, me había convertido en una maestra en el arte de la simulación del placer.
– ¡Vaya ración de sexo que te he dado… anoche uno y ahora otro! – presumió mi pobre marido, ya los dos en el baño.
Todas las mañanas de domingo, mi marido se iba andando hasta el pueblo y regresaba a la hora de comer. A poco de irse sonó el teléfono. El corazón me dio un vuelco. Antes de que lo cogiera uno de mis hijos, me abalancé al auricular. Era Martín
– ¿Está tu marido? – preguntó tras darme los buenos días.
– No – contesté – Se ha ido al pueblo andando, como cada domingo.
– Ponte el chándal y sal en dirección al pantano. Allí te espero – añadió.
Le dije que no podía ser y todo lo que se me ocurrió para disuadirle pero él insistió:
– Venga mujer, sé que lo deseas tanto como yo… lo haremos bien y no temas, nadie se va a enterar.
En un segundo recordé la noche pasada, las ganas locas que tenía de él mientras follaba con mi marido y le dije:
– ¡En cinco minutos salgo!
A los pocos minutos oí el ruido de un coche. Era Martín. Me puse tan colorada que al abrirme la puerta, notándolo, me dijo:
– No pasa nada, cariño, no tengas miedo.
Me senté a su lado y él, agarrándome una mano y llevándomela a su entrepierna, me dijo:
– ¡Mira como estoy desde que has aceptado verte conmigo a solas!
Dejó mi mano sobre aquella barra que yo notaba muy dura bajo mis dedos, acercó la suya a mis pechos, me la metió por la abertura de la cremallera del chándal y al acariciármelos, lanzó una alegre exclamación al notármelos desnudos.
Yo estaba dispuesta a entregarme a él allí mismo, pero Martín más consciente que yo, arrancó el coche y al cabo de unos minutos lo metió en una espesura, entre unos altos arbustos con lo que todo el coche se cubrió con ellos..
– ¡Bájate el pantalón! – me dijo muy excitado – ¡Sácatelo Cristina, déjame ver tu coño!
Como pude le obedecí. El lugar no era nada cómodo para que una se moviera con facilidad pero logré quitármelo. Ahora, dentro del coche, mi desnudez era total. Martín metió su mano entre mis muslos y sus dedos buscaron, hasta encontrar, mi ya endurecido clítoris. Sin dejar de tocármelo, colocó una mano en mi nuca y me la apretó dulcemente para hacer bajar mi cabeza en dirección a su polla, a su gordo capullo. No opuse ninguna resistencia. Sin soltarle la polla con una mano, saqué la lengua y se lo lamí despacio hasta metérmelo entero en mi boca. Cuando comencé a chupar, Martín guiaba mis movimientos con una mano mientras que con la otra seguía sobándome, ahora con mucho ardor, los labios de mi coño, rabioso por tener su polla dentro. Al final, cuando la tenía extremadamente dura entre mis labios y me costaba chupársela, me la saqué y le dije:
– ¡Por favor, no puedo más, quiero sentirla dentro… métemela de una vez… dame gusto!
– ¡Sigue chupando! – me contestó en un susurro – ¡Chupa, no pares… después te la meteré… ahora no pares… no…!.
Después de chupar no sé cuánto tiempo aquella estaca tan dura e incluso doliéndome los labios, me dijo:
– Deja, túmbate, ahora quiero comértelo yo… quiero saber y disfrutar del sabor de tu coño.
En el acto inclinó los asientos y cuando yo me tumbé, con los muslos muy separados, puso la cabeza entre ellos. Con una mano apretaba, sobaba e incluso hacía el movimiento como si me los ordeñara, mis gordos pechos. Con los dedos de la otra entreabría los labios de mi coño para acceder con su lengua a toda su superficie. Aquella lengua era como una serpiente que no dejaba nada por recorrer. A veces se metía en mi agujero, como si me follara con ella y yo no podía reprimir mis gemidos. Mi cuerpo iba de un lado a otro mientras mordía mis labios con los dientes, gimiendo y pidiéndole que no dejara de chupármela. Entre suspiros y gemidos de placer me llegó el primer orgasmo al mismo tiempo que Martín tenía uno de sus dedos en mi ano, entrando en él hasta el fondo.
Estaba como loca, todo mi cuerpo ardía y mientras intentaba chupársela lo mejor que sabía, no paraba de pedirle más y más. Por fin dejó su lengua y se echó encima de mi. Su gorda polla se restregaba por la raja de mi almeja pero sin entrar. Creo que le pedí que me penetrara a gritos. Se la cogió con la mano y me la colocó en la entrada. De un empujón me la metió entera. Tenía la punta caliente como un hierro al rojo y no cesaba de entrar y salir una y otra vez.
Yo estaba loca al comprobar que aquella verga, al contrario de la de mi esposo, no se corría sino que seguía follándome cada vez con más violencia. Al poco rato sentí otro orgasmo y él, al notarlo, aceleró los movimientos de la follada. En el momento del placer más intenso, cuando me estaba corriendo otra vez, le pedí que se corriera conmigo y él, apretándome con fuerza del culo, exclamó:
– ¡Sí, toma… toma toda mi leche… sí, ahora.. ya… aaah…!.
Sentí perfectamente la entrada de su leche de macho. Noté como me golpeaba en sucesivos choques en lo más profundo de mi vagina y me sentí más mujer que nunca, o quizá sería mejor decir que mujer al fin. Estuvimos un rato allí, abrazados, notando como en mis entrañas, aquella hermosa polla que tanto gusto me había dado, estaba perdiendo fuerza. Cuando al final, salió de mi por su propia voluntad Martín, sentado a mi lado, volvió a cogerme de la nuca, empujándome hacia abajo.
– ¡Chúpamela otra vez! – me dijo – Si lo haces bien soy capaz de follarte de nuevo… ¡Me calientas como nunca me ha calentado una mujer!
Yo nunca había mamado la polla de mi marido después de follar. Sabía que estaba llena de mis jugos y de su leche pero no por ello me negué a complacerle. Me incliné, se la cogí con una mano y con la otra los cojones y metiéndomela en la boca, comencé a chupársela con todas las ganas del mundo. Su sabor me excitaba pero más el comprobar que, al poco rato de mamársela, empezaba a endurecerse entre mis labios. Chupé y chupé hasta que de nuevo estaba como una roca. Entonces me la sacó de la boca. Pensé que iba a pedirme que me tumbara de nuevo pero, con gran sorpresa por mi parte, me preguntó:
– ¿Tu marido te ha dado alguna vez por el culo?
– No, nunca me lo ha pedido – dije, algo asustada.
– ¡Me gustaría tanto hacerte algo por primera vez, algo que nunca nadie te hubiera hecho… así jamás te olvidarás de mi! – añadió mientras, con dulzura, acariciaba mis pechos.
Le miré con miedo en mis ojos. Me había dado un placer muy intenso, un placer que yo jamás había sentido. Había sido el primer hombre de verdad en mi vida. Quizá sí que se merecía un premio, una compensación por el placer que me había proporcionado.
– Tienes la polla muy gorda – dije al fin – Mi culo es muy estrecho, pero si lo haces con cuidado, con dulzura, despacio…
Al oír estas palabras, Martín pareció volverse loco. Me abrazó y besó con intensa pasión.
A continuación, cogiéndome de la mano, me hizo bajar del coche. Si había estado excitada dentro del vehículo ahora, fuera de él y completamente desnuda, el morbo casi me hizo correr. Me llevó hacia el capó del coche y me hizo inclinar sobre él dejando mi culazo ofrecido. A continuación me separó las nalgas con ambas manos y llevó su lengua a mi ano. Al sentir la dureza de su capullo contra mi ano, me encogí llena de un miedo atroz por lo que él comenzó a acariciarme la base de mi columna vertebral con lentos pasos de sus dedos. No sé si aquello era lo que se acostumbraba a hacer pero la cuestión es que la caricia me fue tranquilizando y cuando menos lo esperaba, de un solo golpe, todo su glande se me metió en el culo.
Lancé un grito tremendo pero ya no había nada que hacer. La verga se estaba metiendo en mis entrañas sin posibilidad de escapar. Notaba mi ano abierto a tope, casi a punto de romperse y como aquella enorme lanza entraba y salía de mi con movimientos lentos pero seguidos. Jamás me había sentido tan poseída, tan entrega a un hombre. No podía hacer nada. Mis manos, mi boca y mi coño no servían para nada. Sólo mi culo estaba en posesión del macho. Por fortuna acabó llevando una de sus manos a mi coño y mientras me daba por el culo, cada vez más rápidamente, me acariciaba el clítoris. Esta maniobra acabó por disimular el dolor de mi ano y cuando él eyaculó, dejándome el trasero como un lago, yo me corrí chillando como una bestia. Cuando salió de mi y mientras me besaba en la boca, tuve que reconocer que el culo me dolía horrores pero que mi orgasmo había sido magnífico. Desde este domingo visitamos nuestro sitio particular, cerca del pantano, siempre que tenemos ocasión.
Besos calientes para todos.