Relato erótico

Placer extremo

Charo
28 de febrero del 2020

Desde hace tiempo esta loquito por una compañera de trabajo. Se saludaban y hablaban de cosas sin importancia. Aquel día, en cuanto la vio, supo que no resistiría más. Se acercó y le dijo si podían verse al salir.

Miguel – Madrid

Todo empezó en la oficina donde trabajo. Me llamo Miguel y mi complaciente amante, Silvia. Ella es morena, no muy alta, sus ojos son negros como el azabache, cuando los miro siento que me pierdo en ellos, son grandes y de mirada muy intensa, cuando me mira más de un segundo noto como que pierdo el sentido y el concepto del tiempo, mi polla se endurece inmediatamente como si hubiera sido activada por un resorte. Tiene unos pechos grandes y bien proporcionados, muy redondos y con unos pezones oscuros que se erizan al menor contacto, incluso con el roce de la ropa, me vuelven loco cuando los noto debajo de sus camisetas, siempre muy ajustadas.
Llevábamos más de un año trabajando juntos, me volvía loco. La gota que colmó el vaso y me hizo decidir a decirle algo, fue un viernes que vino con un vestido muy ceñido, sus pezones se notaban duros como piedras debajo de la fina tela, la falda no muy larga, por encima de la rodilla pero sin llegar a ser mini. Cuando mi vista pudo, por fin, separarse de sus ojos, bajé la vista hacia sus magníficas piernas y su culo perfecto. Estuve toda la mañana intentando coincidir con ella en el cuarto de descanso, sin conseguirlo. Llegó la hora de comer y no había logrado hablar con ella, en mi mente estaba viendo la figura impresionante de mi compañera de trabajo. Mi polla era imposible de calmar, cuando empezaba a flaquear, volvía a mi mente su cuerpo y otra vez se me ponía como el acero, era una locura. A media tarde, por fin, logré encontrarme con ella, en ese momento coincidió que vino otra compañera que hacía poco había tenido un hijo y comenzamos a hablar de ello. En un momento dado, Silvia dijo.
– Los niños son preciosos -y con voz suplicante añadió- yo quiero uno.
Aproveché el momento para atacarla.
– Si quieres uno, no tienes más que pedírmelo.
Me miró con esa mirada profunda y casi me muero, intentó decir algo, pero no lo dijo.
– Te apetecería tomar algo a la salida, así charlamos y pasamos un rato divertido – dije aprovechando el momento en que la otra compañera salía del cuarto.
– Vale, lo que pasa es que suelo salir más tarde, media hora después que tú.
– No importa, hoy hago horas extras gratis – dije medio riéndome.
– Entonces vale, ¿nos vemos en el bar de abajo?
– Mejor no, te espero a la salida y vamos a un sitio más tranquilo. Mejor cambiar de sitio, que la gente del trabajo suele pasar siempre a tomar algo a la salida y, ya sabes, mejor no dar que hablar.
– Vale, pues te veo luego.
A la hora señalada ya estaba con mi coche esperando en la puerta. Fue la primera en salir, no se si por las habladurías o porque tenía ganas de estar conmigo, el caso es que se montó en el coche y nos dirigimos a un pub de un amigo, un sitio tranquilo, con poca iluminación y música no muy alta. Comenzamos a hablar del trabajo y poco a poco nos adentramos en otros temas más interesantes, hasta que por fin me armé de valor (y de las cervezas que llevaba) y le dije todo lo que me vino a la mente en ese momento.

– Silvia, yo quería hablar contigo de cosas más importantes, por lo menos para mí.
– Dime…
– Pues te diré, que llevo un mes que no puedo apartar los ojos de ti, me tienes loco, ni siquiera duermo bien – dije exagerando la cosa.
– Bueno, yo también he notado que no parabas de mirarme y la verdad, me gustas mucho, pero no sabía como hacértelo notar.
– Me lo has echo notar con creces – dije yo ya sin cortarme – estoy todo el día empalmado pensando en ti, no puedo pensar en otra cosa.
– Que bruto eres.
– Pues creo que es el momento de ir remediándolo, ¿qué te parece si nos vamos a casa, cenamos algo y luego…? Bueno, ya veremos.
– Vale, me gusta la idea – dijo.
Llegamos a casa y preparamos algo rápido para cenar. Yo seguía “erecto”
desde que la vi, ella no paraba de mirarme el paquete poniendo ojos de deseo. De vez en cuando, rozaba su culo con mi polla, mientras le susurraba cosas al oído.
– Mira como me tienes, creo que me va a reventar.
– A mí me tienes con las bragas empapadas del roce de tu polla -me decía sin cortarse.
– Es que no lo puedo resistir, ese culo debe de hacer maravillas.
– Ya te lo demostraré más tarde…
Nos sentamos a cenar, charlamos de nimiedades, aunque según pasaba el tiempo, la charla se fue volviendo más y más caliente. Ya no podía más, así que empecé a meterle el pie, por debajo de la mesa, entre sus piernas. En cuanto sintió el contacto de mi pie, las separó dándome a entender que quería que profundizara. Cuando llegué a sus muslos me di cuenta de que no mentía al decirme lo caliente que estaba, tenía empapados los muslos con su flujo. Me levanté y, acercándome a ella, saqué mi polla. Se metió mi polla de un golpe en la boca. Creí que me corría pero logré retenerme, llevaba todo el día excitado y a punto. Saboreó las gotas que manaban de mi polla con deleite, pasaba la lengua una y otra vez sobre la cabeza para después, con gran voracidad, tragársela entera.
Con su mano libre masajeaba mis huevos mientras su lengua hacía maravillas sobre mi polla. No se cuanto duré, pero no mucho, comencé a notar como mi semen subía sin poder remediarlo, no me resistí y de mi polla salieron litros de semen, una corrida como no había tenido en mucho tiempo. No paraba de salir, de su boca comenzaban a resbalar los primeros chorros, señal de que mi corrida había sido inmensa. Miraba su cara y veía los esfuerzos que hacía para poder tragarlo todo, pero por la comisura de sus labios resbalaba ya gran cantidad.
-Mi coño está a punto de ahogarse, no paro de manar flujo, estoy deseando que me la metas. ¡Quiero sentir tu polla dentro!
No me hice de rogar, ante sus palabras, mi polla se puso firme, le quité la ropa lentamente, deleitándome con cada prenda que caía.

Primero el vestido, apareciendo esos tremendos pechos que pugnaban por salir, el sujetador era incapaz de contenerlos, mi polla dio un nuevo salto golpeándome el estómago. Cuando resbaló su vestido por las caderas apareció su entrepierna, cubierta con un mini tanga, dejando apreciar el bulto de su pubis. Era maravilloso, no podía seguir a ese ritmo o me correría otra vez sin habérsela metido. Baje definitivamente su vestido y le puse las manos en sus tetas, los pezones reaccionaron de inmediato, se pusieron duros como piedras, marcándose sobre la fina tela del sujetador. Se lo quité y comencé a mamarlos con avaricia, queriendo comérmelos, aunque mi boca no daba ni para tragar la mitad, sus pechos eran inmensos. Ella no paraba de gemir.
– Mmmmhhhh…, para, quiero correrme con tu polla dentro de mí y si sigues comiéndote mis pezones no voy a poder.
Paré y me fui directo a bajarle el tanga, ante mí apareció el coño más abierto y empapado que me haya comido nunca. Su clítoris asomaba la cabeza como incitándome a morderlo y chuparlo. Eso hice, me lancé a por él con ansia, en cuanto lo toqué con la punta de mi lengua, empezó a dar unos gemidos inmensos, retumbaban por todo el salón, señal de que estaba a punto y muy excitada.
No perdí mucho tiempo en estos menesteres, ya lo tendríamos después, cuando hubiéramos saciado nuestros primeros deseos irresistibles. La tumbé suavemente en el sofá y mientras la besaba ardorosamente, comencé a meterle mi polla en el coño, intentó gemir, pero todos ellos fueron a parar a mi garganta. Metía mi lengua profundamente en su boca mientras clavaba mi tremenda polla en su cálido y receptivo coño. Mi polla había alcanzado unas dimensiones que no recordaba haber tenido nunca, tal era el grado de excitación al que me llevaba mi complaciente compañera de trabajo. Su coño era como un guante, se cerraba sobre mi polla como si intentara quedarse con ella, no dejármela sacar jamás. Comenzó a gemir como una posesa mientras me pedía más.
– ¡Dame más fuerte, más rápido! No pares, más, quiero máaaaaas…
Yo intentaba darle más fuerte en su precioso coño, pero era imposible, la velocidad era de vértigo y mi polla amenazaba con correrse. En un momento dado, dijo con voz entrecortada.
– Para, para. Quédate un momento quieto, vas a ver lo que es bueno.
Yo no sabía por qué me pedía que parase si un momento antes me estaba pidiendo más velocidad y fuerza, pero enseguida lo note.
– ¡Ohhhh! -dije notando como su coño estrujaba literalmente mi polla.
– ¿No te habían estrujado la polla nunca como yo lo hago, no? Pues voy a hacer que te corras únicamente con la fuerza de mis contracciones de chocho, vas a saber lo que es bueno.
La potencia con la que comprimía mi polla era increíble, no tardé nada en correrme. Debía notar que me iba a correr porque, adelantó sus caderas clavándose mi polla hasta el fondo y soltando un alarido increíble, mientras yo notaba como un líquido abundante cubría mi polla desde el fondo de su coño, se estaba corriendo y yo, para no ser menos y notando la calidez de ese líquido, empecé a soltar chorros como un loco.

Nos quedamos tumbados el uno sobre el otro mientras nos reponíamos. Cuando me levanté de encima de ella, mis piernas no me sostenían, me había corrido dos veces con gran intensidad, parecía que no me había corrido nunca, como un primerizo. Ella seguía tumbada en el sofá, sus ojos extraviados, como si no estuviera. Aún le temblaba el estómago, como si no parara de tener orgasmos. Se acariciaba los pezones con mimo, mientras yo veía como decrecían por momentos.
– Hacía mucho que no disfrutaba tanto -decía mientras se masajeaba los pechos- no me acuerdo de haber tenido una polla tan grande y jugosa dentro de mi coño, a partir de ahora, estaré dispuesta siempre que quieras, no quiero perder esa polla nunca.
-Tranquila, esta es para ti, estará siempre a tu servicio, en el momento que te apetezca.
Nos dimos una ducha relajante y nos fuimos a dormir, ella decidió quedarse el fin de semana conmigo en mi casa. Ya de madrugada me desperté sobresaltado y con una tremenda erección, no podía dejar de pensar en ese cuerpo, que de momento, tenía a mi disposición. Tenía la polla dolorida a causa de mi erección, así que traté de ponerle remedio. Me fui acercando a Silvia, rozando la punta de mi polla con su tremendo culo, ella se movió al notar mi presencia y abrió ligeramente las piernas. La cogí de la cintura (estaba de espaldas a mí) y comencé a acariciar sus tetas, sus pezones, como siempre, respondieron al contacto y se pusieron rápidamente erectos. Comencé a susurrarle cosas al oído.
– Silvia, eres la mujer más bella con la que he estado nunca. Tu cuerpo me vuelve loco – dije mientras una de mis manos ya exploraba su coño.
Empezó a gemir, acerqué lentamente mi polla a su cueva trasera y traté de meterla. Silvia abrió los ojos y me miró fijamente.
– Miguel, soy virgen por el culo. Por favor, trata de no hacerme mucho daño – dijo aún con signos de sueño.
– Tranquila, voy a ser lo más suave posible, no te preocupes por nada, si ves que te hago daño me avisas y paro – dije, mientras mi mano llena del flujo que manaba de su coño, se dirigía a su agujero, lubricándolo.
Comencé a hacer presión con mi polla, realmente era muy estrecho, no avanzaba nada en la postura en que nos encontrábamos. La dije que se pusiera a cuatro patas, puse la almohada en su vientre y quedó el agujero a mi vista, así como el tremendo clítoris que asomaba entre los pliegues de su coño. Fue una visión espectacular, me cogí la polla y la apoye en su entrada trasera, comencé a empujar y empezó a entrar la cabeza de mi polla muy despacio. Silvia se quejaba pidiéndome que parara, pero yo sabía que si paraba ahora, nunca me dejaría entrar por allí, así que empuje en plan bestia y metí la cabeza de mi polla de un golpe. Su grito fue tremendo, yo paré dejando que se acostumbrara al grosor.
Al momento comencé a moverme lentamente, en cada movimiento metía un poco más mi polla. Llegó un momento en que los gritos de Silvia se convirtieron en gemidos de placer, le estaba gustando, mis manos seguían excitando su clítoris y sus tetas, el flujo que manaba de su coño era mucho, tenía las manos empapadas.

Las llevé a su boca para que probara el sabor de su flujo, mientras mi otra mano abandonaba sus tetas y continuaba su labor en el coño, metiendo dos dedos dentro de él y moviéndolos al ritmo de mi polla en su culo. Podía notar en el interior de su coño como mi polla entraba y salía de su culo. Silvia chupaba golosa los dedos de mi mano tragándose su flujo y gimiendo al mismo tiempo.
– Estoy a punto de correrme, si no paras de sobarme el clítoris, creo que no voy a poder resistir más.
– Aguanta un poco, quiero que notes como me corro en tu culo, vas a tener la mejor sensación que has tenido nunca, espera y verás.
Di cuatro embestidas bestiales y empecé a correrme dentro de su culo, Silvia comenzó a gritar a la vez que manaba un torrente de su coño, señal de que se estaba corriendo.
– ¡No puedo más! ¡Jamás había sentido nada igual!
Después de un rato, ya descansados, nos dimos una ducha y dormimos hasta la mañana siguiente. Fue un fin de semana increíble, lo pasamos desnudos todo el tiempo, follando donde y cuando nos apetecía. Al menor descuido, ya tenía su boca chupándome la polla, al igual que yo la cogía por sorpresa en cualquier momento, follándomela.
Besos.

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