Relato erótico
Pillada infraganti
Eran felices, se querían, pero el sexo era rutinario y algo aburrido. No le gustaba fantasear, pero ya se había resignado. Aquella noche, los invitaron a una fiesta de cumpleaños de un amigo que vivía en una casa de campo. La noche transcurría normalmente, buena cena muchas copas y música. De pronto vio a su mujer bailando muy “cariñosamente” con un tío y se dedico a espiarlos.
Ramón – Valladolid
Ingrid y yo llevamos 10 años casados. Somos un matrimonio feliz pero, de un tiempo a esta parte nuestra vida sexual ha ido a menos y, últimamente, es casi inexistente. Mejor dicho: era casi inexistente hasta que ocurrió lo que contaré a continuación.
Ingrid es un poco mayor que yo. Tiene 41 años pero se conserva muy bien. No es extraordinariamente bella pero si tiene un buen cuerpo y, sobre todo, mucha clase y elegancia y algo, no sé qué, que atrae tanto a hombres como a mujeres. Por mi parte soy un tipo alto y musculado que no está mal. Sin embargo hay algo de lo que ella carece, o eso pensaba yo, y es que no le va mucho el sexo. Nuestras relaciones siempre han sido poco eróticas, con poco morbo. Mis fantasías nunca le han entusiasmado y algunas prácticas sexuales, como la sodomía, me las ha negado siempre.
Yo soy celoso pero aun así imaginar a mi mujer con otro hombre o haciendo un trío me excita muchísimo. Nunca le he propuesto hacerlo, pero si hablar de ello para ponernos cachondos y ella nunca ha querido hablar mucho del tema, aunque he podido comprobar que el solo hecho de habérselo mencionado ha conseguido que en esas ocasiones estuviera mucho más activa y cachonda en nuestros polvos.
Hace un par de fines de semana fuimos a una fiesta en una casa en el campo, el cumpleaños de un amigo un poco hippy que vive con más gente joven en una especie de comuna. Entre los habitantes del lugar y los invitados de la ciudad sumábamos al menos 30 personas. De todos ellos solo conocíamos al homenajeado y a su chica. Pero al poco rato con el alcohol se monto una juerga de las que hacen historia. Ingrid enseguida se puso a bailar, como la mayoría de los presentes, y yo, que no suelo bailar, me quedé en la sala de al lado charlando con mis nuevos amigos.
No estoy acostumbrado a beber, pero aquella noche lo hice sin freno. Como consecuencia para medianoche estaba francamente colocado. A eso de la una me asomé a la pista de baile y vi a Ingrid bailando frente a un individuo que se la comía con los ojos y de vez en cuando le decía cosas al oído. Ella, al escucharlo, reía y le decía que no con la cabeza. Me sentí celoso pero inmediatamente pensé que no estaba mal, ella se lo estaba pasando bien bailando y nada más.
Volví a la sala contigua a echar un trago, pero esta vez me situé al lado de la puerta, tras una planta, desde donde podía ver la sala de baile. Al cabo de un rato el jaleo se acabó y empezó a sonar música lenta. Ingrid y su compañero de baile se abrazaron de una manera que inmediatamente me hizo pensar en el estrecho contacto de sus cuerpos. Por un momento aquello me cabreó pero luego, poco a poco, a medida que veía como el acompañante de mi esposa frotaba su paquete descaradamente contra ella (que no hacía nada para impedirlo) la situación empezó a ponerme caliente.
Ingrid también había bebido bastante. Tenía la cabeza apoyada en el pecho de aquel tipo, los ojos cerrados y una placida sonrisa que me indicó lo a gusto que estaba. Sus brazos rodeaban estrechamente el cuello de él, que a su vez la tenia agarrada por la cintura y paseaba las manos por su espalda y su culo. Normalmente esta situación me habría cabreado muchísimo y me habría avergonzado de que tanta gente viera como sobaban a mi mujer estando yo delante. Pero lo que me estaba ocurriendo era otra cosa. Estaba muy excitado y se me empezó a poner dura. Para serenarme y que no se notara el bulto de mi pantalón decidí ir al baño, que estaba en la planta superior, a masturbarme. Antes de subir mire a los que bailaban y no vi a mi mujer y su pareja. Pensé que estarían al fondo, que estaba más oscuro, meciéndose mano. Aquello hizo crecer aun más mi polla. El alcohol había conseguido que mis celos se esfumaran y todo aquello pareciera un sueño. Dando algún tropezón subí al baño y resulto estar ocupado. Entré en la habitación contigua y vi que era un gran dormitorio en el que, al fondo, había un montón de muebles y trastos apilados. Detrás quedaba un hueco y allí me metí y empecé a masturbarme imaginando a mi esposa siendo manoseada en el piso de abajo. En el pasillo se oyeron voces y la puerta de la habitación se abrió dejando pasar (ya imaginaran ustedes) a mi mujer y su pareja de baile.
Deje de meneármela en el acto. No me atrevía ni a respirar. Ella se sentó en la cama diciendo que estaba un poco mareada. Mientras, el cerró la puerta y encendió la luz. En mi rincón, gracias a los muchos trastos, yo seguía siendo invisible. Entonces él se plantó ante ella poniendo el paquete, que se veía muy abultado, delante de su cara. Ingrid se adelantó y empezó a besarlo a través del pantalón. Poco a poco fue incorporándose y al cabo de un momento estaban comiéndose a besos.
Empecé a masturbarme lentamente otra vez. Ingrid volvió a sentarse y él, con un rápido movimiento, se sacó una polla de película. Un miembro enorme, venoso y con una erección descomunal. Ella se adelantó y empezó a lamerlo frenéticamente de arriba abajo, le lamió los huevos gimiendo como una perra mientras él sobaba sus pechos y luego se lo metió en la boca y empezó a hacerle una felación como nunca me la había hecho a mí. Estaban un poco ladeados y eso me permitía ver perfectamente a mi esposa con aquella enorme polla en la boca.
Por un momento pensé en salir de mi escondite y participar en aquello. Pero supuse que tal vez con mi aparición se cortarían y se acabaría todo. Y en esos momentos eso es lo último que hubiera querido.
Se desnudaron y empezaron a besarse por todo el cuerpo. Ella abrió las piernas y él, mientras le lamía el sexo, introdujo un dedo en su ano. Ella soltó una exclamación de placer y le dijo que la follase.
A esas alturas yo ya me había corrido y estaba masturbándome de nuevo. Me encantaba ver a mi mujer gozando con otro hombre. Y más aun tratándose de un individuo tan bien dotado.
Ahora ella se había puesto delante de él con el culo en pompa, ofreciendo su sexo, que se veía húmedo y abierto. Él, arrodillado detrás, introdujo lentamente su polla. Ingrid le suplicaba entre jadeos que la follase, y él acelerando el ritmo, empezó a hacerlo con un vigor y una energía que hicieron que mi mujer, casi inmediatamente, se corriera varias veces seguidas.
La sacó y se la puso delante de la cara. Ingrid estaba agotada y apenas beso un poco el glande, brillante de fluidos vaginales. Por lo visto a él no le pareció suficiente porque cogió su cabeza con ambas manos y le obligo a meterse en la boca el enorme y húmedo aparato. Parecía que ella fuera a ahogarse pero al momento él se corrió. Por las comisuras de los labios de Ingrid goteaba el esperma que ella recogía con la lengua y se tragaba.
Entonces él se situó detrás otra vez, con la polla dura todavía, y la penetro analmente, mientras, estrujaba sus pechos ella se resistía y no parecía disfrutar precisamente, al contrario: Parecía dolerle. Por un momento pensé que estaban violando a mi esposa delante de mis narices pero entonces ella empezó a mover el culo acompañando el movimiento de su amante que, en ese momento se corrió con un bramido. Ella también se corrió. Y yo también sentí el placer de un orgasmo teniendo ante mí los cuerpos brillantes de sudor de mi mujer y su amante.
Vi que el hombre se levantaba, se vestía apresuradamente y se iba sin decir nada. Se la había follado y la dejaba sin ni siquiera despedirse. Ella aun estaba en la misma postura en que había quedado después de ser sodomizada. Salí de mi escondite y me acerque. Ingrid, al verme, se sobresaltó un poco, pero al mirarme a los ojos debió de comprender que yo no estaba enfadado. Sonreí y la bese suavemente. Después la limpie un poco con mi pañuelo y la ayude a vestirse (le fallaban un poco las rodillas después del polvo que acababa de echar) salimos de la casa y subimos a nuestro coche, donde tuvimos una larga, agradable y excitante conversación. Acordamos organizar nuestra vida sexual de otra manera a partir de entonces.
Solo se vive una vez. Y una de las cosas más bonitas de la vida es el sexo. Ahora funcionamos de otra manera y ya llevamos hechas realidad varias fantasías, suyas y mías.
Otro día os las cuento.