Relato erótico

Pescador…pescado

Charo
31 de marzo del 2019

Después de tres años ¡por fin unas vacaciones! El trabajo, los niños, la economía, todo había actuado de forma que se había hecho imposible coger esas semanas de relax y descanso que todos necesitamos de vez en cuando. Pero nunca es tarde si la dicha es buena…

Gema – Almería
Habíamos alquilado un apartamento para una semana en Garrucha, en la zona de Vera, suficiente para matar la rutina que nos acompañaba durante todo el año. Los niños se quedaron con mis suegros en su casa de veraneo, donde ya mantienen su círculo de amigos y de donde, a pesar de nuestra insistencia, no pudimos sacar. Solos una semana mi marido y yo, parecía increíble. El apartamento estaba en un lugar precioso. Por las tardes podíamos ver el regreso de los pesqueros que venían de faenar, decenas de barcos regresaban escoltados por cientos de gaviotas ávidas de los pequeños peces que siempre se enganchan a las redes, es un espectáculo digno de ver.
Leo es un fanático de la pesca y ya desde el primer día aprovechaba el baño matutino para lanzar las cañas en la playa mientras tomábamos el sol. Pero sin suerte. Una de las tardes, paseando por el puerto, preguntó a unos marineros que le explicaron que la mejor zona de pesca estaba un par de kilómetros más al sur, en una zona rocosa y que el momento era la tarde y noche. A partir de ese día, Leo desaparecía en busca de sus preciadas doradas sobre las 6 de la tarde, hasta las doce de la noche. Yo me dedicaba a pasear por el puerto sola cuando regresaban los barcos para observar las capturas y comprar de vez en cuando algo de marisco.
Después de dos días simpaticé con una tripulación de un barco llamado “Virgen del Mar”. Tanto es así que conseguí que me subieran al barco para verlo por dentro. Eran siete pescadores, el patrón, un hombre cincuentón muy curtido, me mostró todos los entresijos del barco, camarotes, sala de máquinas, bodegas para el pescado… Cuando terminamos, dos marineros jóvenes, muy morenos por el continuo sol al que estaban expuestos, me acompañaron y me invitaron a una cerveza en una marisquería del paseo.
Eran chavales de 19 y 20 años del pueblo, sin muchas ganas de estudiar, que habían terminado enrolados porque tampoco había mucho trabajo donde escoger, y a pesar de la dureza de la pesca, estaba bien pagado. Tras la cerveza nos despedimos y me fui a casa. Leo regresó a las 23’30h, sin pesca, claro. A mí me apetecía salir un rato, así que lo obligué a ducharse y nos fuimos a tomar unas copas. Después de unos tragos por los locales de la zona, convencí a Leo para ir a bailar un rato a una de las discotecas más cercanas. Protestó un poco pero no le quedó más remedio. Hacía tiempo que no bailaba y cuando escuché la música me faltaron piernas, comencé a bailar sin parar mientras él estaba en la barra estudiando detenidamente a la camarera y a su copa. La música me daba igual, mi cuerpo me pedía movimiento y no paré no sé en cuanto tiempo. De pronto dos chicos se me acercaron saludándome.

Con la poca luz, limpitos y bien arreglados, no los reconocí hasta que los tuve al lado, eran los dos marineros del “Virgen del Mar”. Su aspecto ahora era estupendo.
Comenzaron a bailar junto a mí y nos reímos y divertimos durante un buen rato. Cuando me quisieron invitar a una copa los llevé a la barra donde estaba mi marido y se los presenté como Julián y Quico. Charlamos un rato en la barra, de pesca, como no y volví a bailar. Poco después volvieron ellos dejando a Leo de nuevo en su barra con su enésima copa. El alcohol había hecho mella en mí y bailaba completamente desinhibida. Creo que los chavales se dieron cuenta y comenzaron a moverse cerca de mí. De vez en cuando notaba como rozaban sus cuerpos con mi trasero e incluso por delante con cierto descaro.
Lo cierto es que me fue gustando el jueguecito y llegó un momento en el que yo ayudaba también a esos roces. Cuando bailábamos en tren, me colocaban entre los dos, aplastándome contra ellos agarrándome fuerte de los muslos y presionándome por detrás de forma que incluso sentía en mi trasero cubierto solo por un tanga y un fino vestido de seda, sus miembros bastante duros. El juego me excitaba, mientras Leo, ajeno a todo, continuaba con sus copas en la barra. La situación me puso demasiado nerviosa. Era la primera vez después de ocho años de matrimonio que el deseo, aunque fuera en forma de juego en una discoteca, me atraía con alguien que no fuera mi marido.
Decidí dar por terminada la sesión y me despedí de los chicos. Cuando regresé a la barra a por Leo instándole a marcharnos casi no se tenía en pie. El apartamento quedaba cerca de la discoteca pero estaba completamente borracho, así que opté por pedir ayuda a Julián y Quico. Como pudimos lo llevamos al coche y lo acostamos en el asiento trasero.
Yo no tengo carnet, así que Quico nos acompañó en nuestro coche mientras Julián nos siguió en el suyo. Durante el trayecto los ojos del chico se debatían entre mis muslos, apenas cubiertos por el vestido, y la carretera. Los roces de su mano al cambiar la marcha eran continuos y yo no hacía nada por apartar mi pierna. Saber a mi marido junto a mí, rendido por el alcohol y un chico joven insinuándose a mi lado, me estremecía sobremanera.
Cuando llegamos al apartamento fue necesario el esfuerzo de todos para poder subir a Leo. Lo dejamos tendido en la cama y yo, no sin esfuerzo, acompañé a los chicos a la puerta para despedirlos y agradecerles la ayuda.

Al besar a Quico en la mejilla, este me agarró de la cintura presionándome contra su pecho uniendo sus labios con los míos. Julián me tomó por detrás mordisqueando y besando mi cuello. No supe como reaccionar. Las caricias me recorrían todo el cuerpo y comencé a mojar mis tangas como nunca lo había hecho. El pene de Quico se tensaba pegado a mi vientre. Lo sentía duro y cercano a pesar del vestido y sus pantalones. El miedo y la vergüenza me hicieron reaccionar, me aparté como pude y los hice marchar sin más explicaciones.
A la mañana siguiente Leo despertó bien entradas las 12. Después de un baño en la playa decidimos comer de restaurante cerca de casa. Nuestra relación ha sido siempre normal. En lo referente al sexo siempre hemos sido también normales, por mi parte nunca ha habido ningún tipo de infidelidad y creo que por la suya tampoco, siempre nos lo hemos contado todo. Yo no podía mantener en secreto el episodio de la noche anterior, así que durante los postres le relaté lo sucedido, aunque sin llegar a mostrarle las sensaciones que me invadieron. Leo se enfadó como nunca lo había hecho, incluso llegó a insinuarme que fue culpa mía, que fui yo quien los había incitado. Terminamos de comer sin hablarnos y marchamos para casa.
Tras la siesta Leo tomó sus cañas y me dijo que volvería tarde, no sin antes prohibirme que paseara por el puerto. De todas formas, yo no tenía intención de toparme con los dos chicos (bastantes problemas me habían causado ya). A media tarde volví de tomar un poco de sol y un baño de la playa. Me di una ducha y me dispuse a relajarme frente al televisor, pues la noche anterior había sido larga y estaba algo cansada. Estaba medio adormilada cuando sonó el timbre de la puerta. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me encontré en ropa de faena a Julián y Quico que portaban una caja abarrotada de mariscos recién pescados.
Después de un saludo un tanto forzado me explicaron que era su forma de pedir disculpas por lo sucedido. Como yo tenía la sensación de que también había sido culpable, les invité a pasar, realmente yo también había ayudado a crear la situación. Una vez en la cocina acondicionamos los mariscos en el frigorífico, les invité a lavarse las manos y les ofrecí un café que aceptaron gustosos. Realmente no sé que sucedió, quizá el enfado de mi marido o, tal vez verme allí sola, acompañada de dos jóvenes que sabía que me deseaban, pero el caso es que me fui calentando pensando en la situación en que me encontraba.

Yo iba cubierta solamente por la toalla de baño y estaba sentada frente a ellos que sorbían el café sin perder detalle de mis piernas que, no se si voluntaria o involuntariamente, yo iba abriendo cada vez más, mostrando cada vez más y mejor mis muslos. La tensión crecía a medida que mi posible insinuación era detectada con mayor claridad por los dos chicos.
Cuando observé que sus tazas estaban vacías, me levanté para llenárselas de nuevo. En ese instante Julián me arrancó la toalla, dejándome completamente desnuda ante sus ojos, me cogió del brazo y tiró de él hasta que caí sobre ellos. Permanecían sentados en el sofá y me atenazaban acostada sobre sus muslos, sus manos comenzaron a acariciarme por todo mi cuerpo. La boca de Quico tomaba mi lengua mientras sus manos se llenaban de mis pechos. Julián acariciaba mi sexo con sus dedos.
No podía creerlo, me estaba derritiendo de placer solo con sus manos. No podía estar quieta, mientras me invadían las sensaciones, mis manos retiraban torpemente la camisa de Quico. Julián había aprovechado para desnudarse completamente, se había arrodillado en el suelo y su lengua recorría todo mi sexo, deteniéndose en el clítoris, que masajeaba con inusitada virulencia. Sus manos se agarraban a mis glúteos con desesperación casi brutal. No pude aguantar más y me corrí en su boca gimiendo como loca. Un pequeño descanso me permitió bajar los pantalones de Quico que dejaron al descubierto una estaca dura como el acero. No era mayor que la de mi marido pero su dureza y una enorme cabeza rosada la diferenciaban claramente. La introduje lentamente en mi boca mientras sentía los dedos de Julián abriéndose paso por mi ano.
Mi mano y mi boca se fusionaron a la perfección en la verga de Quico que se estremecía cada vez con mayor intensidad a cada sorbo. Aceleré el ritmo acompasándolo a los dedos que sentía en mi interior hasta que explotó en mis labios. Julián no quería ser menos y me volteó dejando a escasos centímetros de mis ojos su verga. Siempre he sabido que todas no son iguales, pero mi poca experiencia me había impedido comprobar in situ la veracidad de esa afirmación. Mis ojos no daban crédito a lo que veían, una estaca gorda como un vaso de tubo y larga, muy larga, se presentaba observándome muy por encima de su ombligo. Las venas surcaban ese vasto pene marcándose como si fueran a reventar, la piel estirada hasta lo imposible presentaban una cabeza grande y amenazante, morada por la sangre que la recorría a borbotones. Casi veinticinco centímetros inacabables que yo no sabía si iba a poder acoplar en ningún hueco de mi cuerpo.
Aprovechando mi perplejidad, Quico que había recobrado rápidamente su erección se había acomodado colocando sus piernas entre las mías.

Con un movimiento rápido me sentó sobre su pelvis penetrándome de una atacada hasta el fondo. Mi cuerpo sintió un profundo escalofrío que pronto se transformó en gemidos a medida que sus acometidas se volvían más fuertes y profundas. El impulso de las embestidas aceleró el ritmo con que la estaca de Julián llenaba mi garganta. Mis dos manos atenazaban la verga mientras mis labios incapaces de abrirse más se ajustaban al coloso en un esfuerzo inimaginable y doloroso. De nuevo mi cuerpo se estremecía en un clímax imposible que hasta ese momento nunca había saboreado. Mi corazón se aceleró sobremanera, todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo se volcaron hacia mis entrañas invadiéndome de un éxtasis salvaje e insoportable que dio paso a la relajación más intensa que halla podido vivir.
Pero sabía que todo no quedaría ahí. Dos cuerpos jóvenes, ávidos de lujuria me flanqueaban y era yo el objeto de su deseo y la encargada de descargar su virilidad y sus entrañas. Mientras recuperaba el aire los chicos aprovecharon para llevarme hasta el dormitorio y tenderme sobre la cama. Los dos mantenían su erección, pero Julián, todavía inédito, no estaba dispuesto a esperar mucho tiempo y aprovechando mi posición, colocó su aparato en mi ya maltratado sexo y comenzó a moverse lentamente. La cabeza no tardo en abrirse paso entre mis gemidos entrelazados de dolor y placer, centímetro a centímetro avanzaba en una ecuación imposible. Mis entrañas no podían dar cabida a un pedazo de carne semejante. Lentamente, entre dolor y excitación, mis paredes vaginales fueron albergando ese miembro imposible, las embestidas se fueron haciendo más duras e intensas y mi cuerpo experimentaba sensaciones nuevas y únicas. El dolor y el placer se fundían en oleadas de calor que recorrían mi espalda, cuando sobre mi culo sentí el golpeteo seco y rítmico de sus huevos comprendí que había sido capaz de albergar completamente su miembro.
Mis flujos comenzaron a manar abundantes, amortiguando el intenso martilleo al que me sometía. Quico no quiso ser menos y aprovechó para arrodillarse sobre mi cara. Mi lengua recorría su escroto y perforaba cálidamente su ano, mientras mis manos completamente húmedas de flujos y secreciones recorrían su pene. El ritmo de Julián comenzaba a ser frenético y en cada embestida mi vientre reventaba sometido a un placer desconocido para mí. Quico, se corrió de nuevo en mi boca. Sobreexcitada por la corrida del chico y por el incesante castigo al que Julián me estaba sometiendo, exploté en un orgasmo lento y profundo que se rompió transformándose en un placer sobrehumano cuando sentí la estaca de Julián convulsionarse y estallar en mis entrañas inundándome de esperma. Sentí perder el sentido y caer abatida sobre la cama. Un estado de semiinconsciencia me embargaba.

Pero Julián no había terminado, situándose a mi lado introdujo su pene en mi boca limpiando así los restos de nuestras corridas. A medida que lamía el flácido pene, iba recuperando su esplendor natural. En pocos minutos volvió a ser imposible introducirlo más allá del prepucio. Quico, imagino que vencido por las dos corridas, se entretenía lamiendo e introduciendo sus dedos en mi ano. Julián se tumbó cabeza arriba y me instó a sentarme sobre su vientre. Mirando a sus piernas coloqué su verga entre las mías, presionándola sobre mi sexo la masajeaba humedeciéndola con mi saliva. Su cabeza erguida se posaba en mi vientre por encima de mi ombligo. Levanté mis nalgas colocándola en la entrada de mi sexo, dejándome caer sin compasión sobre ella. Una sensación de desgarro me inundó y comencé a cabalgar furiosamente la estaca que me empalaba. Quico intentaba recuperar la erección masturbándose sin perder detalle del cuadro.
Mi instinto se había desbordado y mi sed de placer se mostraba infinita. El sudor y el cansancio se fundían con los orgasmos que sobrevenían incontrolables. En medio de la vorágine acerté a ver la figura de mi marido en la puerta del dormitorio observándome en estado pétreo, pero no era capaz de parar aquella catarata de placer que me envolvía. Sus ojos me recorrían descubriendo cotas de satisfacción en mí que ni en sus más obscenos sueños había logrado ni siquiera acercarme. Y yo no podía detener la experiencia que estaba viviendo y que posiblemente no podría repetir. Los chicos no se habían percatado de la presencia de Leo y continuaban inmersos en nuestro juego. Julián decidió abandonar la cálida morada que ocupaba y me atrajo hacia sí tomándome de los pechos. Quedé tendida sobre él mirando el techo, su pene ya liberado de su prisión, lo tomó Quico ante mi sorpresa, lamiendo y recorriéndolo con su saliva. Julián tomó mis piernas por las corvas y las levantó hasta que mis rodillas toparon con mi pecho. Quico colocó la enorme verga de Julián en mi ano mientras continuaba masturbándolo, la cabeza comenzó a abrirse paso en mi estrechez.
Quico untaba con mis jugos la colosal herramienta que comenzaba a taladrarme, el miedo y el dolor se apoderaban de mí. Mi marido continuaba observando la escena aturdido y sorprendido por mi actitud, e imagino también que por el monumental pene que me estaba sodomizando. Las caderas de Julián comenzaron a moverse acentuando la presión y llenando lenta pero inexorablemente mi culo con su aparato. El dolor se hacía insoportable, solo la presencia de mi marido observando como era sometida en una forma en que él no había logrado tomarme y por un rabo que él hubiera soñado tener, mantenía mi excitación y el morbo suficiente para continuar sufriendo el dolor que me estaba infringiendo Julián. Pero el dolor estaba dejando paso a nuevas sensaciones. A medida que mi recto se acoplaba a su herramienta, placeres nuevos emergían de mis entrañas. Quico aprovechó mi posición para colocarse sobre mí y penetrarme por delante con ánimos renovados. Los movimientos acompasados de los chicos llenaban y vaciaban alternativamente mis cavidades logrando sumirme en un profundo orgasmo que no tenía fin. La verga de Julián se tensaba a medida que mis gritos llenaban la habitación. Ambos salieron de mí en el momento que sus descargas afloraban.

Leo había abandonado su estado catatónico y se masturbaba excitado ante la escena. Los chicos abandonaron el apartamento no sin antes despedirse de mí y agradecerme la maravillosa tarde que habíamos vivido. Saludaron con un gesto corto a Leo que los dejó marchar sin levantar la mirada.
Ya os contaré en otra ocasión, como esa noche, cambió las relaciones sexuales entre los dos.
Besos para todos.

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