Relato erótico

Pensión completa

Charo
26 de octubre del 2018

Estaban invitados a una fiesta en casa de unos amigos. Irían todo el grupo. Habría cena, copas y baile. Los anfitriones incluso habían preparado la casa para si alguien se quería quedar a dormir, no tuviera que conducir.

José Manuel – Vitoria
Mi esposa estaba un poco achispada. Se podía decir que estaba coqueteando y riéndose con todos los hombres. Llevaba una falda corta, mostrando dos tercios de sus bien torneados muslos, y la parte superior era un top pegado. Gracias a la ausencia de sujetador marcaba sus largos pezones y dejaba libres sus tetas que, aunque abundantes, eran duras y saltaban con cada movimiento brusco que ella efectuaba. Este pequeño show no pasaba desapercibido a la mayoría de los hombres presentes. Elena es un poco exhibicionista y yo un voyeur, por lo que no sólo no me molesta que enseñe sus encantos sino que la animo a ello, pues tanto ella como yo nos excitamos.
Sabía que estando ella tan “contenta” no tardaría mucho en dar el espectáculo, quizás con sus gordas tetas y sus pezones hinchados, quizás con su culo respingón, pues a pesar de la bebida, ella era consciente de su provocación y esto la excitaba. Efectivamente, ella quería empezar el show y me lo expresó con una pequeña sonrisa y un pestañeo que indicaban “estoy dispuesta a presumir para tí”. Yo devolví su señal con una sonrisa de aprobación, mientras en mi interior no podía dejar de sentirme orgulloso de una mujer como esa.
La fiesta continuó. Elena seguía excitada y no paraba de coquetear con unos y otros. Estaba todo el rato riéndose y pasándoselo muy bien hasta que, con el paso del tiempo, sólo nos quedamos en la fiesta las parejas que, debido a la distancia de nuestros hogares, nos quedaríamos a pernoctar allí. En un momento determinado de la noche, todas las mujeres parecían haber desaparecido del cuarto principal donde estábamos reunidos. Después de un largo rato, apareció Susana, nuestra anfitriona, y dijo:
– Me alegro de que todos vosotros decidierais quedaros a dormir en mi casa y quiero invitaros a participar en un pequeño juego. He hablado con vuestras mujeres y ellas están conformes si vosotros lo estáis. Os aseguro que será muy divertido para todos.
A continuación, entraron nuestras mujeres. Elena vino hacia mí y me dijo, mientras me sonreía melosa:
– Cariño, te va a gustar, Susana quiere que juguemos al juego de la silla.
– ¡Todo este misterio para el juego de la silla! – respondí yo, riendo asombrado.
– Bueno, no es el juego tradicional de las sillas precisamente -me aclaró mi mujer- Se trata más bien del juego de la strip-silla… todos los maridos se ponen desnudos, se sientan en las sillas y las mujeres desfilan alrededor mientras la música suena. Cuando la música se detiene, ellas tienen que sentarse sobre el regazo del hombre que esté sentado en esa silla. Alguna esposa se quedará sin sentarse y entonces pierde una prenda que deberá quitarle el marido impar que está con la música. Esto continúa así hasta que todas las mujeres estén desnudas.
– Estupendo, esto hace que la fiesta sea interesante y estoy listo para empezar a jugar… si tú lo estás – dije.

– No tan rápido -replicó- Susana dice que algunos maridos se excitan tanto que intentan penetrar disimuladamente a la mujer que tienen encima. Recuerda que esto se hace casi sin luz. ¿Estás seguro de que no te importaría que uno de estos hombres, sintiéndose excitado, intentara introducir su cosita dentro de mí… no te pondrás celoso?
– Elena cariño, yo adoro que te exhibas para otros hombres, eres tan sexy que sería un pecado que solo yo pudiera disfrutar de tu belleza.
– ¿Para qué quieres jugar entonces… para verme exhibiéndome desnuda delante de otros hombres o para tener poder follarte a otra mujer? -me preguntó pícara.
– En absoluto, estoy de acuerdo en jugar porque quiero verte exhibiéndote para mí, eso es todo – contesté.
– Eso es estupendo, porque yo me ofrecí a que tú fueras el marido impar, es decir, el que se encarga de la música y quita las prendas.- dijo
Vaya, pensé para mí, yo que tenía una oportunidad finalmente para divertirme y Elena me enviaba a la parte más aburrida del juego. Tras un rápido cálculo mental acerca de este nuevo desarrollo, decidí estar de acuerdo. Después de todo yo estaría desnudando a las mujeres de los demás. Esto también podría ser divertido. Pero más allá de esto, yo estaría libre para mirar a mi exuberante esposa desfilar desnuda delante de un grupo de machos excitados y sin posibilidad de ocultarlo. Yo ya estaba poniéndome a cien simplemente de pensarlo.
Susana, la anfitriona, consultó rápidamente sobre quien participaría y sólo una pareja decidió salirse. El resto estaba deseoso de empezar. Nos instalamos en el comedor, con ocho sillas, en un círculo grande en el centro de la habitación. En el medio había una pequeña mesa de madera. Todos los maridos se desnudaron mientras Susana me decía como usar el CD y seleccionamos un poco de música. Elena parecía estar caliente antes de empezar. Se puso detrás de mí y me besó en el cuello, y me dijo al oído:
-¿Quieres que sea la primera en perder alguna prenda? Puedo perder a propósito si tú quieres
¿Harías eso por mí? Pues quiero que pierdas el top y enseñes tus tetas para mí – respondí.
Elena me sonrió juguetona y se unió a las otras mujeres en el centro de la habitación, al mismo tiempo que los maridos ocupaban su sitio en el círculo de sillas. Se bajaron las luces, pero a pesar de ello se apreciaba que algunos de los chicos estaban empalmados antes de empezar el juego. Nosotros habíamos escogido una salsa como primera canción y las mujeres comenzaron a bailar alrededor de las sillas durante un par de minutos. Susana me había dicho que aguantara la música al menos dos o tres minutos antes de la parada abrupta.

Yo mantuve mi dedo temblorosamente en el botón todo el tiempo mientras disfrutaba, junto con los otros maridos, de nuestras mujeres bailando alrededor del cuarto. Por fin, detuve la música. Hubo una alocada lucha por los regazos de los maridos. Mi esposa lo intentó pero sin mucha convicción.
– Tú pierdes, Elena – gritó Susana, añadiendo – Ahora tienes que quitarte una prenda y decirle al disc-jockey qué prenda es para que él te la quite.
Mi esposa vino y me dio un gran beso. Me sonrió con una mueca diabólica.
– Me quitaré el top – anunció.
Levantó sus manos en alto por encima de la cabeza y yo, con un movimiento veloz, le saqué el top. La habitación prorrumpió en aplausos, entre nerviosos y excitados, y allí estaba Elena, de pie en el centro, con sus grandes pechos y los pezones rosas hinchados y a la vista de todos. Lucía orgullosa como una diosa. Las líneas que el biquini le habían marcado resaltaban el contorno blanco de sus tetas y las hacían más apetecibles si cabe. Agitó su pelo de un modo sensual y todas las mujeres comenzaron de nuevo a desfilar. Puse la música. Mis ojos estaban fijos en mi preciosa esposa mientras daba vueltas. Sus tetas se movían bailando con cada paso. Cada vez que ella pasaba a mi lado, me sonreía. Estaba disfrutando, era el centro de atención de todos los maridos, los cuales no le quitaban ojo y comenzaban a demostrar lo mucho que les excitaba haciendo subir sus pollas erectas en la oscuridad.
Cuando volví a parar la música, fue Sonia la que se quedó sin un regazo donde sentarse. Elena terminó sentándose en Javier, un compañero de trabajo que ella conocía pero que no le gustaba mucho. Con las prisas, mi esposa se había sentado justo en sus rodillas. Javier le susurró algo al oído y mi esposa comenzó a reírse y se movió hacia atrás en su regazo. Desde mi posición y debido a la poca luz, no podía apreciar bien la escena, pero algo le estaba haciendo bajo la falda, pues mi esposa abrió la boca suavemente y dejó de reírse. Sonia, la chica que se había quedado sin sitio, vino a mí y me pidió que le quitara los zapatos. Yo me tomé mi tiempo, mientras le daba un pequeño masaje en los pies. Cuando miré a mi esposa, noté que Javier le estaba masajeando las tetas sin ningún recato. Ella parecía disfrutarlo, estaba apoyándose atrás en é, y no parecía ofrecer ningún tipo de resistencia. Tenía los ojos cerrados y una clara expresión de placer en su cara. Javier también mostraba una gran sonrisa de placer mientras continuaba masajeando sus tetas y jugando con sus rosados pezones hinchados.
El juego siguió durante algún tiempo y varias mujeres perdieron sus zapatos. Dos mujeres habían perdido sus tops y habían estado bailando sólo con sus sostenes. Cada vez que yo paraba la música y miraba a Elena, ella estaba en el regazo de un tipo diferente. A menudo, ellos la hacían botar en sus regazos para observar sus tetas moverse de arriba a abajo hasta hacerlas rebotar. Esto parecía gustarle mucho a cada hombre que tenía una oportunidad de tener sentada a mi esposa en su regazo y parecía que ella realmente estaba disfrutando del momento. A veces me miraba y me regalaba una sonrisa.

Mi polla estaba dura como una piedra. Mientras yo conseguía alguna que otra recompensa quitando la ropa a las otras mujeres aquí y allá, eran los otros maridos en las sillas los que estaban divirtiéndose realmente. Estaban sobando con sus manos los tops, sujetadores y tetas de las mujeres al tiempo que frotaban sus miembros contra las entrepiernas de éstas. El sobeo era gratis para todos y a nadie parecía importarle que su pareja se restregara con unos y otros.
Mi centro de atención estaba en mi propia esposa y el show que en directo estaba realizando. Ella estaba imponente, realmente desinhibida y excitada. En una de las rondas, aterrizó en el regazo de su jefe, Francisco. Cuando los miré, pude ver a Elena botar en su regazo. Francisco tenía sus manos bajo la falda de mi esposa y parecía que masajeaba su trasero. Cuando Elena botó de arriba abajo, noté como ella cerraba los ojos y apretaba la boca. Algo estaba pasando. También me fijé en que no sabía que se movía más, si las tetas de mi esposa… o la barriga de su jefe. En el siguiente round, Elena perdió de nuevo y me pidió que le quitara las bragas. Me agaché, me puse de rodillas delante de ella e introduje mis manos bajo su falda. Ella bruscamente alzó su falda y me dio una sorpresa. Las bragas estaban a un lado, mostrando totalmente su húmeda raja y los labios grandes y rosados. Yo alcancé a tocarle excitado su coño y estaba húmedo, empapado, casi goteando.
– Parece como si alguien te hubiera echado un polvo – le susurré.
– Fue Javier quien me hizo esto. Cuando yo me sentaba en él, apartó mis bragas, puso su gran verga en el camino correcto y con ayuda de sus manos, apartó mis labios dejando que su polla se introdujera en mi coño. Luego comenzó a mecerse suavemente. Al principio no supe qué hacer… pero decidí dejarlo hasta que comenzase la música otra vez.

Esta respuesta me dejó perplejo pero mucho más lo que ella añadió, cosa que os contaré en una próxima carta.
Besos a todas.

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