Relato erótico
Pasó por consolar a una amiga
La llamó una amiga para contarle que había roto con su novio y estaba hecha polvo. Fue a su casa, hablaron, su amiga lloró y decidieron ir a cenar algo. Se había hecho muy tarde y solo encontraron un bar un poco destartalado para tomar algo.
Rebeca – Madrid
No sé qué me ocurrió aquella noche, ni donde quedaron aparcados mis prejuicios, solo puedo afirmar que la parte animal e instintiva que todos llevamos dentro, se impuso en mi conducta regalándome uno de los mejores episodios sexuales que recuerdo. Un domingo a principios de un mes de junio, me encontraba en mi habitación preparando los exámenes del día siguiente.
Era mi segundo año en la Facultad y empeñada en aprobar todas las materias sin tener que recurrir a septiembre, había pasado el fin de semana encerrada. Hacia las nueve de la noche recibí la llamada de Gloria, que entre sollozos me contó que había discutido con su novio y me suplicó que fuera a recogerla. Gloria era mi mejor amiga, ambas acabábamos de cumplir los diecinueve y desde niñas habíamos compartido todo tipo de confidencias. Sin embargo, desde hacía bastante tiempo, nuestras afinidades se habían reducido, sobretodo en el terreno sexual. Ella era muy tradicional, pese a su juventud ya llevaba cuatro años con una pareja y su universo se había reducido a él.
Yo, por el contrario, era (y sigo siendo) una persona liberal y promiscua, poco amante de relaciones serias. Cuando llegué a su casa, estaba en el portal esperando, subió al coche con rapidez y como era costumbre entre nosotras, nos dirigimos a una playa cercana para hablar tranquilamente. Sentadas frente al mar atendí sus lamentaciones tratando de consolarla. Poco a poco fue calmándose y del llanto pasó a la risa, sucumbiendo ante mis intentos de hacerla sonreír. Serían casi las once, cuando nuestros estómagos nos hicieron caer en la cuenta de que no habíamos tomado nada. Hambrientas, decidimos ir a buscar un sitio donde cenar. Después de dar muchas vueltas y cansadas por no encontrar nada abierto, decidimos, resignadas, entrar en un bar de aspecto poco recomendable.
Nada más abrir la puerta, un penetrante olor a rancio casi nos hizo desistir. Intercambiamos algunas muecas de asco y a media voz acordamos pedir solo algo para beber. El bar estaba vacío, a excepción de un desdichado que jugaba compulsivamente a una máquina tragaperras. Tomamos asiento y el camarero no tardó en acudir. Con voz ruda nos preguntó qué íbamos a tomar, al levantar la vista para contestarle, un escalofrío me recorrió entera.
Tendría unos 30 años, con barba de varios días y quemado por el sol. Lo que atrajo mi atención fue su mirada verde agua, enmarcada por unas espesas pestañas negras. Debió notar el impacto que me había causado, ya que al pedirle unas cervezas, me dirigió una burlona media sonrisa.
– Este sitio no me gusta nada -musitó Gloria -Nos tomamos las cervezas y nos vamos.
Yo asentí, pero mientras ella comenzaba otra vez a hablarme de su novio, no perdía ocasión de observar a aquel hombre. Desde la barra no me quitaba ojo. Oí como llamaba a alguien y de una puerta contigua salió un individuo de unos 50 años, gordo y con una pinta repulsiva, hablaron y, al momento, ambos estallaron en sonoras carcajadas.
Cuando volvió a acercarse portando lo que habíamos solicitado, no pude evitar dirigir mi mirada hacia su entrepierna, un más que evidente bulto se marcaba bajo los pantalones. Mientras las depositaba en la mesa, se recreó más tiempo del debido en observar el nacimiento de mis pechos, sutilmente contorneados por la fina tela del vestido.
– Gracias – dijo Gloria con voz molesta.
Él se volvió hacia ella con cara de pocos amigos y dando media vuelta se marchó.
– ¡Será guarro el tío! ¿Has visto cómo te miraba? -exclamó indignada.
Claro que lo había visto, es más, me había gustado. Tras unas semanas enfrascada en los estudios, mi cuerpo pedía guerra y sin ser mi tipo, este hombre me estaba excitando demasiado. Gloria y yo continuamos charlando animadamente. Con disimulo, seguía coqueteando con él y apuraba mi jarra tratando de sofocar la calentura que me provocaba.
La cerveza hizo su efecto y sentí ganas de ir al baño, me dirigí al pasillo que conducía a los servicios y al buscar el pestillo para cerrar la puerta, vi que estaba roto. Tratando de terminar cuanto antes, me bajé las braguitas y comencé a hacer pis. Aún no había acabado cuando él entró, me levanté azorada y traté de subirme la ropa interior, pero no pude. Tomándome por los brazos me atrajo hacia su cuerpo y con bastos ademanes comenzó a manosearme. Cuanta más fuerza empleaba en mi intento de zafarme, más vigorosamente me apretaba contra él.
– ¿Qué te pasa zorrita? ¿No era esto lo que querías?
Sus ásperas manos se posaban ya sobre mis pechos, arañando la fina piel, estrujándolos con fuerza. Yo seguía resistiéndome, pero no por desear escapar, sino porque me estaba volviendo loca su violento modo de hacer. Noté sus dedos bajando por mi vientre hasta llegar al pubis.
– Abre las piernas -ordenó.
Lo hice con un fingido gesto de pudor. Metió una de sus manos y palpando la vulva soltó una carcajada.
– Estás chorreando. Lo sabía, eres toda una putita -dijo satisfecho- Ahora vas a saber lo que es una buena polla.
Y bajándose la bragueta comenzó a restregar su moreno sexo por mi vulva. Sus dedos se clavaban en mis nalgas y hurgaban en mi agujero posterior, nunca antes había estado tan caliente, ardía en deseos de tenerlo dentro de mí. Fue entonces, cuando la voz de Gloria me devolvió bruscamente a la realidad.
– ¿Estás bien?
– Si, ya salgo -acerté a contestar.
Él seguía a lo suyo, buscando con ansiedad la entrada de mi chocho.
– Mi amiga me espera -susurré.
– Bien -dijo apartándose de mí- Te diré lo que haremos. Voy a permitir que te vayas, pero en cuanto la dejes, quiero que vuelvas aquí. El bar ya estará cerrado, dejaré la persiana medio abierta para que puedas entrar. No tardes.
Asentí bajando la mirada y salí rápidamente al encuentro de mi amiga.
– Vámonos ya. No me encuentro bien.
Al dejarla en casa tuve la tentación de no volver. Me asustaba la idea de estar sola con aquel individuo, pero el deseo pudo más que la prudencia y me encaminé de nuevo en dirección a la playa.
Tal y como me había dicho, encontré la persiana a medio bajar y tomando una última inspiración de aire fresco, me introduje en aquel viciado ambiente. El bar se encontraba ahora levemente iluminado. Me quedé de pie, con las rodillas temblorosas, su voz sonó a mis espaldas.
– Has sido una niña buena. Te has dado prisa en venir.
Instantes después el ruido de la persiana al cerrarse retumbó en mis oídos.
– Ahora ya no puedes escapar. Para poder salir vas a tener que hacer todo lo que yo te diga, sin objeciones.
Mi corazón latía con fuerza, estaba asustada pero sus palabras hacían que me humedeciera cada vez más.
– ¡Desnúdate! -ordenó.
Acatando, me despojé del vestido y de la ropa interior. Él daba vueltas a mi alrededor, examinando con su verde mirada cada centímetro de mi piel. Seguidamente se bajo los pantalones, blandiendo su instrumento como reclamo.
– Ven cielo, mira lo que tengo para ti.
Acudí a su lado, me arrodillé y empecé a lamer su dilatado miembro. Me cogió la cabeza, obligándome a meterlo en mi boca en toda su extensión. Por un momento sentí arcadas, pero estaba dispuesta a seguirle el juego con tal de satisfacer mis ganas de ser poseída. Me estaba follando la boca como si de la vagina se tratase, embestía con rabia hasta que mis labios hacían tope en la base una y otra vez.
Salió pasado un rato y arrodillándose tras de mí, tomó mis cabellos a modo de bridas y me clavó su verga de un solo golpe. Estaba tan mojada que lo recibí sin problemas. Me sentí, por fin llena, empalada por su erecto pollón. Estiraba mi pelo con tanta saña, que me obligaba a recular hasta chocar contra su pelvis, haciendo la penetración más profunda y violenta. Con la mano que le quedaba libre, propinaba palmadas en mis sufridas caderas, mientras de su boca manaban todo tipo de improperios.
– ¡Eres una zorra, te voy a dar lo que mereces! ¡Quiero oírte chillar de placer!
– Si, si, sigue… No pares, mmmmm. Me gusta mucho -decía entre jadeos.
– ¡Te voy a reventar, puta!
– Si, soy una puta. Soy tu puta. ¡Sigue…!
Empezaba a sentir unas tremendas oleadas de placer, grité al alcanzar mi primer orgasmo. Como sumida en un sueño apenas oí sus palabras.
– Tono, ya puedes salir.
Medio atontada, me volví sorprendida y allí estaba el repulsivo individuo con el que le había visto hablar horas atrás. Con los pantalones colgando y la camiseta subida hasta las axilas, mostraba una enorme panza, que formando pliegues, casi escondía el diminuto y baboso pene. Arrastrando los pies recorrió los pocos metros que le separaban de nosotros hasta quedar a mi altura.
– Ahora quiero que se la chupes a mi amigo igual que has hecho conmigo.
Aquel personaje me resultaba repugnante, pero como no quería perder los favores de mi nuevo amante, acerqué mi rostro hasta el patético instrumento y comencé a lamerlo con los ojos cerrados, concentrándome en los placeres que ascendían desde mi sexo. Mientras el colgajo de su compañero comenzaba a tomar consistencia entre mis labios, él jugueteaba sacando su pene de mi vagina y desplazándolo hasta mi entrada trasera, esparciendo jugos y viscosidades para facilitar la penetración. Sentí la presión de su glande en mi ano e instantes después un leve dolor. Al tiempo que profanaba mi gruta, sus dedos presionaban mi clítoris y recorrían los inflamados labios mayores. El placer que me proporcionaban sus caricias me hizo apretarme contra él hasta que su verga quedó totalmente enterrada en mi culo. Sus arremetidas eran cada vez más brutales y mis jadeos quedaban ahogados bajo aquel mar de carnes que formaba el vientre de su colega.
– Ahora quiero verte la cara mientras te doy por el culo.
Me hizo tumbar boca arriba en el suelo y tomándome por las piernas, me situó frente a su miembro. Nunca me habían sodomizado en aquella posición y reconozco que me excité aún más, si era que aquello posible. Abierta y con las piernas replegadas, sentía su polla entrar y salir de mi esfínter en una desenfrenada carrera. Con sus dedos clavados en mis muslos, empujaba mi cuerpo una y otra vez, propinándome maestras estocadas.
El amigo se había arrodillado para buscar cobijo en mi boca y con sus pegajosas manos amasaba mis pechos. No había pronunciado palabra, pero estiraba con crueldad mis pezones, demostrando que él también podía disfrutarme a su antojo. Me sentía como una muñeca a merced de esas dos bestias, pero me hubiera prestado voluntaria una y mil veces para aquella batalla. Como un animal en celo, buscaba mi satisfacción a toda costa y la estaba consiguiendo, pues al tiempo que un tibio líquido inundaba mi garganta, el placer fue cobrando intensidad hasta que alcancé mi segundo orgasmo.
Él seguía envistiendo incansablemente, salía hasta su máxima extensión para continuar con una salvaje arremetida. Separaba mis piernas todo lo que podía, cumpliendo su pretensión de partirme en dos, de destrozarme. Noté como sus controlados movimientos se volvían más desesperados, presa de involuntarias contracciones.
– Quiero correrme en tu cara -masculló entre jadeos.
Y sacando su polla del cedido agujero, se acercó hasta mi rostro mientras se masturbaba con una mano hasta que su caliente leche salió disparada, desparramándose por mis mejillas, labios, ojos y cuello. Abriendo la boca le limpié hasta la última gota y solo entonces se derrumbó satisfecho a mi lado.
– Has estado muy bien.
Fue lo último que me dijo antes de cerrar los ojos. Salí de allí con una pícara sonrisa mientras me alejaba de aquel antro, comencé a tomar conciencia de lo que había hecho, felicitándome por haber sido capaz de dejarme llevar. Sin duda, había subido otro peldaño en mi desenfrenada búsqueda de placer…
Besos