Relato erótico

Pasión por la fotografía

Charo
16 de enero del 2019

Su afición es la fotografía y estudio Derecho para satisfacer a su padre. Iba compaginando las dos cosas y poco a poco se inició en el mundo que a él le gustaba. Hizo varios trabajos y uno de ellos era para una marca de bañadores.

Rafael – Sevilla
Amiga Charo, soy fotógrafo profesional, aunque en realidad soy abogado. Pero poco a poco la pasión por las imágenes me “comió” más y más hasta que comencé a hacer pequeños trabajos para revistas, por ejemplo de venta de casas y apartamentos, o de cosméticos y cosas por el estilo hasta que un amigo me conectó con una pequeña empresa que vende ropa y así entré al mundo de los “maniquíes humanos”, es decir, las modelos que exhiben lencería, ropa de temporada y zapatos. Me pagaban mejor, así que pude dejar los tribunales y hacer lo que me gustaba.
Un día me llamó el dueño de una tienda para que fotografiara su colección de trajes de baño y lencería, pero quería algo especial y nos envió a Sitges, una playa muy conocida cerca de Barcelona.
En dos días estaba yo en el lugar, me instalé con todo mi equipo e incluso llevé a un ayudante, Alberto. Ambos preparamos todo y esperamos un día a que llegaran las modelos. Al día siguiente, martes, tocaron a la puerta. Era el chofer de un pequeño autobús del que bajaron cinco chicas. La verdad es que desde un principio me deslumbraron. Ya tenía alguna experiencia con mujeres pero, como éstas, no las había visto “al natural” sino en las revistas de modas internacionales. Eso sí, dos de ellas tenían un marcado tipo español, las otras dos parecían nórdicas, aunque en realidad resultaron ser argentinas, y la última era una mezcla de africana y oriental muy interesante.
Comenzamos los trabajos. Era temporada de lluvias, y había que apurarse para aprovechar el sol de la mañana, un sol sutil que ayudaba a encontrar contrastes y claroscuros en esos rostros divinos. Ellas debían regresar al hotel ya de noche, pero esa tarde comenzó a caer un diluvio tal que la carretera, que de por sí es estrecha y está llena de hoyos, se quebró en varias partes, según nos dijeron después. Así que el autobús que iba por ellas no pudo llegar sino dos días después.
La casa era grande. El aire soplaba horriblemente, no dejaba de llover, y sentíamos que en cualquier momento los cristales de las ventanas iban a romperse. Finalmente, como a las nueve de la noche, dejó se soplar el viento y solo continuó la lluvia. Teníamos mucha comida y en la cocina Alberto hacía maravillas. En realidad las modelos llevan una dieta muy estricta, en la que solo comen verduras y algo de carne, pero tenían tanta hambre que no pusieron reparo a comer lo que fuera. Y la comida les encantó. No sé de dónde sacó Alberto una botella whisky, que empezó a circular de mano en mano. Yo saqué la guitarra, que sonaba horrible porque le faltaba una cuerda, pero el caso es que en menos de una hora aquella era una fiesta bárbara.

Con el alcohol, todos nos relajamos. No importaba que afuera siguiera lloviendo, que el agua se metiera por debajo de la puerta, que no hubiera más luz que la de una lámpara de petróleo que había sobre una mesa grande: nosotros nos lo estábamos pasando súper bien. Susana, la chica entre mulata y oriental, fue la que comenzó todo.
Estábamos sentados uno junto al otro, sobre un banco y comenzó a frotarme la espalda, luego las nalgas.
– ¿Y no has sacado fotografías de desnudos? – me preguntó.
Yo tenía alguna experiencia con desnudos. Había fotografiado algunas amigas cuando comenzaba a estudiar fotografía, pero nada serio. No sé de donde saqué fuerzas pero le dije:
– Sí, he hecho desnudos, pero lo que no he fotografiado es el chochito de una mujer tan hermosa como tú.
Ella dejó de acariciarme, creí que se había disgustado, pero luego dijo:
– ¿De veras te parezco hermosa?
Entonces fuimos a la habitación de al lado, ella me llevaba de la mano, porque se veía que era muy desinhibida. Yo encendí una lamparita de pilas que había sobre una silla, ella se acostó en la cama, se quitó poco a poco la blusa, que le llegaba al ombligo, y me mostró sus pechos.
– Muérdelos – me dijo.
Eran unos pechos duros, amplios, coronados por unos pezones oscuros, erectos, casi negros. Yo estaba un poco idiotizado por el alcohol y solo obedecía como un esclavo. Le mordí los pezones y se los lamí hasta que mi saliva se escurría por su tórax. Ella, mientras, se había quitado el pantaloncillo corto que llevaba. Y como no llevaba braga alguna me mostraba su coño coronado por unos pelos largos, negros y rizados.
– ¿Y tu cámara? – me dijo.
Yo sentía que el miembro me reventaba dentro del pantalón; pero como un autómata fui a la estancia por mi Canon, pero lo que vi me puso todavía más cachondo. Quién sabe con qué artes o mañas, Alberto había logrado convencer a esas preciosidades, que ya le habían bajado el pantalón. Las dos rubias, medio desnudas y en cuclillas al lado de la silla, se estaban comiendo su verga. Primero una, Claudia, se metía la cabeza de la polla de mi ayudante hasta la garganta, le besaba los testículos y le acariciaba las nalgas, luego Anna, que era todavía más guapa, le lamía la verga y jugaba con ella dentro de su boca. Mientras, Mariluz y Clara, las dos morenas, le ponían las nalgas a Alberto en plena cara, y a juzgar por los quejidos que daban, el hombre no se las lamía nada mal. Todo esto lo vi en unos segundos. La llama de la lámpara de petróleo temblaba un poco y las sombras de los cinco se movían de un lado a otro. En la penumbra, encontré mi cámara y me dirigí a la habitación.

Susana estaba medio recostada. Se había quitado toda la ropa y se estaba acariciando el clítoris con una mano, mientras con la otra se tocaba un pezón y luego otro.
– ¡Tómame, tómame! – me dijo pero al ver como yo me quitaba el cinturón de un golpe, añadió – No, quiero decir que me tomes fotos, quiero tus fotos.
Empecé a hacerle fotos. Tenía un rollo virgen, y se las hice en diferentes posturas. El flash hacía reventar la oscuridad con sus destellos. No recuerdo ni qué le pedía, pero ella se colocaba en unas posiciones que me hacían difícil contenerme.
– Toma mi coño, ¿como le llaman aquí?
– Aquí le llaman así pero también chocho, almeja, conejo y otras lindezas, preciosidad, a ver, saca más el culo- le decía yo.
Como en la foto treinta ya no pude aguantar más, tiré la cámara sobre su ropa que estaba al lado de la cama, y acerqué mi rostro a su coño. Olía a sal, a mar, a sol. Olía a sudor mezclado con flores y algo de alcohol. Estuve un largo rato oliendo su sexo. Acaricié con mi nariz sus largos pelos rizados, y de pronto comencé a lamer sus labios, que se estremecían. No sé cuanto tiempo estuve así, lamiendo aquella ricura, que tenía un sabor a salmón ahumado. Le metía toda la lengua entre los labios, luego la dejaba reponerse y comenzaba de nuevo. Creo que fueron horas, o así me lo pareció. Ella gritaba cada vez más fuerte, pero aún así, yo oía los gritos de las demás, que venían del cuarto de al lado. Ese conjunto de quejidos me ponía la verdad muy cachondo. Recuerdo que sudaba copiosamente y me había olvidado de todo, de la tormenta, de la cámara, de mi trabajo, hasta de cómo me llamaba, creo.
Lamí también su ano. Luego nos besamos mucho tiempo. Tenía una lengua poderosa, que jugaba con la mía y de pronto me penetraba hasta el fondo del paladar. De pronto ella comenzó a correrse. Sacudía la cadera hacia delante y hacia atrás y su quejido se hacía más suave. Y en ese preciso momento, me tomó de las manos, me tendió de espaldas sobre la cama y me montó. Lo que sentí es algo difícil de explicar. Mi verga entró con gran facilidad en su coño, que estaba tan húmedo que caían chorros de líquido de él. Pero una vez adentro, todas las paredes de su vagina empezaron a comprimir mi miembro, lo apretaban con un ritmo como de tambor. Luego empezó a moverse arriba abajo, adelante atrás, de izquierda a derecha. Yo sentía que el semen se me derramaba, pero justo cuando me iba a venir, ella paraba, me clavaba las uñas en las manos, me detenía. Así seguimos no sé cuanto tiempo. Ella gritaba ahora, pero de manera distinta. Era como si su voz se hubiera convertido en la de una adolescente, aunque en realidad me aprisionaba con su sexo, con sus nalgas y los movimientos de una mujer muy experimentada.
En ese momento comenzó a parpadear la luz de mi pequeña lámpara de pilas, y luego se apagó por completo. Susana se corrió entonces por segunda vez. Los chorros acompasados que venían de su sexo me bañaban el vientre, el pecho, el cuello y le dije:

– ¿Me dejas beberlo?
Ella me puso el sexo a la altura de la cabeza, lamí aquel líquido que sabía a sal, a musgo, a hierba, hice un buche y me lo tragué. Ella se seguía corriendo y sus quejidos eran cada vez más tenues. Luego se sentó otra vez sobre mí. Entonces comenzó a mover la cadera con una violencia increíble, como no lo había hecho en toda la noche. Ahora sus gritos eran los de una verdadera fiera y cuando me corrí, sentí que mi semen no dejaba de manar y la verdad es que tuve miedo de quedarme seco, pero ella no permitía que el semen dejara de manar, parecía que me exprimía la verga con su coño, y eso que yo sentía correr el semen desde su sexo, bañar mi vientre, humedecer la cama.
Me quedé dormido un par de horas, creo. Cuando desperté, aún no amanecía. Ella no estaba a mi lado, así que fui al cuarto de al lado. Alberto roncaba como un cerdo, echado sobre su camastro, rodeado de aquellas bellas mujeres. Tenía semen embarrado en todo el cuerpo. La luz de la lámpara de petróleo casi se extinguía, pero en medio de las penumbras tropecé con el cuerpo de Anna, una beldad rubia, pecosa, esbelta. Ella me tomó del brazo y me atrajo hacia sí.
– ¿Le hiciste fotografías? – preguntó.
– Sí, un rollo.
– ¿Y podrías hacerme otro rollo a mí?
Extraje el rollo de la cámara, puse otro y la llevé a mi cama.
– Espera, deja que venga Clara conmigo – me dijo.
Clara dormía, pero Anna la despertó con suaves caricias.
– ¿No se molestarán las demás por el flash? – les pregunté.
– Duermen como piedras – respondió Anna.
Les tiré un rollo de fotografías. En medio de la oscuridad, solo veía imágenes del destello: las dos besándose, las dos acariciándose, las dos separando los muslos de la otra, las dos recostadas como flores maduras en la cama de sábanas sucias. Cuando se me acabó el rollo, a oscuras, una de ellas me tomó del miembro y comenzó a besarlo. Creo que era Anna. Nunca lo sabré. Clara me metía el dedo en el ano, me mordía el cuello, me sorprendía con una nalgada. Luego, sentí que en vez de una boca, había un coño muy húmedo al otro lado de mi verga. La inserté de un golpe, con potencia, y comencé a mover la cadera a todo lo que daba. La otra me empujaba las nalgas, las impulsaba con fuerza, y comencé a oír un quejido tan suave como nunca lo había oído. Anna ¿o era Clara? Comenzó a tener lentos espasmos, y luego sentí el otro coño que se colocaba ante mí. Aquellos labios que no podía ver me acariciaban los testículos, las ingles, el vientre. No pude resistir más y comencé a hacerlo, ahora lo más suave y lento que podía. Ella comenzó a gemir también lentamente, pero luego me empujaba la verga con sus labios, me tomaba la mano y hacía que le acariciara el clítoris, hasta que me vine en una salpicadura larga y que no parecía detenerse.

Ya avanzada la mañana, desayunamos todos con una sonrisa y seguimos los trabajos como todos unos profesionales. Para la noche habían reparado el tramo de la carretera y las vinieron a recoger, como era el plan original. Se despidieron de nosotros, dijeron que cocinábamos muy bien, y nos dieron un beso en la mejilla. Es que había testigos, supongo, el chofer y un empleado de la compañía de modelos.
Guardo con mucha nostalgia los rollos de esa noche. En realidad, aún no he visto las fotografías. Creo que de hacerlo, me correría por el solo placer en que puede convertirse la memoria. Algún día lo haré. Pero esa sesión de fotografía es la más inolvidable que he tenido en mi vida.
Besos a todas las lectoras y otro para ti, Charo.

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