Relato erótico
Pareja liberal
Le gusta practicar el sexo cuando su cuerpo se lo pide, no por “que toca”. Se lleva divinamente con su marido y de vez en cuando, se permiten, alguna escapadita.
Elena – Barcelona
Nunca me gustó estar planeando encuentros o teniendo en cuenta fechas para hacer el amor, soy de las que piensan que el sexo debe ser espontáneo. Lo practico cuando tengo ganas y encuentro a alguien con mi mismo deseo. Esta forma de actuar, es cierto que me ha acarreado algunos problemas, pero no por ello he cambiado de opinión ni me ha llevado a proceder de manera diferente.
Estoy casada, pero tanto mi marido como yo nos permitimos alguna escapada sexual de vez en cuando, para no deteriorar nuestra relación. Esta forma de vida me ha posibilitado disfrutar de distintos tipos de aventuras y la que voy a contar tuvo lugar hace poco, fue una de las que más pasión despertaron en mí y con la que más gocé. Aunque a fuerza de ser sincera, debo decir que algo planeado había.
Viajé a la capital por problemas de trabajo y era mi ocasión para ver a Juan, ya que estaba sola y me vendría bien su compañía. A mi ocasional compañero de cama, lo conocí a través de Internet desde tiempo atrás. Nos conectamos casi sin querer y nuestra amistad, por así decirlo, fue creciendo día a día.
Juan había quedado enamorado con mi imagen, que con el consentimiento de mi marido y fotógrafo Salvador, habíamos subido a un par de páginas. En ellas estaba con poca ropa o ninguna y debo reconocerlo, eran algo provocativas, lo que ocasionaron que el amigo se transformara en mi admirador número uno y el más ferviente. Me escribía insinuantes mensajes y día a día iba creciendo su enamoramiento hacia mi persona. Me mandó relatos de situaciones que compartíamos los dos y que realmente eran muy eróticas, y me excitaban mucho, porque se las notaba muy reales, como si las hubiera vivido realmente.
Después siguieron las fotos en las que demostraba como se ponía “su amiguito” al ver las mías y vídeos donde estaba masturbándose y eyaculando sobre mis fotos. Todo ello me ponía a mil y hasta mi marido, no obstante, las libertades de que disponemos ambos, se puso un poco celoso al verme tan pendiente de las cosas que me mandaba ese nuevo amigo/admirador y la forma en que yo le respondía.
Siempre nos escribíamos en los mails que cuando nos viéramos personalmente podríamos demostrarnos de lo que éramos capaces y por fin, llegó la ocasión. Como sabía que Juan es músico, apenas llegué a la capital, me interioricé por averiguar si estaba actuando en algún pub o teatro. Lo localicé casi de inmediato y esa noche lo fui a ver. Toca maravillosamente bien y no solo yo pienso así, sino los numerosos asistentes al recital que lo ovacionaron y lo obligaron a hacer un par de canciones más.
Juan es un hombre de 45 años, que se mantiene muy bien en forma. Tiene buen porte y es del tipo del que cualquiera mujer pondría los ojos en él. Se lo nota muy seguro y es simpatiquísimo. Cuando terminó de tocar y estaba rodeado de todo su público, me le acerqué silenciosamente y le susurré al oído que era Carmela y que estaba encantada por encontrarme ahí, que pronto tendría noticias mías.
Me miró sorprendido, como no queriendo creer lo que escuchaba, me sonrió y quiso desprenderse de los que lo cercaban, pero le fue imposible y eso me facilitó que me pudiera retirar de inmediato. No quería que tuviera una mala imagen mía el primer día que nos veíamos personalmente. No podíamos tener sexo apenas nos veíamos, aunque los dos lo deseábamos fervientemente, así que contacté con uno de sus asistentes y le pedí que le comentara que podía encontrarme a la mañana del día siguiente en un centro comercial muy conocido. Con esa intención, me puse una peluca de pelo corto rubio (el mío es más bien largo y entre castaño y rojizo), unas gafas de sol y empecé a recorrer el lugar deseando que él me encontrara. Lo vi un par de veces y no me reconoció, aunque me miró en forma insistente (algo debía adivinar, pero dudaba). Cuando volvió a pasar una vez más cerca de mí, no me aguanté, lo llamé y ahí sí, giró bruscamente y cuando me descubrió, una sonrisa iluminó su rostro.
– ¡Cómo me has engañado mujer! Casi me voy sin conocerte y no me lo hubiera podido perdonar nunca -dijo sonriente.
– No te preocupes Juan, que no te hubiera dejado escapar.
Le susurré al oído y me dio un fuerte beso. Decidimos salir de ahí para ir hacia un lugar más tranquilo y acogedor, así que nos dirigimos hasta el estacionamiento, donde había dejado su coche y no obstante que estaba cerca, me mojé bastante porque se había puesto a llover y como el pronóstico no lo anunciaba, había salido sin paraguas. Al verme así, me preguntó si no tenía frío y como le respondí que sí, me invitó gentilmente a tomar un café.
Estacionamos delante de una cafetería y tras una breve carrera atravesando el paseo, estuvimos dentro. Desde el primer momento estuve consciente de que la actitud de Juan era conquistarme y como estaba en la misma onda, le facilité las cosas. Café de por medio nos contamos algunas cosas y como cada vez que me hacía alguna broma, yo se la festejaba exageradamente, eso lo excitó. Puso su mano derecha sobre mi falda y, como para que no dudara de que mi respuesta era afirmativa, deposité la mía encima de la de él. De la cafetería enfilamos hacia un hotel cercano, sin que mediaran demasiados preámbulos.
Juan me besaba y me metía la mano por el escote, dándole fuertes apretones a mis opulentas tetas, mientras yo lo besaba metiéndole la lengua dentro de la boca. Apenas llegamos a la habitación del hotel, nos desnudamos y nos acostamos después de algunos besos, caricias y exclamaciones de Juan, admirado por la dimensión de mis tetas, las que según me contaba en los mails, le atraían sobremanera. Sin pérdida de tiempo se prendió a mis pezones.
Yo tenía ganas de probar su ansiada verga, así que formamos un 69, yo arriba y él abajo. Su lengua comenzó a lamer y succionar con fruición. Unos segundos después, yo tenía el clítoris entre sus labios y me lo chupaba como si fuera una golosina. Para entonces, su polla estaba dentro de mi boca y yo debía hacer verdaderos esfuerzos para no morderlo cada vez que él me provocaba un estremecimiento con sus hábiles lengüetazos. Su miembro creció y creció y llegó a un momento en que mi cavidad bucal resultó pequeña para albergar tamaña verga.
Me entretuve lamiéndole las pelotas ya que eso me producía mucho placer, y por lo que notaba, a él también. Cuando los dos estuvimos suficientemente satisfechos con los ejercicios linguales y bucales, nos acostamos uno junto al otro. Su verga parecía un pedazo de acero y yo estaba mojada como si saliera de una bañera. Él me había lamido desde la vagina hasta el culo, aplicándose mucho en este último. Supuse que quería entrar por allí y, sin más, me puse en cuatro patas y me separé las nalgas con las manos.
Pocas veces había actuado así, era un lugar que reservaba exclusivamente para Salvador, pero Juan era especial y no podía negárselo. No pudo ocultar su alegría, se acomodó detrás de mí y continuó lamiéndome. Un par de veces me metió la lengua en el agujero y también un dedo. Yo traté de aflojarme tanto como me fuera posible. Él se afirmó cogiéndome de mis caderas y dio el primer empujón para comenzar. Lo soporté bien y en unos segundos tenía su cabezota alojada en mi recto.
Juan, que estaba muy exaltado, dejó de lado las delicadezas que lo suelen distinguir y yo estaba hecha una verdadera calentona. Avanzó varios centímetros sin retroceder ninguno y, cuando comenzó con los movimientos de ida y vuelta, lo hizo a un ritmo sostenido, como para no darme respiro. A ello sumó la estimulación de mi clítoris con la mano derecha. Acabé al cabo de unos minutos y pensé que mis contracciones orgásmicas también lo harían terminar a él, pero no fue así. Continuó avanzando hasta que su pollaza estuvo totalmente en mi interior. Sentí sus pelotas golpeando contra mis nalgas. Jadeaba, gemía y suspiraba. El deseo y la excitación seguían aumentando, a pesar del reciente orgasmo. Juan me metió un par de dedos en la vagina para estimularme. Acabó segundos después de una potente acometida que me hizo sentir como que me clavaba en la cama. Bombeó como endemoniado y luego, los dos nos derrumbamos agotados. Instantes después nos reíamos mientras escuchábamos la lluvia golpeando furiosamente contra las persianas de la ventana.
Cuando salimos del hotel todavía habían pasado casi dos horas desde que habíamos entrado. La pasamos en tal forma que no nos dimos cuenta que los minutos transcurrían. El me llevó hasta el hotel que estaba hospedada y cuando llegamos la lluvia había cesado. Quedamos en vernos el día siguiente, iba a oficiar de guía turístico por la bella ciudad. Así fue como conocí todos esos preciosos lugares. Durante todas las visitas que hacíamos, existía un constante ambiente morboso; obviamente Juan me deseaba y por qué negarlo, yo también a él.
Éramos personas mayores y no había razón para darle más vueltas al asunto. Estaba excitaba y cada vez que él me pasaba la mano por los hombros o me hablaba al oído, a mí me invadía un estremecimiento difícil de disimular. No pude mantenerme quieta demasiado tiempo, a partir del momento en que comenzó a acariciarme los pechos por encima de la ropa. Tímidamente al comienzo y luego con gesto decidido, deslicé una mano por sus muslos y luego la llevé hasta la bragueta.
Había allí algo duro y prometedor. Él ya me acariciaba todo el cuerpo, pero con la ropa puesta. Se acercó y me besó en los labios. Cuando pasó la mano por mis tetas bien de frente, no como si fuera una caricia casual, lógicamente tiene que haber sentido la dureza de mis pezones, pero siguió de largo para luego volver. Cuando interrumpió el beso, bajó los labios hasta mis tetas y me besó los pezones a través de la tenue tela de mi blusa. Como no usaba corpiño, los percibió sin problemas. Mi calentura iba en aumento de segundo en segundo, deseaba que sus manos y sus labios se deslizaran sobre mi piel. Sentí que me estaba humedeciendo e imaginé mis labios vaginales dilatados.
Nos dirigimos hacia su casa y apenas llegamos, Juan volvió a besarme. Me alejé unos centímetros de su cuerpo y desprendí el botón que sostenía mi larga falda, que cayó a sus pies, dejando a la vista la mitad de mi casi desnudo cuerpo. Él se agachó entre mis piernas y comenzó a besar, suave, sensual e incansablemente la zona de mi vagina.
Me quitó las medias y las braguitas. Ahora estaba desnuda de cintura para abajo, recostada en el sofá, loca de deseo. Me sentía en el paraíso. Esto duró un rato hasta que él se incorporó y comenzó a desvestirse. Era fuerte, de músculos muy marcados y tórax ancho. Cuando le vi la verga, ya había adquirido muy buenas dimensiones y en el rojizo glande, ya le brillaba un chorrito de líquido seminal. Me desnudó quitándome la blusa y me recostó sobre la mullida alfombra. Se acomodó entre mis piernas y me besó la zona del pubis, pasando la lengua entre mi vello púbico. Después bajó a los labios de mi coño que a esta altura ardía, los labios hinchados y húmedos, y luego la metió dentro de mi vagina. Finalmente, la deslizó en mi clítoris. Me lo besó y acarició, apretando su cabeza entre mis piernas. La forma en que lamía, chupaba y estimulaba mi clítoris, no daba lugar a dudas que me haría acabar rápidamente. Nunca antes lo había experimentado con ningún hombre. Cuando mis gemidos elevaron su potencia, introdujo un dedo en mi chocho y lo hizo girar sin descuidar sus caricias linguales en mi clítoris.
El movimiento de ese dedo tuvo un efecto explosivo. Mi interior fue sacudido por varios espasmos, apreté el dedo con los músculos vaginales hasta que alcancé el clímax. Jamás me había sucedido tan rápido ni con tanta frecuencia. Pasaron varios segundos hasta que comencé a relajarme, pero él no me dio tregua. Todavía mi vientre se estremecía cuando volvió a lamerme el clítoris con su experimentada lengua.
Continuaba deseándolo, quería más caricias, más estímulos, más de todo eso maravilloso que él me había estado dando… Logró que disfrutase de cuatro orgasmos, todos de una intensidad pasmosa. Estaba en deuda con él y cuando llegó mi turno de complacerlo, le pedí que se tendiera en el suelo. Me incliné y se la chupé, sabía que podría dejarlo eyacular dentro de mi boca y cuando Juan me anunció que estaba próximo a ello, todos los músculos de su cuerpo se tensaron. Cuando dejó de eyacular, mi boca estaba llena de su semen y lo tragué sin desperdiciar ni una gota. Al retirar su verga de mi boca, fláccida, comprobé que estaba muy feliz y me sentí bien.
Los dos estábamos empapados de sudor, todavía muy excitados. Nos deseábamos como locos. Pensé que, con tanta lubricación, su polla podría deslizarse en mi chocho sin causarme ningún problema, así que se lo estimulé manualmente y se le puso dura. Juan sonrió y volvió a besarme en los labios. Entonces lo monté y, cuidadosamente, me preparé para la penetración. Guie la verga hasta la entrada de mi vagina y con un movimiento leve de descenso, logré que entrara la punta. Me moví hacia abajo y hacia arriba, despacito, su polla me llenaba todo el canal pero, aun así, seguía teniendo fuera un par de centímetros. Juan comenzó a moverse, comprendí que estaba muy excitado y que no podría contenerse. Le seguí el ritmo y tuve una sorpresa, sentí que un nuevo orgasmo se gestaba en mi interior. Me sacudí involuntariamente, contraje los músculos de la vagina y Juan acabó, lanzando nuevamente su semen, esta vez dentro de mí.
Me resultaba increíble experimentar tanta felicidad y di gritos de placer. Después, los dos nos quedamos quietos, relajados pero muy satisfechos. Debo reconocer que este hombre resultó el mejor amante que he conocido hasta el presente. Me di una ducha, me vestí y nos fuimos a cenar. Luego me llevó a mi hotel ya que por la tarde regresaba a casa.
Le pedí que se despidiera en ese momento, ya que no quería sufrir en el aeropuerto. Ambos quedamos para que cuando la oportunidad se nos vuelva a presentar, repetiremos aquel encuentro casual.
Besos.