Relato erótico

Parecía un sueño

Charo
26 de abril del 2020

Eran amigos de esta pareja y solían ir a cenar, a tomar alguna copa y se llevaban muy bien. Aquel fin de semana, cenaron en su casa y se quedaron a dormir. A partir de este momento, lo que pasó, parecía un sueño.

Olga – Alicante
Estaba, acostada con Juan, mi marido, medio dormida. Habíamos cenado en casa con un matrimonio amigo, habíamos reído y habíamos tomado varias copas en un ambiente cordial y festivo. Luego ambas parejas, hacia las doce de la noche, nos habíamos ido a dormir. Al estar fuera nuestros hijos, había una habitación libre y allí fueron a dormir Jesús y Teresa, el matrimonio invitado. Durante la cena Jesús se había mostrado atrevido en sus insinuaciones hacia mí y Juan, mi marido, demasiado comprensivo, no mostró enfado alguno, ni siquiera cuando Jesús le comentó lo apetecible que yo le parecía y que le gustaría poder disfrutarme como él. Se limitó a expresar que él también se tiraría a Teresa, la mujer de Jesús. Ninguno mentía, pues yo, a mis treinta años, soy alta, con una larga cabellera rubia y aquel día vestía un traje negro que resaltaba mis grandes pechos y amplias caderas, que ofrecía una imagen de mujer capaz de animar la libido de cualquier hombre. Y Teresa, a su vez, también treintañera, tenía unas formas más rotundas, algo rellenita, pero con unas tetas enormes que animaban el deseo de ordeñarlas.
En la cama, como digo, estaba medio dormida. Solo llevaba puesto un corto camisón y las bragas. A mi lado, mi marido estaba desnudo, pues le agradaba dormir así. Dormía como un bendito. Por eso no se dio cuenta de que yo me movía inquieta al notar que unas manos comenzaban a sobar mis nalgas. Silenciosamente, sin hacer movimientos ruidosos, Jesús se había colado en la habitación, se había metido en la cama, y se había situado junto a mí.
Yo no supe de su presencia hasta que noté como se levantaban las sábanas y las manos de Jesús empezaban a tocarme. Volví la cara hacia mi asaltante nocturno y éste puso un dedo en los labios pidiéndome silencio. Confusa pero muy excitada, callé y permití que siguiera Jesús su faena. Sin dejar de sobarme el culo, empezó a introducir dedos dentro de mis bragas, buscando mi entrepierna y la recorrió, llegando hasta mi coño, que rebosaba humedad por la situación. Yo me abracé a mi marido, que seguía durmiendo, noté cómo Jesús intentaba bajarme las bragas y le ayudé a hacerlo con una de mis manos y a los pocos segundos mi asaltante las tenía en su nariz, oliendo los aromas a hembra que emanaban y yo comprobé los efectos de estos aromas en la polla de Jesús, pues creció y se endureció en mi trasero.
De inmediato, sentí como me abría las nalgas y buscaba la entrada del ano para introducirla por allí. Poco a poco, sin prisas, me la fue metiendo en el culo hasta los huevos e inició una sodomización brutal, haciéndome mover al ritmo de las embestidas de Jesús que metía y sacaba su polla de mi ano sin miramientos, como si quisiera partirlo en dos. Seguí abrazando a mi marido y aunque al principio me dolió como me estaban dando por el culo, ahora comenzaba a disfrutar de la violenta penetración. Además, como varios dedos de Jesús estaban en mi coño, acariciando mi clítoris y entrando en la vagina, el gusto superó con creces al daño y me vino un orgasmo placentero que disimulé sin gritos ni excesivos jadeos para no despertar a mi marido.
– Eres una gran zorra, te has corrido antes que yo – me susurró al oído Jesús.
Me sentí agraviada pero no le respondí aunque continué moviendo el culo para satisfacer más al hombre y pronto noté una gran descarga de semen en mis entrañas, cuando Jesús por fin se corrió.

Después me la sacó del culo, me cogió un brazo y me obligó a meter dos dedos por el agujero que había ocupado su polla.
– Recoge semen con esos dedos que tienes metidos en tu culo, guarra – me dijo en voz baja – y luego te los chupas.
Así lo hice, limpiando con mi lengua todo el pringue que recogieron mis dedos dentro de mi ano. Me llamé marrana a mí misma por esa guarrería, pero como Jesús seguía tocándome el coño, la excitación creció y todo empezó a darme igual. Entonces sucedió lo que temía. Mi marido se dio la vuelta, y se despertó al chocar su mano con la de Jesús en el coño de su mujer.
– ¡Qué pasa aquí! – dijo abriendo los ojos.
– Que tu mujer es una zorra y me ha dejado darle por el culo – le contestó Jesús sonriendo.
Yo callé y Juan, sorprendido pero caliente por la situación, dijo:
– Pues vamos a follarla los dos juntos.
Sacó las sábanas de la cama, encendió la luz, y empezó a sobar mis pechos, ya que estaba desnuda entre los dos hombres. Jesús, animada su polla de nuevo, continuaba tocándome el clítoris y yo, ante el ataque de los dos tíos, me corrí de tanta frotada de coño, después me puse encima de mi marido, éste me metió la polla por el chocho y le pidió a Jesús que volviera a darme por el culo. No vaciló éste y al momento yo tenía las dos pollas dentro de mí, en una doble penetración salvaje, con azotes en las nalgas que me propinaba Jesús y mordidas de teta y pezones que me daba mi marido, hasta que se corrieron los dos a la vez llenando de semen mi coño y mi ano.
– No las saquéis, mearos dentro los dos a la vez. Soy una cerda y me gusta – les propuse.
Ellos me obedecieron, y al cabo de un momento sentí los chorros de orín dentro de mí, sacando después sus pollas los dos hombres y quedaron los tres tumbados en la cama, cansados pero satisfechos. Entonces les pedía que me masturbaran y Jesús y Juan, obedientes, me metieron dedos en el chocho juntos y me lo frotaron hasta conseguir que me corriera con unos tremendos espasmos y gritos de perra en celo.
En eso estaba cuando entró en el dormitorio Teresa, con un camisón transparente y sin nada debajo.
– ¡Qué cabritos, de juerga y no me llamáis! – dijo.
Me levanté rápidamente y sin responderle, la abracé y comencé a besarla en la boca, jugando con nuestras lenguas y Teresa dejó que yo le quitara el camisón, quedándose desnuda y nos echamos abrazadas en el suelo, comenzando una frenética y recíproca lamida de coño. Después busqué el agujero del culo de Teresa, lo lamí, lo lubriqué bien y comencé a meterle el puño dentro. Teresa gritó de dolor y placer, hasta que lo tuvo todo dentro, mientras, con la otra mano, yo le estrujaba las tetas y le pellizcaba los gordos pezones haciéndole todo el daño posible.
– ¡Toma, ramera, es lo que te mereces por dejar que tu marido venga a darme por el culo! – le dije cuando Teresa se corrió en un gran orgasmo.

Los hombres miraban el número masturbándose, pero antes de correrse se acercaron a nosotras y pusieron sus pollas en la boca de Teresa, primero Jesús y luego Juan, le echaron todo su semen allí, obligándola a tragarlo. Luego yo les provoqué.
– Quiero para terminar que me metáis las dos pollas juntas por el culo – les pedí.
Complacientes, Jesús se puso debajo de mí, Juan encima, y comenzaron a meter sus dos pollas a la vez en mi ano. Al cabo de unos segundos, no muchos, lo consiguieron, aunque yo aullaba de dolor.
– Teresa, deja que te coma el coño – le pedí.
Teresa se me puso en la cara y así, lamiendo la raja de Teresa, con dos pollas enteras en mi ano, tuve el mayor orgasmo que había tenido nunca. Y cuando los dos hombres se corrieron a la vez sentí como si sus descargas de semen fueran dos cascadas interminables. Así, terminamos todos exhaustos en el suelo durante unos minutos. Luego Jesús y Teresa se fueron a dormir y lo mismo hicimos mi marido y yo.
Al día siguiente desayunamos juntos sin comentar nada de lo ocurrido horas antes. Como si todo hubiera sido un sueño. Aunque las dos mujeres nos delatábamos, pues los incómodos escozores anales que teníamos nos obligaban a andar con las piernas muy abiertas.
Saludos de los cuatro.

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