Relato erótico

Parecia un sueño

Charo
6 de junio del 2020

Fue a la playa nudista a la que normalmente suele ir con su novio. Se tumbó en la arena y se quedó medio dormida. Pensaba en su novio y en lo bien que se lo habían pasado la última vez que habían venido. Cuando abrió los ojos se encontró con un hombre negro que la estaba mirando.

Noa – Ibiza

Aquella mañana soleada salí de casa de mis padres en la costa, con destino a un lugar solitario donde poder broncear mi cuerpo tranquilamente. Era agosto, cogí la moto, deseaba estar sola en la playa, sin la compañía de mi novio ni amigos. Me llamo Noa y tengo 21 años, soy rubia, ojos color miel y expresivos, tetas grandes las cuales a mi novio le vuelven loco. La parte de mi cuerpo que más le gusta a mi novio es mi culo redondito y respingón; más de una vez había tratado de follarme por detrás, pero siempre había podido disuadirle. Mientras conducía, decidí dirigirme a una cala nudista a la que había ido en alguna ocasión con mi novio. Era una cala de difícil acceso y que poca gente conocía. Dejé la moto aparcada y me dirigí a aquella cala en la que había tenido una tórrida relación con mi novio. Fue un lunes por la mañana. Nunca había hecho nudismo, pero animada por mi novio, perdí la vergüenza y me despojé del bikini. Al desnudarse Pepe, no pude evitar dirigir la mirada hacia su apetitosa entrepierna de la que había disfrutado en numerosas ocasiones.
Sabía lo que se traía en mente, estaba segura que acabaríamos follando, era una de nuestras fantasías y ambos estábamos deseosos. Pepe se quedó observando mis tetas, nos abrazamos con pasión, cogió una de mis tetas y la dirigió hacia su boca, empezando a juguetear con mi erizado pezón. Apreté con fuerza sus brazos bajando mis manos dejándome llevar por lo que me estaba haciendo. Me besó el cuello y fue bajando por mi pecho hasta llegar al otro pezón. Me deshice de él y me dirigí corriendo al agua, Pepe vino corriendo hacia mí y empezamos a juguetear en el agua. Se apretaba contra mí haciéndome sentir su virilidad.
-Siempre me tienes listo para darte placer, tu cuerpo me excita sin poderlo resistir -dijo.
Alargué mi mano hasta hacerme con su verga e inicié una lenta masturbación.
– Cariño, vamos a tumbarnos para estar más cómodos -le propuse.
Pepe me tumbó en la arena y se colocó entre mis piernas, empezando a comerse mi coño, empezó a lamerme con fruición los labios vaginales hasta hacerse con mi clítoris, el cual recibió sus labios y su lengua con auténtico deseo; era un maestro del cunnilingus. Su lengua se hizo más osada, adquiriendo mayor velocidad sobre mi botón, hasta que me corrí. El goloso chupó hasta dejarme el coño seco. Tras ese violento orgasmo, tardé unos segundos en recuperarme. Nos levantamos de la mojada arena y fuimos corriendo hasta las toallas. Pepe se tumbó en su toalla, amenazándome con su virilidad, que se enderezó como un mástil en su mano. Pasando y volviendo a pasar su velluda mano sobre el rosado envaramiento, me hizo el elogio de su miembro. Caí sobre la flecha y la engullí con glotonería. Pepe se echó hacia atrás, con los brazos en cruz, con un gemido de satisfacción. A cuatro patas, situada entre sus muslos, chupaba su polla. Me deslicé suavemente por su cuerpo sin poder reprimir mi deseo de lamer su erguido mástil. Mis labios rodearon el miembro, mi lengua acarició el amoratado glande formando círculos a su alrededor.
Pepe se agarró con fuerza a mi pelo gimiendo de placer. Cerré los ojos y dirigí la punta de mi lengua hacia aquella culebra, empezando a juguetear a lo largo de aquel tallo subiendo y bajando desde sus testículos hasta llegar a la cabeza. Dejé de chupar por lo cual Pepe se quejó rogándome que siguiera, pero mis pensamientos se dirigían por otro lado tratando de lograr otro tipo de placer. Me puse sobre él agarrando con fuerza su polla y colocándome encima a horcajadas, noté cómo aquel eje hacía presión sobre mi coñito, tratando de ser absorbido por mi húmeda vagina. Me cogió por las caderas, gemí como una loca sintiendo la entrada de aquella cabeza en mi interior.

Aquel aparato que invadía mis entrañas consiguió que pusiera los ojos en blanco, sintiéndolo por completo. Me quedé quieta gozando de aquella penetración hasta recuperar el sentido. Empecé a cabalgar al paso, apoyé mis manos sobre su pecho para no perder el equilibrio. Cerré los ojos sintiéndome totalmente llena y cuando los abrí descubrí a unos metros a la otra pareja follando sin parar.
Ella se encontraba a cuatro patas y tenía a su amante situado tras ella, dándole por detrás. La estaba enculando con furia, arrancándole gritos de dolor. Aquella escena me impresionó favorablemente, ver a otra pareja follando mientras yo estaba haciendo lo mismo. Pese al gratificante polvo que estaba disfrutando, no pude por menos que sentir envidia ante la visión de aquella chica la cual era sodomizada sin remisión por aquel animal. Empecé a moverme sobre Pepe engullendo con furia su falo, el cual me ayudó haciéndose con mis tetas. El clímax se aproximaba a pasos agigantados lo notaba en la cara de Pepe, que hacía esfuerzos tratando de retardar al máximo la eyaculación, hasta que llegó. Nos relajamos abrazados bajo los rayos del sol…
Tal como dije al principio, dejé mi moto aparcada y me dirigí hacia la playa, me quité toda la ropa, llené mis pulmones respirando con fuerza y apuntando mis senos hacia delante, me metí en el agua dándome un corto chapuzón y salí tumbándome en la toalla para disfrutar del sol. Embadurné mi cuerpo con crema solar, cubrí mis ojos con unas gafas de sol y colocando la bolsa bajo mi cabeza, me dispuse a gozar de aquella mañana. Me quedé dormida y una media hora más tarde desperté al notar la presencia de alguien cerca. Levanté la cabeza y entreabriendo los ojos vi a un hombre de color colocando la toalla a pocos metros de donde me encontraba. Estaba muy bien, debía tener unos 40 años, era muy alto, fuerte y musculoso. La presencia de aquel poderoso mandinga hizo que mi depilada entrepierna se humedeciese sin poderlo evitar. Sin embargo, aún se humedeció más cuando se despojó del calzoncillo, dejando un pollón que le colgaba entre las piernas. No pude menos que pasar mi húmeda lengua a lo largo de mis labios mojándolos con mi saliva mientras imaginaba el montón de cosas que podría hacer con aquello. Se levantó y se dirigió corriendo al agua, haciendo bambolear su polla de un lado a otro.
Aquella imagen me tenía totalmente confundida, no podía apartar la vista de él. Cinco minutos más tarde salió del agua, me coloqué mirándole apoyada en los codos y con un silbido llamé su atención. Con una mano le indiqué que se acercara, mientras se aproximaba no pude dejar de mirar el tremendo colgajo que poseía, escondidos mis ojos bajo mis gafas. Era realmente espectacular. Al llegar junto a mí me miró de arriba abajo, bajó su mirada hasta llegar a mi depilado coño el cual devoró con sus negros ojos. Le pedí un cigarro y con una sonrisa me pidió si podía sentarse conmigo, asentí con la cabeza. Estuvimos un tiempo charlando. Al pedirle un segundo pitillo, se agachó hacia mí ofreciéndome sus jugosos labios entre los cuales extrajo una caliente lengua que recogí entre mis labios, dándonos un caluroso beso de tornillo. Nuestras lenguas entablaron una lucha incansable, retorciéndose entre sí. Me sentía en la gloria con aquel hombre y estaba dispuesta a entregarme a él sin ningún tipo de reserva. Cogió una de mis tetas y dirigió mi excitado pezón hacia su boca, empezando a comérselo.
Aquella caricia consiguió hacerme gemir, sus labios se unían a mi pezón como auténticas ventosas.

Al mismo tiempo alargó su mano hacia mi candente vulva, haciéndome dar un respingo, separé mis piernas y me dejé hacer. Golpeó con suavidad con sus dedos mi clítoris, arrancándome pequeños gritos de placer. Jugueteó con él durante unos minutos, logrando hacerme correr dos veces. Aquello superaba con creces el placer que había experimentado con mi novio. Me encontraba entre los brazos de un verdadero hombre el cual me iba a hacer tener los mejores orgasmos de mi vida, no tenía la más mínima duda de ello. Estaba deseosa de que juntara sus calientes labios a mi almeja y así se lo pedí. Se situó de rodillas entre mis piernas abriéndolas con sus manos y se quedó observando mi vagina. Subió entre mis piernas lamiéndome con infinita dedicación mis muslos, no tenía prisa por llegar al objeto de su deseo. Deseaba hacerme sufrir al máximo. Finalmente se hizo con mi ardiente vulva mientras sollozaba sin poder resistir por más tiempo aquel dulce tormento. Aquel experimentado hombre se comió mi coño uniendo sus carnosos labios a los rosados labios de mi vagina.
Creí ver las estrellas con aquella caricia, lo hacía mucho mejor que mi novio. Acariciaba lentamente los pliegues logrando hacerme gemir entre sus labios. Su ávida lengua exploró mi vagina, produciéndome unos placeres indescriptibles. Sus labios atraparon mi clítoris y sus dientes lo mordisquearon con sabiduría. Abrí mis piernas para facilitarle las caricias y aún más, con mis manos separé mis glúteos ofreciéndole mis dos orificios que lamió con gran conocimiento de la sensualidad femenina y de mi necesidad de hembra en celo. Tuve varios orgasmos.
Quedé relajada gracias al formidable tratamiento que me dispensó. Mi amante de aquella mañana se puso de pie ayudándome a situarme de rodillas entre sus piernas. Quedé prendada de aquel brutal aparato que en breves segundos iba a ser todo mío. Tomé su polla entre mis labios, su gran tamaño me produjo arcadas, pero pese a ello no cejé en mi empeño. Lo sentí crecer junto a mi garganta, tras la caricia bucal. Entonces empecé a moverme, comencé a mover la cabeza sobre su miembro, aproximándome y alejándome, tragándolo y escupiéndolo, una oscilación placentera, chupándolo en toda su longitud, ensalivando, mordisqueando el frenillo que sujeta el prepucio doblado sobre el glande a punto de estallar.
Me cogió del pelo ayudándome en el movimiento continuo de mi felación. Deseaba hacerle la mejor mamada de su vida, quería notar cómo iba a brotar la totalidad del elixir con el que estaba segura que aquel negro me iba a regar. Estaba sedienta ya que tenía la garganta seca debido a la comida de rabo que le estaba haciendo. Mi lengua ensalivaba con gran dedicación aquel torpedo, humedeciéndolo con pasión. Lo extraje de mi boca y empecé a masturbarlo. Aquel potente moreno no pudo aguantar por más tiempo y acabó explotando sobre mi cara. Parte de su corrida cayó por la comisura de mis labios, yendo a parar a mis apetitosos senos. Tras aquella monumental corrida quedé sorprendida viendo que no perdía su vigor, invitándome a un nuevo combate. Estaba dispuesta a entregarme a él sin ningún recato, me sentía poderosa con aquel hombre a mi lado.

Mi amante de aquella mañana me ofreció su mano para ayudarme a levantar y, mirándome a los ojos sin decir palabra, me hizo acompañarle hasta unas rocas donde podríamos amarnos sin nadie que nos molestase. Colocó la toalla sobre una roca plana, nos abrazamos nada más llegar, empezó a darme fuertes lametazos en el cuello logrando hacerme vibrar de deseo, de ahí pasó a los lóbulos de mis orejas, llevándome a un estado de locura.
Me situó de espaldas a él, mostrándole mis nalgas en todo su esplendor. Estaba ansiosa y necesitada de que algo duro y poderoso empezase a darme placer. Me moví un instante hacia atrás y me topé con la presión de su polla terriblemente erecta golpeando contra mi pierna. Me excité ante semejante coloso, sentí que mi coño estaba empapado. Era muy fuerte, con una mano me obligó a agacharme, apoyando la cabeza sobre la húmeda roca. Me sujetó con tanta fuerza que no pude volverme hacia él. Con la cara pegada a la roca, noté como deslizaba su mano a lo largo y ancho de mis piernas. Instintivamente traté de cerrarlas, pero al momento advertí que buscaba otra cosa. Sentí nuevamente la presión de un espléndido lagarto contra mi pierna. Por un momento, quise gritar, pero no logré articular palabra. De pronto, aquel macho liberó mis muñecas y me hizo alargar las manos sobre la roca. Sollocé diciéndole que todavía no estaba preparada y miré con la vista perdida por encima de mi hombro, mientras me agarraba con fuerza a la deslizante roca.
Entonces vi al soldado negro, se movía frenéticamente detrás de mí. Me dio una palmada en el culo con su poderosa mano haciéndome chillar, volvió a darme varias palmadas hasta ponerme las nalgas de un color rosado. Noté que estaba fría y húmeda. Sus manos empezaron a sobar mis nalgas a conciencia, con lo cual no tardé en entrar en calor. Inesperadamente sentí unos gruesos dedos moviéndose circularmente alrededor de mi ano, acariciándolo con suma delicadeza. Incliné las caderas hacia delante. Estaba tan excitada que no podía soportarlo más. Dos manos húmedas y sudorosas se deslizaron entre mis tetas, sobándolas a conciencia. Mis pezones estaban endurecidos y muy sensibles. Aquellas maravillosas manos siguieron acariciando mis tetas hasta que creí enloquecer de placer.
– Veo que ya estás a punto para sentir mi polla en tu interior.
Pese a no poder negar mi nerviosismo, traté de relajarme y entreabrí las piernas preparándome para la embestida. En aquel instante, un dedo penetró mi ano. Al principio se introdujo lentamente, pero después entró y salió cada vez más rápido hasta hacerme enloquecer por completo. De repente aquel bastardo deslizó otro dedo en mi dilatado esfínter. Dos fornidas manos me agarraron por las caderas. El ardiente glande de su grueso tallo rozó el exterior de mi pequeño agujero. Creí que no estaba seguro de querer penetrarme, pero en una rápida embestida sentí como se abría paso en mi interior. Chillé sin poderlo resistir, aquel cabrón me había desvirgado mi agujero trasero sin la más mínima compasión. Lloré ante semejante intromisión en mis entrañas, abrí los ojos degustando con placer aquella saeta. Mi cuerpo se movía y agitaba al ritmo de sus acometidas. Los latidos de mi corazón se aceleraron. El moreno embestía una y otra vez, sin dar muestras de cansancio y, mientras su verga taladraba mi ano, volví la cabeza. Tenía la mirada perdida y buscaba aire con dificultad.
Lanzó un gemido de placer y me embistió con tanta furia que casi me hizo levantar del suelo. Mi vagina estaba empapada, ardía en deseos de sentir en mi coño su palpitante polla. Estaba tan excitada que supe que no tardaría en correrme, tan solo era cuestión de segundos. Sentí la acometida de aquel negro, ladeé la cabeza y contemplé la escena con excitación. Estaba siendo sodomizada por aquel semental. La escena me resultó tan morbosa, que acabé perdiendo el control de mí misma y me corrí sin remedio. Mi amante me dejó descansar unos breves momentos para poder recuperar el aliento extrayendo aquella flecha de mi conducto anal. Tenía la verga totalmente dura. Empezó a sobarse la polla con sus dedos, le miré a los ojos y ambos sonreímos conscientes de lo que iba a ocurrir, apoyé mi mano en su hombro y me levanté.

Mis piernas apenas podían sostenerme. Se puso de pie, rodeó la toalla hasta situarse delante de mí, empezó a acariciarse su descomunal barra de hierro. Tendida sobre la roca con el culo desnudo, observé como aquel macho se cogía la verga y empezaba a masturbarse, corriendo el prepucio adelante y atrás.
Cada vez estaba más dura y solo deseaba sentirla dentro de mí. De pronto sentí la presión de sus manos sobre mis nalgas mis tetas aplastadas contra la roca parecían aumentar de volumen al sentir el cálido tacto de unos carnosos labios rozándome la piel. Entreabrí las piernas, inesperadamente, la punta de su lengua penetró lentamente por mi retaguardia. Sujetó mis nalgas con las manos, deslizando sus pulgares hasta alcanzar mi ano y luego introdujo lentamente en él la punta de su glande. Al sentirla en mi interior, pensé que, si no me hubiese preparado convenientemente, no lo habría soportado. Sus acometidas eran cada vez más intensas y, aunque al principio me estremecí de dolor, no tardé en jadear de placer. Al imaginar el aspecto de su polla palpitando en mis intestinos, deslicé la mano por mi abdomen hasta rozar el vello de mi coño empapado, acaricié los labios de mi vulva y moví las caderas hacia delante para notar el tacto frío de la piedra en mi clítoris. El negro se dejó caer sobre mi espalda, el pecho lo tenía empapado en sudor. Sentí los acelerados latidos de su corazón a flor de piel, escuché sus gemidos entrecortados mientras me penetraba, la presión de su carne desgarrando los músculos de mi esfínter.
La follada era cada vez más y más intensa. Notaba como sus huevos golpeaban contra mis nalgas sin descanso. Aquella barra candente me quemaba las entrañas; sin embargo, era una sensación formidable. Aunque sabía que estaba al borde del orgasmo, contuve la respiración y empecé a acariciarme el clítoris con el dedo índice, mientras introducía los otros dedos en el interior de mi vagina. El placer que sentía era tan intenso que me corrí por tercera vez. Quería moverme, pero su cuerpo me lo impedía. De pronto, sentí el calor del semen de aquel apuesto negro inundándome el conducto posterior y la fría piedra rozándome el coño. Volví a correrme nuevamente… Mis piernas apenas me sostenían y caí de rodillas sobre el suelo, notando el peso de aquel humano sobre mi espalda. Cuando pude recobrar el aliento, me incorporé y esbozando una sonrisa, solo pude balbucear:
– Muchas gracias. Me has hecho la mujer más feliz del mundo…
Besos para todos.

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