Relato erótico

Oscuros deseos

Charo
18 de octubre del 2018

Está estudiando y vive en Madrid. Sus padres costean todos sus gastos para que se dedique solamente a estudiar. Se aburre y sexualmente no tiene mucha actividad. Cayó en sus manos un libro del Marqués de Sade y esto marcó un antes y un después en su vida.

Carla – Madrid
Mi nombre es Carla, soy una chica universitaria de 22 años. Nunca he salido en serio con ningún chico y mis relaciones sexuales hasta hace unos meses eran muy esporádicas y bastante tradicionales. Nunca he sentido nada especial al acostarme con un chico, siempre he tenido la luz apagada y nunca he visto el cuerpo desnudo de mis amantes.
Vivo sola, en un piso del centro. No soy de Madrid. Mis padres me envían dinero para que me concentre en mis estudios y no me preocupe de nada. En principio parece un buen trato, pero la vida en Madrid para alguien de fuera puede ser un poco difícil cuando solo te limitas a ir a clase y tomar apuntes. Ir a comprar, hacerte la comida, recoger la casa y estudiar para luego cenar y marchar a la cama. De vez en cuando me quedo a tomar algo con unas amigas de clase y solo un par de veces me han ligado y he acabado en una cama ajena, pero nada espectacular.
Por error, hace unos meses llegó a casa un libro de una tienda por correo. Iba a nombre del antiguo inquilino y lo encontré en mi buzón. Durante dos semanas estuvo envuelto pero un día me picó la curiosidad y lo abrí. Era una colección de cuentos del Marqués de Sade. Lo metí en un cajón y me olvidé de él, no me interesaba, pues estaba en periodo de exámenes y no tenía tiempo más que para estudiar. Odio ver la tele, de hecho ni siquiera la tengo, por eso, en un descanso abrí el libro y me resultó perturbador, extraño… Las situaciones que planteaba me producían gran curiosidad. Mencionaba prácticas sexuales que me parecían extravagantes. Las protagonistas de las historias hacían cosas que yo ni me había planteado. Me parecían un poco manipuladas por la mente del autor, al fin y al cabo, un hombre; y es un hombre quien las “sometía”.
Terminaron los exámenes y quería ir a casa a ver a mis padres unos días, pero empecé a darle vueltas a una de las historias. Es difícil de explicar, sentía un vacío, una gran duda y un deseo oculto; una idea me sobrevino. Empecé a temblar y me tuve que dar una ducha para despejarme. Al salir de la ducha me tumbé en el sillón y me quedé dormida. Tuve sueños revueltos y turbadores. Me desperté de repente y tenía la entrepierna súper mojada, me tuve que duchar de nuevo. Me di cuenta de que lo prohibido me llamaba. Era un deseo oscuro, un poco sucio, pero enormemente excitante, y tenía que hacerlo.
A la mañana siguiente fui a una Facultad que no era la mía y puse un anuncio que ha dado lugar a lo que la gente llama una “leyenda urbana”.
Cuando lo escucho me río porque realmente sucedió y yo fui la protagonista. Me aseguré que no había nadie mirándome y lo puse dentro de un anuncio de alumnos. El anuncio decía lo siguiente: Chica buenísima, busca chico discreto para que la inicie en la sodomía. Mi número de móvil y salí corriendo.

Temblaba pensando en lo que acababa de hacer. Esa misma tarde recibí siete llamadas pero no me atreví a responder a ninguna y apagué mi teléfono un poco avergonzada. Cené y me fui a la cama pero no podía dormir, estaba muy nerviosa. Mi móvil estaba en la mesita y no dejaba de mirarlo. Me decidí a conectarlo. Solo quince segundos después me llegó un mensaje, lo habían enviado media hora antes. Decía lo siguiente: He visto tu anuncio. Un amigo mío y yo queremos conocerte, somos de fiar. Si estás interesada házmelo saber y te daré mi dirección. Te prometo discreción.
Empecé a notar mis latidos en las sienes, mi respiración agitada y mi nerviosismo patético; me mordí el labio inferior y me decidí a responder. Me temblaban los dedos y solo pude escribir “lo estoy” y lo envié. Me contestó con su dirección y una hora. Le hice una llamada perdida para confirmarlo.
Apenas pude dormir esa noche. Al día siguiente no tenía clase y me quedé en la cama hasta las doce. Me levanté al mediodía, comí, me duché y volví a echarme sobre el sillón esperando que pasara el tiempo. Estaba histérica, lo deseaba, lo deseaba mucho, pero iba a encontrarme no con un extraño, sino con dos.
Tenía dudas pero lo estaba deseando, lo único que hacía era justificarme a mí misma. El encuentro no era muy lejos de mi casa y media hora antes salí de casa. Estaba acabando el invierno y el tiempo era un poco frío aún. Llegué al sitio con el corazón en la boca, me planté frente a la puerta. Creí que me desmayaría y en un impulso apreté el timbre. A los cinco segundos me abrieron. Era un chico joven, de físico vulgar, mediana estatura, ni gordo ni flaco, moreno, ojos marrones.
Me saludó y entré. Era una casa antigua. Allí estaba su amigo, que era bastante feo. Tenían puesta música y estaban tomando un Gin Tonic. Entramos a la sala donde había unos sillones y nos sentamos.
Me prepararon un Gin Tonic. Evitábamos mirarnos fijamente, todo era muy violento, ridículo. Estaba arrepintiéndome… Me hablaron de los discos que tenían, del tiempo en Madrid y de todo lo alejado del asunto que allí nos reunía. Yo no paraba de beber y ya estaba por el segundo Gin Tonic. Mientras pensaba: «En cuanto me termine este vaso pongo una excusa y me voy. Esto es una estupidez. Les diré que era una broma y en paz».
Los chicos no cesaban de hablar y yo bebía, mientras el alcohol hacía su efecto. Me relajé, pero seguía decidida a irme. Ya llevaba diez minutos, y según yo, había tardado demasiado. Me levanté y empecé a caminar hacia la puerta ante el asombro de los dos muchachos, me iba. Pero vi la puerta del dormitorio abierta y me asomé. Había una cama muy grande y una lámpara cubierta con un pañuelo azul oscuro que dejaba el cuarto en una curiosa penumbra azul.

Noté una gran excitación, ¡iba a hacerlo! Asentí con la cabeza, el alcohol hablaba por mí. Los dos se dirigieron hacia la puerta del dormitorio, los dejé clavados porque me dirigí al ventanal del comedor y con violencia bajé las persianas, dejé la sala a oscuras. Me sentía ansiosa y con ganas de que me dieran fuego.
– Prefiero aquí… – dije.
La sala a oscuras y solo se veían perfiles azules debido a la escasa luz del dormitorio. El feo quiso besarme, pero me negué.
– Nada de besos, ni de meterme mano; no me excita ahora. Solo quiero… Bueno, ya sabéis qué, ¿no?
Me miraron asombrados. Empecé a desabotonarme los tejanos, tenía prisa. Me giré y los bajé hasta las rodillas, sabiendo que sus miradas acaparaban mis nalguitas. Me dejé las braguitas y mi jersey puesto y me puse de rodillas encima del sofá, incliné mi redondo culo y supe que se habían atragantado al ver mi enorme trasero de nalgas redondas y aterciopeladas. Oía sus respiraciones agitadas, la mía también lo estaba y todos estábamos nerviosos y excitados.
– Te pondré un poquito de vaselina – dijo uno.
Oí como se echaba la crema en las palmas y las frotaba. Me estaba poniendo muy tensa. Intentó abrirme las nalgas y deseé sentir su lengua en mi ano, pero sabía que con la crema, la penetración sería más fácil y me quedé con las ganas de sentir una lengüita en mi culo.
– Abre un poco las piernas.
Obedecí y separé mis rodillas. Me sentía como una mujer de los relatos de Sade, sumisa, expectante. Mi trasero en pompa expuesto y dispuesto a recibir una rica verga que lo abriera completamente. De pronto sentí su dedo embadurnado de crema sobre el borde de mi ano, estaba tibio; así que mi culo se contrajo un poco y debido a la impresión, lancé un quejido pero no quería parar. Empezó a embadurnar las rugosidades de mi ano, mientras yo movía el trasero al compás de las caricias. Era una sensación dulce muy agradable y creo que empecé a mojarme.
– Métele el dedo hasta el fondo – oí que dijo el otro.
Y poco a poco su dedo avanzaba hacia el centro, todavía con mimo. Tratando mi culito con mucha delicadeza, por eso mi esfínter empezó a relajarse.
Él se dio cuenta y comenzó a presionar ligeramente. Por fin mi culo empezaba a ser perforado. Estaba mereciendo la pena, ya lo creo. Metió hasta la segunda falange y empezó a moverlo en círculos.

Así hizo y me relajé. Sentía cómo el borde de mi recto rozaba con la suave piel de su dedo. Era dulce, muy dulce. Entonces apretó más, firme aunque lentamente. Por fin metió su dedo hasta el fondo de mi culo. ¡No podía creerlo! Nunca me lo había ni tocado para excitarme y ahora tenía metido el dedo de un desconocido mientras otro me miraba. Lo movió más rápidamente y nuestras respiraciones se lanzaron a la carrera.
Oí cómo se desabrochaba el pantalón y buscaba su polla de entre sus calzoncillos. Se la sacó y de inmediato escuché el sonido de su verga mientras se la meneaba. Siempre me ha repugnado ese sonido, de hecho he tenido un poco de reticencia a tocarlas y ya no digamos mamarlas. Aquel sonido me resultaba sencillamente asqueroso, por fortuna estaba muy excitado y tardó poco en conseguir una erección aceptable para ponerse el condón. De buenas a primeras sentí algo plano y duro sobre mis nalgas, era su glande. Mi culito era muy sensible y distinguí perfectamente el depósito de la punta del preservativo. Me asusté, pues no creía que eso fuera a entrarme.
Empezó a empujar. Dolor, era algo así como cuando tomas mucho aire y no puedes soltarlo. Me sentí presionada, me dolía.
– Tranquila, siempre es así al principio – decía entre jadeos-
Hundí mi cara en el reposabrazos del sillón, con lo que quedé más empinada y mordí el sillón, el sabor era seco y sabía a polvo, era un sillón muy viejo. Mientras, sentía como su verga entraba poco a poco en mi culo. Me la metió hasta la mitad y se quedó quieto, esperando a que yo me acostumbrara a su grosor. Me acordé de la primera vez que follé con un chico en su coche; creí morir hasta que me la encajó toda. Esta vez era igual pero la presión era mayor. Le pedí un respiro y aceptó.
Los músculos de mi ano estaban tensos y necesitaban relajarse, él pareció darse cuenta y aplicó más crema, se lo agradecí desde lo más profundo de mi alma, pues sentía que su lanza me quemaba y de veras que fue un respiro para mi culito que ardía. Después empezó a sacarla y meterla hasta la mitad y aquel vaivén me pareció de lo más delicioso. ¡Al fin me estaban culeando, me sodomizaban, o como dicen algunos, me estaba dando por culo y me gustaba! Comencé a jadear y a retorcerme, sintiendo que lo peor había pasado, seguimos así unos cinco minutos.
Sentí que la verga crecía dentro de mi culito, ¡iba a disparar su leche dentro de mi ano! Entonces pasó lo inevitable, el chico tomó aire, se afianzó a mis ancas y empujó muy adentro, tanto que tocó mi vagina con sus testículos. Eso me dolió mucho, muchísimo y ahogué un grito y empecé a chillar, pero él no cesaba. El problema era que yo no era capaz de decir nada y él seguía arponeando el culo, sin escuchar mis lamentos; no la tenía muy grande pero aún así me dolía.

Me agarré con ambas manos del sillón y las cerré con fuerza, mientras mis piernas temblaban al sentir los zarandeos de mi amiguito. Estaba confundida, pues sentía dolor y terror, me sentía violada pero no era verdad, simplemente mi amante estaba siendo demasiado efusivo. De pronto se detuvo, ¡se había corrido!
Con las lágrimas corriendo por mis mejillas me subí los pantalones. Me ardía el culo y me sentí sucia y mareada. Le dije al otro que lo sentía pero que no podría estar con él, no puso reparos. Fueron muy amables y realmente eran buenos chicos. Estaban algo asustados, los tranquilicé y me fui.
En el camino a casa no paraba de darle vueltas. Mientras caminaba sentía como mi ano se retorcía, me costaba caminar a buen ritmo; tenía un gran escozor y me dolía. Entonces me dije a mí misma. Es cierto, es real. ¡Me han dado por el culo, me la han metido por detrás y he satisfecho mi fantasía y me siento súper bien! Sabía que no volvería nunca a ser la misma.
Ya en casa me tomé un café caliente y me metí en la bañera. Seguía dolorida, escocida, el agua me molestaba el esfínter, pero aproveché para enjabonarlo, lo limpié a conciencia y luego me puse crema.
Las dudas me corroían: ¿Habré hecho bien? ¿Soy una puta?
Pese a todo había gozado mientras aquel chico desconocido me sodomizaba. Y luego pensé: Aún tengo su número por si acaso…
Besos.

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