Relato erótico
Orgasmos de “manual”
Andrés no cuenta una historia que vivió cuando era más joven. La protagonista ya no es su novia, pero esta historia no la olvidará nunca.
Andrés – Huelva
Hola. Me llamo Andrés y actualmente tengo 33 años. Lo que les contaré a continuación me ocurrió hace ya 13 años, cuando tenía 20.
En aquella época yo salía con una chica algo menor que yo, de 19 años. Estatura mediana, 1’75 aproximadamente, morena de ojos verdes, delgada y con unos pechos que desde el primer momento me dieron ganas de acariciar, lamer, chupar, adorar. Eran maravillosos, firmes y duritos, con un pezón negro pequeñito. No tenía demasiado trasero, pero tampoco lo necesitaba. No exagero si digo que debía rondar el 90-69-88. En definitiva, una belleza.
Yo entonces era más delgado que ahora, 1’77, pelo marrón tirando a rubio, sobre todo en veranos, ojos marrón verdoso y ligeramente musculoso, debido al trabajo que tenía entonces en una empresa de envasado de alimentos, que me obligaba a pasarme casi todo el día cargando sacos de muchos kilos. Respecto a mi “atributo”, debo decir que estoy orgulloso de mis 23 centímetros. Además, tienen un grueso que, sin llegar a ser excesivo, si es considerable.
Nuestro principal problema, y que fue el motivo de nuestra ruptura, era que ella vivía a mas de 100 kilómetros de mi ciudad, con lo que nos veíamos apenas una vez al mes.
Cuando empezamos a salir sus padres se habían ido de viaje y la dejaron sola en casa. Yo había ido a visitar a unas primas mías, y la conocí porque era amiga suya. El sábado le pedí salir, y el domingo follamos por primera vez, en su casa, pues el lunes me iba a marchar y no sabía cuándo volvería. Desde entonces, follamos a menudo, pero nunca conseguía arrancarle un orgasmo.
Ocasionalmente tenía alguno pequeño, pero nunca uno en condiciones, uno que la hiciera estremecerse y gritar de placer, y me frustraba, pues la amaba de corazón. La acariciaba más de 30 minutos, y luego follábamos por otros 30 ó 45 minutos, pero nada. Así pues, empecé a leer libros sobre la materia. En uno leí un método que decía servía para encontrar el punto G de las mujeres, y decidí que no perdía nada por intentarlo.
Ese fin de semana fui a su ciudad y pasamos el resto de la mañana juntos. Conté a Marga lo que había leído y se emocionó, diciendo que estaba deseando probarlo. Volvimos a su casa, los dos muy excitados, pero estaban sus padres y no parecían tener intención de irse, así que nos quedamos con las ganas. Comí en su casa y luego ella se cambió y nos marchamos. Antes de salir le pidió a su madre unas llaves, y nos fuimos.
Bajando por las escaleras me dijo que había cogido las llaves de un trastero, ya que quería enseñarme unos libros que tenían guardados. Y es que era un fan de la literatura. Entramos y ella entornó la puerta, sin cerrarla, pero quitando la llave. Abrió la caja y sacó unos libros. La mayoría tenían pinta de aburridos, y así se lo dije, pero un par si llamaron mi atención.
Al agacharse a por los libros del fondo de la caja me dejó ver su culito en todo su esplendor, remarcado por sus vaqueros. Decidí que había llegado el momento de poner en práctica lo aprendido. Me levanté y, agarrándola por las caderas, me pegué a su culo, dejando que notara bien mi polla, que ya estaba completamente dura. Ella se levantó y aproveché para llevar mis manos a sus pechos, acariciándolos sobre la ropa mientras lamía su oreja y su cuello. Ella dejó escapar un gemidito.
-No, para, por favor.
-Te deseo, aquí, ahora…
-Pero nos van a oír.
-Eso no me importa en absoluto, más bien me excita -empecé a notar que sus pezones se ponían duros-. -Y parece que no soy el único.
-No puedo negarlo… Espera…
Se fue a la puerta, pero yo no me separé y seguí acariciándola, caminando detrás de ella. Cerró la puerta, mientras mis manos se deslizaban por debajo de su ropa para acariciar su piel directamente. Tenía las tetas increíblemente duras, pero lo que más me sorprendió es lo mojado que tenía el coñito. Puse la mano como señalaba el libro que leí, con la palma de la mano sobre el clítoris y dos dedos dentro de la vagina con las yemas hacia arriba palpando hasta localizar el punto G, cosa que debí hacer a juzgar por el gemido que escapó de sus labios. Ella se apoyó en la puerta y empezó a gemir cada vez más fuerte, mientras yo seguía con mis toqueteos, y mi mano en sus tetas no paraba de pasar de una a otra. De pronto, su coño se empezó a contraer y soltó un grito de placer corriéndose por primera vez, mientras las piernas le temblaban. Luego se corrió otras dos veces casi seguidas a la anterior, dejando mi mano y sus braguitas completamente empapadas.
Se dio la vuelta y me besó en los labios. Nuestras lenguas se buscaron con ansia, mientras mezclaban nuestras salivas. Le bajé los pantalones y las braguitas, mientras ella se subía el jersey y la camisa y se quitaba el sujetador. Bajé recorriendo su cuerpo con mi lengua hasta sus tetas, mientras mi mano volvía a acariciar su clítoris como antes. Noté que su excitación crecía y bajé recorriendo su vientre con mis labios hasta su coño. Mi lengua empezó a jugar con su clítoris mientras mis dedos seguían hurgando dentro de ella. Sus gemidos iban en aumento hasta que tuvo una nueva serie de tres orgasmos. Ahí descubrí que era multiorgásmica.
Yo ya no podía más. La polla me dolía por estar aprisionada. Me levanté, me bajé los pantalones, la apoyé contra una de las paredes, puse sus piernas en torno a mi cintura y se la empecé a meter despacio, sintiendo bien cada centímetro de su caliente coño. Por fin la ensarté entera y empecé a moverme con energía, fuertemente, debido a la excitación. Nuestras lenguas volvieron a juntarse y mis manos acariciaban y apretaban su culo para hacer más profunda la penetración. Sus gemidos no cesaban y hubo un momento en que creí que había tenido una nueva serie de orgasmos, cosa que quedó confirmada al notar sus jugos escurriéndose por mi polla y por mis huevos.
Ello me animó a seguir, acelerando el ritmo hasta que estallé dentro de ella, sintiendo como su coño se contraía en un nuevo orgasmo.
Decidí que había llegado el momento de intentar si me dejaba penetrarla por su otro agujero. Aun era virgen por allí, y yo ansiaba desvirgarlo, pero cuando lo había intentado me decía que le hacía mucho daño y tenía que parar.
La puse con la espalda doblada sobre un montón de cajas y la penetré por detrás. Su chocho estaba húmedo y muy caliente, y lo notaba como nunca. Un conglomerado de sus jugos y mi semen salía de su coño. Con una mano le empecé a acariciar el clítoris, mientras con la otra cogí parte de esos jugos que se le escurrían y los lleve a su ano, lubricándolo. Primero metí un dedo, despacio, dejando que se acostumbrara, Lo dejé un rato dentro y ella no dijo nada. Pero, cuando metí el segundo y empecé a hacer fuerza para abrirla cada vez más, empezó a sospechar lo que tenía en mente.
-Por favor, no. Me harás daño… aaaaaggggg.
¿Acaso no te gusta lo que te estoy haciendo, no estás disfrutando con mis dedos en tu culito?
-Sí, pero…
-Confía en mí y relájate.
Saqué la polla de su coño, completamente empapada de sus jugos, y la llevé hasta su culo. Mientras, la mano que había mantenido en su clítoris adoptaba aquella postura que leí en un libro y que tanto placer le daba y, por extensión, también a mí. Marga estaba nerviosa, pero mis caricias hicieron que, poco a poco, se dejara llevar. Apreté un poco y mi polla empezó a deslizarse en su interior. Cuando mi capullo entró en su culo, dejó escapar un gritito, mezcla de dolor y placer. Lentamente, muy lentamente, me deslicé en su interior, hasta metérsela por completo. ¡Qué pasada, lo había conseguido! ¡Por fin poseía ese culito que me volvía loco!
Dejé pasar un par de minutos antes de empezar a moverme lentamente. Mientras, mi mano derecha seguía en su coño y la izquierda la había llevado a sus tetas, pellizcando sus maravillosos pezones. Estaba seguro que, si había alguien por allí, podía oír perfectamente sus gemidos y gritos de placer, y pensar en ello me excitaba todavía más. Aumenté el ritmo del bombeo poco a poco, conforme veía que su culo se adaptaba a mi rabo. Mi polla entraba y salía de su culo, provocándole gemidos de placer que se unían a los míos en un coro maravilloso de placer y gusto. Noté un par de veces como su coño se contraía en una nueva serie de orgasmos que le hicieron temblar las piernas. Me recosté sobre ella, buscando sentir su cuerpo pegado al mío.
Ella se levantó, diciéndome que le dolían las piernas. Sin sacarse el miembro de su ano, me sentó en las cajas donde ella había estado apoyada y empezó a cabalgarme con mi polla en su culo. ¡Era una pasada! Su coño se contrajo y sus líquidos se escurrieron por mi cipote. Aquello fue demasiado, y aceleré el ritmo moviéndome yo también para acabar corriéndome en su culo, mientras sentía que su coño seguía contrayéndose en nuevos orgasmos.
Tras esto, estuvimos descansando un rato. Mi polla fue perdiendo su fuerza y salió sin problemas de su trasero. Luego, abrazados, repasamos lo que habíamos vivido. Ella se levantó y cogió una toalla que había por allí y comenzó a limpiarse como pudo. Mientras, me contaba que varias veces pensó que podía haber alguien oyéndonos y que eso la excitó aun más. Desde ese día, follamos en varios sitios públicos, hasta el momento que me dejó. Pero guardo un grato recuerdo de aquellas aventuras.