Relato erótico
Oportunidad de oro
Los fines de semana iban a un pueblecito costero con su novia y unos amigos. Le presentaron a una chica que vivía allí todo el año. En cuanto la conoció quedo prendado, sentía que necesitaba estar con ella. Un día, su novia no fue con él, ya que iba de viaje con sus padres. Fue una oportunidad de oro.
José María – Barcelona
Querida Charo, me llamo José María, vivo en Barcelona y te voy a contar la experiencia de que disfruté cuando fui a la playa con unos amigos, y ahí conocí a Eugenia. Ella vivía en aquella población costera y durante el verano se pasaba todo el día en la playa con sus amigos. Era de esas chicas que se pasan todo el día bajo el sol para ponerse morenas y bañándose en el mar. La típica chica playera. Era una joven que si bien no era bonita, tenía una cara picarona. Pero su cuerpo era divino, tenía una piel dorada, tostada por el sol. Sus pechos eran de un buen tamaño, con pezones largos y duros, y sus nalgas eran dos manjares que debían ser probados con delicadeza y lujuria. Sus nalgas parecían carnosas y suaves. Era un deleite verle el culo.
Cuando me la presentaron, llevaba un bikini amarillo de tamaño normal para recoger toda la carne que adornaba su pecho y su trasero. No era como mi novia que le gusta ir a la playa con hilos dentales diminutos para provocar a los hombres.
Hablamos un poco y esa chica me impactó, sentía que necesitaba de su compañía. Fue un amor a primera vista. Todos los fines de semana iba a esa playa solo para verla y hablar con ella y cuando, en una ocasión, mi novia se fue con sus padres de viaje por unos días, yo fui a la playa para poder hablar con Eugenia. Estábamos sentados en la playa y empezamos a hablar de nuestras cosas. Yo le dije que ella me gustaba mucho y ella me dijo que también yo le gustaba. Nos besamos y luego fuimos a su casa, entramos a su habitación, la desnudé, cosa que no fue nada difícil porque ella solo llevaba el bikini. Yo también me desnudé y empezamos a besarnos.
– No sabes cuanto he deseado este momento Eugenia – le dije – No sabes cuanto te deseo, desde que te vi te he deseado.
Ella estaba con los ojos cerrados suspirando con nerviosismo.
– Déjate hacer, mi amor – le dije.
Entonces llevé su mano hacia mi polla y le dije:
-Tócala, frótala, siéntela.
Ella no se resistió, hizo lo que le pedí y me la empezó a frotar.
– Así, así amor, sigue – insistí.
Se notaba que la mano le temblaba, así que se la saqué de mi polla y me eché boca arriba.
– Chúpamela – le dije y al ver su expresión de sorpresa, añadí – Por favor, chúpamela.
Ella acercó su cabeza lentamente y se lo metió en la boca. Con mis manos le guiaba el movimiento de la cabeza. Lo hacía bien, sentir su lengua en mi polla me hacía estar en la gloria.
– ¡Lo haces muy bien pero… oooh… me voy a correr! – exclamé de pronto.
Retiré mi polla de su boca e hice que ella se echara boca abajo, poniéndome yo encima e hicimos un 69. Yo estaba muy ansioso aunque lo disimulaba actuando con calma pero, si hubiera podido, le hubiera metido la lengua hasta las entrañas. Le comí el coño un buen rato mientras ella me mamaba la verga y luego empecé a jugar con su clítoris lo que hizo que ella sacara su boca de mi polla y empezara a gemir. Al parecer yo había dado en el clavo. Seguí mamando y ella gemía más fuerte hasta que me eché a su lado en la cama y le dije:
– ¿Estás lista para que te la meta?
– Sí – me contestó.
Su voz ya no era tan tímida, le estaba agarrando confianza al asunto. Entonces vi una silla en su cuarto, eran esas sillas de oficina con ruedas. Me levanté sin decirle nada y me senté en esa silla.
– Ven mi amor – le dije – te quiero poseer aquí.
Ella se acercó con cierta duda.
– Vamos diosa del mar, siéntate sobre mí – le dije.
Ella se sentó suavemente y sentí como mi pene le perforaba delicadamente el coño. Ella me miraba con timidez.
Primero subía y bajaba con lentitud, pero de pronto aceleró el ritmo y empezó a gemir descontroladamente hasta bramar como un toro herido. – ¡Oooh… Eugenia, me haces gozar mucho… aaah…!.
Yo ya estaba al borde del orgasmo y ambos empezamos a gemir, gritar y a poner caras de dolor y placer
– ¡Ay, que gusto! – me decía ella.
– ¡Sigue cabalgándome! – le gritaba yo – ¡Aaah… Eugenia, me corro!
A la hora de corrernos ambos nos miramos a la cara. Tenía una expresión de dolor impregnada con el sufrimiento por el placer que habíamos tenido y al momento del orgasmo le apreté las nalgas con fuerza.
– ¡Me gusta… méteme el dedo en el culo! – me pidió con gran sorpresa por mi parte.
Yo lo hice y así nos corrimos ambos, ella con un dedo en el culo. Luego nos quedamos a descansar abrazados. Todo el rato que estuvimos descansando le tenía metido el dedo en el culito pues le gustaba tener mi dedo allí. Finalmente conversamos por un rato.
– ¿Alguna vez haz hecho sexo anal? – le pregunté.
– Nunca – me contestó.
– ¿Quieres tenerlo ahora? – le dije.
Me dijo que sí, que una amiga suya le había dicho que el sexo anal era muy placentero si se concentraba lo suficiente. Entonces la puse a cuatro patas, le di un beso en el ano y se lo lubriqué con mi lengua. Luego apoyé la cabeza de mi pene en su agujero.
– ¿Lista, amor?- le pregunté.
– Sí – me dijo tímidamente.
Le empujé la polla hasta poderle meter la cabeza completa. Ella gemía mucho.
– Calma, es solo la cabeza – la tranquilicé.
Esperé un rato y metí un poco más. Ella respiraba de manera muy agitada, más por miedo que dolor. Le metí hasta la mitad y empezó a gemir ahora sí, por dolor.
– Calma… Eugenia…
Me detuve para que su ano se acostumbrara a la mitad de mi polla que estaba dentro de ella. Metí un poco más y después de unos minutos ella gimió con más fuerza pero yo me decidí a metérsela completa.
– ¡Aaah…! – gritó ella.
– ¡Cálmate!- le dije mientras la agarraba de la cintura para que no se me escapara – Tu ano se va a acostumbrar a mi verga, relájate.
Esperé un buen rato a que su ano se acostumbrara a mí y mientras tanto me acerqué a su oído para decirle algunas cosas.
– Ya te tengo enculada y no te vas a escapar. Imagina que no existe nada más en el mundo, solo mi polla en tu culo – le dije –
– ¡Aaaah… duele…! – me decía ella.
– ¡Goza… goza! – le gritaba yo.
Armamos un escándalo, nuestros gritos eran ya de desesperación. Ella gritaba como si la estuviera atravesando el culo con una barra de acero incandescente y yo gritaba de puro placer y así se la seguí metiendo hasta que sentí que me corría.
– ¡Me corrooo… Sofi! – le grité.
Entonces me corrí y lancé el grito más placentero de mi vida. Caímos en la cama y poco a poco mi polla se fue zafando de su culo. Descansamos un buen rato, ella apoyada en mi pecho descansando, yo le puse su manita en mi rabo para que me lo acariciara y así, poco a poco, mi polla fue retomando la dureza por lo que le dije que me lo chupara. Ella lo hizo inmediatamente y empezó el chupeteo. Que bueno era eso, pero lo que más me excitaba era que me estaba chupando la verga que le acababa de meter en el culo. No sabía si ella se había dado cuenta de eso o no, pero igual me la chupó. Me corrí ahora en su boca y luego nos dimos un beso sellado en semen, mi semen. Al rato nos fuimos a la playa a caminar y al día siguiente regresé a mi ciudad.
Ella piensa que nos haremos novios con el tiempo, pero en realidad yo ya tengo novia. Pero lo que pasó luego es cosa de otro relato.
Saludos, Charo y hasta pronto.