Relato erótico
Ojala la volviera a ver
Estaba aburrido y no tenia muy buen humor, pensó que le iria bien dar una vuelta por la ciudad. De pronto quedó subyugado por aquella mjer, cuarentona, sensual, escultural y muy lanzada.
Gonzalo – Bilbao
Era jueves, estaba en casa aburrido, no sabía por qué razón no estaba de muy buen humor, así que decidí dar un paseo para ver si me aireaba un poco. La gente, como siempre, iba por la calle rápidamente, no paseando, casi corriendo, así no se puede vivir pero yo, sin embargo como no llevaba prisa por llegar a ningún sitio iba lentamente, observando a la gente y mirándome a las chavalas. Allí un grupillo de jovencitas, aquella de la minifalda tiene unas piernas de infarto y la del top rojo marca unos buenos pechos. Cada día estaba más quemado. De pronto mientras atravesaba uno de los puentes vi una mujer, sí, una mujer de verdad, unos cuarenta años, rubia, alta, pantalones tejanos ceñidos, zapatos de medio talón y una chaqueta verde sin botones que solo cerraba un cinturón alrededor de una cintura de avispa. Se conservaba estupendamente, pensé para mí.
Nos acercamos el uno al otro, ella tampoco tenía prisa, se notaba que no tenía ninguna obligación. Miré su cuerpo de abajo a arriba, cuando llegué a su cara la miré a los ojos y me di cuenta que se había percatado del repaso que le acabo de dar. En este momento el viento se alió conmigo y de un golpe abrió su chaqueta, el cinturón no pudo aguantar la presión y una parte de la prenda se abrió dejando al descubierto un pecho sujeto con un vaporoso sujetador también de color verde. Desvié la mirada de sus ojos y la posé en la fugaz visión. Fue un reflejo, no lo pude evitar. La miré de nuevo a los ojos, vi que iba a decirme algo y pensé rápidamente en un insulto o un reproche, pero sin embargo de sus labios salió un increíble:
– Si quieres ver más puedo mostrártelo, veo que te has quedado con poquita cosa.
No podía dar crédito a mis oídos, paré a su lado y le dije que realmente no me molestaría aceptar su proposición. Ella me indicó que la siguiera, que tres calles más abajo había un hotel, entramos en recepción y solicitó una habitación con baño. Esto era increíble, no nos habíamos ni presentado y estaba entrando en un hotel con una mujer de bandera que ni siquiera conocía. Ya en la habitación me pidió por favor que fuera preparando el baño y sin más dilación enchufé el agua caliente y me puse a llenar la bañera, oyendo como ella llamaba por teléfono y al cabo de unos momentos entró ella en el baño. Fue de infarto pues se había despojado de los pantalones y la chaqueta y solo lucía la ropa interior. El conjunto de color verde era maravilloso, sus sujetadores aguantaban unos pechos grandes y todavía erguidos, sus braguitas, debido a su transparencia, dejaban adivinar un triángulo cuidado y cuando se volvió, un maravilloso culo apareció ante mí.
Entonces se acercó a mí y sus manos comenzaron a desabrochar mi camisa, acariciaron mi torso y lograron que empezara en mí una erección cada vez más patente de la que ella se dio cuenta y con movimientos lentos liberó el botón de mis pantalones y bajó la cremallera, su mano se introdujo en mi entrepierna, por debajo del calzoncillo y poco a poco masajeó mis huevos y mi polla, que ya estaba en un estado de hinchazón bestial.
En ese momento llamaron a la puerta. Ella se puso un albornoz del hotel y salió a abrir, poco después entró sin mediar palabra, se desnudó de nuevo y agarró otra vez mi herramienta. Poco a poco mis manos también se deslizaron por su cuerpo, su piel suave respondía a mis caricias, notando como al pasar la mano su cuerpo se estremecía. Entonces agarré sus pechos que no cabían en mis manos y los masajeé suavemente, los pezones se endurecían y levantaban desafiando la ley de la gravedad, apliqué mis labios sobre ellos y un leve gemido salió de su garganta pidiéndome por favor que parara y me metiera en la bañera, cosa que hice en el acto.
Me mantuvo de pie y de espaldas a ella, notando yo como también entraba en la bañera y se apretaba a mi espalda, sus pechos rozaban mi espalda y mientras tanto con sus manos enjabonó mi pecho, mi vientre, mi polla… Yo estaba en la gloria, era una experta, sensaciones placenteras recorrían todo mi cuerpo y me abandoné a sus suaves caricias que consiguieron llevarme a un punto de placer que no había experimentado nunca. Poco después llenó mis manos de jabón y me invitó a que, al igual que había hecho ella conmigo, la bañe y nervioso por la circunstancia comencé un suave masaje en su espalda, que recorrí de arriba abajo y luego mis manos se desplazaron a su pecho que aproveché para estrujar y masajear con fuerza. Al rato me deslicé por su vientre y enjaboné su cuidada mata de pelo. La espuma se deslizaba por su entrepierna y mis manos buscaban su raja, mojada de sus jugos y el jabón, mis dedos se deslizaban con facilidad, casi sin tocar su piel, abrí sus labios y llegué hasta su clítoris, grande y hinchado, suavemente acaricié el botón y noté como espasmos de placer hacían que su cuerpo temblase un poco, así que mis dedos no se detuvieron y circularon por su cuerpo.
Los espasmos se sucedían uno detrás de otro y finalmente llegó al orgasmo, un orgasmo largo y profundo. Gemidos de placer salían de su garganta y al rato se relajó y finalmente procedimos a finalizar nuestro baño. Salimos a la habitación sin secarnos, nuestros cuerpos húmedos brillaban al sol que entraba por las ventanas, la tarde era fantástica y prometía mucho más. En la mesa vi el fruto de sus llamadas de teléfono, un bol de fresas con nata y una botella de cava. Ella se tendió en la cama y me miró con ojos lujuriosos pero no adiviné sus intenciones hasta que, llevándose una cucharada de nata hacia los pechos, me dijo:
– Ahora te invito a merendar.
Llenó sus pechos y su sexo con la nata y yo me dispuse a comer ese delicioso manjar, mi lengua lamió su piel comiendo y sorbiendo, sus pezones se ponían duros como piedras mientras los mordisqueaba y chupaba, recorrí toda su anatomía y ella se retorcía de placer mientras mi boca no paraba de trabajar hasta que llegué a su sexo y hundí mi cara en la nata de su entrepierna notando como en su delicada raja ha colocado una fresa.
Intenté cogerla con mis labios y con mi lengua pero no lo conseguí, pero lo que sí conseguí fue llevar a mi pareja a un estado de paroxismo que hacía tiempo no había visto en ninguna mujer. Se retorcía y lanzaba grititos ahogados que me ponían a mil por hora hasta que alcanzó su clítoris que yo mordía y chupaba, así se excitaba aún más y finalmente, lanzando un grito ahogado, quedó tendida en la cama casi sin sentido aunque, rápidamente, recuperó el aliento y me mandó echarme en la cama, se sentó encima de mí mientras abría la botella de cava y poco a poco vertió el líquido encima de mi pecho y lo chupeteó ávidamente. Se relamía en mis pezones y sorbía el pequeño charco que se formaba en mi ombligo.
Mi herramienta estaba en estado de máxima erección y notar el frío cava sobre ella me produjo una agradable sensación. Lentamente se dedicó a recorrer con su lengua toda su longitud, abarcando con sus labios mi glande y dándome pequeños golpecitos con la lengua en su extremo, mi paroxismo llegó al límite cuando se introdujo todo el pene en la boca haciéndolo llegar hasta su garganta y comenzó un lento movimiento de metisaca que poco a poco fue aumentando de ritmo hasta notar como mis testículos estaban a punto de soltar su carga. Ella también se percató del hecho y apartándose un poco se dispuso a recibir toda mi leche, que salió en rápidos chorros que se esparcían por sus labios y su cara. Tragó el líquido que se introdujo en su boca y se relamía de gusto con mis fluidos. Luego limpió mi herramienta con la lengua hasta dejarla brillante y quedamos los dos tendidos uno encima del otro, sin respiración.
Al rato ella, solícita y dispuesta, me invitó de nuevo al baño para limpiar nuestros cuerpos y esta vez me coloqué detrás de ella y fui yo el que enjabonó y recorrió todo su cuerpo con mis manos, dirigiéndolas lentamente hacia su trasero y ella, al notar mi mano, abrió las piernas y me facilitó el acceso y así introduje un dedo en su interior fácilmente gracias al jabón. Ella cerró el esfínter, yo retiré el dedo y lo metí de nuevo varias veces, sus piernas cada vez más abiertas facilitaban mi trabajo y, cuando su ano se había distendido la aprisioné por las caderas con mis manos y con mi falo restregué su raja mientras ella se manosea el clítoris e intentaba con la otra mano colocar mi verga en su entrada trasera,
Cuando conseguí que mi polla estuviera ya en su entrada, embestí poco a poco y centímetro a centímetro fui entrando toda mi herramienta en su interior, notando como mis huevos golpeaban en sus nalgas y comencé un bombeo lento mientras mis manos sobaban sus pechos y ella seguía masajeando su almeja, pidiéndome que no parase, que siguiera toda la tarde dentro de ella bombeando lentamente al tiempo que gimía como una posesa.
Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no correrme dentro de ella notando como mi polla se hinchaba cada vez más debido a la presión de su esfínter y finalmente tuve que claudicar y llené todo su interior con mi leche. Ella, en el mismo momento, alcanzó el clímax y lanzó un gemido casi animal. Los dos rendidos caímos arrodillados en la bañera y en esta postura quedamos unos momentos.
Poco después nos duchamos y después de vestirnos salimos del hotel, observando envidia en la mirada del recepcionista y en ese momento me di cuenta de lo raro que había sido todo lo que había pasado. Mis pensamientos me tuvieron un momento despistado y cuando giré la vista me di cuenta que ella ya no estaba a mi lado, salí a la calle y no la pude ver ya, no supe su nombre ni nada de ella y sin embargo la tarde que me hizo pasar fue maravillosa. Desde aquel día todos los jueves que me es posible, salgo a pasear por mi ciudad esperando encontrarla de nuevo.
Si la vuelvo a encontrar, os lo contaré. Saludos