Relato erótico

Obediente y cornudo

Charo
11 de junio del 2019

Contactaron en un chat con un hombre para su mujer. Era un Amo por excelencia y quería que él fuera su criado mientras se follaba a su mujer. Se citaron para el fin de semana y reconoce que disfrutó de su papel.

Ramón – Ávila

Una de las últimas veces que disfruté siendo un cornudo fue durante un fin de semana en Madrid con Vicente, uno de los amantes de Teresa, mi esposa. Habíamos contactado con él a través de un chat, y antes de conocernos en persona habíamos hablado bastante por teléfono.
Vicente estaba obsesionado por tener criados y si eran los maridos de sus amantes, mejor todavía. Le gustaba ser servido por un criado servil como los de antes. Así que una vez contrastamos nuestros gustos, quedó claro que yo iba a ser el criado de los dos mientras me ponían los cuernos; los tres estábamos de acuerdo con nuestros papeles y Teresa me anunció lo bien que se lo iba a pasar humillándome con su amante.
El primer día que hablamos por teléfono, Teresa y Vicente estuvieron un buen rato hablando de lo que íbamos a hacer, de cómo lo haríamos y se reían imaginándose el momento. Antes de colgar Teresa me pasó el teléfono para que saludara a Vicente y éste me dijo:
– Eres un gilipollas por dejarme follar con esta tía tan estupenda, ¿has oído? Además piénsate bien si vas a venir, porque una vez estés aquí no vas a poder ni rechistar, vas a ser nuestro puto criado y vas a estar a nuestro servicio.
Yo no hacía más que asentir, y al oír esas palabras se me puso la polla dura y casi me corro de imaginarme la situación que me esperaba. Me gustó mucho su actitud y Teresa estaba encantada. Por fin quedamos un viernes. Íbamos a pasar el fin de semana en un hotel con la peculiaridad de que él volvería a dormir a casa, pues estaba casado y ella, claro, no sabía nada.
Eso también me excitaba mucho, pensaba que él follaba con mi mujer, pero que la suya se la quedaba para él, de modo que yo le ofrecía todo y él nada, me gustaba mucho, muchísimo. Nos vino a recoger a la estación y desde que lo vi pensé que iba a ser un amante estupendo para ella, todo un caballero, mientras que conmigo iba a ser un chulo.
Habíamos quedado que esa primera tarde nos conoceríamos y luego, al día siguiente, comenzaría todo. Tomamos algo por ahí, hablamos de los planes y de los roles de cada uno y poco a poco me fui adaptando a mi papel de marido cornudo y sumiso.
Vicente deseaba tener un criado a toda costa y le daba un morbo terrible que fuera, además, el marido de su amante. Teresa, por su parte, estaba encantada con un tipo tan bien plantado que la trataba como a una reina, a la vez que disfrutaba humillándome de esa manera.
Yo, ni que decir tiene que me estaba relamiendo del gusto ante el fin de semana que se me avecinaba. Cuando nos despedimos, como yo ya había adoptado en cierto modo mi papel, Vicente no dudó en darle un largo beso en la boca a Teresa ante mi presencia y luego se despidió de mí dándome unos golpecitos paternalistas en la cara diciéndome con gran ironía y una sonrisa en la boca:

– Hasta mañana, descansa porque te espera buena…
Solo con ese gesto, subí empalmado a la habitación y Teresa lo notó en el ascensor, lo que fue motivo para cachondearse de mí. Por supuesto, esa noche no follamos, porque como dijo Teresa, tenía que guardarse para su hombre. Lo cual, evidentemente, acepté de buen grado. Llegó la mañana y nos despertaron unos golpecitos en la puerta. Abrí semidormido y entonces entró Vicente apartándome con un empujón y se dirigió directo a la cama a abrazar a Teresa, que estaba desnuda en la cama. Allí comenzó mi labor, tuve que descalzar a Vicente mientras besaba a Teresa sin parar, se desnudó y se metió en la cama para “catar” a Teresa y empezar a coronar mi cabeza con unos buenos cuernos.
Mientras follaban tuve que bajar a encargar un desayuno para ellos en la habitación, momento que aproveché a desayunar porque ya me habían anunciado que solo me dejarían los restos. Subí y los encontré abrazados y charlando después de su primer polvo. Vicente sonreía pletórico, con un aire de superioridad que me dejaba por los suelos, algo que Teresa sentía y disfrutaba haciéndoselo notar a Vicente.
Cuando llegó el desayuno lo coloqué en la mesa y se lo serví quedándome de pie a la espera de sus instrucciones. Se ducharon y salimos en coche a comer. Saqué el coche de Vicente del parking y los recogí en la puerta del hotel. Yo era su chófer y tenía que actuar como tal, de modo que les abría las puertas, les esperaba de pie hasta que entraban. Por supuesto que ellos iban sentados en la parte de atrás pasando de mí, hablándome solo para indicarme por dónde ir.
Vicente siempre hablaba haciendo alusión a mis cuernos, a lo imbécil que yo era y lo buena que estaba Teresa. En el restaurante decidieron comer solos mientras yo les esperaba fuera, en el coche, comiendo un bocadillo. Me sentía totalmente humillado y fuera del juego y me dieron tentaciones de acabar la historia, pero en el fondo la disfrutaba, me gustaba sentirme cornudo de esa manera tan evidente y humillante. Cuando salieron, Vicente me hizo una seña y me acerqué con el coche, volví a abrirles la puerta y ya sentados me preguntaron riendo como había comido y se metieron en el coche.
Me dijeron que parara en un parque cercano para pasear y me quedé esperando en el coche. Al cabo de media hora volvían despacio, agarrados, por uno de los caminos de tierra del parque y me quedé observándolos mientras se acercaban besándose. Me sentía como un cabrón gilipollas, allí, esperando a que llegaran para llevarlos a otro sitio y luciendo una cornamenta que ya empezaba a pesarme.
Después del paseo por el parque los llevé de nuevo al hotel, se bajaron en la puerta y yo fui a aparcar al garaje. Al subir a la habitación noté como el conserje me miraba, como pensando “Vaya cuernos llevas, tío”. Llamé a la puerta de la habitación y tardaron en abrirme. Salió Vicente sin camisa y llegué a ver a Teresa desnuda en la cama. Me dijo que me fuera a comprar más condones, un consolador y algo para merendar, me dio la tarjeta para entrar la habitación y me cerró la puerta en las narices. Anduve vagando un buen rato, pues había hecho la compra en un momento en uno de los sexshops de la zona y pensé que preferirían estar solos.

Volví a las dos horas, llamé antes de entrar y me gritaron que pasara. Al abrir la puerta me encontré a Teresa a cuatro patas y Vicente follándosela por detrás como un bestia.
– Mira qué bien, llegas para ver como cabalgo a tu mujercita, cornudo de mierda.
También Teresa me regaló un piropo y me dijo:
– Mira imbécil, como disfruto con la polla de un tío de verdad. Esto sí que es follar, no lo tuyo.
Solo con esas palabras ya me había empalmado y como Teresa se lo imaginaba me dijo:
– Anda, desnúdate y enséñanos como estás, que seguro que la tienes a tope.
Así que me desnudé a topa prisa y efectivamente, dejé a la vista mi erección al tiempo que los dos se reían de que los cuernos me pusieran tan cachondo. Vicente siguió un rato culeando a Teresa entre gemidos y yo miraba absorto su polla dura entrando y saliendo sin parar. De repente, Vicente paró, salto de la cama, me cogió del pelo y me metió la cara en el coño húmedo de Teresa.
– ¡Lame, limpia el coño de tu mujer que me acabo de follar y déjalo como nuevo, venga chupa, cabrón!
Teresa se reía sin parar, comencé a lamer su coño, le pasé la lengua como un perro fiel, sabiendo que me estaba comiendo las humedades producidas por otro tío, por su amante. Cuando le pareció oportuno me retiró cogiéndome de los pelos de nuevo y me condujo hasta el lateral de la cama, me dijo que me quedara abajo a cuatro patas.
Tenía toda la cara pringada por el coño de Teresa y ellos se descojonaban de mi aspecto. Yo me relamía lo que quedaba, entonces Vicente se sentó encima de Teresa y le metió la polla en la boca. Estaban tan excitados de antes que Vicente se corrió encima de ella en pocos minutos y Teresa hizo otro tanto tocándose el clítoris. Luego se echaron una siesta mientras yo me quedé en el suelo. Allí no aguanté más y en silencio me hice una paja de campeonato, después también me quedé dormido. Me despertaron las pataditas de Vicente en mi cara. Lo vi sentado en la cama apoyando sus pies en mi pecho:
– Levanta de ahí y prepáranos un baño, venga.

Me levanté precipitado y vi a Teresa estupenda en la cama, desnuda, con sus deliciosos pechos a la vista y le sonreí. Les preparé el baño y les dejé solos hasta que me llamaran. Mientras arreglé la cama y preparé algo de cenar en la mesa con lo que había comprado. Cuando acabaron me llamaron para que les preparara las toallas y tuve que secarles los pies. Vicente no perdía detalle para que yo me sintiera su criado y yo, en el fondo, se lo agradecía.
Parecía que tenía mucha práctica tratándome como criado y viendo su decisión yo adoptaba cada vez más mi papel con más seguridad también. Mientras cenaban algo, me hicieron poner a sus pies como si fuera un felpudo, los dos estaban descalzos y yo tenía la polla dura como la piedra, aplastada contra el suelo. De vez en cuando se divertían a mi costa y me tiraban algo de comer al suelo para que lo cogiera con la boca y entonces se carcajeaban. Era realmente humillante, pero insisto, yo me sentía feliz allí abajo. Cuando acabaron relamí sus platos y luego recogí todo. Ya era tarde y Vicente tenía que irse a casa con su mujer.
Yo me quedaba con Teresa, mi mujer, a la que había follado sin parar, al mismo tiempo que me había humillado hasta más no poder. Se despidió de Teresa con un gran beso en la boca y a mí, que seguía a gatas por el suelo, me acercó su zapato izquierdo a la boca para que se lo besara. Y eso fue lo que hice. Me daba hasta vergüenza mirar a Teresa después de tanta humillación, pero ella estaba encantada y en seguida me preguntó qué que tal lo había pasado. Ella, según afirmó, había disfrutado como nunca y ya estaba ansiosa de que llegara el día siguiente. Viendo que estaba satisfecha, me quedé más tranquilo y nos acostamos para descansar. Antes de dormirnos repasamos lo ocurrido y yo me hice una paja rememorando los mejores momentos. Ella, agotada de tanto sexo, se durmió sin hacerme mucho caso. Me imagino que pensando en su querido Vicente. Al día siguiente se repitió la misma escena del anterior. Vicente llamó, me empujó y se lanzó a la cama a por Teresa. Era como una rutina, Teresa le abrazó como a un salvador y yo me quedé de pie mirando.
Vicente había planeado pasar todo el día en el hotel hasta que nos fuéramos por la tarde de vuelta. Así que me dijo que me fuera a comprar algo de comer y de beber mientras ellos descansaban un ratito. Salí bajo la mirada del conserje, que ya debía saberlo, compré lo necesario y volví. No estaban follando y, además, encima de la cama había una cuerda destinada para mí. A Vicente le daba un morbo terrible atarme en la silla mientras ellos follaban y así lo hizo. Puso la silla mirando a la cama, me senté y me ató fuertemente por el tronco. Cuando ya estaba bien sujeto me dio un par de bofetadas que le causaron una estrepitosa carcajada a Teresa y luego Vicente me dio unos golpecitos paternalistas en la cabeza diciendo:

– Ya verás cómo disfrutas cabroncete, te van a salir unos cuernos hasta el techo.
Me quedé atado en la silla, desnudo, de frente a ellos y empezaron la sesión. Primero fue Teresa quien le chupó la polla hasta ponérsela a tope. Mientras yo la veía tocarse el coño sin parar, con las piernas bien abiertas esperando que se la follara. En seguida Vicente, con la verga bien erecta, se la metió despacito mientras me miraba sonriendo.
– ¿Ves cómo se abre tu mujer para que me la folle? Está deseosa de mi polla, pero a ti no te importa, eres un puto cornudo, gilipollas y además te gusta.
Bien lo sabía él que me gustaba, además mi polla estaba empezando a ponerse dura del espectáculo. Una vez dentro empezó a mover el culo contra Teresa y agarrándola de las caderas se la follaba. Yo estaba viendo y oyendo, atado a la silla, sin poder hacer nada, y sin embargo estaba disfrutando tanto o más que ellos, me sentía un cornudo muy feliz. Cuando acabaron, después de haber pasado por varias posturas, entre otras la de Teresa a cuatro patas mirándome y él por detrás follándosela. Esa visión fue increíble, ver sus dos caras desencajadas de placer mirándome, aquello era tremendo, maravilloso. Cuando acabaron Vicente se levantó en seguida, vino hacia mí, se subió a la silla y apuntándome con su polla todavía algo erecta y con el condón puesto me dijo:
– Ahora vas a probar las delicias del amor, abre la boca cornudo de mierda, que te voy a meter la polla para que te quedes con el condón y lo saborees.
Abrí la boca, introdujo su polla la cerré y la volvió a sacar mientras yo retenía el condón usado. Estaba húmedo y sabía a una mezcla de plástico y flujos de Teresa. Cuando lo tuve un rato más empecé a saborear el semen de Vicente que empezaba a salirse.
Teresa se reía mientras yo tragaba saliva mezclada con varios sabores más. Se fueron a la ducha y al salir me soltaron y me dijeron que me sacara el condón de la boca y se lo enseñara. Estaba vacío, es decir que me lo había tragado todo. Se descojonaron de mí todo lo que quisieron y me prometieron que si me había gustado iba a tener todos los que quisiera.
Les preparé algo de comer y me acomodé de nuevo a sus pies. Me tiraron algo de comida mientras comían y charlaban de lo bien que se lo habían pasado y de los planes para el futuro, dónde quedaríamos otra vez, etc. Me usaban de alfombra con mucha naturalidad y luego empezaron a hablar más seriamente sobre mi condición de cornudo, pero sobre todo de la de criado sumiso y servil.
Como ya he dicho, a Vicente le obsesionaba la idea de tener criados como yo y pensaba que si había tanta gente así, él podría disponer cuando quisiera de ese tipo de gente.

A mí ni me hablaban, era como un mueble. Ya por la tarde nos llevó Vicente a la estación y allí se despidió de Teresa con un morreo de escándalo delante de todo el mundo y yo allí parado, mirando al suelo…
Saludos de un cornudo consentido.

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