Relato erótico

Obediente, sumiso y esclavo

Charo
17 de octubre del 2019

Nuestro amigo de Pamplona ha vuelto para contarnos que es muy feliz siendo el esclavo de su mujer. La adora y la venera.

Eduardo- PAMPLONA
Con doce años de casorio, Rosana ya me había calado. Para ella es muy divertido saber donde están los hilos del títere. Le resulta entretenido hacerme “bailar” como un títere dominado. Soy su obediente marido y siervo, y además sé que es mi Ama.
Me acaricia el pelo y sonríe con desdén, pero yo tiemblo. No sé como va a reaccionar, ni qué esperar. Los maridos somos verdaderamente el sexo débil, a pesar de pasarle la cabeza de estatura y pesar treinta kilos más.
Me roba la “simiente” y es como si me capase. Me promete la castración varonil y me convierte en su perrito faldero.
Dice que le divierto y que no consentiría jamás que nadie le hiciese esa clase de manipulación, pues solo yo, como marido, le encanta mi sumisión y si ella me somete a menudo es por un propósito determinado, cosa personal y familiar.
Aquella tarde, después de la sobremesa, me dijo que tenía que tomar el sol. Me sobresalté por el tono de su voz. Ella sabe muy bien como se dan las órdenes, cuando las da. Sus ojos y su voz pueden ser como látigos. Eso hizo que me pusiera en pie y la mirara, con un tic en la boca. Tenía la cara pálida y una bolsa repleta y bien pesada dentro del pantalón en la que se notan claramente mis pelotas y mi polla tiesa, que está rebelde y mira al cielo a pesar de su rubor, encapuchada todavía por el prepucio.
Entonces hizo que me arrodillara delante de ella. Mi polla estaba congestionada y me salía del bajo vientre como una lanza. Cuando estuve con la postura deseada por ella, me pidió que le quitara un zapato, cosa que hice con reverencia y entendiendo lo que deseaba, mientras Rosana movía los dedos de su piececito.
Entonces me acarició primero la cara con el pie y luego me apretó la verga contra el vientre. Yo le besé el pie y lamí los espacios interdigitales tratando de ser atento piropeándola por su nuevo peinado, con mechas rubias. Se rió, Rosana, no pudo contenerse, se rió de mí en mi cara. Me miró y lo entendí todo. Ella es mejor que yo, pero me trata como si fuera inferior.
Con cuanta frecuencia ocurre que una mujer de intelecto superior debe cumplir el papel de obediente esposa de un gilipollas idiota y escuchar sus tonterías. Pero Rosana ya se ha ocupado de que la cosa no sea así, al menos en nuestro matrimonio.
Entonces hizo que sacara la hamaca a la terraza y se sentó a leer una revista de cotilleo. A la luz del sol se aligeró más de ropa y puso los pies en alto. He pensado muchas veces que están bien formados, pero son solo un pálido reflejo del esplendor de sus piernas y muslos.
Ella ojeaba y leía a la luz del sol, mientras yo la espiaba por una abertura de la ventana de nuestro dormitorio. Y me estaba estimulando. Tenía la polla fuera y me la estaba restregando como un macaco.
De pronto Rosana fingió ahogar un bostezo y tapándose la boca con una mano me incitó en mi calentura, sonriendo y simulando de nuevo leer la revista hasta que, con una mano se levantó un poco más la faldita, como si disfrutara de la caricia del calor del sol.

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A continuación, levantó un pie por encima del otro, como si se desperezase, permitiéndome ver bastante arriba de los muslos satinados.
Sabía que su almeja, desnuda y apenas visible debajo de la prenda levantada, estaba al alcance de mi vista. Suspiró y sonrió, aparentemente a causa de algo que pensaba sobre mí. Moviendo los dedos de los pies, despacio, dejó caer una mano hasta el vientre y luego más abajo, hasta los muslos y, casi de manera distraída, permitió que sus dedos levantasen exageradamente la falda, recorriendo por unos momentos sus carnes curvilíneas, tan negadas para mí toda la semana anterior y luego avanzaron despiadadamente hacia el coño… ¡y mis ojos a punto de salirse de las órbitas!
Su coño estaba totalmente expuesto a los cálidos rayos solares y a mi mirada de marido atento. Pasó los dedos por su pelambrera sedosa y masajeó los labios del coño rosado. De pronto cerró los ojos se estiró lánguida y… ¡se metió directamente dos dedos en la raja! Los dedos penetraron hasta los nudillos y a mi se me cortó el aliento y me estremecí.
Entonces Rosana se bajó la falda, se puso los zapatos y vino deprisa al dormitorio. Yo estaba aún pegado a la ventana con la verga guardada de nuevo en el pantalón y trataba desesperadamente de meterme la camisa totalmente fuera, arrugada y llena de mi semen, e incluso en los visillos granate había brillantes goterones blancos. Ella observó con satisfacción, que yo había pagado, a sus encantos femeninos, un tributo bastante generoso.
– Eduardo, querido, no te la guardes todavía… ¡golfo! – me dijo soltando una carcajada.
Me acarició la mejilla y el mentón mientras yo estaba mudo, temblando de vergüenza y ansiedad. Rosana soltó otra carcajada, más sonora y dijo:
– Eres un marido bien curioso.
Descaradamente, me bajó los pantalones y los calzoncillos. A mi me temblaban las piernas de gusto. Mi herramienta se estaba ablandando, aunque estaba todavía algo inflamada y se me veía mojada. Rosana me la cogió delicadamente entre el pulgar e índice, todavía empapada de mi eyaculación, pero ella decidió jugar conmigo.
– ¿Qué hacías detrás del ventanal? Espero que no fuera algo de lo que no te gustaría que se enterase nadie de tu familia ni amistades. Una revelación como esa te acabaría de arreglar – me dijo.
– ¡Rosana, cariño, no sabes cuanto agradezco tu silencio! – conseguí tartamudear mientras mi polla se endurecía como una piedra, entre sus dedos.
Ella me atormentó suavemente con pequeños y hábiles movimientos, intercalados con sádicas clavaditas de sus uñas.

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– Claro que me lo agradecerás, cabronazo, tendrás mi silencio al precio que más te gusta.
Me bombeó a intervalos hasta que se me endureció del todo y estaba en su máximo tamaño. Luego se limpió la mano en mi maltrecha camisa, exclamando:
– ¡Quítate toda esta ropa empapada y acuéstate boca arriba en la alfombra! Actuaré con suavidad, pero quiero que me pases la lengua, hoy no en mi conejito, que ya ha recibido su ración y no desea atención, sino en mi ojete, cariño mío.
Se levantó el vestido, se colocó sobre mí, después se agachó y me puso con firmeza el trasero desnudo sobre mi cara. Luego me cogió por las pelotas para asegurarse de mi sumisión a todos sus caprichos, ya que mis pesados jadeos de placer y de dificultad para respirar, le calentaba a ella el culo y a mí la polla, y conseguía a duras penas sofocar la necesidad de reírse de mí con aquella sensación.
Rosana me apretaba con saña los cojones ordenándome que empezara a lamerle el culo, al tiempo que levantaba una mano para acomodarse el moño, pues mi mujercita es muy solemne mientras disfruta como una posesa de mi servil lengua varonil, de auténtico marido cabrón.
Se lo lamí con suma delicadeza, ano y anexos, luego, suavemente, empecé a explorar dentro, sí, eso es decididamente divertido y además de producirnos a los dos un delicioso placer, refuerza mi gustosa entrega de marido complaciente, mi voluntad gustosamente degradada. Soy el ejemplo de marido perfecto.
Mientras le lamía el culo y le metía la lengua en el tenso anillo central, Rosana apretó su trasero contra mi rostro haciendo que mi pollón se hinchase más. En el acto, Rosana me lo rodeó con sus deditos y empezó a acariciármelo con delicadeza. Con mi congestionado prepucio retirado, la cabezota en forma de bellota parecía a punto de estallarme.

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Mi lengua es grosera y está bien adiestrada, así que la exploré con más fuerza perdiéndose entera en su ojete empezando ella a correrse por ambos lados, desde su vientre a mi mentón, copiosamente.
Gracias por leerme.

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