Relato erótico
Nunca lo hubiera imaginado
Después de haber salido con algún chico se sentía frustrada. No sentía nada y aún no sabía lo que era un orgasmo. Le gustaba un chico del barrio y aquel día se decidió a ir a su casa. Nunca se hubiera imaginado lo que sucedió.
Sonia – Madrid
Me llamo Sonia, tengo 25 años pero todo empezó cuando tenía 20 y conocí a Eduardo, un chico de mi calle que me atraía mucho. Había salido con otros chicos, había hecho el amor alguna que otra vez pero jamás había sentido nada. No sabía aún lo que era un orgasmo, eso tan estupendo que me contaban mis amigas y aunque simulaba haber gozado del placer, en el fondo tenía una enorme frustración que me hacía sentir como una frígida
Con Eduardo me encontraba muy bien. Salimos, al principio, a tomar copas. Hablábamos de todo y cada vez me sentía más ligada a él. Cuando me invitó a bailar, acepté encantada. Me gustó encontrarme entre sus fuertes brazos y supe que yo le gustaba también por el bulto que notaba entre sus piernas. Ese bulto que yo había sentido en mi coño y no me había producido ninguna sensación de placer.
Después de ir a bailar tres o cuatro veces y tomar copas juntos, Eduardo me propuso irnos a la cama. Estábamos en su piso al que yo había aceptado ir pensando precisamente en que acabaríamos en la cama. Tenía ganas de complacerle, gozar con él pero, a la hora de la verdad, a la hora de decirle que sí, el fantasma de mi frustración me hizo rechazar la propuesta que, en el fondo, tanto deseaba. No quería tener que simular mi orgasmo una vez más y menos con un chico como Eduardo, que tanto me gustaba. No quería mentirle y menos hacer teatro, pero Eduardo, pensando quizá que yo quería hacerme la estrecha aún teniendo ganas, intentó obligarme. Me abrazó, quiso besarme en la boca, lo acepté y le devolví el beso. Dejé que me acariciara el cuerpo por encima de la ropa y le seguí el juego aunque con la intención de no llegar a nada, de no dejarme desnudar.
Pero me equivocaba por completo si pensaba que con aquello Eduardo se iba a quedar satisfecho. De un manotazo me tiró de bruces sobre la cama y en un instante me había atado las manos a la espalda con una correa. Un terror loco se apoderó de mi pero, inexplicablemente, no se me ocurrió gritar. Eduardo, entonces, me levantó la falda hasta la cintura, desnudando mi gordo culo medio cubierto por la pequeña braga roja que llevaba. Protesté, pero en voz baja ya que algo muy raro ocurría en mi interior. Me molestaba ser tratada así, no poder defenderme pero, al mismo tiempo, notaba como mi coño estaba mojado. Sin decir una palabra, Eduardo cogió, con las dos manos, mi braga, me la bajó de un golpe y la rompió por la mitad para dejarme sin ella. Cuando todo mi culazo quedó al aire, frente a sus ojos, casi me corro de gusto.
En el fondo lo que estaba ocurriendo era una clara violación pero no podía negar que empezaba a gustarme todo aquello. Sentía una inmensa vergüenza por mi desnudez pero precisamente esto me encendía.
En ese momento la boca de Eduardo empezó a besarme el culo en toda su amplitud. Sentía su boca pasearse por mis redondas y abultadas nalgas, lamerme la piel, meterse en la profunda raja. Yo, con la punta de mis dedos, intentaba apartarlo pero lo que conseguía era moverme más y abrir mis nalgas. La boca seguía con sus besos y la lengua con sus lamidas en lo más íntimo de mi. Jamás me habían lamido el ano y notar aquella lengua húmeda en este lugar secreto me hacía palpitar el coño como nunca. Incluso notaba como mis pezones empezaban a dolerme de lo duros que se me habían puesto. Eduardo continuó hasta que notó que me quedaba muy quieta, saboreando aquellos placeres hasta ahora desconocidos para mi. Entonces me dio la vuelta. No me atreví a mirarlo a la cara. Ahora no era mi culo el que estaba denudo ante él. Era mi coño. La lengua empezó a lamerle, primero el vientre, el principio de mis muslos y las ingles. Luego llegó a mi coño. La verdad y como ya he dicho, es que a mi se me habían follado varias veces pero nunca nadie se había preocupado de hacerme lo que Eduardo me hacía. Había oído hablar de lo rico que es que te coman el coño y ahora estaba experimentándolo de verdad.
La lengua iba arriba y abajo de mi raja, lamiendo, una y otra vez. Luego, separándome los labios con los dedos de una de sus manos, prosiguió la lamida en el interior, rozándome el clítoris, chupándomelo y, como una idiota, me corrí. Sí, tuve el primer orgasmo de mi vida en aquella posición. Atada de manos, coño al aire y una lengua paseándose a todo lo largo de mi almeja. Me corrí con un placer infinito pero también con una enorme vergüenza. Quería mover mis manos, cubrir mi sexo pero al ser eso imposible, el placer se me multiplicaba inexplicablemente. Pero no por haber tenido placer se paró Eduardo sino que siguió y siguió hasta hacerme estremecer de nuevo y, pidiéndole piedad, correrme en su boca por segunda vez. Fue tan intenso el placer que sentí que perdí, momentáneamente, el sentido. Cuando lo recuperé, vi que Eduardo se había desnudado por completo. Una terrible polla, muy larga y gordísima, estaba junto a mi boca con la clara intención de que se la chupara.
Era algo que yo no había hecho tampoco nunca pero cuando él colocó una mano sobre mi cara y con sus fuertes dedos apretó mis mejillas hasta hacerme daño, no tuve más remedio que abrir la boca y en el acto, aquella polla enorme penetró en ella golpeándome la campanilla. Intenté escapar pero él se había sentado sobre mis pechos y pegaba fuertes golpes de riñón. Era como si me follara la boca. Me atraganté una serie de veces. De mis ojos manaban lágrimas pero no tenía más remedio que seguir su juego. Mamé y chupé, lamí y mamé otra vez hasta que, agarrándome con ambas manos la cabeza, se apretó más a mi y una catarata de leche saltó de su capullo y, llenándome la boca por entero, empezó a resbalarme por la garganta. Tuve que tragar para no ahogarme. Y seguí tragando hasta que aquella fuente dejó de manar. No se perdió ni una gota ya que Eduardo no me la sacó de la boca hasta que empezó a hacerse pequeña.
Entonces se sentó a mi lado y colocando una mano sobre mi coño, empezó a masturbarme. No había dicho nada en todo el rato, ni una palabra cariñosa, ni un murmullo o una sonrisa. Su mano me masturbaba muy lentamente, acariciando con suavidad mi inflamado clítoris. Mientras lo hacía, con la otra me soltó los corchetes de la falda, me la sacó, luego la blusa aunque, por tener yo los brazos atados, tuvo que dejármela abierta y recogida en mi espalda. Me dejó únicamente con el sujetador de encaje que llevaba. Sin dejar de pasar sus dedos por mi clítoris, empezó a acariciarme los pechos, a pellizcármelos por encima de la ropa hasta que, pasando la mano por debajo de mi cuerpo, soltó el sujetador, me lo subió hasta el cuello y dejó libres mis gordos pechos que empezó a chupar. La masturbación sumada a las mamadas y lamidas en mis pezones, duros como piedras, me estaban volviendo loca. Había deseado conocer el orgasmo pero aquello era infernal. Maravilloso, pero infernal.
El placer que sentía era terrible. Igual que mi necesidad de poder mover las manos. Por primera vez en mi vida tenía ganas de agarrarle la verga a mi amante, de acariciársela, de ponérsela en pie otra vez e incluso de mamársela. Me tenía encendida como nunca pero mis manos atadas aún, me impedían cualquier acción o caricia sobre el macho que me dominaba. Entonces descubrí que, precisamente, estas ganas de tocar eran las que me encendían. El estar atada aumentaba mi placer. Me daban placer, obtenían el placer de mi, pero yo no podía darlo ni dármelo. Ahí estaba el secreto de mi sexualidad.
De nuevo me corrí con espasmos brutales, gracias a las manos y a la boca de Eduardo. Me di cuenta de que mi placer excitaba de nuevo al macho ya que pude ver, aunque entre brumas, como su inmensa polla comenzaba a dar saltos en el aire para acabar más dura que antes.
Era como una lanza, larga y gorda, que yo deseaba entrase en mi coño, sentirla en mis entrañas para ver si, al fin podía correrme con una buena polla. Y mejor si era la de Eduardo, aquel hombre maravilloso que acaba de hacerme la mujer más feliz del mundo. Pero Eduardo tenía otra idea. También se había dado cuenta de mi aceptación de aquel juego extraño e infernal. Aún sin decir una palabra, me dio la vuelta, tiró de mis manos hacia arriba obligándome a colocarme de bruces sobre la cama, arrodillada y con el culo al aire. Yo aún no sabía lo que pretendía pues ignoraba aún lo que era recibir por el culo. Lo había oído decir a alguna de mis amigas pero siempre me había parecido una barbaridad digna de gente viciosa pero no de gente normal. Eduardo no podía querer hacerme eso. Entonces sus manos me abrieron las nalgas. Supe que me equivocaba y que Eduardo sí quería hacerme aquello tan horrible.
Al darme cuenta de que iba a despreciar el peludo coño que yo, por debajo, le ofrecía, tuve un miedo terrible y protesté.
– No, por favor, hazme lo que quieras, soy tuya… – le dije entre gemidos – Pero por el culo no, por favor, no por el culo…
No me hizo el menor caso y noté como algo grande y muy duro se apoyaba en mi estrecho ano. Pero pude darme cuenta de que aún no era su polla sino dos o tres de sus dedos llenos de algo viscoso que me llenaba el ano. Cuando el primer dedo se abrió paso por este canal lancé un grito, más de vergüenza que de dolor. Luego aquel dedo empezó a entrar y salir de mi, muy lentamente, enculándome. Ahora sé que me estaba lubricando el ano con vaselina o algo parecido. Después fueron dos e incluso tres de aquellos dedos que me empezaron a dilatar el agujero con suavidad. Uno no me había causado daño pero los tres juntos me dolían como si me estuvieran rompiendo el culo. Los movimientos que yo hacía para intentar escapar a la penetración, no hacía más que mover mi trasero y facilitar, sin querer, aquella enculada digital tan dolorosa.
Pero de verdad grité, grité como una loca, cuando una cosa enorme empezó a apretar con fuerza. Aquello ya no eran sus dedos. Una vez más intenté escapar pero Eduardo, con ambas manos, tiraba de las mías hacia arriba y me hacía estar quieta al mismo tiempo que me hacía levantar aún más el culo. Así logró entrar el gordo capullo. Mi culo se abría, partiéndose en dos. Se abría y creí morirme de dolor. Eduardo siguió apretando una y otra vez hasta que acabó apoderándose de mi cuerpo por detrás, por el culo. Toda su polla estaba dentro de mi, poseyéndome, haciéndome suya. No sólo me había dado los primeros orgasmos de mi vida sino que también había obtenido mi virginidad anal. Cuando comenzó a follarme con un dolor muy vivo, empecé a llorar desconsoladamente. Las lágrimas llenaban mis ojos y resbalaban por mis mejillas. En ese instante una de sus manos me buscó el coño y sus dedos, cogiéndome el clítoris, que tengo bastante desarrollado, comenzaron a retorcérmelo con suavidad y a restregarlo lentamente.
Tardé mucho en recibir placer pues el dolor de mi trasero era más fuerte que él pero después de una eternidad, este placer comenzó a cubrir, disimular algo, el dolor y mis gritos se mezclaban con suspiros y gemidos.
De pronto y sin esperarlo, algo explotó en mi vientre. Un nuevo y brutal orgasmo sacudió todo mi ser. Mi coño y mi culo se abrieron y lancé mis jugos contra la mano de Eduardo mientras sentía como mi ano apretaba la verga que lo perforaba. Fue el mayor placer que obtuve en aquel encuentro bestial. Luego vino la descarga, abundante y caliente, en mi interior de la leche del macho. La sentí perfectamente entrar en mi recto como si fuera una lavativa y no pude evitar sentirme muy feliz por haber conocido todo aquello que, desde aquel día, dio otro sentido a mi existencia. Una vez la polla se hizo pequeña bastó que Eduardo diera un tirón para que saliera sin dificultad de mi culo y me sentí más tranquila aunque notaba mi ano muy abierto, como si aún recibiera la penetración de aquella inmensa verga a la que yo pertenecía ya por completo. Me había hecho suya y yo lo aceptaba plenamente.
Eduardo, con mucho calma, admiró mi cuerpo indefenso, en todos sus detalles. Sus ojos reseguían mis gordas y duras tetas, mis erizados pezones, mi vientre ligeramente abombado, mi peludo coño, mis muslos y me sentí como una yegua que van a comprar, como una perra de raza ante su amo, como una esclava. Me di cuenta de que amaba a Eduardo, mi violador, mi maestro, sin remedio.
Eduardo, ahora con una leve sonrisa en sus labios, me acercó su morcillona y brillante polla a los labios. No tuvo que forzarme. Abrí la boca y me la tragué. Sabía a su leche pero también a mi culo. No me importó. Lamí, chupé y mamé con muchas ganas, deseosa de darle todo el placer del mundo a mi nuevo dueño, mi nuevo Amo y señor. Me sorprendió pero también me gustó comprobar cómo, entre mis labios, crecía y se endurecía por momentos. Al tenerla de nuevo a punto, me la sacó de la boca, me separó los muslos todo lo que pudo, dejando mi coño a la vista y allí acercó su verga. Por fin iba a saber si aquel macho podía también darme placer. Empezó a penetrarme lentamente. Mis labios tragaron el gordo capullo y luego, el resto de la verga.
Me sentía llena pero también feliz. Toda la polla de mi hombre estaba dentro de mí, poseyéndome. Me había hecho suya por la boca y por el culo. Sólo faltaba el coño. Montándome, empezó a moverse, deslizando aquel torpedo dentro y fuera de mi coño. Estaba tan sensibilizada por los placeres anteriores, tenía un clítoris tan inflamado que la polla me lo rozada sin descanso y al poco rato algo ocurrió en lo más profundo de mis entrañas. Algo se me estaba rompiendo y yo misma me sorprendí gritando que me corría. Los dos orgasmos que Eduardo había tenido, le daban un aguante impresionante. Seguía moviéndose dentro de mí, llenando la habitación con el ruido de su polla moviéndose en mi encharcado coño hasta que, feliz y gritando como una loca, volvía correrme. Y una tercera vez cuando toda la leche de mi Amo me llenó las entrañas. De todo eso que cuento ha pasado un año. A los dos días ya me había trasladado yo a su casa y vivíamos juntos como marido y mujer o mejor, como Amo y esclava. Mi entrega a él es total y absoluta. Todas las noches, cuando regresa a casa del trabajo, me encuentra completamente desnuda. Le sirvo la cena, miramos un poco la tele y a la hora de irnos a la cama, yo misma le traigo la correa para que me ate las manos a la espalda y me ofrezco a sus caricias como una perra fiel y en celo.
Sigo deseando darle a él mis caricias pero, una vez más, estoy imposibilitada. Esta imposibilidad hace que mi deseo crezca y que mi coño se moje empezando a palpitar al igual que palpita mi culo con enormes deseos de que me penetre por donde quiera. Eduardo tanto me folla por la boca o por el coño, como por el culo. Soy suya por todos los agujeros de mi cuerpo. Todos bien abiertos para él.
No sé si eso es sadomasoquismo pero pienso que sí ya que yo, en el acto sexual, no actúo nunca. Simplemente se me follan. Me dan placer pero yo no doy por mi propia voluntad ya que siempre estoy atada. Es Eduardo quien me la mete en la boca y me jode por ella, quien me la mete en el coño y en el culo, donde se mueve hasta hacerme reventar de placer. Mis orgasmos son de maravilla y no me arrepiento de sentir y comportarme así.
Un beso para todos y volveré para contaros más cosas.