Relato erótico

Nuevos amigos

Charo
9 de marzo del 2018

Estaban en plena “faena” y llamaron a la puerta. Era el cuñado del vecino del piso de arriba. Tenía la misma edad que él, o sea unos 70 años. Eran viejetes, pero muy cachondos. Los invitaba a su casa a tomar un café y a “hablar” un ratito.

Eloísa – Valladolid
Estaba mi marido dando cuenta de mi dulce conejito, como lo llama el cariñosamente, con una sabiduría y maestría que mi cadera no paraba de saltar buscando no se despegara esa lengua de mi caliente y ardiente agujero, él lo trataba con una dulzura que yo lo agradecía lubrificándolo gratamente para que esa boca disfrutara, ya le había regalado un orgasmo y deseaba ya ser montada por su duro rabo que vea brillar en medio de sus piernas, con una rigidez que me tenía asustada, pero él , hoy tenía hambre, y seguía con esmero acercándome a mi segunda explosión de placer, cuando el timbre sonó con insistencia.
Se puso una bata todo mal humorado por el corte que había sufrido pero pensando fuese algo malo abrió la puerta, encontrándose a Antonio, el cuñado del vecino del piso de arriba, un vejete de unos 70 años. Le pidió disculpas a Alejandro, pero antes de marcharse, querían invitarnos a tomar un café al día siguiente.
Mi marido le dijo que de acuerdo y vino corriendo para seguir con la “faena”. Después de unos buenos refregones más, me la clavó de un golpe seco, a la vez que se dejaba caer sobre mí, besándome fuerte y cariñosamente, su cadera parecía la de un experto bailarín de salsa, haciéndome gozar como últimamente me tenía acostumbrada, pues había depurado la técnica en el arte de la cama, con tanto ayudante como había tenido en los últimos meses.
Follamos durante la tarde, quedándome extenuada, por aquel rejuveneciendo macho que tenía yo en casa ahora, deseando llegara el día siguiente para ver lo que querían aquel viejo matrimonio.
Llegó la tarde siguiente y tras llamarle por teléfono para decirle que a la hora del café estábamos en su casa, y para que nos explicara bien donde estaba, nos presentamos los dos en su puerta esperando con incertidumbre aquella invitación.
Nos hicieron pasar, el dándome un beso y un pequeño azote, que me dejó un poco pues su mujer estaba presente, y a Alejandro le dio la mano. Nos dijo que entráramos que nos explicarían el plan.
Nos sentaron en el sofá y el rápidamente nos dijo que eran un matrimonio liberal que habían practicado ya desde hacía muchos años intercambios, e igual que nos sucedía a nosotros, ellos se lo contaban todo, pero era un tema que mantenían en secreto pues su cuñada era de la vieja escuela. Se alegraban de habernos conocido y nos preguntaron si no nos importaba, incluirlos en nuestro club de amigos.
Yo fui la primera que respondió, algo sorprendida, pero aceptando aquella proposición, pues el recuerdo que tenía de aquel macho era muy bueno, y Alejandro por supuesto acepto también encantado, pues deseaba esa fiesta seguro y además aquella mujer estaba también muy de buen ver para sus años.
Nos invitaron a café y tras una charla amena y desenfadada el tema se fue liberando y nuestros cuerpos también de la ropa, invitándonos a pasar a su habitación que tenía una gran cama, para más comodidad.
Yo estaba mamando ese gran rabo que tenía ese viejo, mirando como el de Alejandro era devorado con mucha maestría por aquella abuela, haciéndole gritar de placer. Alejandro le sujetaba la cabeza y cerrando los ojos gemía y gemía diciendo:

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– Sigue sigue, dios que buena, que buena, mientras una mano sobaba sus pechos, algo caídos pero al no ser muy grandes, eran sexis.
El coñito lo tenía igualmente afeitado como yo, y ahora Alejandro ya se había agachado a dar cuenta de él, mientras yo estaba mirando, Andrés se bajo al pilón y tenía su lengua en el mío, y uno de sus dedos ya ensartado en mi ano, haciéndome gozar, pues me daba morbo ver aquella vieja como suspiraba con el acoso de mi marido, pero más, ver cómo me trabajaba aquel experto abuelo, que tenía su rabo duro y brillante como el día de la monta con su cuñado.
Me lo ofreció frotándolo por mi mojadito gazapo, golpeándolo también como si de una fusta se tratase, y este se abría de placer deseando ser montado por aquel viejo semental, pero el muy sabio se hacía de rogar para encenderme más, ahora me lo volvió a ofrecer para chuparlo, a la vez que le dijo a su mujer:
-Mira como come Tere, es igual de buena que tú.
Yo me sentí en ese momento algo celosilla de la competencia pero al tener aquel cabezón brillante en mi boca y ante mi cara, dejé los celos y pasé a darle una mamada que le hiciera temblar las piernas.
Le agarre los huevos con suavidad masajeándolos a la vez que su dulce cabeza era absorbida por mi boca con delicadeza, jugando mi lengua con ella, mientras mi otra mano masajeaba aquel falo imponente que tenía frente a mí como si fuese el mástil de un velero transoceánico, marcado por algunas venas, pero duro y terso como el de un joven.
Él ahora sentía mi acoso y sus jugos ya afloraban cerca, pues ya me daba una pequeña avanzadilla de estos, y ante el miedo de correrse rápido, me sujetó la cabeza y me dijo,” gírate que voy a taladrarte, que estoy deseando hacerlo “.
Me puso el culo en pompa y tras volver a golpear con su dura fusta por mis glúteos, con tanta fuerza que Alejandro y su mujer miraron ante aquel gozoso azote, riéndose de la escena, yo le pedí que me follara ya que estaba a punto de explotar, y este no se hizo más de rogar, tomando su pollón con la mano y dirigiéndolo a mi mojado coñito, lo perforó de una estacada tan fuerte que me dejó marcado los huevos a fuego, y tras las primeras y gozosas embestidas, me corrí como una novata en el arte del sexo.
Mire a mi esposo que estaba ya montando a aquella abuela, ella estaba con las piernas abiertas apoyadas sobre sus hombros, y Alejandro de rodillas le estaba dando una sesión, que aquella abuela no paraba de girar la cabeza para los lados gozando con las embestidas de mi marido, y tras un rato así le regalo también un orgasmo que viéndola gritar tuvo que ser espectacular.

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Ya estaba cerca de mi segundo cuando orgasmo, cuando Andrés la sacó toda mojada en mis jugos y con otro golpe seco me la clavó por mi asustado agujero trasero, al primer momento me produjo algo de dolor por la sorpresas, pero en segundos se transformó en placer y este segundo turno de jugos no se hizo esperar, y más viendo a mi marido como gemía ahora soltando su leche en el conejito de aquella abuela, que se retorcía como una gata arañándole toda la espalda a Alejandro por el placer que este le estaba dando.
Esto contagio a mi abuelo follador que acelerando su ritmo, comenzó a soltar su espesa leche en mi ano, lubrificando el mete y saca de aquel pollón que me estaba abriendo en dos, haciéndome doblar las rodillas y cayendo rendida sobre el colchón, con el peso de todo el cuerpo de aquel macho ibérico que me estaba follando como un maestro y que mantenía aquel rabo dentro de mi dilatado agujero.
Nos quedamos los cuatro en silencio recuperando aliento durante unos segundos, pues había sido aquello un momento explosivo de placer y si a nosotros nos costaba ya recuperarnos algo de tiempo, para aquellos dos artistas del sexo, un poco más.
El descanso fue largo pero recuperador, iniciando estos dos sementales una segunda oleada de culeadas a nuestros doloridos pero agradecidos agujeros, que nos hicieron casi perder el conocimiento, y más cuando Alejandro ensartó a aquella abuela por su agujero trasero, dándole una sesión larga de embestidas que le hacían poner los ojos en blanco, suplicando esta que parara, pero era Andrés el que animaba a Alejandro a seguir, diciéndole:
– Dale, dale barra amigo, dilata ese agujerito que luego se la voy a clavar yo más tarde…
Mientras yo le comía su rabo morcillón hasta ponérselo terso, regalándome este después, una sarta de ráfagas de cremosa nata que casi me hacen atragantar, pues las deguste y devore con tanta ansia que absorbía y chupaba ese cabezón como si la vida me fuese en ello, dejándolo al final de esta tremenda comida, relajado y cabizbajo.
Alejandro que vio como me comía aquel rabo, comenzó a soltar sus jugos en el culito de aquella abuela que ahora agradeció con un orgasmo tan intenso que pareció le iba a dar un ataque cardiaco, pues tras descargar y soltarla, se quedó tan rendida que necesito más de media hora para poder levantarse y tomar aliento, aunque para ser sincera, yo estaba igual que ella.

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Ya la noche se quedó tranquila, y tras una copiosa cena nos despedimos, deseando repetir este encuentro lo más pronto posible, pues ellos estaban encantados con nosotros, siendo el placer mutuo.
Un besó húmedo para todos.

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