Relato erótico

Noches “salvajes”

Charo
13 de agosto del 2018

Lo que tenía que ser una noche dedicada a estudiar con su amiga, fue el inicio de una serie de noches de sexo salvaje y con mucho morbo.

Regina – Zaragoza
Era una noche de invierno, había quedado con mi amiga Alba a las doce y media en su casa para estudiar, pero aún eran las once y ahí estaba yo, en la salida del metro, como una tonta, esperando que pasara el tiempo. Para ganarlo me puse a deambular por los alrededores y me detuve ante un bar de barriada, más bien sucio, pero el único que había por allí abierto y me dije:
– Voy a esperar aquí estudiando un poco mientras tomo un café con leche.
Entré en el local, había cinco o seis mesas, dos de ellas ocupadas por trabajadores ruidosos que tomaban la última copa antes de regresar a casa. El dueño del bar era un hombre mayor, de unos cincuenta años, moreno y más bien calvo. Al poco de probar el café el dueño se acercó a mí y me dijo con voz discreta:
– Vamos a cerrar, pero si quieres das una vuelta a la manzana y llamas al cierre, te abro.
La verdad es que no sé por qué pero no me sorprendió la propuesta. De hecho hice lo que me decía y cuando regresé, pues había andado muy despacio saboreando el gusto de algo que pasará pero no sabes cómo, el bar estaba ya cerrado aunque con luz en su interior. Llamé discretamente a la puerta del garaje y el dueño levantó el cierre lo suficiente para que pudiera entrar agachada. En la calle hacía frío, yo llevaba botas, vaqueros y un amplio jersey sobre el que se derramaba mi cabellera oscura. Del resto de mi cuerpo estaba también legítimamente orgullosa, ese culito levantado y mis pechos firmes embutidos en un hermoso sujetador negro me daban seguridad, pero me encantaba ver como despertaba instintos a mi paso.
El dueño había dejado la escoba con la que barría la mugre del local y me ofreció un whisky desde detrás de la barra, acepté aunque con un refresco, pues no estaba muy acostumbrada al alcohol. Sobre la barra había unas revistas y me puse a hojear una de ellas, esperando el desarrollo de los acontecimientos. Al poco noté la presencia del hombre detrás de mí y que sus manos se deslizaban por mi cintura acariciando alternativamente la parte interior de mis muslos y mi vientre por debajo del jersey. Yo me sentía como hipnotizada. Poco a poco subió sus manos por mi espalda y me desabrochó el sujetador, subiéndolo por delante y apoderándose, con suavidad, de mis pechos. Yo no decía ni hacía nada, tan sólo disfrutaba el momento.
Al poco se esforzaba desabrochando mi vaquero ajustado mientras su aliento recorría mi mejilla:
– ¡Como cuesta! – dijo.
Pero era su misión y no necesitaba ayuda. Cuando lo consiguió recorrió con deleite mi monte de Venus con su mano áspera y callosa. Al poco se detuvo y me comentó:
– Aquí detrás tengo una cama, si quieres nos acostamos.
Yo me detuve, pues me gustaba mucho más lo que estábamos haciendo que ir a la cama, sin embargo le dije que volvería otro día. Al ver que aceptaba perfectamente este corte decidí que podía volver, que no era peligroso. Y así lo hice dos días más tarde.

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Procuré llegar a la hora del cierre, pero, aunque ya no había nadie en las mesas, el cierre no estaba echado y del fondo del local, en una habitación aparte surgían las voces de unos hombres que al parecer estaban jugando a cartas. Eran tres y el dueño debía ocupar el sitio vacío en la mesa. Los veía de refilón, parecían trabajadores y de la misma edad que el dueño. Éste, al verme, con una amplia sonrisa se acercó y sin mediar palabra, me dio una mano y me dirigió a un cuartito que había a la derecha con algunas mesas y sillas amontonadas desde donde no veía a los jugadores pero oía sus voces.
Me sentó a una silla y ante mi pasividad, me sacó el jersey y me desabrochó los vaqueros. Mi ansiedad no conocía límites, una fuerte sensación recorría mi espina dorsal y mis pechos subían y bajaban al compás de una respiración entrecortada. Las voces, la presencia de los otros hombres ajenos a mí, me excitaban profundamente. Sin embargo la continuación fue inesperada, pues me dijo:
– Espera un poco aquí, no te muevas.
Salió y cerró la puerta con suavidad. No me moví y esperé con una ansiedad que disfrutaba profundamente.
Al poco regresó y recorrió mi cuerpo con sus ásperas manos mientras desabrochaba mi sujetador y liberaba mis pechos, cuyos pezones me dolían a causa de la erección. Las voces habían bajado de volumen y mi hombre me dio la mano mientras con la otra yo me sujetaba el vaquero para que no cayese a mis pies. Me acompañó a la habitación donde estaban los otros tres y me hizo quedarme de pie a su lado mientras cogía de nuevo las cartas para seguir jugando y los otros miraban alternativamente sus cartas y mis pechos sin decir nada.
Jugaban al poker y en la siguiente apuesta ganó uno de ellos, un gordo semi afeitado, con la camisa medio abierta y sentado a la izquierda del dueño y que me dijo simplemente:
– Ven.
Me acerqué a su lado y mientras con una mano sujetaba las cartas introducía la otra por el trasero de mis vaqueros y acariciaba mis nalgas por encima y por debajo de mis bragas, hasta que me dijo:
– Quítate el pantalón.
– Yo obedecí y, cogiéndome por la cintura, me acercó a su cuerpo y empezó a sobar mi vientre y la parte baja de mis pechos mientras con la otra mano mantenía sus cartas. Me daba palmaditas en el culo y lo cogía con deleite agitando y comprobando su dureza y suavidad.
Al rato perdió la mano y esta vez fue el dueño del bar el que ganó. Yo, entendiendo el juego, me acerqué a él y se apartó algo de la mesa para que me sentara sobre él mirando al frente. Mientras seguía jugando dejaba a ratos sus cartas para apoderarse de mis pezones diciendo:
– ¿Quién se comerá esto?

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Todos reían al tiempo que me abría las piernas e introducía su mano en mi coñito que ya estaba completamente mojado. Pero el afortunado no fue él, sino su vecino de la derecha, un hombre enjuto, alto, con barba y que, a su vez se separó algo de la mesa para permitir sentarme encima de él, aunque esta vez de espaldas a la mesa. Su boca se apoderó de mis pezones y de lo que pudo de mi pecho succionándolos y rozándome con su barba por todo mi pecho. Al poco se detuvo para seguir jugando pero con su cara apoyada en mis pechos y restregándolos a cada momento y luego su mano libre se introdujo en mi coño con toda facilidad mientras su dedo hurgaba el interior con poca suavidad.
Por fin ganó el cuarto, otro hombre gordo, peludo y sudoroso que lo primero que hizo fue ponerse en pie y bajarse los pantalones mientras me miraba reclamando mi presencia. Monté sobre él, de espaldas a la mesa y manejaba mi cuerpo rasgando mis braguitas y al poco, metiendo su pene en mi almeja. A estas alturas el juego había cesado y me hizo subir y bajar acompañando el movimiento con sus manos sujetando a la vez mi costado y la parte exterior de mis pechos. Era un movimiento lento pero constante. No llegó a correrse, antes se detuvo y me levantó mientras los otros habían liberado la mesa de objetos.
Entonces me indicó que me tumbara con las piernas abiertas. Así lo hice. Estaba fuera de mí, me sentía la puta más puta de todas las putas y eso me excitaba hasta extremos impensables. Una vez tumbada el segundo gordo y el dueño se apoderaron cada uno de uno de mis pechos y los succionaron, lamieron y mordieron recorriendo mi vientre y mis muslos con sus manos, el hombre de la barba se puso entre mis piernas y bajándose el pantalón empezó a introducirme poco a poco una polla de proporciones respetables mientras me sujetaba las piernas.
El otro gordo ya había liberado su polla y lo frotaba por mi mejilla mientras poco a poco y con suavidad giraba mi cabeza para introducírmelo en la boca. No cabía en mí de gozo, estaba siendo magreada, chupada, lamida, succionada por todas partes y sujetada por mi cabello, notaba mi boca y mi vagina llenos.
Al poco el de la barba se corrió en mi interior e intenté mirar de reojo hacia allí mientras el gordo me restregaba sus huevos por la cara y me estiraban los pezones los otros dos. Así fueron turnándose y dando la vuelta a la mesa hasta que el cuarto descargó su semen en mi coño entre los chorretones de los demás.
Pensé que todo había acabado pero el dueño del bar, con suavidad, me hizo dar la vuelta, apoyando los pies en el suelo y dejando mi culo levantado. A mi ya me habían enculado alguna vez peor me asusté al pensar que iban a ser todos los que meterían sus polla en mi ano. Y así fue en efecto.

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Entonces me dejaron y el dueño me llevó a un baño donde, con toda la suavidad del mundo me enjabonó mientras jugaba con mis pechos y me besaba.
Por fin me vestí y me despedí de ellos con un “¡hasta otra!” que todos sabíamos que no se repetiría. En el exterior el frío de la noche me dio vida y con una sonrisa de satisfacción me dirigí a mi casa.
Saludos y hasta otra.

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