Relato erótico

Noche relajante

Charo
26 de junio del 2020

Era un día normal, se acercaba la hora de irse a casa y le dijeron que había una reunión. Cuando acabaron fue con dos compañeros de trabajo a tomar unas copas. Fue una noche relajante.

Silvia – MURCIA

Mi nombre, querida Charo, es Silvia, trabajo como jefa de ventas en una empresa importante y se puede decir que tengo una gran estabilidad económica, pero solo económica, claro, pues en lo que respecta a una estabilidad sentimental, nunca la tuve y yo fui la culpable, he de reconocerlo, de demasiadas infidelidades por mi parte que nunca llevaron las relaciones a buen término.
Pero no podía evitarlo, al cabo del tiempo me aburría de hacer el amor siempre con el mismo hombre, me gustaba la variedad, conocer nuevos hombres y, a la vez, nuevas sensaciones con cada uno de ellos. Por esta misma razón llevo un tiempo sola, eso sí manteniendo relaciones esporádicas con algunos hombres, entre ellos con algunos del trabajo, pero lo que a continuación voy a narrar fue un trío, un suceso realmente delicioso que volvería a repetir si se diera la ocasión sin dudarlo un segundo.
Era un día como otro cualquiera en la empresa, parecía que no iba a tener nada en especial, suponía que como todos los días, a las ocho en punto, me marcharía hacia a casa sin ningún contratiempo, pero al parecer ese día debíamos quedarnos otros compañeros y yo hasta tarde reunidos por un asunto de trabajo. La reunión empezó normalmente, sin nombrar las miraditas del cerdo de Mario hacia mi escote.
Tampoco se quedaba atrás Jaime, que al parecer había visto algo raro en mis muslos, porque no paraba de mirarlos cada vez que me levantaba. La verdad, empecé a sentirme intimidada por esos dos individuos, pero a la par me excitaba la situación, me imaginaba como sería montármelo con ellos, tener para mi solita dos pollas que me satisficieran al cien por cien. Seguimos durante una hora más en la oficina discutiendo sobre diversos asuntos y cuando llegó la hora de marcharse, Jaime nos propuso ir a tomar algo a un bar cerca de la oficina para descansar tras la larga reunión. Estuvimos un buen rato charlando amenamente en aquel bar.
Poco a poco se nos fue subiendo el alcohol y terminamos montando un pequeño escándalo en el bar hasta que unas señoras un poco “pijillas” que se encontraban allí, exigieron que abandonáramos inmediatamente el bar. Muy educadamente, el dueño del local nos pidió que nos fuéramos y así lo hicimos.
Con unas copillas de más, ninguno estaba muy en condiciones, así que yo empecé a besarme con los dos como si nada. No era consciente de mis actos y ellos me empezaron a acariciarme el trasero, los muslos que, tanto ponían a Jaime, y hasta tuvieron el atrevimiento de meter la mano por debajo de la falda y la blusa. Pero como ya he dicho, no era consciente de lo que allí ocurría y finalmente fuimos a parar a mi casa los tres totalmente borrachos. Cuando llegamos nos sentamos en el sofá del salón, parecía que todo se había normalizado, pues Mario se quedó dormido y Jaime aparentemente también.

Al rato decidí ir a mi habitación a cambiarme de ropa, pues la que llevaba apestaba a tabaco y para mí ese olor no era muy agradable. Me vestí como todas las noches, con uno de mis camisones de seda, tan sexy que a través del cual se podían adivinar ciertas partes de mi cuerpo. Cuando me dispuse a meterme en la cama, procuré asegurarme de que esos hombretones que había en mi salón estaban completamente rendidos, así era, o así parecía, claro. Me acosté tranquilamente en mi amplia cama y noté como todo me daba vueltas en la cabeza. Era el efecto de las malditas copillas aunque pensé que me dormiría en un momento debido a mi estado, pero no pude hacerlo porque oí un ruido tras la puerta de mi habitación. Parecía que alguien iba a entrar. Así fue, era Jaime, venía dispuesto a meterse en mi cama y yo le dejé por supuesto, no iba a rechazar a tal hombre.
Estaba tumbada de lado y él se puso de espaldas a mí, empezando a lamerme los pies, las piernas y cuando llegó a mi culito, comenzó a darme pequeños mordiscos y lamerlo simultáneamente. Al final metió toda su lengua por mi cavidad anal. Era realmente una mente calenturienta. Luego se detuvo y me empezó a chupar por detrás mi coñito, ya humedecido por esa lengua que tanto me estaba excitando y más aún con ese aroma que desprendía, olor a macho, a macho hambriento. Acarició mi espalda suavemente mientras la besaba lentamente y a la vez la chupaba hasta que llegó a mi nuca, donde se paró a acariciar mi pelo y a morder mis orejas. Luego me dio la vuelta y nos fundimos en un apasionado beso mientras retorcía mis pezones, que se erizaron de una forma descontrolada al notar sus dedos, masajeó también sus ansiados muslos y comenzó a acariciar muy delicadamente mi clítoris.
Tras esto decidí deshacerme de mi camisón y también desnudar a Jaime. Se puso de pie, de espaldas a mí, le quité la camisa poco a poco mientras podía sentir el olor de su colonia en el cuello, le agarré firmemente del trasero y llevé mi mano hacia su bulto, el cual estaba ya en su apogeo. Le fui desabrochando el pantalón y quitándole su calzoncillo hasta verle lo que iba a ser mi próxima presa, cogí su verga decididamente y la empecé a manosear, arrodillándome frente a él y me introduje su polla en la boca, chupándole simplemente la puntita, pero luego en toda su totalidad, y entre lamida y lamida le masturbaba. Le debió encantar, ya que los gritos que pegó cuando se corría despertaron a Mario que entró como una exhalación en la habitación. Este, sin decir nada, se desnudó en cuestión de segundos y se unió a nosotros.
En un momento, me vi rodeada de dos machos que me estaban satisfaciendo, los tres en la cama, yo en medio, Mario comiendo de forma hambrienta mi coñito depilado y por otro lado Jaime lamiendo mis pezones. Sentía que de un momento a otro iba a estallar de la inmensidad del placer que estaba experimentando en aquel momento.

Jaime decidió poner algo de música para amenizar el ambiente, una pieza perfecta para aquella ocasión y al son de la música comencé a lamer sus miembros a la vez. Me sentía como una verdadera putita arrodillada ante ellos, comiendo como una loba sus pollas, que eran de tamaño normal pero tenían un gran grosor las dos por igual, además de tener un gran cargamento de leche, toda para mi. Acabé llena de sus jugos, por mis tetas, mi estómago, por no nombrar mi cara, completamente cubierta de leche.
Luego nos trasladamos al salón y allí, tumbada en el sofá, Mario comenzó a penetrarme por detrás, como a una perrita, sin duda mi postura favorita. A la vez Jaime me plantó su miembro viril en la boca y yo, claro está, se lo agradecí de la mejor manera, comiéndomelo de nuevo con mucho gusto, sintiendo como su leche se vaciaba en mi boca y se esparcía por mi cara.
El otro ejecutivo andaba haciendo de las suyas, le gustaba domarme como a una auténtica perra, así me llamaba mientras me la metía cada vez más y más fuertemente notando como sus testículos me golpeaban sin parar. Haciendo presión con mi trasero en su pene, conseguí que Mario se corriera, mientras Jaime se masturbaba viéndonos disfrutar como locos. Finalmente acabamos rotos, el disco ya no sonaba y estaba amaneciendo. Al despertar, ya se habían ido, aunque yo pensaba que se irían cuando me despertara, pero parece ser que no pudieron esperar. Tal vez se sentían un poco arrepentidos de lo ocurrido, me acordé de que estaban casados, y eso hizo nacer también mis remordimientos. Me daba cuenta de que en mi vida solo había sexo y nada de amor. Además lo que me hizo hundirme realmente aquella mañana fue un par de billetes que encontré encima de mi cama acompañados de una nota que decía:
– Gracias, putita linda.
Besos y gracias por leerme.

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