Relato erótico
Noche otoñal
Normalmente la estación otoñal no le sienta demasiado bien. Era viernes por la tarde y aunque no le apetecía mucho salir, llamó a sus amigas y fueron a un bar musical.
Susana – San Sebastián
Amigos de la revista, empezaba el otoño, aquella estación medio invernal llena de colores y que tantos sentimientos despierta en mí. Era viernes y por la noche había quedado con mis amigas, esta vez les acompañaría a escuchar esa música que no me despertaba ningún interés, pero necesitaba salir, no podía seguir quedándome en casa mientras el mundo se movía fuera, necesitaba volver a encontrar mi sitio. Saldría con la idea de pasarlo lo mejor posible, con quien fuese y donde fuese, eso era lo que había y debería intentar acoplarme.
Llegó la hora de salir, tenía la sensación de que sería lo mismo de siempre, un bar oscuro, música aburrida y bastante cerveza, sin embargo algo me hacía pensar que aquella noche iba a tener algo especial. Me puse mis pantalones negros bien apretados y aquella camisa negra a medio abrochar que dejaba ver el top que llevaba debajo y que si me descuidaba, una pequeña parte del sujetador, y aunque no quisiera, también me marcaba unos pequeños michelines que no deslucían el conjunto. Un poco de maquillaje en la cara daba luz a mi rostro luminoso en el que resaltan unos, creo, muy bonitos ojos azules.
Una vez en el bar, me faltó poco para darme la vuelta y volver para casa, pero eso no era lo que había decidido durante la tarde, disfrutaría. Con la primera cerveza en la mano y procurando no darle importancia a la música, hablaba con unos y con otros, cada cual más raro, sin embargo, alguien llamó poderosamente mi atención. Tampoco tenía cara de disfrutar del bar ni de la música, su aspecto no era el de la mayoría, de vez en cuando intercambiaba palabras con los que debían ser sus amigos, a los que sí se les veía totalmente integrados en el ambiente. Cruzamos varias miradas mientras ambos tratábamos de disimular lo mejor posible la falta de interés por el sitio donde nos encontrábamos.
Al ir al servicio me lo encontré de frente, él salía, aun colocándose la camisa, cada uno sonrió al otro, yo deseaba hablar con él, pero no me decidía a dar el primer paso. Cuando salí del servicio, él estaba fuera en actitud de esperar, entonces yo no me lo pensé dos veces y con una sonrisa me dirigí a él.
– ¡Hola! ¿Disfrutando de la música? – le dije.
– Oh, sí, me entusiasma esto.
Era una respuesta irónica para una pregunta que no lo fue menos y añadió:
– Parece que tú también “disfrutas” del sitio. Te invito a una cerveza.
– ¡Acepto! – contesté encantada.
Mientras iba hacia la barra, mis ojos lo escrutaban de arriba abajo y aun era mejor de lo que me pareció en un principio. Retirándonos hacia un rincón del bar, empezamos a hablar. Yo estaba encantada, me alegraba de haber salido esa noche, sabía que aun podría ser mejor. Y en ningún momento dejamos de mirarnos. Yo me moría de ganas de probar aquellos labios y tocar aquel culito. Pensaba que éramos los mejores del bar, y por momentos perdía la conversación y me quedaba absorta mirándole.
De pronto, alguien llamó mi atención y cuando me quise girar de nuevo hacia él, me encontré de repente con unos labios pegados a los míos, abrí un poco la boca y dejé que fuese él quien me besara. Me buscaba la lengua, mientras, yo me apretaba contra su cuerpo, agarrándole con fuerza el culo, como había deseado desde que lo vi.
Pronto nuestras lenguas sé, yo me sentía en sus manos y él sentía que aquello no sería el final de la noche, que aquella mujer, o sea yo, se entregaría, dándole lo que pidiese.
– ¿Nos vamos? – me preguntó en un descanso del beso.
Ambos estábamos deseando salir de aquel sitio, pero también los dos deseábamos salir juntos.
Yo no necesité tiempo para pensármelo, y me despedí de mis amigas mientras él hacía lo mismo con los suyos. Entonces me cogió de la mano y empezamos a andar, ninguno de los dos decía nada, pero ambos sabíamos lo que queríamos. ´
Él parecía tener prisa, tiraba de mí, y más que andar parecían correr, solo nos parábamos de vez en cuando para dedicarnos unos intensos besos. Después de un rato llegamos a un portal.
– ¿Quieres subir? – me dijo, aunque parecía estar fuera de toda duda que yo contestaría que sí.
Un beso le bastó para darle a entender que yo lo deseaba tanto o más que él. En el ascensor se acercó a mí y sin pensarlo dos veces desató mi sujetador, metiendo mano por debajo del top y pudo darse cuenta de que ya tenía los pezones erectos, de la misma forma que yo ya había notado antes la erección su erección al acercarse.
Nada más entrar en la casa comenzamos a besarnos mientras él me arrastraba hacia la habitación, nos besábamos y acariciábamos como si la vida nos fuese en ello. Una vez en la habitación comenzó a desnudarme, pero él no me dejaba que le quitase nada de ropa. En unos segundos estaba completamente desnuda delante de él, que me acariciaba por todos lados, me besaba, pero no me dejaba tocarle.
Yo sentía que la situación se me iba de las manos, miedo y excitación recorrían mi cuerpo, solo podía dejarme llevar por aquel terremoto de deseos que inundaba la habitación. Al final me puso contra la pared y comenzó a besarme el cuello mientras manoseaba todo mi cuerpo, sus manos se deslizaban entre mis muslos, acercándose vertiginosamente hacia mi sexo, que se mojaba más y más por momentos.
Apretaba yo su cuerpo contra el mío, haciendo que me sintiera prisionera entre él y la pared, y por momentos sentía que me faltaba la respiración, ya de por sí acelerada.
Aquella sensación era nueva para mí, mientras que él parecía muy seguro de lo que hacía y hasta donde quería llegar. Esa seguridad en si mismo me la transmitía mí en cada una de sus caricias.
De pronto, me tapó los ojos con un pañuelo negro que provocó de nuevo miedo en mí, miedo y excitación, porque ahora no sabría donde llegaría la próxima caricia de su amante. Me ordenó, porque en realidad fue algo más que una petición, que me acariciara mientras él se desnudaba, y así lo hice.
Mis manos recorrían mi cuerpo, como tantas veces lo habían hecho antes en solitario, en mi cama, deseando un momento como aquel. Yo ya había tenido más relaciones, pero hacía meses que no salía con nadie y echaba de menos el sexo.
Cuando él terminó de desnudarse se abrazó a mí, pudiendo notar su polla en erección contra mis nalgas, restregó su cuerpo contra el mío y abrazándome desde atrás me llevó hasta el cuarto de baño. Yo no sabía qué pretendía llevándome fuera de la habitación, pero se despejaron todas mis dudas cuando, una vez cerca de la bañera, él abrió el grifo y me hizo meter en ella.
Estábamos ambos debajo del chorro del agua cuando él, siempre detrás de mí, empezó a jabonarme todo el cuerpo. Estar detrás de mí le daba sensación de poder, de llevar el mando de la situación, además de darle la oportunidad de poder restregar su polla contra mis nalgas la, que al parecer tanto le excitaba.
Empezó a darme jabón desde el cuello, lo hacía recreándose en ello, haciendo infinita cada caricia, mientras yo disfrutaba sin saber qué hacer con mis manos, pues él no me permitía tocarlo. Sus caricias cobraban intensidad a la vez que descendían por mi cuerpo. Con las piernas abiertas le permitía acariciar cerca de mi clítoris, donde no tardó en llegar e hizo que saliera de mi boca un tímido gemido de placer. El seguía acariciándome los labios de mi coño y de vez en cuando dedicándose a mi clítoris, pero en el momento menos esperado, yo sentí como me penetraba con un dedo
– ¡Aaaah…! – gemí.
Esta vez mi gemido fue más intenso, me sentía excitadísima, absorta en disfrutar del momento, me excitaba más por momentos y al primer dedo le siguió el segundo y sin dar tregua, un tercero que me hizo gemir aun más intensamente.
– ¡Aaaaah…! – casi grité a punto de llegar al éxtasis.
Mientras, él se regodeaba acariciando aquel cuerpo que ahora era solamente suyo. Al final, sacó sus dedos de mi coño mientras con la otra mano seguía acariciándome la nuca, pero me mandó callar cuando, rota por la excitación, le pedía que continuase.
– ¡Sigue… por favor… sigue….oooooh…!
– ¡Calla, cabrona, te gusta demasiado!
Se separó de mí un instante, que me desconcertó, no podía ver donde estaba o qué intentaba hacer, sin embargo se me disipó toda duda cuando sentí que me sujetaba por la cintura, me giraba e inesperadamente me clavaba su polla dentro del coño y la sacaba nuevamente. Solo necesité que él repitiera esto un par de veces más para sentir que me flojeaban las piernas y el primer orgasmo de la noche recorría mi cuerpo.
Él mantenía su erección mientras salíamos de la ducha y me secaba todo el cuerpo, yo seguía con los ojos vendados, solo podía sentir como me recorría con la toalla y como cada caricia seguía excitándome cada vez más.
Terminamos de secarnos y me condujo de nuevo hasta la habitación, una vez allí me dijo que era su turno y me pidió que me arrodillase. Yo ya sabía lo que tenía que hacer. Sentí como algo rozaba mi cara, pero sin poder usar las manos solo podía esperar a que él decidiese acercármelo a la boca, y así lo hizo.
Yo lamía la punta de su polla, estaba muy suave y yo disfrutaba de la situación.
De vez en cuando dejaba resbalar mis labios a lo largo para metérmela en la boca y acariciarla dentro, con la lengua, y así la metía y sacaba de la boca, mientras él sujetaba mi cabeza, aumentando el ritmo. Yo notaba que cada vez estaba más dura, que él estaba excitadísimo y yo sabía que se correría de un momento a otro.
Era él quien dominaba la situación, quien agarrándome de la cabeza imponía el ritmo de la mamada, notaba como la polla llegaba a tocarme la garganta y me producía alguna arcada que aguantaba para complacer a mi amante y porque me encantaba tener dentro de la boca aquella polla que aun no había visto. Unos segundos después yo tenía la boca llena de una inmensa corrida, que no dudé en tragarme completamente. Después, sin necesidad de que él me lo pidiese, comencé a limpiar su polla con delicados lametones que no dejaban que su erección llegase a su fin.
Al acabar, me levantó del suelo y me hizo sentar a su lado en la cama, abrazándome, y una sonrisa de cada uno bastó para dar a entender al otro que había sido genial, pero que ambos queríamos más. Entonces nos recostamos en la cama y después de unos cuantos besos nos dormimos, para despertar poco después con ganas de seguir… cosa que ya contaré en una próxima carta.
Besos y hasta muy pronto.