Relato erótico

Noche especial

Charo
10 de julio del 2020

Era su cumpleaños y decidió pasarlo con una amiga que tenía desde hacía unos meses. Lo que pretendía que aquella noche fuese especial y lo consiguió.

Adrián – BARCELONA

Lo que voy a relatar a continuación es una historia real que ocurrió la noche en la que yo celebraba mi cumpleaños. Había cumplido 23 años aquella noche. Y quizás lo tenía todo planeado, no del todo pero sí tenía claro que de un modo u otro aquella noche fuese muy especial.
Conocí a Cris, así es como la llamo yo, hace unos meses, en una de las discotecas donde suelo ir con mis amigas. Cris es un poco mayor que yo, tiene veinticinco años, es rubia, delgada, sus medidas son simplemente perfectas, 92-59-89, y tiene un culito que madre mía solo con mirarlo ya pierdes el norte. Pero quizás más que su físico, a pesar de ser impresionante, lo que más me llamó la atención de ella fueron sus preciosos ojos, mezcla de verdes, grises y azules, su pelo rubio con destellos anaranjados y su simpatía, su ternura.
Vestido para la ocasión, mi camisa azul oscura, afeitado al máximo, y con la colonia cara que solo utilizo para las ocasiones especiales. Bajé por el ascensor hacia el garaje, me miré en el gran espejo del ascensor y me sonreí a mí mismo, diciéndome:
– Esta es tu noche, chaval.
Mi coche aparcado en el mismo lugar del garaje de mi casa. Después de veinte minutos llegué por fin a su casa, me paré frente a su portal, le di un toque para avisarla y ella bajó radiante como siempre. Una camiseta negra de tirantes con un conejito y, sus pantalones de lino púrpuras, sus botines color crema, sus gafas de sol y su sonrisa impactante con esos relucientes dientes blancos, brillante marfil.
– Hola guapísima, estás impresionante.
– Gracias, tú también te has puesto muy guapo – contestó.
Nos sonreímos, ella se puso el cinturón, y seguimos la marcha hacia el restaurante. La cena fue perfecta, charlamos, nos reímos quedamos contentos. Llegaba el momento de ver a dónde iríamos por la noche.
– ¿Qué te apetece hacer ahora? – le pregunté, citándole varias discotecas.
– No sé, la verdad que donde tu quieras. Es tu cumple ¿no?, pues tú decides el sitio que yo me lo voy a pasar bien en cualquier lugar y si voy contigo pues mejor, además eso es lo importante ¿no?
Al final decidimos ir primero a tomar una copa y luego quedarnos en una disco hasta que cerrasen, si la noche prometía o hasta que le apeteciese irse a su casa o… Cogimos el coche y nos fuimos a la disco, allí pusieron un montón de canciones que nos gustaban a los dos, estuvimos gritando, cantando, bailando y haciendo un poco el gamberro. Realmente aquella noche había muy buen rollo con Cris, nos agarrábamos para bailar, nos empezábamos a dar abrazos, nos decíamos cosas, vamos… que nos estábamos tirando nuevamente los trastos de forma descarada.

Sobre todo con aquello de que me decía que para salir por las noches yo era la mejor compañía.
Después nos fuimos a otra discoteca y sentados nos tomamos una copita un poco más relajados y salimos nuevamente a bailar. Allí, con alguna copa de más por su parte, ya que yo llevaba el coche y no podía beber mucho, ella dejaba escapar su preciosa sonrisa cada dos por tres, y acercándose a mí, yo también me acercaba a ella, en ese juego de miradas, gestos e insinuaciones, hasta que por fin sin mediar palabra, mis labios se volvieron a juntar con los suyos después de tanto tiempo. Nuestras lenguas se entrelazaban y jugaban entre ellas investigando, recorriendo cada pliegue de la boca ajena, con mis ojos cerrados en ese momento en el que se me paró el tiempo, notando su mano sobre mi espalda deslizándose hacia mi cintura haciendo amagos de tocar mi culo. Yo hacía exactamente lo mismo, mi mano en su cabeza, mi boca mordisqueando sus orejitas y besando su cuello mientras mi otra mano se deslizaba por esas curvas de mujer, por esa espalda que tanto me gusta acariciar, llegando a su estrecha cintura de diosa, palpando cada milímetro de sus nalgas a través del excitante y suave tacto del lino.
Nos guiñamos el ojo, los dos sabíamos lo que queríamos, y nos fuimos de allí. Eran las cuatro de la madrugada.
– ¿Donde vamos? – preguntó Cris, pensando que a estas horas iríamos a un hostal o habitación de esas que se alquilan por horas.
– A casa de mis abuelos – contesté – Están de vacaciones hasta septiembre – al tiempo que se lo dije, saqué las llaves de mi bolsillo – Me he hecho una copia de las llaves del portal y de la casa. Allí podemos estar tranquilos y no nos molestará nadie.
Llegamos a la casa, subimos y entramos por la puerta de servicio. La casa estaba oscura, así que iluminando con la linternita de las llaves de mi coche, fui a la caja de fusibles para encender el generador de las luces, y después abrir las llaves del agua, aunque el gas lo dejé cerrado puesto que no eran horas de ponerse a cocinar nada.
– Te ofrecería una copa pero la nevera esta vacía, pero… espera – le dije.
Sí, el mueble bar estaba allí donde siempre y había refrescos en la terraza, hicimos hielos, los dejamos en la nevera y nos fuimos a la cama, allí tumbada dejó su camiseta en la silla y yo subido encima de ella, besaba su espalda de arriba abajo y dándole un masaje mientras ella ponía carita de verdadera relajación
– Tienes unas manos muy suaves, ya lo sabes – me dijo – y creo que como masajista no tienes precio.
Sacamos los hielos, seguimos tomando la copa relajados en la cama y ahora fue ella la que masajeó mi espalda. Terminamos las copas y pusimos la luz de la mesilla, ya estábamos los dos en ropa interior y continuamos besándonos, acariciando nuestros cuerpos, sintiendo el tacto de nuestra piel y el olor de nuestros cuerpos.
Desabroché su sujetador, besé sus pechos, ya erectos y ella se echó un poco de licor en los pezones, que yo chupaba como un bebe, rosados y duros, salientes, y le daba también pequeños mordisquitos mientras mi mano se entretenía jugando con su tanga, notando la humedad que empezaba a encontrarse por allí abajo.

Besando sus pechos me deslizaba hacia su sexo, sus muslos, besándolos jugando con mi lengua, jugando con el hielo por el resto de su cuerpo, y ella se estremecía al igual que cuando la acaricio suavemente o la hago cosquillas en la cintura. Recorrí el perímetro de su ombligo con el hielo, seguí con el hielo en la telilla de su tanga y sin dejar de mirarla a los ojos bajé lentamente su tanga.
– No hagas nada, relájate y disfruta porque esta es tu noche Cris – le dije.
Ella cerró los ojos y se tumbó nuevamente en la cama, ante mí tenía su sexo, sus labios, unos labios gruesos y seductores dispuestos a darme la bienvenida. Estaba rasurada y apenas tenía unos pocos pelillos en el pubis en forma de triangulo, seguí besando la cara interna de sus muslos y haciendo circulitos con mis labios y mi lengua fui acercándome para sentir el calor, el olor y el sabor de aquella deliciosa miel que esperaba ser degustada.
Separé, jugando con mis dedos húmedos en saliva, aquellos labios y el whisky de mis dedos se mezcló con los jugos que ella ya empezaba a destilar. Allí estaba su clítoris, aquel preciado objeto de deseo que debía ser tratado con el máximo cuidado para lograr en Cris que recordase aquella noche, y que recordase aquellos orgasmos, como algo gratificante por parte de su buen amigo, que la desea, la quiere, y ¿por qué no? ¿Qué hay de malo en que dos amigos jóvenes disfruten de sus cuerpos en un ambiente de amistad, cariño, ternura, confianza y complicidad? Continué jugando con esos labios, con la cara interna de sus muslos, deslizando mi lengua por su sexo sin presionar, ni hundirla en él, ella se empezaba a mover, insinuando y acercándose más a mí para sentir mejor mi lengua. Besaba su sexo suavemente, para posteriormente hacerlo más intensa y profundamente, separé nuevamente sus labios con mi lengua y cuando éstos se abrieron me limité a hundir mi lengua y deslizarla arriba y abajo. Allí tocaba con su clítoris y allí la diminuta perla se iba endureciendo y luchaba por salir de su cubierta. Chupé y presioné mi lengua en su clítoris, absorbí con fuerza para realizar un movimiento circular con mis labios en forma de “O” y recorriendo circularmente y cambiando el sentido, alterando la velocidad con máxima ternura, delicadeza y tacto sentía cómo su cuerpo se estremecía, estaba temblando.
– ¡Ooooh… sí! – exclamaba.
Yo continuaba con la tarea y realmente estaba disfrutando como un loco, porque comerle el coño a una chica, con delicadeza, tranquilidad, tiempo, cuidado, haciendo todo lo posible por satisfacer a mi pareja, amiga, amante, me gratifica por dentro y yo disfruto del sabor de aquella deliciosa miel, de aquellos flujos que me llenan de vida.
– ¡No pares… no pares nunca…! – repetía.
Ella se corrió como una posesa mientras yo continuaba la labor y mi cara quedó bastante mojada por su corrida, pero me encantaba. Luego nos dimos la vuelta, pasando a la posición del 69, ella me acariciaba el pecho y con su mano me comenzó a acariciar el pubis, me hacía pequeños arañazos deslizando sus afiladas uñas por mi pecho y mi pubis, me encantaba sentir aquellas uñas largas, blancas, nacaradas deslizándose por mi cuerpo y arañándolo suavemente sintiendo el máximo placer.

Ella se acercó a mi pene, ya erecto, y suavemente deslizaba la piel de arriba abajo mientras sus labios besaban mi pubis y sentir su lengua cómo recorría toda la longitud del pene, hasta llegar al glande donde me plantó un beso suave, lleno de cariño, y luego su lengua salió de nuevo y comenzó a recorrer el glande hasta que sus labios se abrieron y mi pene se fue introduciendo en su boca que comenzaba a bajar hasta casi la mitad para comenzar una felación fabulosa. Sinceramente ha sido la mejor que me han hecho en mi vida, porque me la han hecho con todo el cariño del mundo y eso se agradece mucho más, al menos a veces es así.
El 69 pasó a ser completo, yo tumbado y ella encima con su coño en mi cara, deleitándome nuevamente con su delicioso sabor.
– ¡Que bien sabes, Cris! – le dije.
Ella no perdió ritmo con la felación y yo ya estaba muy a tono, así que decidimos pasar a que se tumbase ella con las piernas levantadas y abiertas, yo me tumbé sobre ella, ella me acarició la espalda con sus uñas y me puso un condón muy lentamente con la boca, después ya tumbados en la cama, comencé a penetrar aquel delicioso chocho mientras mis manos se agarraban fuertemente a las suyas, mis besos en su cuello, sus gemidos, mis gemidos y aquella noche de sudor, destilando el alcohol que llevamos en nuestros cuerpos y por fin haciendo lo que siempre habíamos deseado, disfrutar juntos en una cama el uno del otro. Aceleramos en ritmo para luego decidir cambiar de posición nuevamente. Ahora sería ella la que se pondría encima y frotándose con mi cuerpo, cabalgando sobre mi pene como una amazona, consiguió darme el mayor de los placeres. El sexo con amor, el sexo con cariño. Mi primera vez en el que el sexo no era simplemente sexo por sexo como las demás veces, sin duda, esto era otra cosa, esto era el paraíso.
– ¡Cris, me voy a correr…! – grité.
Le avisé y aguanté un poco más hasta que ella se convulsionó de nuevo y se corrió primero, yo quería correrme sobre sus pechos. Ella, extenuada, cayó en la cama, sudorosa, el olor de su cuerpo excitado mezclado con el de su colonia era algo realmente excitante. Me quité el preservativo, y apoyado con mi cabeza en su hombro, me rodeó con su mano, agarró mi pene y solté toda mi descarga sobre sus pechos.
– ¡Qué calentito está, que bien! – decía.
Terminé yo también, tumbado en la cama, disfrutando de aquel momento, y nos quedamos allí, su cabeza, su precioso pelo sus ojos, allí estaba mi amor apoyado en mi pecho, nos fumamos un cigarro, besándonos al oído y acariciando nuestras manos entrelazadas, decidimos descansar.

A la mañana siguiente, su sonrisa al despertar me dio la vida nuevamente, recogimos aquello, hicimos la cama y salimos a la calle, la invité a desayunar en una buena cafetería y la llevé de vuelta a su casa.
Ella con uno de los besos más dulces, besó mis labios y me susurró:
– Ha sido una de las mejores noches de mi vida… gracias.
– De nada… tú sí que eres lo mejor de mi vida.
Besos y hasta otra.

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