Relato erótico
Noche con sorpresa
Nuestro amigo ha querido contarnos como terminó la noche que iban de viaje casa de la familia de su mejor amiga. Fue una noche caliente, con sexo loco y con sorpresa.
Ángel – SEVILLA
Te recuerdo amiga Charo, que habíamos estado en casa de unos familiares de mi amiga de infancia María y con su amiga Nuria, de Barcelona, que habíamos tenido una pana en el coche y que al final los tres tuvimos que dormir en la misma habitación y como se fueron caldeando las cosas.
Terminé mi relato diciendo que mientras Nuria me tenía al borde de eyacular chupando ávidamente mi falo, yo bajaba con lentitud esa braguita, como si estuviera desvelando ante mis ojos el misterio más guardado del mundo. Por fin quedaron desnudas esas nalgas tan bonitas, de suaves curvas y tersa superficie. Me embelesé al extremo y solo gracias a que Nuria hizo un breve descanso en su mamada, fue que pude evitar derramarme tan pronto ante semejante derroche de morbo.
Incliné un poco mi cuerpo y posé besos sobre las nalgas de María, que se había inclinado para hacerlas salir más. Así me excitaba la imagen de su culo perfecto y mi lengua recorría el canal de esas nalgas y Nuria volvía a divertirse con mi verga gruesa en su boca hambrienta.
Al fin María se giró y pude ver su chocho que tanto y tanto intenté adivinar en aquellos tiempos. Estaba bellamente afeitado. Todo lo de ella era bonito. Se dio la vuelta por el extremo de la cama quedando a mis espaldas y fuera de mi visión, pero me pidió que me acostara. Quedé entonces con mis pies en el suelo y mi espalda reclinada transversalmente sobre el colchón blando con mi vista hacía arriba mirando la lámpara del techo. Pronto el sexo en pleno de María inundó mis ojos, mi barba, mi boca, mi cara. Se sentó sobre mí para que le comiera el coño. Así cumplí una fantasía de tantos años: estar con dos mujeres a la vez, una comiéndose mi verga y yo comiéndome el coño de la otra.
Fue delicioso, los jugos emanaban a raudales de las blandas carnes de la raja rojiza de mi amiga María. El chocho tenía un sabor muy suave, lo notaba liso y carnoso, tal vez por el hecho de no tener ni un pelito. Me lo comí mientras su dueña solo gemía y hasta empezaba a gritar en algunos momentos su placer infinito. Le decía a su amiga Nuria que siguiera comiéndose la polla, que a ella le fascinaba verla haciéndolo y aquella a su vez se complacía en contemplar a su hombre comerse el coño afeitado de su mejor amiga. Agotada, Nuria expresó con voz quejumbrosa que ya no aguantaba más.
– ¡Vamos, tío, fóllame el coño! – me dijo.
Entonces se sentó encima de mí con sus nalgas en mis muslos y frente a María. Se sonreían entre si.
Sentí una deliciosa oleada de calor intenso al hundirse todo mi pedazo de carne en esa gruta tan viscosa y caliente. Nuria se ensartó con un ímpetu tal que yo desesperado por tantos placeres exacerbados empecé a meter la puntita de mi lengua por los alrededores del agujerito rico y estrecho de María. Que culo tan delicioso. María brincaba de placer cada vez que mi lengua jugueteaba en su culito.
Entonces ya no aguanté más y me corrí en sucesivas palpitaciones violentas dentro de aquel coño. Nuria sintió las oleadas dentro de su sexo encendido y luego se apartó para que su amiga María se inclinara y me comiera el pene limpiándolo de los restos de semen y jugos vaginales. Quedé vencido de placer puro y simple. Que noche tan bella me estaban regalando.
Cuando María se cansó de mamarme la verga y de que yo le comiera su sexo y su ano, me pidió que me la follara, que deseaba mi palo en su gruta. Se apartó de mi cuerpo quedando boca arriba, con sus muslos abiertos de par en par. Hice un esfuerzo y me levanté, me situé arrodillado sobre el colchón, cuya sábana estaba más en el suelo que en su puesto, ensarté mi verga en el coño afeitado y María cerró los ojos en un orgasmo infinito. Excitante era ver mi polla entrar y salir de ese chocho de mi juventud.
Nuria, hermosa, encantadora y recuperada de sus orgasmos, le hizo un favor a mis ojos ayudando a quitarle a su amiga la última prenda: la blusita blanca de tirantes. Le senos duros, empinados y de mediano tamaño de María, que cuando adolescente sin querer queriendo en un momento fugaz de esos que la vida regala, había yo visto cuando ella se desnudaba en su alcoba y yo accidentalmente entraba.
Ahora eran más hermosos y provocativos que entonces. Los contemplé con esos pezoncitos ovalados de un marrón muy clarito y me incliné como encantado hasta que, sin dejar de meter y sacar mi verga en su sexo, le besé y esas tetas hasta darme gusto mientras Nuria me daba besos deliciosos en la espalda.
Al rato me incorporé nuevamente y me concentré en follarme a buen ritmo a mi querida amiga y fue entonces cuando Nuria hizo algo que rebasó mi capacidad de sorpresa. Eso sí que no me lo esperaba. Con parsimonia se sentó encima de la cara de María y atónito y excitado vi como María le empezaba a comer el coño peludo a su amiga. ¡Hasta bisexual se había vuelto!
María, la que tan negada al sexo estuvo en sus años mozos, ahora se estaba comiendo una almeja como la de ella mientras tenía una verga metida en lo más hondo de su coño. ¡Vaya, María, pero como has cambiado!
Ese espectáculo lésbico me excitó más. Ver a Nuria desnuda, bella y resuelta convulsionar en compulsivos orgasmos provocados por la hábil boca de mi amiga María jugando con su tupido coño, me puso más caliente de lo que imaginé. Era la cumbre del sexo con dos mujeres. Me uní a la fiesta, recliné mi cuerpo y me uní a María, sin parar de embestirla, a lamer la ya tan ultrajada e insaciable almeja peluda de Nuria.
Fue tremendamente placentero tener por vez primera esa experiencia. Sentía mi lengua tocarse con la de María al unísono lamiendo la geografía de ese canal de carnes rosadas hasta jugar con la misma pepita. Que delicia sentir mi lengua metida con otra en la misma parte. Nunca antes sentí tanta blandura y calor en un mismo espacio tan pequeño como en ese chocho. Por momentos nos dábamos un beso compartiendo los jugos vaginales de Nuria recogidos por nuestras lenguas. Luego María se ocupaba del culito mientras yo me comía con ansias el chocho. Ya podía morir tranquilo.
Ana y Nuria experimentaron entonces un orgasmo que violentamente expresaron contorneando sus cuerpos exhaustos. Casi aullaron en ese estrecho cuarto de media noche. Yo me incorporé, saqué mi agotado pene, que sin embargo aún le quedaban hálitos para correrse, y Nuria y María se colocaron acostadas boca a bajo acostadas sobre el colchón mientras yo les ponía mi verga al servicio de sus bocas. Me la mamaron doblemente. Nuria la cabeza y María el tronco y las bolas o a veces intercambiaban. Que placer mirar y sentir a dos hembras vencidas y entregadas mamándote la verga al tiempo. No pude contenerme más y me estallé por segunda vez en esa noche cuando Nuria tenía mi glande en su boca. Tragó parte de mi leche y el resto fue dar contra su barbilla y el rostro de María que a su vez, desprevenida, inundó su boca de blancura espesa. Luego restregué mi verga aún palpitando por esas cuatro mejillas tan lindas. María sin embargo insistió en lamerme el palo hasta no dejar ni rastros de semen.
Ni yo me lo creía. Todo había ocurrido por accidente y tan rápido. Le di las gracias a mi coche averiado, al señor del camioncito viejo que nos arrastró, al mecánico de la bomba de gasolina, a la alcoba de nuestra aventura, a la noche, a la familia de María, al camino largo y sinuoso, a la vida, a María y Nuria.
Nos bañamos los tres y bajo la ducha de agua fresca, abrazados en el estrecho espacio, exhaustos y felices comentamos todo con mucha apertura, madurez y respeto. El agua discurría por nuestras pieles desnudas. Nuria sonreía y no paraba de hacer bromas con mi gusano fláccido. María apoyaba su cabeza en mi hombro agradecida y feliz dándome besitos de enamorada mientras Nuria la enjabonaba.
Nuria anunció entonces que se retiraba a dormir. Me dio un beso y luego se agachó para posar otro en la punta de mi verga dormida y luego otro en la almeja depilada de su amiga. María y yo quedamos disfrutando del agua un rato más. Conversamos sobre todo lo vivido y lo bien que la habíamos pasado. Yo aún no me paraba de sentirme embelesado de mirarla desnuda frente a mi con sus tetas hermosas y su rostro de sonrisa perfecta y boca sensual enmarcado por la abundante cabellera mojada que caía a lado y lado de ese rostro de mis tantos recuerdos. Estábamos como enamorados con fuerzas renovadas venidas de un pasado tontamente reprimido.
– Solo te pido un favor. Dejemos esto como nuestro secreto de amor. No le vayas a comentar a nadie, pues si lo llega a saber mi familia, sencillamente no lo entenderían. Sus tabúes no les permite comprender las dimensiones del sexo, y menos se imaginan que su criatura es bisexual. Prométemelo, amigo mío – me dijo emocionada.
Le di un beso en sus labios mojados y de corazón se lo prometí. Nos quedaron fuerzas para besarnos como hubiéramos querido hacerlo diez años atrás y una energía inescrutable nos llenó de vida otra vez. Sin necesidad de decirnos nada, ambos comprendimos de pronto y estampida que nos urgía hacernos el amor otra vez.
Mi sexo cobró vida levantándose con rigidez suficiente para el amor. Me senté en el inodoro blanco y María, frente a mí, se sentó con confianza ensartando mi verga en su coño. Nos miramos largamente a nuestros ojos disfrutando de ese extraño sexo más espiritual que carnal. Sus pechos de pezones tiesos por la excitación, adornaban el escenario. Hicimos el amor brevemente porque pronto estallamos al unísono en un orgasmo con el que vimos el cielo y el fuego a la vez. En el que nuestras energías juveniles venidas de tiempos idos se chocaron con tiempo de ahora. Nos reímos de goce y luego un beso profundo selló ese momento breve y mágico en un simple inodoro de un simple baño de un simple motel a orillas de un simple camino.
– Vamos María, déjalo tranquilo que de aquí al jueves que volvamos a casa habrá varias noches que ni se imagina lo que le espera hacer para complacer a nuestros coños cachondos – gritó desde su cama Nuria en tono bromista
Salimos tremendamente exhaustos de ese cuartito de baño cuando el reloj marcaba las doce y cuarenta cuatro minutos. Me acosté con Nuria y dormí pegado a su regazo y a sus pechos desnudos.
A las nueve de la mañana una señora de pelo cano, bajita y de tetas enormes llamó a la puerta. El coche estaba listo para continuar nuestro viaje.
Saludos y besos de los tres.