Relato erótico

No quise ser infiel, pero…

Charo
7 de febrero del 2020

No sabe lo que le pasa pero es incapaz de decirle que no a un hombre. Está casada, quiere a su marido y siente vergüenza por lo que hace, aunque, se folla a todo lo que tiene pulso.

Carmen – Madrid
Amiga Charo, despedí a mi marido con un beso. Y me iba a volver a la cama cuando sonó el timbre de la puerta. Suspirando resignada, me puse el picardías y fui a abrir. Era el viejo del segundo. Tenía la misma expresión de sátiro desenfadado que tenía siempre que llamaba a mi puerta. Ya sabía a lo que venía, era inútil resistirme.
Desde la primera vez en que me hizo suya lamiendo mis intimidades supe que no tenía posibilidad de oponerle resistencia así que, obedientemente, me encaminé al dormitorio, con Juan siguiendo mis pasos. El hombre no me agradaba, especialmente por su viciosa actitud de lamer mi coño con su larga y caliente lengua. Pero temía que armara un escándalo y resignadamente me acosté de espaldas, con mis muslos bien abiertos y las rodillas altas, apoyadas en mis talones.
El viejo hundió su cabeza entre mis muslos y comenzó a besarme el coño, con suaves mordiditas y cortas lamiditas. Cuando comenzó a sacar la lengua y hundirla en ardientes lamidas en mi intimidad, comencé a gemir. El hombre aferraba mis caderas con sus fuertes manos, como para asegurarse la fijación de mi chocho. Lo que más me molestaba eran las sensaciones que me producía con su boca. Detestaba la excitación que me producían sus lengüetazos y me retorcía mientras procuraba disimularla. Y el muy bestia continuaba con sus lengüetazos, cada vez más rápidos, calientes y profundos. Y yo seguía gimiendo.
Cuando se concentró en mi clítoris me sentí perdida. ¡Yo era una mujer casada y no estaba bien lo que me estaba pasando! Con los gruesos labios de su caliente boca, Juan, apretó mi clítoris, agasajándolo con una apasionada succión, mientras su lengua, algo áspera, me lo lamía con sadismo al saber los efectos que me estaba produciendo. Y el asqueroso viejo prosiguió, indiferente a mis jadeos y débiles protestas, haciéndome gemir cada vez más fuerte, hasta lograr un gran gemido que me llenó de vergüenza. Pero no le bastó con haberme humillado de semejante manera y continuó aplicándose con sus despiadados besos, chupadas y lamidas, que renovaron mis ardores, y con ellos mis jadeos y suspiros, llevándome a otro gran gemido mientras mi cuerpo temblaba y se estremecía. Y cuando creí que todo había acabado para mí, recomenzó de nuevo. Así tres veces.
Cuando sacó su cara de mis intimidades tenía los ojos brillantes y mis jugos repartidos por su cara. Entonces se irguió triunfante al lado de mi cuerpo derrengado y sacando su tremenda tranca, se la comenzó a cascar con su mano derecha, hasta derramar generosamente sobre mi cuerpo gruesos chorros de espeso semen que regaron mi cuerpo desde mis cabellos y mi cara hasta mis rodillas, pasando por mis tetas, mi vientre, pubis y especialmente sobre el vello púbico y entrepierna. Después, riéndose, guardó su aparato en el pantalón y se fue, satisfecho de su “avasallamiento”. Me quedé desparramada sobre la cama, pensando en mi marido y en cuanto lo amaba, mientras saboreaba el semen que me había caído en los labios.
Pero no me podía quedar mucho más en la cama, tenía que hacer muchas cosas ese día. Tras ducharme, decidí vestirme para salir a la calle.

Me puse mi faldita roja, que me queda un poco corta y apretada, ya que estoy ligeramente gordita, y mi blusa blanca, que marcaba quizás en demasía mis pechos que ya tenían dos tallas más que en el momento en que la había comprado. Pero no tenía nada mejor que ponerme, así que, qué remedio.
Cuando salí del ascensor en la planta baja, me encontré con Roberto, el encargado, quién sin vacilación alguna me agarró de un brazo, empujándome al sótano. Una vez adentro, cerró la puerta con llave y me apretó contra unas cajas, comenzando a besarme mientras con sus grandes manos apretaba mis tetazas a través de la blusa. No supe como resistir. Roberto es un hombre de unos treinta y cinco años, con un cuerpo musculoso y enérgico. Mi respiración comenzó a agitarse a pasos agigantados y entre jadeos le pedí que recordara que yo era una mujer casada, pero Roberto me comió la boca mientras revolvía su lengua en la mía. Y no pude seguir explicándole. Y tampoco recordaba muy bien que era lo que quería explicarle. Yo me desconcentro mucho en esos casos.
Roberto continuaba como si tal cosa. Sacó su gruesa polla, me arremangó la falda y apartándome la braguita me la ensartó sin la menor consideración. Si no fuera por la abundante lubricación que sus besos y manoseos me habían producido, me hubiera dolido. Pero no tuve tiempo de reflexionar en todo esto, porque Roberto comenzó a meter y sacar su tranca con todo el entusiasmo que mi cuerpo le producía. Yo tenía toda la intención de resistirme, pero no pude ponerla en práctica, porque sus intensas fricciones me producían tales sensaciones que no pude concentrarme para impedirle nada. Y cuando en un profundo empellón final su tranca enterrada comenzó a pulsar, y sentí los calientes chorros en mi interior, la vergüenza fue tan grande que mi chocho empezó con intensas contracciones.
Cuando lo sacó, su enorme nabo seguía erecto y humeante y temerosa de que Roberto quisiera seguir, procuré detenerlo y le dije:
– ¡Para, Roberto, yo amo a mi marido y no está bien que hagamos esto!
Pero él ya me había dado vuelta, sacándome la braguita y dejándome el precioso culo al aire, comenzó a refregarme el nabo contra la raja. Por lo menos, en esta posición podía hablar.
– ¡Yo no soy una mujer infiel, Roberto! – le decía.
Pero él se había aferrado a mis tetas y me las amasaba con entusiasmo.
– Yo estoy… oooh… enamorada de mi…aaah… marido…- seguí diciéndole pero, involuntariamente mis nalgas se abrían anhelantes ante las caricias de su nabo – ¡Muy… aaah… enamoradaaaa…! Roberto…!.
Pero ya su miembro había encontrado la entrada de mi agujerito anal y facilitado por la lubricación de su propio semen, comenzó a penetrármelo. No supe como detenerlo. Es más, mi ano comenzó a abrirse, contra todos los deseos de mi voluntad. Y el muy atrevido, abusándose de la situación, siguió penetrándolo hasta tenerme completamente ensartada.
– El ha sido mí único hombre…- traté de hacerle entender, pero él ya había comenzado con el vaivén del metisaca.

Con sus manos acariciaba mis pezones mientras me amasaba los pechos y para colmo, mi culo abierto respondía a sus empellones, como si tuviera voluntad propia.
– Nosotros estuvimos de novios siete años sin tener… aaah… relaciones hasta… aaah… la boda.
La voz se me quebraba un poco, porque una no es de hierro, pero continué con mi alegato, aunque sin otro resultado que un metisaca más entusiasta por parte del viril encargado.
Así que me resigné a sufrir una nueva humillación y con gesto estoico seguí ofreciéndole el culo y aceptando los apasionados apretones de sus dos manos sobre mis tetas. Pensando en la humillación de estarle haciendo esto a mi marido, que en esos momentos estaría trabajando en la oficina, me avergoncé, aunque termine gimiendo y apretando con mi culo su pollón hasta que noté como se corría hasta lo más profundo de mi cuerpo. Me quedé recibiendo hasta el último chorro y ambos nos quedamos así como estábamos, con su grueso nabo ablandándose lentamente dentro de mi agujerito negro, ahora agujero, claro.
Cuando finalmente lo saco, hizo un ruido de “¡plop!” un poco vergonzante. Luego él me dio vuelta y abrazándome hundió su lengua en mi boca, como para demostrarme su agradecimiento. Yo lo dejé hacer, porque a esas alturas no tenía sentido ya presentar resistencia. Y me pareció que no estaba mal dejarle expresar su afecto. Más aún si tenía en cuenta que sus efusiones de afectos se repetían varias veces por semana desde hacía dos años cuando nos habíamos mudado al edificio. Así pues, ya no tenía mucho sentido tratar de que el pobre hombre recapacitara sobre los aspectos poco éticos de su conducta tan reiterada.
Me puse la braguita, y con la sensación de su leche calentita en mis entrañas, le di un beso amable y me encaminé a mis actividades del día.
Cuando llegué a mi trabajo, el jefe todavía no había llegado, así que me puse a revisar las llamadas guardadas en el teléfono que estaba sobre mi escritorio, y a anotar los turnos de las visitas.
En eso llegó Gustavo, uno de los hijos del jefe.
– Mi padre me manda avisarle que llegará dos horas tarde, Carmen – me dijo.
– Gracias – le contesté simplemente, porque es un chico un poco atrevido y no deseaba animar ideas raras en él.
Me encaminé al fichero para ordenar las fichas de los pacientes. Pero fue inútil, el chico se colocó detrás de mí y comenzó a acariciarme las nalgas.
– No hagas eso, Gustavo – le dije sin darme vuelta.
Pero el chico no entendía las buenas maneras y continuó sobándome el culo como si tal cosa. Yo hice como si no notara nada, a ver si así desistía, pero nada. Continuó con sus caricias, cada vez más sensuales, hasta que mi culo comenzó a acusar recibo.
– ¡Ay, Gustavo… que malo eres…! – le dije empezando a gustarme la sobadita.
– ¡Vamos al despacho! – me instó el chico, apoyándose contra mis glúteos.

Ahí pude sentir algo duro presionando entre ellos, lo que debilitó algo mi voluntad y me dejé llevar hasta el despacho esperando que el chico se diera cuenta de lo inapropiado de su conducta, pero él continuó agarrando mi culo, esta vez a manos llenas. Me dije que no había modo de detener tanto entusiasmo “Es muy joven”, me dije, “esto no puede llamarse infidelidad. “Dejé que me levantara la falda y continuara su sobada sobre mis nalgas al aire, cubiertas apenas por las braguitas.
– ¡Carmen…!.
Me estremecí al escuchar su voz ronca y caliente en mi oído. Quizá fue eso lo que hizo que le permitiera sacarme las braguitas. “Bueno”, me dije, “hace ya tres años que jugamos este jueguecito! De pronto sentí su dedo penetrando en mi ano, como la primera vez que jugamos.
– ¡Qué culo tienes, Carmen! – me dijo con voz ronca.
– ¡No uses ese lenguaje, jovencito! – le amonesté, pero dejé que me introdujera un segundo dedo.
– Hoy lo tienes agrandado, Carmen… – exclamó y me metió un tercer dedo diciendo – ¡Vaya, me parece que está listo para recibir algo más gordo…!.
– ¡No te atrevas a…! – dije que tuve que interrumpirme al sentir su nabo reemplazando los dedos.
El chico tiene un buen nabo y sentí que me iba llenando el agujero a medida que me lo penetraba. Otra vez mi culo se abrió, ofreciéndose a la penetración. Mi culo parecía independiente de mi voluntad y mientras el chico me lo iba metiendo, volví a pensar que era joven y que lo conocía hacia años, así que eso no podía considerarse infidelidad. Pero al chico seguramente no le importaban mis reflexiones y le daba al metisaca que era un gusto.
“Soporté” pacientemente su trabajo, pero pronto comenzaron a nublárseme los ojos. Sentía su duro nabo, con la cabeza descubierta, dentro de mi culo, y sus movimientos me despertaron unas sensaciones que atribuí a la ternura que me producía. Y el siguió con el metisaca a un ritmo cada vez más intenso, mientras yo gemía cono una guarra.

Es fácil comprender que la cosa no acabó así por lo que el resto te lo contaré en una próxima carta
Muchos besos de tu “fiel” amiga.

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