Relato erótico

¡No pares, sigue, sigue!

Charo
31 de agosto del 2019

Se moría de ganas de montarse un trío con su novia, o bien con otra chica o con otro hombre. Ella siempre le decía que no y se dio cuenta de que no podría hacerla realidad su fantasía. Una casualidad hizo que al fin probara un trío.

Oscar – Madrid
Alguna vez había comentado con mi novia el hecho de que una tercera persona, mujer u hombre, se uniera en la cama, pero siempre ha rechazado la idea por desagradarle. De modo que la ocasión de poder disfrutar de mis fantasías sexuales se veía reducida a la posibilidad de pagar por ello, pero siempre lo he visto muy artificial, de manera que esa opción la descarté también. Lo había intentado alguna vez contestando a algún anuncio en Internet sin obtener ningún resultado, bien porque no puedo mandar foto o porque directamente no me contestaban y aunque desistí, no quise renunciar a mi fantasía y fue una noche de agosto la que me dio la ocasión de poder realizarla.
Salía del piso de Madrid en donde vive mi novia, serían sobre las 23:30, y en vez de tomar el ascensor decidí bajar por las escaleras, de modo que abrí la puerta de acceso, encendí la luz y comencé a descender. Al llegar al descansillo del segundo piso escuché unos ruidos de ropa y respiración, que en un primer momento no identifiqué, que provenían del pasillo de acceso a los pisos de la planta segunda. Como es un mes en el que se dan muchos robos, pensé que podía ser un ladrón, de manera que decidí averiguar qué era eso. Soy un chico de 29 años que mide 1,86 y de complexión fuerte, de manera que tenía un poco de confianza en poder intimidar al posible ladrón.
Me acerqué lentamente a la puerta y me asomé discretamente para observar y, cual no sería mi sorpresa cuando el ladrón en cuestión era en realidad el matrimonio del piso 2B dándose el lote. La verdad es que nunca había estado tan cerca de una situación así y, como no parecía que se hubieran percatado de mi presencia decidí quedarme a disfrutar del espectáculo. El matrimonio no tiene hijos, ella a la que llamaremos Laura, debe medir aproximadamente 1,70, tiene el pelo negro, liso y corto. Como ya me había fijado en ella en la piscina de la urbanización, su cuerpo es delgado, sus caderas estrechas, unas buenas tetas y de cara atractiva. La verdad es que es una mujer agradable a la vista. Él, al que llamaremos Juan, es de estatura media, 1,80, pelo negro corto y de complexión normal.
Aquella noche Laura llevaba una falda fina roja con dibujos étnicos estilo hippy y una blusa lisa de color violeta. Juan le había abierto la blusa por completo, desabrochado el sujetador, que se encontraba en el suelo, y le estaba lamiendo los pezones mientras con sus manos jugaba bajo la falda de Laura, que tenía los ojos cerrados y el rostro hacia arriba, jadeando a cada caricia de Juan.
Él le fue bajando las bragas hasta quitárselas y dejarlas en el suelo, continuó descendiendo por su vientre, subió la falda levemente y se metió debajo. Yo solo podía apreciar el bulto de su cabeza a la altura de su chocho, pero por la expresión y los gemidos de Laura, le estaba comiendo el coño a conciencia. De pronto, en un movimiento de cabeza, Laura se giró su cabeza justo hacia mí y me pilló de lleno. Instintivamente me retiré como un niño al que ven espiando, pero me quedé tras la puerta, bloqueado, sin saber si salir corriendo o quedarme a ver que pasaba. Oí como Laura musitó algo y Juan y un silencio, que se me hizo eterno, se apoderó del pasillo hasta que volví a escuchar un leve cuchicheo de la voz de Laura y a continuación a Juan diciendo claramente ¡vale! Nuevamente ruido de ropa, pero esta vez Laura habló en voz alta:

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– ¡Pasa, no te quedes ahí fuera, hombre!
La verdad es que el corazón casi se me sale por la boca del susto, me daba cuenta de lo que estaba pasando y de lo que implicaba el entrar en ese pasillo, así que me decidí a entrar.
Laura se había abrochado la blusa, de manera que aún se podía ver la piel de su cuerpo, y llevaba en su mano el sujetador y las bragas. Juan tenía su polo por encima del pantalón y aún se le notaba el bulto de su erección.
– ¿Te ha gustado ver lo que hacíamos? – me preguntó Juan, mientras Laura me sonreía.
– Pues la verdad es que sí, que me ha gustado, Laura es una mujer que me gusta mucho – me atreví a decir aunque me temblaba un poco la voz por los nervios y el pecho como un terremoto.
En ese momento Juan comenzó a abrir la puerta de su piso, Laura se acercó a mí, me cogió de la mano y me dijo:
– Ven, que podrás verme mejor.
Tiró de mi mano suavemente y nos metimos en su piso. Juan dejó las llaves en un mueble y le dijo a Laura que nos fuéramos a la habitación. Nos quedamos Laura y yo a los pies de la cama de matrimonio y Juan sentado junto a las almohadas. Ella se acercó a mí y notó que estaba nervioso.
– ¿Has hecho algo así alguna vez? – preguntó.
– La verdad es que no, pero me gustaría probarlo – repliqué.
– No te prives, Laura – dijo entonces su marido.
Fue decir esto y Laura me empezó a acariciar el cuello suavemente, se acercó a mi y me dirigió hacia sus labios. Me besó muy suavemente, muy despacio y su lengua lentamente fue entrando en mi boca en busca de la mía hasta que ambas se rozaron y enlazaron al mismo ritmo que nos besábamos. Entonces metí mis manos bajo su blusa y acaricié sus caderas, subiendo mis manos hasta rozar sus pechos.
Nuestras respiraciones eran más fuertes, Laura me besaba el cuello y me comenzó a subir la camiseta hasta quitármela. Me acarició la espalda y nos volvimos a besar, esta vez nuestras lenguas se enlazaban más profundamente en la boca del otro, mi cabeza estaba como embotada, solo hacíamos lo que nuestros cuerpos nos iban pidiendo. Le desabroché la blusa y me fijé fugazmente es sus redondos pechos cuyos pezones estaba duros. Se los acaricié con las yemas de los dedos pero ella me cogió la mano y me la presionó aún más para que se los manoseara con fuerza. Luego me desabrochó el pantalón y éste cayó al suelo, dejándome en calzoncillos.
Yo tenía la polla como una piedra y así lo delataba el bulto de mis modestos 16 cms. Entonces era mi turno y terminé de quitarle por completo la blusa, pero cuando me disponía a bajarle la falda ella me detuvo y se la quiso bajar ella.
– Quiero que me veas bien – me dijo.

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Y bien que la vi. Su cuerpo estaba completamente desnudo frente a mí, ella cruzó los brazos tras su espalda y me sonrió con mirada de niña mala, dejándome absorto disfrutando del panorama. Vi que su vello púbico estaba cortado y reducido a una fina línea que bajaba hacia su entrepierna. Se volvió a acercar a mí y nos volvimos a besar. Con una mano le acariciaba la espalda y con la otra le acariciaba sus nalgas y Laura, por su parte, comenzaba a bajarme el calzoncillo, me cogió la polla con su mano y comenzó a masajearla, haciendo que se me escapara un gemido. Yo estaba en la gloria. Entonces Juan decidió participar. Me había olvidado completamente de él pero cuando se colocó desnudo a espaldas de Laura y comenzó a besarla el cuello y acariciarle sus caderas, nuestras manos y cabezas coincidían en el cuerpo de Laura, quizás por torpeza o inexperiencia mía. Mi primera reacción fue la de apartarme un poco de Laura pues no sabía cómo continuar.
– Déjate llevar por nosotros, no te preocupes – me indicó Juan.
Laura me empujó levemente hacia la cama y me tumbé boca arriba. Ella se colocó a cuatro patas sobre mí hasta que su cara quedó sobre mis caderas, me agarró suavemente la polla y comenzó muy lentamente a metérsela en la boca y a succionarla fuerte. Estaba a mil, me estaba haciendo la mejor comida de mi vida. Desde luego sabía muy bien cómo hacerme disfrutar.
Juan, después de observar cómo Laura me la chupaba, se colocó detrás de ella y le fue metiendo su polla en el chichi. Laura daba pequeños gemidos y su boca soltaba saliva por la excitación. Las sacudidas de Juan eran más fuertes y Laura comenzó a jugar con su lengua en la punta del mi capullo y a succionar aún más fuerte, hasta que no pude aguantar más y me corrí como hacía mucho que no lo hacía. Mi semen se quedó en la boca de Laura, notando el calor de mi fluido dentro de su boca y ella siguió succionando y moviendo su lengua sobre mi capullo hasta que sus gritos nos indicaron que Laura estaba en pleno orgasmo.
Juan estaba también a mil y se corrió dentro de Laura. Entonces ella, reteniendo mi semen en su boca, se incorporó sobre la cama, se giró hacia Juan y le propino un beso profundo y largo. Mi semen se dejaba escapar por la comisura de ambas bocas, pero Laura y Juan se encargaron con la lengua de no dejar nada. Aquello me volvió a poner la polla dura, me excitó la manera en que se besaban y Laura le pasaba mi semen a Juan. Laura, después de besarle, se puso sobre mí. Aún estaba excitada, su rostro así lo delataba, y me besó con fuerza.
El sabor de mi semen aún se notaba, era la primera vez que lo probaba, y aquello me excitaba aún más. Me tomó la polla con la mano y me dijo:
– ¡Métemela, la quiero dentro de mi coño!
Me la colocó en la entrada de su vagina. Su coño estaba chorreando y la polla me entró como una bala. Sus caderas comenzaron a agitarse y sus músculos vaginales me aprisionaron la polla y a cada golpe de cadera. Nuestros cuerpos sudorosos temblaban y nuestros jadeos eran cada vez más fuertes. Juan se colocó a nuestro lado, pude ver su polla por primera vez. Nunca había tenido una tan cerca y además, empalmada. Era más gruesa que la mía y más o menos de la misma longitud. Laura la tomó con la mano y se la fue metiendo en la boca. Su mamada iba al mismo ritmo de mis embestidas. Me corrí dentro de ella, mi semen se escapaba de su sexo y el sonido del chapoteo de sus coño excitó aún más a Laura y a Juan, quienes se corrieron casi a la vez.

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Pude ver cómo Juan le follaba la boca y cómo ella succionaba hasta recoger la última gota. Una vez que Juan terminó, ella se acercó a mí y me besó.
Nuestras bocas se abrieron y el semen de Juan fue pasando a mi boca, impulsado por cada lengüetada de Laura. Aquello me excitó de nuevo, aunque soy hetero y me volví a empalmar por el morbo que aquello me daba. Los fluidos de Juan, con la saliva de Laura, su lengua reptando sobre la mía y moviendo aquel líquido semi viscoso y un poco amargo me produjo de nuevo una erección. Ambos tragamos los fluidos y, terminado el beso, Laura me acarició la cara con ternura. Se giró sobre la cama y me invitó de nuevo a ponerme debajo.
– Quiero que me lo comas despacito, no tengas prisa, y no te preocupe acabar antes que yo – dijo.
Dicho y hecho, me puse bajo su coño. Sus labios estaban húmedos y como su vello era muy cortito no fue ningún inconveniente pasar mi lengua por su coñito húmedo. Mi polla volvió a entrar en su boca y Laura me la succionaba más lentamente que antes. Con la punta de mi lengua recorrí muy lentamente su raja y, endureciéndola, busqué su clítoris como quien busca el último gramo de un tarro de mermelada. Ella se agitaba más, gemía a cada pasada de mi lengua y cuando le succioné su clítoris como si de una fruta se tratara, lanzó un pequeño grito y, seguidamente, me succionó la polla mucho más fuerte y me volvió loco con la lengua por lo que me corrí nuevamente dentro de su boca. Noté cómo lengua tragaba mi semen y me esmeré aún más en mis succiones. En estas, Juan se posicionó tras de Laura y acercó su polla a su coño y decidí retirarme viendo como Juan le metía la polla lentamente.
– ¡No pares de lamerme, no pares! – me gritó Laura mientras su marido la follaba.
Me lo pensé un poco, pero decidí probar. Los labios, ahora separados por la polla de Juan, me dejaron el clítoris aún más descubierto y se lo empecé a lamer a lengüetazos. La dureza de la polla de Juan chocaba con mi lengua, pero Juan logró que su polla no se saliera del chocho. Los fluidos de Laura empaparon su polla y mi boca hasta que Laura se corrió y su cuerpo se quedó rígido por el placer cuando Juan le descargó su semen. Ambos fluidos se juntaron en mi boca y aquel tacto le provocó a Laura otro orgasmo, esta vez más corto, pero que sacudió su cuerpo como una descarga. Me aparté de debajo, y los tres nos tumbamos exhaustos sobre la cama. Había sido la mejor sesión de sexo de mi vida.

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Entonces pude comprobar que nos habían dado las tres de la mañana. Aquello significaba llegar al trabajo con cara de muerto viviente. Me despedí de Laura y Juan, el cual me dijo:
– Aunque no solemos montarnos tríos, hemos disfrutado mucho con éste y posiblemente repetiremos la velada.
Las pocas veces que coincidimos en la escalera nos cruzamos una sonrisa cómplice aunque, por ahora, no hemos vuelto a repetir la experiencia.
Saludos y hasta otra.

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