Relato erótico

No me lo esperaba

Charo
15 de diciembre del 2018

Una avería en el coche de la profesora hizo realidad lo que nos cuenta a continuación. Llovía intensamente y la acompañó a su casa a cambiarse. A veces las cosas vienen sin esperarlas.

Jorge – Gerona
Lo que voy a comentarte, amiga Charo, sucedió hace dos años. Ella es Marga, profesora de lengua y literatura. Tiene 34 años, es delgada, de físico espigado, con curvas superiores quizá excesivas pero muy apetecible de curvas inferiores, lo que se diría un hermoso culo. Cabellos rojizos al hombro y mucha fineza en sus modos y trato. Se asemeja al físico de una modelo. Por otro lado, yo, un vago desaliñado que lentamente muestra alrededor de su cintura los rastros de una edad que avanza.
Como todo ambiente reducido, comenzaron las habladurías respecto de ella ya que no se admite tanta admiración por parte de la platea masculina. Que sale con otros hombres, que su marido no sabe de sus aventuras, que le permite licencias extraordinarias como viajar sola con amigas y sin sus hijos a sectores alejados donde los hombres no preguntan edades sino tiempo que aguantan en lechos tibios, etc.
Así las cosas, la relación que me unía a Marga se limitaban en el manejo de la fotocopiadora de una de las escuelas y los favores que le hacía por su continuo olvido de preparar los apuntes en tiempo y forma. Obviamente no tardaron en llegar comentarios que iban más allá de aquella situación, a los que yo respondía con sonrisas que alentaban la situación pese a que nada de ello sucedía.
Un día de mucha lluvia, en que me dirigía a la escuela siendo las 9:30 aproximadamente vi su coche detenido contra la acera y el capo abierto. Me detuve al verla observar sin mucha idea el contenido de esa caja negra. Estaba empapada, pregunté que sucedió a lo que me respondió que nada entendía pues venía rumbo a la escuela y al cruzar la bocacalle el motor pareció toser dos veces para luego detenerse sin motivo alguno. Obviamente se habría mojado el distribuidor, pero inventé algún tipo extraño de falla que le impediría llegar con él a la escuela. Debo reconocer que su imagen bajo la lluvia me había agradado en demasía y mi polla también lo entendió por lo que comenzó a endurecerse.
Así las cosas, la convencí de llamar a la escuela e informar de su infortunio por lo que no llegaría en horario a la clase, ya que debía volver a su casa a cambiarse y llevar el auto a remolque hacia allí. Con la conformidad de la autoridad escolar de turno, enganché la cadena, remolqué al coche de Marga y nos dirigimos a su casa. Reconozco que en el viaje imaginé las mil y una formas de abordarla, sus formas remarcadas por la ropa húmeda pegada al cuerpo me habían trastornado.

Llegamos a su casa, un mensaje pegado al vidrio de la puerta de frente avisaba de la ausencia de su esposo y su retorno a altas horas de la noche debido a una urgencia que debía atender en el trabajo.
Ella profirió un insulto, me invitó a pasar y tomar un café mientras se cambiaba de ropa. Accedí y me indicó como llegar a la cocina, una vez allí sentí el agua de la ducha caer mientras calentaba el café. Comencé a buscar las dos tazas hasta que, de pronto, sentí un golpe seco seguido de otro insulto y luego el inicio de un sollozo apagado.
– Marga, ¿estás bien? – pregunté sorprendido por el ruido.
– No, me caí y me golpeé en la cadera – exclamó – No me puedo levantar.
Ante esta respuesta olvidé el café, las tazas y fui rápidamente al baño. Asumo que no pensé en la situación que se avecinaba, solo pensaba en ayudarla y ver que había sucedido. La hallé tendida cuan larga es en el piso, desnuda por completo, con un gesto de dolor en su cara y lágrimas rodando por sus mejillas. La observé por algunos segundos y me acerqué a ella que permanecía inmóvil, revisé su cintura levemente con un roce de mis manos y tras notar que se trataba de un fuerte golpe me dispuse a levantarla en vilo y llevarla a su habitación.
El contacto con su piel húmeda me encendió aun más y al notar sus brazos rodeando mi cuello para ayudar al traslado, me dejaron totalmente fuera de contexto. La cargué y comencé el traslado, solo que a dos a tres metros de iniciado el recorrido ya busqué sus labios con los míos. Ella no me rechazó, dio la impresión de aceptarlo y retribuirlo a modo de agradecimiento por la ayuda brindada, pero fui por más.
Al llegar a su lecho matrimonial ya los besos eran mucho más intensos y despojados de aquella gratitud inicial para transformarse en una invitación al pecado. La dejé en la cama y me dediqué a acariciar sus curvas, grandes, suaves y turgentes pechos, con pezones erectos como puntas de lanza, su estómago plano trémulo vibrando ante cada roce de mis manos que buscaban llegar a su monte de Venus totalmente despojado de vellos. Comenzó a gemir cuando liberé sus labios, dirigiéndome a sus pechos. Mis dedos jugaban con su botón de placer que respondía haciendo humedecer su sexo de manera abundante. Acariciaba mi cabello y trataba de despojarme de mi camisa mojada y el contacto de sus dedos con mi piel me producía escalofríos.
Besé sus pechos, mordiscos en sus pezones duros e inflamados la invitaban a dejar caer sus últimas barreras. Me incorporé y quité el resto de mis ropas, me recosté junto a ella y seguí la secuencia de besos, caricias y miradas a cada milímetro de ese cuerpo escultural. Pero no me atrevía a avanzar, ella lo notó y tomó la iniciativa. Con un leve quejido se incorporó y se montó sobre mí. Nos unimos en un beso prolongado mientras frotaba su sexo sobre mi polla. Noté su humedad creciente y su perfume a sexo colmaba mis sentidos mientras besaba mi cuerpo girando sobre mí.

Tuve su sexo a centímetros de mis labios pero no dejó que llegara a él, seguía besando mi cuerpo sin tocar siquiera mi herramienta, parecía eludirla cada vez que se aproximaba. Debo reconocer que me pareció una hermosa y dulcísima tortura. Se diría que hasta la disfruté íntegramente. Pero ansiaba poseerla, así que lentamente la atraje hacia mis labios, le entregué un beso profundo y delicado mientras le alzaba la cintura para colocar mi pene en la puerta de aquel sitio caliente. Tras leves roces, se lo fui colocando lentamente hasta hundirlo totalmente dentro de ella.
Comenzamos a movernos lentamente, disfrutando de cada embestida y en la medida que nuestra temperatura aumentaba también lo hacía la velocidad de la penetración. Esto habrá durado unos 20 minutos que me parecieron una eternidad y que no deseaba que llegase a su fin. Pero cuando llegó a su punto máximo, se desbordó. Se transformó en una fiera hambrienta de sexo, me exprimió hasta la última gota de semen y siguió en sus movimientos queriendo obtener más, hasta que, al cabo de dos minutos, explotó en un grito de placer infinito y se dejó caer sobre mí.
Estuvimos así cerca de 15 minutos, prodigándonos besos y caricias mientras tratábamos de reponernos. Entonces me miró con una sonrisa y musitó un:
– Gracias, me tentaste y me ha encantado.
Trató de incorporarse para dirigirse al baño pero como aún había restos de dolor en sus movimientos, la seguí pues temía que cayese nuevamente. En ese momento reaccioné y contemplé su cuerpo, era muy hermosa y logró que me encendiera nuevamente.
La alcancé en la puerta del baño y la ayudé a entrar en la ducha. Una vez bajo el agua caliente que caía contra nuestros cuerpos, comencé a besarle cada milímetro de su piel. Descorrí los pliegues de su sexo y me sumergí en sus labios, mordisqueando su clítoris, transformé mi lengua en un pequeño pene que penetraba en su vagina haciéndola gemir. Llegó a un orgasmo feroz y luego se dedicó a retribuirme el placer brindado pues se agachó a la altura de mi cintura y tomando en sus manos mi pene, comenzó a besarlo y acariciarlo. Lentamente empezó a ponerlo y sacarlo dentro de su boca haciendo una penetración bucal.
Su inexperiencia sumada al agua que caía sobre su cara le provocó un ahogo que nos causó gracia a ambos. Completamos la ducha y así desnudos nos dirigimos a su habitación donde tras colocarme un preservativo mamó mi pene hasta lograr una lluvia contenida en el látex.
– No me animo a tragar semen, tendrás que darme tiempo para que lo haga. Hoy no – me dijo.

– Tranquila Marga, ya lo lograremos al igual que hacerte disfrutar por detrás – contesté.
Asintió con la cabeza, dejando abierta la posibilidad de un nuevo encuentro. Tras el café y la colocación de la ropa, volvimos a la escuela. Nos despedimos en el auto con un beso para evitar que nos viesen juntos.
Me encantó pasar una mañana así. Disfruté cada minuto que pasamos juntos y trataremos de repetirlo.
– Es una promesa – le dije.
Fue nuestra única vez, pero debo reconocer que temo que de repetirse no llegue a ese nivel.
Saludos a todos los lectores y un fuerte beso a ti, Charo.

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