Relato erótico

No me importaría repetir

Charo
31 de enero del 2020

Estaban de vacaciones y quedaban pocos días para volver a la rutina diaria. Su marido le dijo que le gustaría ir a una playa nudista y le dijo que no. Al final se lo pensó y decidió que irían. Nunca se ha arrepentido.

Sara – Barcelona

Nunca lo hubiera imaginado, mi marido lo deseaba y consiguió que aceptara a acompañarle a una playa nudista. No me hacía mucha gracia, es cierto, pero tampoco me importaba mucho, ya que iba a estar con él. Por otra parte, todo el mundo estaría en iguales condiciones que yo, desnudos. Lo que yo ignoraba era que en esa playa él se encontraría con un amigo y de aquel encuentro, surgiría esta historia.
Ya me había decidido, ante la insistencia de él, las vacaciones estaban siendo todo lo buenas que una desea y la verdad, tampoco quería estropearlas por tan poca cosa, no era para tanto, no pensaba que fuera tan malo dejarse ver desnuda, nadie me conocería. Dejamos el coche aparcado en las inmediaciones de la playa a la que íbamos y nos dispusimos a caminar. Hasta ahí todo normal, llegamos a una especie de puerta que pensé sería para delimitar la zona, y allí se encontraba un cartel que nos advertía que entrábamos en una playa nudista, que nos mostráramos a los demás con respeto y por supuesto, desnudos. Cruzamos la puerta, nos desnudamos, y con nuestras ropas dentro de una bolsa, nos acercamos a la playa.
Al principio vimos que había poca gente, todos desnudos. Nuestra presencia no incomodó a nadie, es más, nadie nos prestó la menor atención. No así mi marido, que no quitaba ojo a toda mujer que allí se encontraba. Yo, he de decir que tampoco me perdí ninguna polla de las allí presentes. Era curiosidad, solo eso. Caminamos hasta un lugar relativamente alejados de los demás, dejamos nuestra bolsa, luego nos dirigimos hacia una especie de pinar donde había unas mesas. También observé que todos los hombres se fijaban en mí y posaban sus miradas en mi culo, mis pechos, piernas y en mi triangulo negro. Aquello si bien me llenaba de rubor, también me gustaba.
Llegamos al pinar y estuvimos viéndolo, no había restaurante ni chiringuito como suponíamos. Decidimos que nos iríamos a comer fuera de esa playa y tal vez luego volveríamos. No habíamos llevado comida y no había nada por allí que nos permitiera comprarla. Fue justo cuando apareció Sergio, resultó ser un conocido de mi marido.
Yo no lo conocía de nada y dudo mucho que mi marido lo conociera en demasía, pues el saludo fue un poco frío, aparte de la sorpresa que nos causó vernos sorprendidos por un conocido en ese lugar. Después de vencer el pudor de mi desnudez y de reponerme de la sensación de estar hablando con alguien a quien no conocía, decidimos ir a bañarnos los tres. No me gustaba la idea, pero pensé que así Sergio no me observaría tan descaradamente, pues no me quitaba ojo y hasta cuando me besó en la presentación que hizo mi marido, parecía como si me oliese. Hasta me rozó con su pene en el muslo. No en vano disponía de una buena polla que aún en estado flácido, tenía unas dimensiones más que aceptables.
Nos metimos en el agua, él a cierta distancia de nosotros, y aparte de algunas bromas y risas todo transcurrió normal, si exceptuamos las veces que mi marido me quiso tocar impúdicamente bajo el agua.

Terminado nuestro baño salimos del agua a tomar el sol. Nos quedamos en la orilla y he de decir que yo había vencido todo pudor de estar allí, de que me vieran desnuda. En verdad ya no daba importancia a mi desnudez, me había acostumbrado y no me sentía fuera de lugar. También me sentía cómoda con dos hombres a mi lado, sobre todo con sus pollas cercanas, en especial la de Sergio.
Aquella tranca llamaba mi atención cuando la podía mirar sin ser vista por él. Sergio muy amablemente nos invitó a compartir su comida con él. Tenía cantidad de sobra y según dijo, le apetecía estar con alguien conocido. A mi marido la idea le gustó, yo tuve que aceptar el quedarnos a compartir su comida, en ese instante yo no sabía que también me iba a compartir a mí. Comimos y bebimos más de la cuenta, el calor nos daba sed y tirábamos de sangría. Sergio había llevado, exagerado él, una garrafa de cinco litros de sangría. Estaba muy buena, todo hay que decirlo y estaba casi congelada, con lo que se mantenía muy fría. Una vez terminamos de comer, nos dispusimos a echarnos la siesta. A mí me daba cosa estar con dos hombres desnudos a mi lado, pero al final accedí a tumbarme cerca de ellos. Tanto Sergio como mi marido se tumbaron boca arriba y yo podía ver sus penes descansando sobre sus vientres, me tumbé boca abajo, lo cual me permitía echar una miradita cada vez que me incorporaba. Sergio se tumbó algo alejado de nuestro lado, el calor empezaba a apretar y la sangría me adormilaba. Así, poco a poco me fui quedando dormida mientras pensaba en la polla de Sergio.
Toda una señora polla, pensé. Imaginaba esa tranca en estado enérgico y me excitaba. Todo fue muy rápido, mi marido empezó a acariciarme la espalda, después mis nalgas, mi surco del culo, mis piernas… Yo me mantenía tumbada boca abajo y le dejaba hacer. Me sentía adormilada y me encontraba a gusto. Según me acariciaba se iba empalmando, yo mantenía los ojos cerrados y en verdad me había inhibido de la presencia de Sergio, me dejé llevar. Sentía que estábamos aislados del resto del mundo, me estaba dando placer con esas caricias. Me dio la vuelta y me puso boca arriba, entonces fue cuando abrí los ojos y a mi lado izquierdo estaba Sergio tumbado e incorporado sobre su codo viendo como mi marido me tocaba. Quise protestar ante la actitud de mi marido pero me lo impidió con un beso que ahogó por entero mis quejas. Oí a Sergio que decía algo como que a él no le importaba, que ya estaba acostumbrado, que no pasaba nada y que no éramos los únicos en esas prácticas, que en esa playa había visto demasiado. Yo, ciertamente había estado adormilada, pero ya estaba despierta.

No sé si hablaron algo entre ellos o todo fue el azar, pero los besos de mi marido me iban poniendo cachonda a medida que me besaba y me tocaba. Me ponía cachonda ver como nos miraba Sergio, pero también me daba vergüenza que viera a mi marido tocando mis pechos, pubis y sexo, me sentía agitada. Ya hasta deseaba que me follara, pero claro, tendríamos que irnos al pinar, lejos de la mirada de la gente y sobre todo de la de Sergio. Mientras pensaba como acabaría aquello, Sergio me enseñó el camino. Los besos de mi marido, su mano acariciándome los pechos y el vientre, y yo relajada por entero, sin importarme que Sergio mirara, quizá le hicieron pensar que yo le abría la puerta de mi cuerpo. Confieso que me excitaba la idea de ver como Sergio miraba mi cuerpo. Con mis ojos cerrados, sentía las manos de mi marido, pero ponía la cara de Sergio en ellas. Mi marido se afanaba en besarme los pezones y tocarme el vientre cuando una mano se posó encima de mi vello púbico, para sin dilación bajar hasta el comienzo de mi raja. Pensé que era mi marido quien me tocaba y me empapé más de lo que ya estaba.
La sorpresa vino después, cuando mi marido, con sus manos sobre mis pechos, me besó ardientemente y otra boca se posó en mi raja. ¿Qué estaba pasando? Abrí los ojos y me encontré con los de mi marido que me miraba complacientemente. Dejó de besarme por un instante e incorporé mi cabeza ligeramente para, ante mi sorpresa, descubrir a su amigo lamiéndome el coño. Aturdida y sin reacción visible, dejé caer mi cabeza y miré otra vez a mi marido. Sostuvimos una mirada llena de lenguajes. Él esbozó una sonrisa y me besó otra vez, mientras yo permanecía con los labios cerrados. Me sujetaba la cara con ambas manos como convenciéndome que lo que pasaba estaba bien.
Sergio se afanaba por proporcionarme todo el placer del que era capaz, lo tenía fácil en verdad. Yo estaba excitada y muy mojada. Cuando abrí los labios y permití a mi marido penetrar en mi boca con su lengua, él creyó entender que yo estaba de acuerdo con lo que estaba sucediendo. Pensé que si a él no le importaba aquello, a mí tampoco debería importarme. Al fin y al cabo solo estaba haciéndome una lamida en toda regla, solo estaba ayudando a mi marido a darme placer, ¡y de qué manera lo hacía!
Mi falta de protestas, mi quietud y algún jadeo que otro, terminaron por dar a entender que estaba conforme a cuanto allí estaba sucediendo. Me había entregado al juego. Sergio me lamía y mi marido me tocaba los pezones y me besaba. La lengua de Sergio penetraba en mi coño de arriba abajo y de abajo arriba, se cebaba en mi clítoris y aplicaba en él unos golpecitos con la punta de su lengua que me hacían encoger las piernas, mientras Sergio abrazaba mis muslos por delante, sujetándolos fuertemente. Mi marido se giró hacia mi lado y ahí empezó todo. Sergio se incorporó de entre mis piernas y se tumbó encima de mí, él también quería besarme en la boca.

Mi marido se lo permitió ¿por qué no? No dijo nada y se acercó con sus labios manchados de saliva y flujo a los míos, no olvidaba de dónde venía su boca pero aún así accedí a su beso, ¿por qué no? Si ya me había hurgado por entero, ¿por qué no? Si mi marido estaba allí y consentía aquello. Su beso prolongado, con su lengua chocando contra la mía, fue el pistoletazo de salida para su penetración.
Noté sobre mi vientre como su polla estaba dura y tiesa. Sin poder decir nada, Sergio me acercó su polla a la raja y la paseó unas cuantas veces por mi hendidura, dejando que su glande hiciera las veces de su lengua. No resistí y gemí. Lo hice escandalosamente mientras miraba a mi marido. Él sonreía. Sergio le miró y él devolvió la mirada, ambos cómplices, pensé. Ayudado por su mano, Sergio orientó su cipote hasta mi raja y me la metió por entero a la vez que iniciaba una serie de vaivenes controlados. Me liberó de su boca y miré a mi marido que asistía a la escena empalmadísimo. Comencé a notar placer, miré otra vez a mi marido, se la estaba meneando mientras veía como me follaba Sergio. Aquello parecía gustarle. Sergio envalentonado por estar follando a la mujer de un conocido, arremetía más y más. Yo levantaba el culo para que me penetrara más a fondo. En una de esas pasó su mano bajo mi culo y con su dedo corazón presionó en mi ano. Vi estrellas, vi luces de colores, empecé a sentir en demasía.
Abrí los ojos, allí estaba mi marido aparentemente tan feliz, viendo como me follaba su amigo, viéndome gozar con el cuerpo de Sergio, estirando su pene una y otra vez para mantenerlo erecto. En un alarde de complicidad, arrimé mi cabeza a la polla de mi marido, que continuaba masturbándose delante de mi cara y la introdujo en mi boca. En ese mismo instante empecé a correrme.
Sergio follándome con su enorme lanza, con su dedo en mi ano, pugnando por meter la segunda falange dentro, y yo lamiendo la polla a mi marido, fue demasiado, no pude controlar más y empecé a correrme, lo cual fue muy visible para los dos hombres, pues Sergio apretó con más ahínco y mi marido retiró su pene de mi boca y se corrió en la arena. Un desgarrador espasmo de Sergio y la retirada de su polla de dentro de mí, me avisaron que se iba a correr. Los tres nos quedamos un rato en silencio, tumbados y nos fuimos quedando adormilados, sin decir palabra alguna que rompiera el encanto de lo que acababa de suceder.
Después de un buen rato nos fuimos a dar un baño para limpiar nuestros cuerpos de flujos.

Cuando acabamos el baño, Sergio insistió en que fuéramos a tomar algo con él, así lo hicimos. No hablamos de lo que había pasado en la playa durante el resto de la tarde, yo estaba anonadada ante el silencio de todos. Una vez que mi marido y yo nos quedamos solos en la terraza donde estábamos tomando unas copas, le pregunté que si se daba cuenta de lo que había pasado, pues me sentía como una puta. Me miró y sonrió a la vez que me decía que no me preocupase de nada, que todo lo que había pasado estaba bien y que nos había gustado a los tres.
Me decía que había sido solo un polvo, y un polvo con alguien a quien probablemente, no volvería a ver. Me dijo que había estado hablando con Sergio mientras yo me daba un baño, me comentó que una cosa llevó a la otra y que no le parecía mal lo que había pasado. Yo sabía que era una fantasía muy común en mi marido poder verme con otro hombre, pero no imaginaba que yo fuera tan accesible. Mi marido me dijo que Sergio en ningún caso hizo algo espontáneo, solo se limitó a hacer lo que él le había insinuado. Sergio volvió del baño y después de dejar dinero en la mesa para pagar las consumiciones, nos levantamos y nos fuimos.
Caminamos un largo rato por el paseo de la playa en silencio, yo iba pensando en lo que mi marido me había dicho. Nos había gustado a los tres, nos sentíamos relajados, muy relajados. Aunque yo estaba algo preocupada por la carencia de conversación sobre lo que había sucedido, me hubiera gustado hablar abiertamente de ello. Ya había pasado y lo mejor hubiera sido hablar. De vez en cuando cambiábamos impresiones sobre esto o lo otro, pero nada serio. Luego anocheció, y nos anocheció frente la puerta del hotel dónde se alojaba Sergio. Nos invitó a subir a tomar una última copa antes del adiós, lo hicimos con agrado.
Una vez arriba, en su habitación, me senté en el sillón más grande y mi marido en el de al lado. Sergio puso la tele y se sentó a mi lado.
Allí empezó a besarme a la vez que me desabrochaba los botones de mi camisa dejando mis pechos al descubierto. Entonces fue cuando comprendí lo que se avecinaba, no podía dejarme hacer nuevamente, no sin hablar antes, pero fue imposible. Mi marido sentenció aquella hipotética conversación que yo quería comenzar con:
-Todo está bien Ana, lo haremos otra vez. Nos gustará.
Mi marido se puso en pie y se desnudó a la vez que Sergio desabrochaba mi pantalón y tiraba de él hasta mis rodillas, luego hasta mis tobillos y después me bajó las bragas y allí nos entregamos los tres a otra sesión de sexo. Estaba claro, querían más sexo. Nos fuimos a la habitación y allí sobre la cama fui la mujer más saciada del mundo, al menos por aquella noche. Los dos me tomaron de las formas que quisieron. Yo ignoraba el aguante de mi marido, aunque me sorprendieron los dos por igual. Pero la más sorprendida fui yo, que cada vez que uno se corría, buscaba al otro para que me poseyera con más violencia.
Aquella noche, mi coño acabó irritado, aquella noche me sentí una puta satisfecha, aquella noche hubiera pagado por no privarme de lo que los dos me ofrecieron.
De regreso a casa, mi marido no ha vuelto a hablarme nada de lo que pasó en la playa ni en el hotel, parece que no ha pasado nada, parece que ha sido un sueño, pues él me trata de la misma manera que antes, bueno, de la misma no, mejor. Yo tampoco he querido mencionar nada, no vaya a pensar que quiero repetir, aunque la verdad, no me importaría. Me gustaría hablar con él de esto, de lo que pasó allí con su amigo, al cual no hemos vuelto a ver. Sé que a él le gustó la experiencia.
No hablamos de ello jamás, quizá tenga temor a que le diga que me gustó mucho aquello, quizá tenga temor a que le diga que me lo pasé mejor con Sergio que con él, pero nada más lejos de la realidad, lo pasé muy bien con los dos.

A Sergio le disfruté sexualmente mientras me penetraba violentamente una y otra vez y hacía que me corriera como una salvaje, y a mi marido le amé mientras me follaba y se vertía dentro de mí. He pensado en decirle que si esta dispuesto, podemos repetir la experiencia con su amigo o con quien quiera, incluso he pensado en premiarle con otra mujer, las dos para él, pero algo me impide hablar con claridad de ello.
Aquello de dos hombres para mí, dos pollas desiguales, me gustó mucho. Más de lo que me imaginaba. En realidad, antes nunca me había masturbaba, ahora lo hago a menudo recordando como se la chupé a Sergio y recordando como me chupaba el coño para luego follarme mientras mi marido me besaba ávidamente en la boca y me acariciaba los pezones o simplemente me los chupaba. Y aunque las dos pollas eran casi iguales en forma, no en tamaño, cada vez que siento deseos de sexo, la imagen de la polla erguida de Sergio colándose en mi coño, se me coloca en la frente como si fuera un estandarte de deseo. Quiero a mi marido, sin duda, pero deseo vivir aquello otra vez, deleitarme con ello.
Besos.

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