Relato erótico
No me gustaba ir de compras
Tenía que asistir a una cena que montaba la empresa y necesitaba ropa. Fue a unos grandes almacenes cuando salió de trabajar y se encontró con una compañera de trabajo. Ella había ido allí por lo mismo. Aunque en el trabajo solo se saludaban, aquel día, la encontró especialmente atractiva.
Rafael – Valladolid
Era una tarde fría y lluviosa de finales de enero, salí temprano de trabajar y, al ser la época de rebajas, decidí ir a unos grandes almacenes, puesto que tenía la intención de comprarme un traje nuevo. Como es normal, había un montón de gente por todas partes y me dirigí directamente al departamento de ropa para hombre, donde empecé a mirar camisas y chaquetas. A los pocos minutos, alguien me tocó en el hombro y, al darme la vuelta, vi a mi espalda a Natalia, una compañera del banco donde trabajo y con la que apenas tenía contacto en aquella época, ya que nuestros despachos están muy distantes y solo de vez en cuando coincidíamos y nos saludábamos brevemente e intercambiábamos una sonrisa y algunas palabras al cruzarnos por los pasillos o en la cafetería.
Natalia es una bonita mujer de 25 años, pelo castaño largo, más bien delgada, no muy alta, de ojos verdes, labios sensuales y una preciosa sonrisa.
Nunca le había prestado especialmente atención, pero esa tarde la encontré irresistible, con las mejillas sonrosadas por la fuerte calefacción, su voz dulce al hablarme y esa sonrisa que no se apagaba ni un segundo de su bonito rostro. Había abierto el abrigo y debajo vestía una bonita blusa blanca, con el suficiente escote como para dejar ver el nacimiento de sus senos, que se adivinaban firmes y muy apetecibles, una falda corta y ajustada, medias negras y zapatos también negros de tacón alto. Su aspecto no era especialmente provocador, pero a mí me pareció increíblemente sexy y empecé a sentir invadirme una ola de deseo irresistible hacia ella.
Intercambiamos algunas frases banales y hablamos de la próxima cena de personal que nuestro banco organizaba. Me dijo que había venido a comprarse algo para ponerse esa noche y yo le contesté que también quería comprar un traje para esa ocasión. Le pedí que me ayudara a elegirlo, cosa que ella aceptó, de nuevo con una amplia y preciosa sonrisa, que me hizo sentir crecer el deseo de tomarla en mis brazos, besar sus labios y acariciar su cuerpo. Juntos elegimos un traje azul marino, bastante elegante y además, al estar rebajado, a buen precio. Le propuse entrar a los probadores para que me diera su opinión una vez puesto. Tan solo quedaba libre un probador al haber tanta gente y en la que, por supuesto, entré solo. Me empecé a quitar la ropa para poderme probar el traje nuevo.
Al quitarme el pantalón, me di cuenta de que mi polla se encontraba en estado de semi erección, estaba más excitado de lo que creía y no lo había notado, quizás un poco hipnotizado por la belleza y la sonrisa de Natalia.
La cabeza de mi verga aparecía ya hinchada y muy roja, saliendo por la apertura central de mi bóxer. Sin pensarlo, me lo quité y dejé libre mi verga, que se puso completamente erecta y dura con unas caricias que me hice mirándome en el espejo del probador y soñando ya locuras con Natalia, esa bonita mujer que se encontraba justo detrás de la cortina. Me puse el traje, la chaqueta sobre la camisa y el pantalón ocultando apenas esa erección que se negaba a bajar. Abrí la cortina, vi a Natalia que se había quitado el abrigo y le pregunté:
– Bueno, ¿qué te parece?
Ella se acercó y me hizo dar la vuelta para ver el traje desde todos los ángulos. Me dijo que la chaqueta quedaba impecable, pero que el pantalón parecía como demasiado ajustado, no le convencía como me quedaba y se acercó a la cabina hasta entrar en ella. Se agachó delante de mí y empezó a tirar del bajo y a moverlo un poco hacia los lados de la cintura, como queriendo colocar mejor la prenda, le dije que prefería cerrar la cortina del probador, ya que soy tímido y me daba corte que me mirara toda esa gente que pasaba por delante. Alargué un brazo y corrí la pesada cortina, quedamos los dos solos dentro de la cabina. Ella seguía intentando ajustarme mejor ese pantalón que no acababa de quedar bien y al moverlo, este rozaba mi polla erecta y me provocaba descargas de placer. Casi tenía miedo de no poder aguantar y correrme en ese pantalón nuevo que aún no me pertenecía.
En uno de sus intentos por colocarme mejor el pantalón, su mano rozó el bulto que provocaba mi erección, sentí un placer intenso solo con ese roce pero al mismo tiempo también me asusté un poco, temía su reacción, que se molestara o asustara tras notar mi estado, aunque sospechaba que ya debía de haberse dado cuenta de ello antes. Natalia levantó la carita y quedamos mirándonos directamente a los ojos. Permanecimos un minuto así, mirándonos, sin decir nada, viendo cada uno el deseo en los ojos del otro. Solo su mano se movía despacio, subiendo por mi pierna hasta llegar de nuevo a la bragueta del pantalón, donde esta vez no se conformó con un roce efímero, sino que se paró sobre ella y palpaba la dureza de mi pene bajo la tela.
El placer que me proporcionaba su mano al acariciarme se acentuaba más con lo extraordinario de la situación, ya que estábamos rodeados de mucha gente, de la que solo nos separaba una cortina y las frágiles paredes de madera del probador.
La tomé por los brazos y la hice levantarse. Quedamos frente a frente y hundí mi mano en su bonito pelo, suave y perfumado, acariciándole la nuca. Nuestras bocas se fueron acercando, rocé sus labios con los míos y pude oír como se le escapaba un breve suspiro, y sentí su aliento caliente sobre mi boca. Recorriendo su mejilla con besitos suaves, puse mi boca junto a su oído y le susurré despacio, que la encontraba adorable, irresistible y que la deseaba como hacía años no había deseado a nadie. Ella respondía a mis palabras con suspiros entrecortados, colocando sus manos en mi pecho, bajando una de ellas de nuevo buscando mi sexo erecto y rozando su mejilla caliente contra la mía. Nuestras bocas se buscaron de nuevo y nos fundimos en un beso.
Mientras vivíamos ese primer beso, que a cada segundo se hacía más intenso y apasionado, mientras sentía la dulzura de sus labios sobre los míos y nuestras lenguas buscarse y rozarse, mis manos acariciaban su espalda, bajaban por ella despacio hasta llegar a sus nalgas que también acariciaba por encima de la falda. Natalia seguía tocándome sobre el pantalón. Sin dejar de besarnos, le abrí los dos primeros botones de la blusa e introduje mi mano por debajo de ella, palpando sus senos y sintiendo bajo la tela ligera del pequeño sujetador sus pezones erectos, duros de excitación, que comencé a acariciar y pellizcar con las yemas de mis dedos. Ella me bajó la cremallera, introdujo la mano y liberó mi pene de su prisión de tela, el cual salió sin ninguna dificultad. Esas caricias hicieron que nuestro deseo se disparara hasta el punto de casi perder el control, hasta hacernos olvidar que a solo unos centímetros de nosotros había muchas otras personas que podían oírnos y darse cuenta de lo que estábamos haciendo, pero a ninguno de los dos nos importó. Incluso creo que era algo que nos excitaba más.
Nos abandonamos completamente a nuestro deseo. Nuestras lenguas se devoraban y nuestras manos recorrían nuestros cuerpos.
Le quité la blusa y el pequeño sujetador, acaricié sus pechos redondos y duros y tomé en mi mano uno de ellos. Lo apreté y llevé mi boca al pezón, que introduje en ella y empecé a chupar fuerte, como si lo quisiera absorber, mordisqueándolo y acariciándolo con la punta de la lengua. Estas caricias provocaban sonoros suspiros a Natalia, la cual apretaba suavemente mi cabeza contra su pecho colocando sus manitas sobre ella. Después le levanté la falda hasta la cintura y acaricié su precioso culito, que estaba completamente accesible ya que vestía un minúsculo tanga y que podía ver detrás, reflejado en el espejo. Mientras, ella pajeaba más fuerte mi pene, haciéndome casi perder el sentido de placer.
Introduje mis dedos por la parte de delante de la minúscula braguita y los deslicé hasta su sexo, que empecé a acariciar suavemente. Estaba muy mojado, sus piernas se separaban ligeramente para permitirme acariciarla mejor y sus suspiros se hacían cada vez más intensos. Le introduje uno de mis dedos y lanzó un pequeño grito que, sin duda, debieron oír las personas que estaban cerca. Eso me animó a acelerar el ritmo e introducirlo más profundamente, jugando a un mete saca rápido que la hacía abrazarme fuerte y retorcerse contra mi pecho de placer. Yo deseaba probar el sabor de ese coñito excitado y jugoso. La hice sentar en el taburete, con las piernas separadas, me arrodillé entre ellas y la seguí pajeando con dos dedos. El placer la hacía resbalar hacia adelante y abrir al máximo las piernas. Puse mi cabeza entre ellas, no sin antes haberle quitado el tanga. Besaba sus muslos, rozando su sexo con mi pelo. Natalia gemía y me decía, con la voz muy entrecortada, que estaba a punto de tener un orgasmo y me suplicaba que la lamiera.
Así lo hice. Hundí mi cara entre sus muslos y empecé a pasar la lengua por encima de su empapado coño, lamiéndolo entero, separándole los labios con los dedos y penetrándolo con la lengua, parándome en el clítoris que chupé y lamí con fuerza. Ella pellizcaba uno de sus pezones con una mano y con la otra agarraba mi pelo, apretando mi cabeza contra su sexo. En solo un par de minutos le llegó un orgasmo intenso y largo, que le hizo empujar fuerte el coño contra mi boca y gemir intensamente. La seguí lamiendo suavemente para prolongarlo al máximo, hasta que los temblores de placer abandonaron su cuerpo. Tras unos segundos, me puse de pie. Ella seguía sentada en el taburete, recostada contra la pared de la cabina. Mi pene apuntaba hacía el techo, con unas gotas de líquido transparente resbalando por el tronco venoso. Natalia se incorporó y me dijo:
– Ahora te toca a ti correrte en mi boca, ven…
Me coloqué más cerca de ella, acercando sin complejos mi polla a su boca, ella la atrapó con una mano y empezó a pajearla, bajando hasta mis huevos que apretó provocándome algo de dolor pero excitándome aún más, si eso era posible. Introdujo el hinchado y mojado glande en su boca y empezó a lamerlo y chuparlo. Tuve que apoyar mis manos en la pared de la cabina del placer que me proporcionaba, las piernas me temblaban y sentía que muy pronto me correría, ya no aguantaba más. Natalia se introdujo mi verga casi completamente en la boca, atragantándose y moviendo la cabeza de atrás adelante, chupándomela entera y acariciándome al mismo tiempo los huevos. Sentí que me corría y se lo dije. Temía que su reacción ante el anuncio de mi inminente eyaculación fuera sacarse de la boca mi polla pero, muy al contrario y por fortuna, acentuó la presión de sus labios sobre mi pene y se lo introdujo de nuevo entero, hasta la garganta. Soltando un largo gemido descargué varios chorros de mi esperma dentro de la dulce cavidad de su boca, mientras ella lo tragaba y seguía chupándome y acariciándome, ahora más suavemente y haciéndome casi perder el sentido.
Cuando me recuperé, nos vestimos y salimos de la cabina. Habían varias personas esperando que alguna de las cabinas se liberara y todas ellas se nos quedaron mirando. Algunas con un tono de reproche en la mirada pero otras con una sonrisa cómplice y un tanto envidiosa. Acompañé a Natalia hasta su coche y nos despedimos dándonos un beso largo e intenso, y sabiendo que nos volveríamos a ver muy pronto y que en el futuro ayudaríamos un poco al destino para coincidir por los pasillos en el trabajo. La noche de la cena de personal vestí ese traje azul marino, cosa que encantó a Natalia, con la que pasé toda la velada hablando, bailando, riendo, bebiendo algunas copas y con la que al final volví a casa.
Fue una noche inolvidable, mágica, que empezó en el parking donde había dejado el coche, como la mayoría de nuestros colegas del banco, y donde cualquiera de ellos pudo habernos visto…
Saludos.