Relato erótico
No era habitual, pero…
Normalmente son los alumnos que se “enamoran” de sus profesoras pero en este caso fue al revés. Llegó una profesora para ocupar una vacante y para nuestro amigo empezó una nueva etapa de su vida.
Jaime- Vitoria
Tengo 19 años, me llamo Jaime, soy de Vitoria y continuación voy a narrar la historia que me ocurrió el año pasado con mi profesora. Me encontraba, a principios de octubre, en pleno comienzo de una nueva etapa escolar pero, en el fondo, era lo de siempre, los mismos compañeros y profesores, excepto alguna nueva incorporación al curso. En mi clase éramos unos 45 tíos y una sola tía. Avanzaban las semanas y en unos pocos días, un profesor tuvo que darse de baja, con lo cual tuvieron que contratar a uno suplente. Por suerte el suplente fue una mujer y que estaba buenísima. Había estudiado de abogado y entró en el cole ya que un profe amigo suyo le había ofrecido la plaza vacante. Tendría unos treinta y pocos años, morena, con el pelo corto, casi al estilo de Lady Di, con un cuerpo y un culo perfecto y unas tetitas que nos dejaban colgados de su hermosura. Aunque se nos informó de que estaba casada, nunca nos importó ese aspecto. Susana, que ese era su nombre, nos traía a todos locos. Era la única clase en la que la gente se ponía en las primeras filas solo para ver su cuerpo más de cerca.
Continuamente me pajeaba pensando en ella, en cómo sería sin ropa, en nosotros follando, en pensar en parar el tiempo y tirármela sin que ella ni nadie se pudiera dar cuenta. Supongo que toda la clase, e incluso medio cole, y lo digo en serio, se debía pajear normalmente pensando en ella. He de reconocer que con ella pasé muchas de las mejores clases de mi vida, exigía poco nivel, explicaba mucho, perdonaba notas y te aprobaba si te faltaba poco para el suficiente.
Yo enseguida me convertí en su mejor alumno, ya que puedo considerarme el empollón de clase, o como a mí me gusta llamarme a mí mismo, el primero de la clase. Los sobresalientes con ella estaban tirados, lo cual provocó que ella me respetase y admirase. Sabía que yo era un buen chaval y lo demostró conmigo muchas veces. No paraba de sobarla con la mirada, de desnudarla mentalmente y ella, muchas veces, estaba tan cerca de mí que todavía podía recrearme más con su cuerpo. Lo acojonante fue una vez en la que yo iba vestido con un chándal y como era normal en su clase, yo estaba excitado. En eso tuve una duda y vino a mi mesa a explicármela. Me echó una ojeada general y pudo observar el exagerado bulto que tenía en los pantalones, ya que el chándal no lo disimulaba nada. Fue un instante pero pude ver su mirada clavada en aquel bulto. Me puse rojo como un tomate, pero ella siguió con toda naturalidad explicándome la duda como si no se hubiese dado cuenta. A mí la duda ya me importaba un pimiento y una vez en casa, me pajeé como un condenado, recordando esa mirada a mis genitales y pensando en que ella, quizá, había disfrutado con la situación.
Los días pasaban y a mí me parecía que era objeto de sus miradas en cantidad de ocasiones, aunque a lo mejor eran puras imaginaciones mías, hasta que un día, en el comienzo de un examen, me mandó sentarme justo al final de la clase.
Yo entendía que era para evitar que los compañeros me hicieran preguntas o me copiasen el examen, algo muy común en clase. Sin más, me fui para el final y comencé a hacer el examen. Susana no paraba de dar vueltas por toda la clase y muchas veces se quedaba al final junto a mí para controlar que nadie giraba la cabeza para copiar, lo cual no impedía que lo hicieran. Entonces, mientras yo estaba concentrado en el examen, ella se me acercó y me susurró al oído que sabía que le gustaba. Claro está, flipé y me desconcentré totalmente, mientras ella seguía susurrándome que se había dado cuenta de que yo no paraba de mirar su cuerpo y que suponía que me había masturbado pensando en ella. Yo estaba rojísimo. No era capaz de decir nada ni de pensar nada, estaba absolutamente flipado. Entonces, directamente, me preguntó:
– ¿Te masturbas pensando en mí?
Entre tartamudeos y timidez, le dije que sí. Entonces ella se alejó y siguió vigilando la clase. Yo ya no podía continuar con el examen, había perdido la noción del tiempo, ni siquiera me acordaba de cuáles eran las preguntas del examen y mucho menos de las respuestas, solo podía pensar en ella. Al cabo de unos minutos ella volvió a mi lado, se agachó, me sonrió y acto seguido estiro la mano hasta tocar, por encima de la ropa, mis genitales. Eso fue demasiado para mí y se me cayó el boli al suelo. Ella, con total tranquilidad, se agachó a cogerlo y aprovechó para bajarme la cremallera y meter su mano dentro. En un instante mi polla se puso totalmente erecta. Me devolvió el boli y sacó mi verga por el hueco de la cremallera, después me soltó y siguió vigilando la clase dejándome a mi con el instrumento fuera. Cuando regresó, me susurró que me masturbase allí mismo pensando en ella. Yo le dije que estaba en medio de la clase, pero ella me tapó la boca con un rápido e inesperado beso. Aunque fueron unas milésimas de segundo, la sensación de ese primer beso de una chica, del calor de sus labios posados en los míos me dejó atónito.
Ella siguió vigilando, nadie se había dado cuenta y entonces empecé a masturbarme, primero lentamente, pero cuando comprobé que era difícil que algún compañero se fijase en mí, comencé a subir el ritmo. Susana pasó a mi lado mirándome, me sonrió y siguió como si nada. No me hacía falta masturbarme mucho para ya estar a punto de correrme y ella se debió de dar cuenta en la expresión de mi cara de que se acercaba mi final. Vino hacia mí, entonces ya no pude más y me corrí mirándola a los ojos. Puso, rápidamente, la palma de su mano en la punta de mi polla y toda mi descarga fue a parar a su mano. Se miró la mano, sonrió y se frotó todo el coño por encima del pantalón con ella, también le quedó un poco en un dedo y en vez de limpiárselo con el mismo sistema, se lo llevó a la boca y lo chupó al igual que cuando te manchas los dedos con un pastel. Eso me puso a cien. Le parecía gustar el sabor que le había dejado y me limpió la polla totalmente con sus manos hasta no dejar rastro de corrida en mi polla, luego pasó sus manos por mi cara dejándomela algo húmeda y con ese olor característico.
Una vez terminada la situación, que había durado tan solo unos segundos, se alejó y siguió con su tarea de profesora, dejándome a mi feliz de la vida y cachondo perdido. Ni que decir que al llegar a casa me pasé la tarde masturbándome. El examen, el cual yo ya no pude continuar rellenándolo debido a mi estado mental, quedó a medio hacer, pero cuando unos días después la profe nos dijo las notas, me correspondió un 9,5. Tal vez la profe sabía que yo no pude terminarlo aunque supiese todas las respuestas, que las sabía, por la situación en la que me metió. Pasaron unos pocos días y yo estaba cachondo perdido en su clase. Ella me había colocado al final de la clase con la excusa de que así no hablaba tanto con los demás, pero yo sabía que no era esa la realidad.
Al cabo de una semana exacta, en mitad de clase, yo estaba hablando con un compañero de nuestras cosas, cuando la profesora me llamó y me dijo que saliese de clase, que para hablar ya estaban los recreos. Aluciné, ya que no me habían echado de clase nunca. Tras intentar quejarme inútilmente, me resigné y tuve que salir. Pasaron unos minutos y de repente vi la puerta abrirse y a Susana salir diciendo al resto de la clase no sé que de ir a por fotocopias o algo así. Cerró la puerta y se dirigió a mí. Vi como sus labios se acercaban a los míos para formar parte de un beso de esos de película. Me metía la lengua y yo le correspondía con la mía. Nunca había besado a una chica antes y ese beso fue especial, increíble. Sentir su calor en mí, su contacto en mis labios y su lengua buscando a la mía, me enamoró perdidamente. No había nadie en los alrededores que pudiese vernos, nuestro beso ya duraba unos minutos y seguíamos insistiendo, luego nos separamos y nos miramos con esa cara de enamorados que ponen los que están en el altar casándose. Acto seguido ella regresó a clase y yo me quedé pensando en lo maravillosa que era.
Por suerte para mí, me perdonó la expulsión de clase al cabo de unos minutos y me dejó entrar. Ahora sí que no podía atender a sus explicaciones, por mí como si quería hablar en chino, ya no me importaba, lo único que quería era volver a notar ese contacto íntimo entre nosotros. Pero pasaron otra vez los días y no cambiaba nada. Los exámenes se terminaron y empezaban las recuperaciones, a las cuales yo no tenía que ir, con lo que me quedaban horas libres entre las clases. En una de esas horas vi a la profe en un pasillo, la saludé y seguí mi marcha, entonces ella me llamó, me preguntó si tenía la hora libre. Contesté afirmativamente y me ordenó que la siguiese. Fui detrás de ella y vi como entraba en los lavabos femeninos de profesoras. Dudé un instante y tras comprobar que no me veía nadie, entré. Estaba esperándome apoyada en los lavabos, me acerqué y nos dimos otro impulsivo beso.
Mientras nos tocábamos, le acariciaba todo el culo, haciendo ella lo mismo con mi trasero. Después me separé de sus labios y comencé a acariciarle las tetas. Ella se dejaba hacer y soltaba débiles gemidos.
Bajé hasta su cintura y la besé por encima de los pantalones sin soltar mis manos de sus pechos. La volví a besar y a restregarle el bulto de mi pantalón por el interior de sus muslos y le ayudé a quitarse el jersey, quedando con una blanca camisa de botones. Seguí besándola y susurrando que la quería, que era muy hermosa. Le desabroché uno a uno los botones y le abrí la camisa. Pude ver como el sujetador, con pequeños adornos, tapaba maliciosamente sus redondos pechos, los besé y acaricié.
Era bella y podía considerarme afortunado de estar en esa situación. La abracé y le desabroché el sujetador, quitándoselo poco a poco, disfrutando de lo que aparecía a cada momento, besando ese territorio que estaba descubriendo. Los pezones sobresalían unos milímetros y parecían llamarme a gritos. Los besé, lamí esas puntas tan hermosas y acaricié sus pechos con las dos manos. Ella aprovechó y me bajó el pantalón, quedándome yo solo con los calzoncillos, los cuales trataban de tapar inútilmente la tremenda erección que tenía.
Ella me la acariciaba por encima de la tela y yo hacía lo mismo con ella. Bajé hasta su cintura y poco a poco fui quitándole esas braguitas que me impedían ver todo su tesoro. Su vello iba apareciendo ante mí y yo seguía pacientemente en mi tarea, disfrutando de como se revelaba todo ese paisaje hasta ahora prohibido a mis ojos. Finalmente llegué a su fin y miré. Tenía un coño perfecto, como todo su cuerpo. Su oscuro vello formaba un precioso triángulo muy bien cuidado y la humedad que despedía era todo un reclamo para mí. Se lo besé, ella se sentó sobre el wáter para facilitarme la labor y abrió lentamente sus piernas todo lo que le permitían. Yo seguía en mi tarea de descubrir todos los misterios de ese rincón, continué hasta su rajita y me puse a chuparla, a meter la lengua todo lo que podía. Ella gemía cada vez más fuerte y me agarraba por la cabeza. Yo flipaba. Estaba chupándole el coño a la profesora más buena de todo el instituto. Cualquiera daría lo que fuera por estar en mi lugar. Yo no paraba de pasarle la lengua por su entrada, de lamerle suavemente el clítoris, viendo como ella se acercaba a un orgasmo, chupaba todo lo que podía, absorbía lentamente el jugo que iba soltando.
Estaba disfrutando de lo lindo, me sabía a maravilla, podía ver como se movía, como reaccionaba al tocar cada punto de su interior. Sus gemidos me hacían insistir más aún en la tarea y de repente sentí como ella llegaba a un delicioso orgasmo. Su respiración era fuerte y solo era capaz de emitir gemidos mientras me dedicaba a sorber los frutos de mi trabajo. Una vez recuperada, me levanté y la besé, transmitiéndole parte de sus propios líquidos, los cuales ella se esforzó para conseguir de mi boca. Después se agachó y me bajó los calzoncillos, quedando mi polla totalmente erecta y brillante a su disposición. Ella la miró, sonrió, me la acarició dulcemente, después se la acercó a la boca y le dio un beso, con lengua incluida, en toda la punta. Yo me creía deshacer del placer que me provocaba y le pedía que siguiese, pero ella se levanto y me besó, diciéndome que quería ser penetrada por mí. Me acostó en el suelo sobre nuestra ropa, se me puso encima y nos besamos un largo rato, acariciándonos mutuamente y disfrutando uno del otro.
Me cogió el pene con delicadeza y me lo arrimó hasta la entrada de su precioso coñito. Yo, que en mi vida, había hecho el amor, disfrutaba a tope de esa sensación de tener la punta de tu pene metida tan solo unos milímetros en su entrada, notaba como su calor llegaba a mí y como estaba mojando mi instrumento con sus líquidos.
Tras esto, hizo una leve presión y se la fue metiendo lentamente. Notaba como iba avanzando por su interior, su calor arropándome y todo su cuerpo frotándose contra el mío. Se la metió hasta que mis testículos se lo impidieron y empezó a mover suavemente su cadera. Yo le agarraba el trasero y la besaba, miraba su expresión de placer, escuchaba nuestros propios gemidos e intentaba memorizarme su olor, su sabor, todo su cuerpo para poder recordarlo en el futuro, ya seguro de que nunca se me olvidaría este día. Nuestros movimientos se aceleraban y ambos notábamos como mi polla entraba y salía de su interior, ya totalmente mojada por sus jugos. Mi orgasmo estaba próximo y me esforzaba para retrasarlo, solo que en la situación en la que estaba, era imposible. Ella se movía más rápido y sus gemidos eran cada vez más profundos. Yo ya no podía más y avisé de que ya me corría. Acelero aún más el ritmo y solté toda mi carga en su interior. Susana, tras unos breves segundos, se dejó llevar por un fuerte orgasmo que le llenó la cara de felicidad.
Permanecí en su interior todavía un buen rato, pero mi pasión no disminuía su tamaño y estaba dispuesto a repetirlo. Pero entonces nos dimos cuenta que el final de la hora se acercaba y que ya no había tiempo para nada más. Lentamente nos fuimos vistiendo y tuvimos que salir del baño con cuidado de que nadie me viese. Nos dimos un beso de despedida y una sensación de tristeza y alegría, mezcladas, se apoderó de mí. Acababa de perder la virginidad con alguien a la que solo alcanzaba en sueños. Había sido magnífico y estaba feliz pero no por ello pensaba que estaba dentro de una relación que no podría mantenerse mucho tiempo.