Relato erótico
Nevada con sorpresa
Su mujer y una amiga habían quedado atrapadas en la nieve. Las fue a buscar pero, la idea de que la amiga se quedara en su casa no le hacía gracia. Cuando acabó la noche había cambiado de opinión.
Ángel – Huesca
Aquel viernes era bastante frío, yo regresaba de Barcelona donde me había trasladado por una semana para ayudar a mi cuñado en unas reformas y luego, como si de un fin de semana normal se tratase, emprendí camino a casa. Este año no había sido como otros y la nieve escaseaba. Yo no soy muy amigo de escuchar partes meteorológicos, con lo que los primeros copos de nieve me sorprendieron.
Cuando llegué a nuestro apartamento, una corta llamada de mi mujer me explicó que se retrasaría y pensando en el tiempo que la estaría esperando aproveché para preparar una exquisita cena. Siempre me ha gustado la cocina, es algo que me relaja por eso aquella hora me pasó casi sin darme cuenta.
El teléfono sonó otra vez y al otro lado estaba Conchita, mi mujer. Me dijo que estaba atrapada en Jaca, que no podía ni subir ni retroceder y que tenía que ir a buscarla. Me vestí de nuevo y fui en su búsqueda, la nevada era tal que apenas se distinguían los postes amarillos que delimitaban la carretera.
Al llegar a Jaca me sorprendió la presencia de Rosalía. Rosalía era una mujer de unos cuarenta años, compañera en muchas ocasiones de Conchita en el paddle. Conchita enseguida me explicó que había subido con ella para comprar unos esquís. Su amiga se acercó a mí y me preguntó si su marido y sus hijos podrían subir con la que caía.
Verdaderamente era difícil incluso teniendo un todo terreno así que le dije que sería mejor que subieran al día siguiente. Rosalía puso cara contrariada. Conchita se acercó a ella y le dijo que no se preocupara, que se quedaría con nosotros.
Esta jugada no me gustó del todo ya que yo había estado separado de mi mujer seis días y me apetecía estar con ella a solas, pero no pude más que resignarme.
Aparcamos el coche y como pudimos pasamos los bártulos a mi coche. Mientras subíamos, Conchita buscaba tranquilizar a su amiga explicándole que los pasaríamos bien, que saldríamos de noche, que sería divertido. Mi apacible plan se había transformado por completo y aquel día normal se había vuelto, cuanto menos, extraño.
Cuando llegamos al apartamento fuimos a cambiarnos las ropas mojadas y cuando terminé bajé con la intención de poner la mesa y terminar de preparar la cena, mientras Conchita le dejaba ropa seca a su amiga, que pese a la diferencia de edad y a sus dos maternidades, usaba su misma talla. Yo había preparado mi especialidad, lenguado en salsa curry.
Tras la cena conversamos. Yo conocía poco a la amiga de mi mujer pero poco a poco me fue causando buena impresión. Rosalía se mostraba contenta, no por el vino blanco sino más bien porque por unas horas se sentía joven, sin tener que dar cuenta a nadie de lo que haces o dices. En una palabra, se sentía liberada. Tras recoger y no con cierta resistencia, me arrastraron hasta el disco bar.
Allí, como siempre, paramos a hablar con unos y con otros y yo me quedé con unos de mis mejores amigos, David. Charlamos durante casi dos horas, mientras con el rabillo del ojo veía como mi mujer y su amiga bebían copa tras copa y cuando decidieron irse, llevaban un pedo que apenas se tenían en pie. Recorrimos el largo pasillo hasta el apartamento, yo casi la tenia que empujar porque hacían un ruido enorme. A duras penas las metí en casa. Rosalía se sentó en un banco cerca de la chimenea mientras Conchita cayó a lo largo en el sofá. Ellas balbuceaban cosas que apenas se les entendían, seguidas de sonoras carcajadas.
Una característica de mi mujer hace referencia al alcohol. Cuando bebe se transforma y actúa más activamente, yo creo que le pone más a tono. Pero aunque creía que nada que ella hiciera en ese estado me sorprendería, me equivoqué. Se levantó del sofá y se dirigió a mí. Yo permanecía de pie apoyado en la puerta. Cuando llegó a mí comenzó a besarme apasionadamente, mientras su mano pasaba por mi paquete.
Yo le susurré que no hiciera eso, que estaba Rosalía delante. Pero un gesto de Conchita girando la cabeza y mirando a su amiga con una sonrisa de complicidad me hizo entender que algo habían planeado. Al principio me resistí todo lo que un hombre puede hacerlo, hasta que su mano bajó mi cremallera y sacó mi miembro para después arrodillarse y comenzar a hacerme una felación. Mientras me la chupaba iba intercambiando miradas con su amiga, que había trasladado la mano a su entrepierna.
Conchita dejó de chupármela y con un gesto con la mano, le dijo a su amiga que se acercara. Ella se acercó a nosotros y entonces mi mujer agarró su cabeza y la empujó hacia mi pene.
Ella aceptó la proposición y comenzó a chupármela con gran maestría. A esas alturas yo deseaba hacerlo tanto como ellas. Conchita me miraba y me decía que gozase mientras su mano empujaba la cabeza de Rosalía que, de esta manera, introducía todo mi miembro en su boca.
La maestría de Rosalía recogió sus frutos y un gran chorro de mi semen inundó su boca, cosa que acogió con una sonrisa pícara. Fue entonces cuando yo comencé a actuar. Hice que se levantarán y empecé a besar a Conchita, cosa que enseguida compartió con su amiga. Mis manos se movían a gran velocidad tocando sus pechos a la vez que desabrochaba los botones de sus respectivas blusas.
En pocos instantes estábamos los tres allí de pie, sin ninguna ropa. Me paré a observar el cuerpo de Rosalía, que pese a su edad conservaba un buen cuerpo. Fijé mi vista en sus pechos, la parte que más me gusta de las mujeres y pese a estar acostumbrado a los pechos de mi mujer, que son bastante grandes, aquellos eran colosales, pero lo mejor de todo era su firmeza, estaba seguro de haber tocado pechos de chicas mucho más jóvenes que ella y no eran ni la mitad de duros.
Entonces Conchita colocó a Rosalía encima de la mesa y abriendo sus piernas me hizo un gesto para que se la metiera. Al acercarme a Rosalía, mi mujer se puso detrás y agarrándome el miembro, lo acercó a la raja de su amiga y con un empujón en mi cadera hizo que se introdujera por completo en ella. Me di cuenta de que eso le gustaba así que decidí dejar que Conchita llevara el ritmo de mis envestidas. Ella movía su pelvis provocando la entrada y salida de mi pene a la vez que su mano se deslizaba por mis huevos. Rosalía gemía y sus tetas se movían vigorosamente, algo que a mí me excitaba mucho. Conchita no dejaba de susurrarme cosas como:
– ¡Fóllatela… métesela…!.
De pronto aquella imagen se vio perturbada por las convulsiones de Rosalía que indicaban que se estaba corriendo. Actué de nuevo con un gesto rápido y rozando la violencia agarré a Conchita y la coloqué entre las piernas de su amiga. Rosalía permanecía boca arriba encima de la mesa, mientras Conchita estaba frente a ella de pie. Agarré sus muñecas desde atrás y las coloqué en su espalda y con un empujón la hice apoyarse en su amiga. Mientras con la mano izquierda movilizaba sus brazos con la derecha acerqué mi pene a su coño y con un empujón se lo introduje. Elevé mi cabeza para observar que hacían y me di cuenta que la nueva situación les había agradado ya Rosalía chupaba los pezones de mi mujer.
El festín visual era bestial, yo envestía a Conchita con cada vez más fuerza mientras mi mano libre acariciaba su clítoris y eso hizo que pocas envestidas después empezaba a correrse.
Me di cuenta de que podría hacer lo que quisiese, así que decidí explorar el recto de mi mujer, vedado siempre a mis maniobras. Pese a que al principio me dejo trabajar con los dedos, un sonoro ¡No!, hizo eco en toda la habitación.
A mí me dejo helado. Tras esos segundos de desconcierto Rosalía acercó su boca al oído de Conchita. Esta se incorporó, sacando mi miembro. Rosalía también lo hizo y cuando pensé que todo había acabado, mi mujer me dijo que lo que quería hacerle a ella se lo hiciera a su amiga. Rosalía me dedicó una sonrisa y un guiño antes de colocarse de espaldas a mí apoyada en la mesa. Yo ensalivé mis dedos y comencé a acariciar su ano lentamente para luego introducirlos en él. Cuando creí que estaba listo acerqué mi pene y Rosalía elevó su pierna derecha encima de la mesa para facilitar mi maniobra. Comencé a empujar mi pene con fuerza y aunque al principio había mucha resistencia, luego se amoldo fácilmente.
Mi excitación hacía que la violencia de mis envestidas fuese cada vez más fuerte, lo que producían mayores gemidos en ella. En cuestión de tres minutos se corrió dos veces.
Mi mujer observaba de cerca mientras yo seguía bombeando. Los pechos de Rosalía se movían como locos lo que hizo apetecerme estrujarlos y así lo hice a dos manos. Mi mujer no perdía detalle y lo que veía le excitaba cada vez más hasta el punto de que casi sin darme cuenta la tenía detrás empujándome de nuevo.
Su amiga observaba su actitud hasta que, de repente, sacó mi pene de su recto, se incorporó y después de dedicarme una sonrisa, cogió de la muñeca a Conchita y la empujó al sofá por encima del brazo de este. Ella se arrodilló en el suelo y colocó de nuevo su culo para que se la volviera a meter, mientras ella comenzó a hacerle una felación a Conchita, que no dejaba de emitir pequeños gemidos. Enseguida bajó su lengua hacía el ano y empezó a lamerlo. Yo continuaba a lo mío sin quitarles ojo.
Una nueva sacudida de Rosalía hizo que casi me corriera, pero ella lo notó y sacó mi miembro rápidamente. Yo me sorprendí, Rosalía le susurro algo al oído de mi mujer y ella asintió con la cabeza.
Conchita se levantó y se colocó en la posición que antes tenía su amiga. Rosalía cogió mi pene y lo acercó al culo de Conchita.
Con una mano en mi culo me indicó que empujase y con más dificultad que a ella, mi pene fue entrando en el culo de Conchita. Ella gritaba bastante mientras apretaba los cojines del sillón. En algún momento dudé en sacarla pero Rosalía no me dejó. Poco a poco mi pene tenía más libertad y la situación se normalizaba.
Aquellos gritos de dolor se fueron trasformando en gemidos de placer. A los pocos instantes Conchita se corrió de una manera que nunca había visto, y yo no pude aguantar más y me corrí. Luego me acerque a Rosalía y le di un beso de agradecimiento por haberme ayudado.
Aún jadeando, nos sentamos los tres desnudos y sonrientes en el sofá. Al día siguiente continuó el temporal y la familia de Rosalía no pudieron subir. Así que la noche del sábado también se quedó a dormir en casa, con lo que la juerga sexual continuó para placer de los tres.
Saludos y hasta otra.