Relato erótico

Necesitaba sexo

Charo
9 de septiembre del 2018

Su matrimonio no funcionaba bien o mejor dicho el sexo estaba desapareciendo. Un día entró en un chat y conoció a un hombre, se dieron los correos electrónicos y se enviaron una fotografía. Le gustaba, pero no acababa de decidirse, hasta que un día…

Marisa – Alicante
Era un miércoles como cualquier otro pero ese día, decidí tomar una decisión. ¿Aceptaría ir a comer con él? Debo reconocer que conversar con él era sumamente agradable. Es un hombre maduro, 42 años, divorciado, con carrera universitaria, maestrías, postgrados, etc. y también está iniciando el doctorado, no recuerdo en qué, pero a veces me da la impresión de que lo sabe todo. Olvidaba decir que lo había conocido en un chat.
La semana pasada me envío su foto junto con la invitación a pasar el fin de semana juntos en su casa de descanso. Obviamente aunque hubiera querido no podría aceptar ausentarme tanto tiempo de mi casa, de mi hogar. El viernes pasado me sugirió salir a comer, conocernos un poco y quizá si lo encontraba lo suficientemente, agradable concertar una cita para una sesión de sexo y dar rienda suelta a nuestras fantasías aunque la suya es muy simple, quiere que le haga el sexo oral y a mi me encanta hacerlo, claro que no se lo dije, ni se lo diré, prefiero demostrárselo a su debido tiempo.
Todo el fin de semana fue una cadena de desastres en mi vida, primero el sábado me torcí el tobillo así que inicié la semana con la consabida férula y las muletas, además mi marido andaba en sus días negros, lo que suscitó una serie de discusiones que no concluían aún el martes por la noche, pero eso me hizo decidir.
Me había prometido a mi misma portarme bien y tratar de recuperar la pasión perdida con mi marido, sin hacer más travesuras pero, ¿cómo puedo recuperar lo que no sé como perdí?. Después de todo una pareja, y valga la redundancia, es de dos, así que somos los dos los que tenemos el problema y en lugar de caricias todo lo que hacemos es discutir. Lo que daría por un beso bien dado.
Iba hacia la oficina, eran 8 en punto y entre el tráfico y la máscara para pestañas, mi móvil no dejaba de sonar. Era mi jefe, que me necesitaba, aunque creo que es adicto a mi voz. Tras colgar mi mente volaba. ¿Aceptaré la invitación? Mi temor era que de un tipo como él podría enamorarme, pues nada me atrae más que la gente culta. Finalmente llegué a mi despacho, en la puerta mi asistente con mil papeles, el mensajero espera mis órdenes, con mi taza de café, con doble cafeína claro, y mi cenicero. En este momento sonó el teléfono. Era mi marido.
– Has llegado tarde – me dijo – Tu jefe te va a despedir un día de estos y ¡dejaste la cafetera encendida!, la he tenido que apagar.

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– Hola amor. ¡Oh, lo siento! Bueno que tengas un buen día, si yo también te quiero.
Tras colgar busqué en mi agenda el teléfono de Manuel, el hombre culto y maduro que esperaba mi respuesta.
– Sí soy yo – dije al reconocer su voz – acepto, ¿hoy mismo? Me parece bien, te espero entonces a las dos y por cierto, me lastimé el tobillo el fin de semana, ¿no te importa que lleve muletas?
– No preciosa, si a ti no te importa, a mí tampoco – me dijo.
– Bien, entonces hasta luego.
Entre reuniones y llamadas pasó el tiempo, estaba nerviosa, mis manos temblaban y me cayó la pluma no sé cuantas veces, quería detener el tiempo, pero no era posible, y dar marcha atrás no me atrevía. Cuando miré el reloj por enésima vez eran casi las 2, y en eso que sonó suena mi móvil. Era él, es Manuel.
– Nena, ya estoy aquí, te espero fuera del edificio.
– Estaré en el móvil, si mi marido llama he salido a comer con Ana, mi amiga de siempre – le dije a mi asistente.
Llegué al ascensor, sin saber qué esperar de todo esto. Había pasado tanto tiempo desde mi última travesura. Cuando me aburro en las juntas y reuniones de trabajo a veces cierro los ojos y recuerdo mi odisea en la sala de juntas de mi empleo anterior. Tuvo que ser una aventura de una vez, el tipo se me estaba poniendo difícil, comenzó a excitarse en exceso y a pedirme exclusividad e incluso matrimonio. Esperaba que esta vez no sea al revés y sea Manuel el que tenga que salir corriendo.
Finalmente lo vi, estaba mucho mejor en persona que en foto, me esperaba con una gran sonrisa en el rostro, cogió mis muletas y las colocó en portaequipajes, luego me cogió por la cintura, me inclinó un poco y me dio un beso de película, largo, suave, húmedo… ¡Hacía tanto que nadie me besaba así, que bárbaro!. Creo que me mojé solo de sentir ese beso.
Me ayudó a subir al coche como un correcto caballero ante una dama temporalmente imposibilitada, y me preguntó:
– ¿A dónde deseas ir a comer?
– Aquí a la vuelta hay un restaurante de comida italiana – dije yo – así que tenemos dos opciones, o comida italiana o yo, tú decides qué prefieres comer.
El abrió los ojos como platos, y me respondió muy cortésmente:
– ¿Estás segura?
– ¿Comida italiana o yo? – dije una vez más.

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– ¡Tú, por supuesto! – exclamó.
Buscamos un hotel cercano y por el camino, posé mi mano en su pierna. Honestamente no sé quien temblaba más si mi mano o su pierna o las dos cosas, pero él me miraba de una forma que me comía con los ojos. En un semáforo se atrevió a pasar sus manos por mis pechos, como sopesándolos, comprobando que son de buen tamaño, ni muy chicos, ni muy grandes.
Llegamos al hotel, él me ayudó a subir al ascensor por las benditas muletas y llegamos a la habitación. Lo primero que hizo fue desabrocharme la blusa que plegó cuidadosamente “para que no regresara arrugada a la oficina”, según dijo, luego me libró del sujetador y de inmediato se comió mis pezones, primero uno, luego el otro y repetía cual niño hambriento. Eso me puede volver loca. Entonces me recostó en la cama, desabrochó el pantalón de mi traje, me bajó la braguita y continuó deleitándose y deleitándome con mis pechos, pero ahora con más libertad, comenzó a recorrer mi cuerpo con sus manos.
El seguía vestido, abrazarlo así yo desnuda con mi férula y él con ropa tocándome por todos lados, me hacia sentir muy deseada y vulnerable. Yo todavía no dejaba de temblar, solo que ahora no sabía si era de deseo o si seguía nerviosa. Finalmente posó sus dedos en mi clítoris y sentí un delicioso escalofrío que me hizo arquear la espalda y gemir. ¡Necesitaba tanto sentirme deseada y más aún ser tocada! Mi cuerpo estaba recobrando vida ante las caricias de Manuel, y no pude más desear sentirlo en mi boca aunque más que querer lo necesitaba, sentir su miembro calientito duro, ansioso como yo, y lleno de leche caliente para mi, en mi boca.
Excitada, traté de desnudarlo y debo reconocer que soy muy torpe con las corbatas, cosa que le hizo mucha gracia a Manuel, y me ayudó con eso pero me dejó quitarle lo demás porque yo insistí, pues me resulta muy agradable a la vista ver salir de su prisión a un miembro erecto.
Dada mi posición y mi difícil movilidad por el yeso, él colocó su polla en mis labios y comencé a darle pequeños lengüetazos mirándole a los ojos, comprobando que el gusto era mutuo. Recorrí con mi lengua todo lo largo de su dulce y suave miembro hasta que la ansiedad me ganó y me lo introduje en mi boca lo más que pude. No era de una talla descomunal, pero si era un poco más grande que la media. Además era grueso y casi de inmediato me proveyó de líquido pre-seminal, que formó un hilillo en mi boca cuando me la sacaba para arremeter de nuevo dentro de ella. Considero que formaba una imagen sumamente erótica de mi persona dulcemente sometida en la cama, degustando a mis anchas tan caliente manjar.
Manuel introdujo sus dedos dentro de mi chocho una vez más y como yo estaba tan mojada, sacó sus dedos, los metió en su boca y los saboreó como si se tratara de rica miel. Entonces me dijo:
– ¿Te gustaría probarte… quieres saber que rica estás…?.

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– Sí – dije.
Metió nuevamente sus dedos en mi coño y los puso en mi boca. Era la primera vez que probaba mis propios jugos y en efecto son dulces, bueno tienen un gusto un poco ácido al final pero soy dulce.
Entonces él se decidió a probar más de mí y se subió a la cama dejándome continuar con mi placentera labor mientras el pasaba su lengua por mi ardiente y húmeda vagina. No sé si tantos meses de abstinencia o que realmente era un maestro en las artes del sexo oral, pero me hizo correr casi de inmediato, pues mordisqueaba mi clítoris suave pero firmemente.
Yo gemía pidiendo más y después de disfrutar por largo rato con su boca, le pedí que me penetrara. Hacía tanto que necesitaba sentir el calor de un pene ansioso dentro de mí. Comenzó el acostumbrado vaivén. Mis gemidos lo incitaban a no detenerse y me preguntaba si me gustaba.
– ¡Me encanta, así… así… maaás! – gemía yo.
– ¿Esto era lo que querías, nena? – me preguntó.
– ¡Oh sí, lo necesitaba tanto, dame más!
Finalmente sentí que su orgasmo estaba cerca y oí a él preguntarme:
– ¿Donde lo quieres, nena?
– ¡En la boca, échamelo en la boca, por favor! – supliqué.
Abrí mi boca, me lo introduje lo más que pude y sentí su leche salir tan abundante que no quise desperdiciar ni una gota. Me lo comí todo gustosamente.
Después de una sesión tan ardiente, me recosté un momento en su pecho, charlamos un poco pensando cuando lo repetiríamos. Yo me sentía más que satisfecha aunque sabía que solo era momentáneo, pues seguramente en uno o dos días tendría el doble de ganas conociéndome como soy de sexual.
Tomé un baño para borrar los rastros de mi travesura y regresé a la oficina. Lo que pasó después es tema de otro relato.
Besos.

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