Relato erótico

Necesitaba descanso

Charo
24 de octubre del 2018

Le gusta viajar en moto y se considera una motera “profesional”. Era de noche, hacía frío y había perdido la noción de donde estaba. Siguió circulando y a una cierta distancia vio unas luces que parecían de un bar. Aparcó y entró, era una taberna, olía a tabaco y estaba frecuentada, también, por moteros.

Carol – Navarra
Amiga Charo, no sabía exactamente en que lugar me encontraba exactamente, la carretera cada vez se hacía más oscura, y parecía no tener fin. El frío empezaba a calar mis huesos y mi mente solo pensaba en tomar algo caliente, algo que me pudiera devolver la calidez a mi cuerpo entumecido ya por la humedad de la noche.
De repente, mi vista ya cansada por la fijación a la carretera, creyó divisar a los lejos unas luces. Cada vez eran más intensas, más deslumbrantes, y un suspiro de alivio recorrió mi pecho al comprobar que tras aquellas luces, me esperaba un pequeño, pero acogedor bar de ruta. Cuando el resplandor de las luces me cegó, mi moto, también cansada del viaje, agradeció dicho parada, dejándola estacionada, justo al lado de una hilera de motos, de gran cilindrada.
Mi ropa de cuero, helada, pero ideal para viajes largos, transpiraba por todos lados, una transpiración casi congelada, por el frío de aquella noche. Me quité el casco, lo acomodé en mi brazo, y sin pensarlo más y sin saber lo que me iba a encontrar en aquel bar, entré decidida, marcando paso firme y sin dudarlo. Al abrir la puerta pude respirar aquel olor inconfundible a whisky, tabaco y sudor, mezclado con el olor característico de la ropa de piel. Me acerqué a la barra, y dejando el casco encima de ella, pedí a la camarera un whisky caliente. Quizá no debí pedirlo, la carretera seguía esperándome y el alcohol, no es el mejor compañero de viaje, pero mi cuerpo necesitaba una inyección rápida y contundente de calor, y pensé que seria la forma más rápida de obtenerlo.
La camarera me sirvió el vaso, de forma algo grosera, quizás asqueada por su desprecio a aquel lugar lleno de hombres sudorosos y desaliñados, profesionales de la carretera, camioneros, motoristas, transportistas, cosa que a mí no me disgusto lo más mínimo, había algo en el ambiente que comenzó a despertar mi lívido, y aunque mi cuerpo estaba cansado, mi ser comenzó a despertar aquello que estaba dormido.
Aquel olor a cuero, a tabaco, a alcohol y aquella visión de aquellos hombres, rudos, castigados por el alcohol, me hacían entrar en un calor que apenas conocía. Mi estilo de vida es tan diferente a todo esto, pensé, que parecía que estaba metida en una película y la verdad, al contrario de asustarme o achicarme, me excitaba.
Mientras bebía mi whisky, casi de forma desesperada, noté la mirada de alguien, no sabía de quien, pero me daba la impresión de que eran más de una persona, las que recorrían mi cuerpo, enfundada en aquel ajustado traje negro y rojo de piel. Sentí como una mano se posaba en mi hombro, y sin temor y sin vacilación alguna, mi cuerpo giró y planté mi cara a un palmo de la cara de un desconocido, de aspecto algo descuidado, barba de días, pelo largo y casi diríamos sucio, pero bajo todo aquello, vi los ojos más hermosos y expresivos que jamás había visto. El desconocido se presentó y me preguntó si quería compartir con él su botella.

Llevaba una botella de Bourbon en la mano, estaba medio empezada, y ante aquellos ojos no me pude negar, al contrario, algo me decía que siguiera.
La conversación se animaba, y la calidez de mi desconocido era evidente, los roces con mis manos me hacían estremecer y su hombría me descontrolaba. Mi pelo, corto y muy rubio, casi masculino, llamó la atención de mi desconocido, que se lanzó ávido a tocar, no dejándose ni un sitio de mi cabeza por repasar con sus manos.
La botella de Bourbon estaba casi terminada y mi embriaguez dejaba paso a una desinhibición casi brutal, deseando casi por segundos, que aquel desconocido, se hiciera dueño de mi cuerpo. Creo que mi mirada me delataba, ya que él, osada y rápidamente, comenzó a desabrochar la cremallera de aquel ajustado traje. Mis piernas se colocaron entre las suyas, notando aquel duro tesoro escondido, cuyo volumen era evidente, como iba en aumento a cada roce de mis rodillas.
Notaba sus manos en mis muslos, unas manos grandes, fuertes, firmes, poderosas, y mi cuerpo se estremecía. Noté sus manos en mi nuca, y sin dejar de quererlo, mis pezones, mis pechos, luchaban por salir de aquella prisión de traje, húmedo ya por el sudor que mi cuerpo desprendía.
De forma decidida, apoyé mis brazos en sus muslos y acerqué mi rostro al suyo, casi sintiendo su aliento, húmedo, caliente, turbador, y notaba la aspereza de su rostro, en el mío, cuidado y maquillado, tal y como mi profesión exigía.
Aquel roce fue un detonante y mi desconocido, sin mediar palabra, cogió mi mandíbula y acercó sus labios a los míos. Pude sentir aquella lengua, poderosa y constante, dentro de mi boca, como buscaba mi lengua, casi retrasada por la sorpresa del gesto, pero la cual respondió rápida ante el acoso de aquélla lengua desconocida.
Mi desconocido, me levantó bruscamente de aquel taburete y cogió mi cuerpo de tal forma que casi se fundió con el suyo, notando su entrepierna a punto de reventar y mis manos, sin saber exactamente donde tocar, pues había tanto por tocar, comenzaron por el principio, directas al grano, sin vacilar, y aquella extensión de su cuerpo casi no cabía en la palma de mi mano. Él realizo la misma operación, colocando su gran mano justo al principio de mi cremallera, notándola bajar por el traje de cuero, casi ya dilatado por tanto calor, buscando ávida mi sexo, humedecido por tanta excitación.
Noté sus dedos, ásperos, marcados por el trabajo, quizás manual, como jugueteaba con un clítoris ya inflamado, y como sin dudarlo, metió dos de sus dedos en mi coño, haciéndome gemir de placer, un gemido casi mudo, ya que mi lengua seguía ocupada con la visita de aquella lengua maestra.
Arqueé mi cuerpo, dejando al aire mis pechos, turgentes, agresivos, excitados, unos pezones que deseaban ser devorados, mordidos, pellizcados, sin apenas compasión, dejando incluso paso al dolor. Mi estómago se convulsionaba como si un terremoto pasara sobre él, mientras mi espalda, apoyada en la barra de aquel bar, estaba empapada, notando como las gotas de sudor, caían hacia la comisura de mi culo.

Mi desconocido seguía introduciendo aquellos dedos amaestrados en lo más profundo de mi coño, un coño chorreante, desesperado de placer, ansioso de ser perforado, mientras mis manos, casi de forma torpe, iban desabrochando aquella cremallera, que conducía al pene más enorme que mis manos y mi cuerpo habían sentido nunca. Casi sorprendida, mi cuerpo quiso hacer muestra de rechazo, pero mi alma deseaba ser taladrada por aquella enorme herramienta.
El hombre no lo dudó, se retiró un solo instante de mi cuerpo, como queriendo ver el deseo que mis ojos emanaban, evidente, palpable. Mi labio inferior no paraba de ser agredido por mis propios dientes, como queriendo reprimir aquella ansia, aquel deseo, y sin dudarlo un solo segundo y de forma instintiva, me arrodillé ante aquel órgano de placer, introduciéndola casi de un golpe en mi ávida boca.
Notaba su calor, su fuerza, era casi imposible introducir todo aquello en mi boca, y casi tocando mi campanilla lamía sin parar aquella enorme polla, turgente y a punto de reventar. Mi lengua la rodeaba, sentía la suavidad de su glande, la dureza de sus venas, palpitantes, y como sus primeros fluidos se depositaban en mi lengua, dejando aquel sabor agridulce, tan fresco y tan caliente a la vez, y notaba las manos de mi desconocido como empujaba de forma rítmica mi cabeza a su polla, sintiendo el temblor de sus piernas, la impetuosidad de su cuerpo, la fuerza de su ser.
A punto estuvo de estallar su fantástica verga en mi garganta, pero mi desconocido, de forma suave pero brutal a la vez, me hizo levantar, giró mi cuerpo, y casi desgarro mi traje de cuero, dejando mi espalda y mi culo, completamente al aire. Me agarró por la cintura y me hizo apoyar en la barra de aquel bar, pegó mi cabeza al mostrador para dejar que mi cuerpo abriera todos mis orificios, y de forma sutil, sin prisa, casi sorprendida, fue introduciendo aquella enorme, colosal y fantástica polla, en mi culo.
Nunca, jamás, había sentido aquella sensación de placer, de dolor, una mezcla entre ambos sentimientos. Cogió mis pechos fuertemente, pellizcando mis pezones, mientras su pene me taladraba más y más, mientras mi cuerpo se estremecía del dolor y placer sentido, casi me hizo gritar del dolor que sentía al pellizcar fuertemente mis pezones, de cómo los estiraba, y de cómo mordía mi nuca, haciéndome sentir un escalofrío, que bajaba justo hasta mi culo, lugar donde se libraba aquella batalla de dolor y placer.
Sus empujones eran constantes, notaba la crecida de su polla, cada vez más palpable, y también podía notar la lubricación de mi propio orificio, sorprendido gratamente por semejante arma. La lucha era constante, se iba haciendo cada vez más descontrolada, más firme, más fuerte, notaba el sudor de su estomago en mi espalda, su pene empujaba una y otra vez, y mi culo se iba abriendo, cada vez más, cada vez más dilatado y más cerca de la explosión final.
Sentí su aliento en mi nuca, oí susurrar unas palabras, mi desconocido me decía, de forma suave, erótica, que su polla ya no aguantaría mucho más, y que quería sentir mi orgasmo en aquel pene descomunal.
No tardé mucho, en sentir como un escalofrío, como una rotura, creía que algo dentro de mi se había hecho añicos, pero rápidamente un bálsamo, caliente, acogedor, calmó el desgarro de aquel placer. Mis piernas temblaban de tal forma, que dudaba poder seguir en aquella postura, casi de pie, solo sostenida por la impetuosidad de mi desconocido.

Sentí los jadeos rotos, roncos, profundos de él en el principio de mi espalda, mi culo, se abría y cerraba, dando más presión todavía de la que aquella preciosa polla le estaba procurando. Creo que sentí el orgasmo más increíble de mi vida. En aquel momento, lo afirmo, no dudé ni un solo instante en pensarlo.
Casi extenuados y con mi cabeza apoyada en la barra del bar, vislumbré de repente mi rostro frente al espejo de la misma. Mi cara desquiciada por el placer era todo un acontecimiento digno de ser visto, digno de ser retratado, y por un instante percibí, me di cuenta, de que acababa de ser follada por el culo en la barra de un bar, por un desconocido, y con un publico ávido, pero silencioso, de contemplar aquella escena.
Me sorprendió algo en los primero instantes, pero me di cuenta, de que la sensación de exhibicionismo me producía un gran placer. Casi no sentí vergüenza cuando al girarme, pude ver el rostro de mi desconocido, también deformado por el placer, y como detrás de su cuerpo, varios hombres habían estado contemplando la escena sin decir una sola palabra.
Mi desconocido dio unos pasos, se retiró de mi cuerpo y haciendo ademanes para poder colocar aquel ya flácido pero no por eso, menos pequeño pene, en el interior de su pantalón, roto, descosido, pero ideal para su cuerpo.
Mi traje de cuero estaba totalmente desabrochado, casi pude ver como se rasgó por un costado ante la impotencia de ser retirado de forma habitual, pero no me importó, seguí abrochándolo sin dejar de mirar la fantástica sonrisa de mi desconocido, casi ya familiar.
Noté las miradas de aprobación de aquellos camioneros cómplices de nuestro goce, no hubo aplausos, ni abucheos, pero su tranquilidad era casi reconfortante. Mi mirada hacia ellos también fue cómplice, y de total aprobación.
Después de aclarar mi garganta con una copa de whisky, cogí la melena de mi desconocido e introduje, mientras lo besaba y le susurraba al oído, mi tarjeta personal en uno de los bolsillos de su desabrochada camisa, deseando que aquel encuentro fuera el principio de largas y extenuantes horas de placer.
Salí del bar tal y como había entrado, con mi casco bajo el brazo y desde fuera, nadie podía imaginar mi experiencia vivida, la sensación de no sentir mi trasero, estaba como adormilado, aletargado, pero aliviado por el manantial de placer introducido. Ni siquiera me había lavado, deseaba mantener ese olor a sexo, semen, sudor, alcohol, tabaco, y por supuesto cuero, hasta que me fuera posible, quería, deseaba seguir sintiéndolo. Subí a mi moto, coloqué el casco en mi cabeza y respiré fuertemente antes de arrancar de una embestida brutal, dejando tras de mí una hilera de humo y caucho quemado.

Al día de hoy, jamás, y lo puedo decir alto y claro, nadie me ha follado de aquella manera y cuando deseo recordarlo, ya que nunca supe más de mi desconocido, solo tenía que acercar a mi nariz mi traje de cuero, rojo y negro, impregnado de aquellas sustancias eróticas, impregnado de mi sudor, de su sudor, de mis fluidos, de los suyos….
Besos y hasta otra.

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