Relato erótico
Necesitaba ayuda
Su mujer era guapa y le volvía loco, pero después de la noche de bodas se dio cuenta de que el sexo no le gustaba lo suficiente, incluso pensaba que era una mojigata. Hablo con una pareja que eran amigos suyos y que practicaban intercambio de parejas. La quería y necesitaba ayuda.
Enrique – Castellón
En la noche de bodas comprendí su pudor y la desvirgué con dulzura y procurando no herirla pero a medida que pasaban las semanas y los meses empecé a comprender que su falta de interés por el sexo quizá no tuviera remedio.
No aceptaba cambiar de la típica postura del misionero, no quería “novedades”. Follar a cuatro patas era una humillación para la mujer, me decía. Chupármela o comerle el coño, una obscenidad y el día que le propuse darle por el culo creí que me mataba.
Entonces, me di cuenta de que me había casado con una puritana. Para ella todo era pecado. Incluso el sexo normal, como ella lo llamaba, se lo tomaba más como el sacrificio de una amante mujer que de un placer necesario.
Lo más triste de todo esto es que, como he dicho antes, Marisa es una mujer muy atractiva. Está rellenita, de carnes muy duras, tetas extraordinariamente generosas, culo gordo y coño muy acogedor, cuando ella quiere. Cuando la veía desnuda era un enorme suplicio para mí no follármela a lo bestia y olvidarme de sus prejuicios.
Ante todo eso llegué a la conclusión que solamente tenía dos soluciones. Una era buscarme una amante que me diera sexualmente todo lo que yo necesitaba y me faltaba y otra intentar montarme una artimaña para lograr que mi mujer fuera todo lo caliente y liberada que yo deseaba.
Tampoco me importaba convertirla en una viciosa. Como yo amaba a mi mujer, la primera solución no me acaba de convencer. Ponerle cuernos no era lo que yo quería. La segunda era muy complicada pero iba a intentar llevarla a cabo. Lo primero que hice fue comentar mi idea con un matrimonio, de nuestra edad y muy amigos nuestros. Llegamos a un acuerdo para conseguir, con su colaboración, la total transformación de Marisa en una mujer de verdad, como yo las he concebido siempre.
Este matrimonio amigo del que hablo, Berta y Mario, los escogí porque yo sabía que tenían experiencia en tríos y cambios de pareja. Al igual que ellos sabían, porque yo se lo había contado, los problemas que tenía con mi mujer.
Tras hablar de ello y montarnos la reunión, Berta propuso, para no alargar demasiado las cosas, ponerle algún afrodisíaco en la bebida de Marisa. Lo acepté en el acto pues, en realidad, estaba tan desesperada que cualquier idea, por descabellada que fuera, me parecía bien. Un día antes del acordado por la reunión, le dije a Marisa que habíamos sido invitados por Berta y Mario a cenar en su casa. Estuvo encantada de ir ya que, sabía que a mi mujer le caía muy bien Berta aunque, como es natural, desconocía su carácter ardiente, liberal y algo desmadrado en el sexo. A la tarde siguiente nos presentamos en casa de nuestros amigos, cenamos, manteniendo una conversación con temas intranscendentes mientras el vino corría y comprobando yo que mi mujer no notaba ningún sabor extraño en el que se tomaba.
A la hora del café, Mario empezó a contar chistes verdes e historias cargadas de morbo. Empleaba palabras guarras y, en algunas ocasiones, incluso obscenas. Yo, que observaba la reacción de Marisa, veía que a veces se ruborizaba y daba muestras de malestar hasta que, al cabo de un rato, vi con asombro que las reía sin recato. Supuse que la cosa empezaba a funcionar. No obstante tenía que comprobar que era así. Me acerqué a ella, que estaba sentada en el sofá y la besé en la boca. En otras circunstancias, me hubiera apartado pero aquella vez no protestó sino que me respondió al beso. El afrodisíaco o lo que fuera, estaba funcionando. Continué besándola al mismo tiempo que la iba acariciando por encima de la ropa. Parecía que Marisa sólo estaba ocupada en responder a mis caricias y que se había olvidado de la presencia de nuestros amigos así que aproveché para desabrocharle el vestido.
Subiéndole las cazoletas del sujetador, saqué al aire sus suculentos y hermosos pechos. Era la primera vez que veían la luz en un lugar que no fuera nuestra habitación. Y además ante la presencia de otras personas. Marisa parecía transformada. Animado por todo aquello, me incliné y empecé a besar sus pechos, succionándole los pezones tiesos y ya duros como dos piedras.
Mientras yo iba calentando a mi mujer, comprobé que Berta y Mario se habían desnudado por completo y sobre el otro sofá se estaban dando un lote de impresión. Entonces Marisa también se dio cuenta de lo que estaban haciendo la otra pareja. Pensé que todo se había acabado, que ella reaccionaría y con toda la mojigatería que llevaba encima, haría que nos marchásemos a casa. Pero fue todo el contrario. Me miró sonriendo, como animándome a imitarlos. No puso ninguna resistencia cuando le saqué el vestido, luego el sujetador y las bragas dejándola desnuda por completo. Yo estaba con una erección tremenda. Incluso me dolían los huevos.
Cuando me corrí en su chocho, me separé de ella para observarla tras su brutal orgasmo. Estaba preciosa. Sus pechos aparecían turgentes, sus pezones tiesos y duros al máximo, su vientre palpitante por el intenso placer sufrido y los pelos de su peludo coño mojados de mi leche y de sus jugos. Mantenía los ojos cerrados y una expresión de suprema felicidad iluminaba su hermoso rostro. Entonces Berta, que acababa de ordeñar a su esposo, se me acercó y cogiéndome la arrugada verga, me dijo:
– ¡Voy a hacer que disfrutes con lo que no te ha hecho nunca tu mujer!
Empezó a lamerme la polla desde su raíz hasta el capullo. Lo enrolló con su lengua y luego, tragándoselo, empezó a chuparlo. A base de mamadas, se fue tragando mi polla hasta más de la mitad mientras yo daba pequeños golpes de riñón, como si me la estuviera follando por la boca. Berta aceptaba encantada esta follada bucal y al mismo tiempo se acariciaba su también peludo coño. Yo sentía que el placer me invadía de nuevo. Mis huevos estaban duros y mi polla palpitante. Sabía que por primera vez desde mi boda, me iba a correr en una boca sabia y viciosa. Me corrí copiosamente en la garganta de Berta la cual, sin ningún asco, tragó toda mi leche con cara de intenso placer. Mientras todo eso estaba ocurriendo, Mario se acercó a mi mujer y empezó a acariciarle las gordas tetas.
Marisa me miró, como pidiéndome autorización. Yo, fríamente no lo hubiera consentido pero aquellos amigos me estaban ayudando y además Berta acaba de hacerme una mamada de campeonato. Mario merecía una compensación. Con la cabeza hice un gesto de asentimiento aunque confieso que estaba sintiendo algo de celos. Mi mujer parecía transformarse en lo que yo quería pero eso también merecía una compensación y ahora Mario se la iba a follar delante de mis narices. Pronto vi como su polla buscaba el coño de mi mujer y contemplé como se lo penetraba. De nuevo un mordisco de celos me hizo daño en el vientre. Casi me arrepentí de haber montado aquella trampa. Pero ya era tarde para volverse atrás. Marisa ya tenía en todo su coño, sólo mío hasta entonces, la gorda verga de nuestro amigo y se la follaba con fuertes golpes. Penetrada hasta el fondo, lanzaba profundos gemidos y suspiros de placer. Como correspondencia o secreta venganza, coloqué a Berta sobre el sofá, abrí sus piernas y le metí mi polla en el coño hasta los huevos. Mientras me la follaba no podía evitar mirar hacia la otra pareja ya que Marisa no paraba de lanzar exclamaciones mientras decía:
– ¡Eso es, métemela hasta el fondo, más, más… oooh… así, fóllame con fuerza… que gusto siento… aaah… me voy a correr, sigue, sigue… así…!.
Conmigo jamás había dicho nada. A lo sumo un ligero y vergonzoso suspiro al correrse. Berta tenía sus piernas cruzadas en mi espalda por lo que mi verga estaba enteramente metida en su caliente coño. Notaba como coño me comprimía la polla, proporcionándome un placer intenso pero, a pesar de eso, mis ojos estaban fijos en mi mujer y en el amigo que se la jodía.
Berta se corrió casi al mismo tiempo que su marido y al retirarse éste, se la saqué a Berta y me acerqué a Marisa. Pude ver como hilillos de esperma se deslizaban por su coño y llenaban el copioso vello de su pubis. Sin pensarlo ni un momento, me cogí la polla y se la metí, hasta la empuñadura, en sus entrañas. De pronto y casi antes de que empezara a moverme, Marisa comenzó a orgasmar. Era un orgasmo intenso, continuo, como si en aquellos momentos le salieran, una tras otra, todas las corridas que reprimió a lo largo de nuestro matrimonio. Me corrí soltando un torrente de semen, en un orgasmo tan brutal que incluso me dejó algo mareado. Pero la sorpresa la tuve cuando, mientras descansaba en el sofá para reponer fuerzas vi como Marisa se acercaba a Mario, cogía su polla con una mano y sin dudarlo, se la metía en la boca. Con ojos, casi saliéndome de las órbitas, observé cómo le hacía una mamada descomunal.
Al poco rato Mario, con los ojos en blanco, eyaculó en la garganta de mi mujer mientras le apretaba la cabeza contra su vientre. Marisa se tragó toda la descarga e incluso, luego, sacándose muy lentamente la polla de su boca se la fue lamiendo hasta dejársela limpia. Viendo todo aquello, mi polla volvía a estar en plena erección.
Me fui hacia ella. Mientras chupaba la polla de Mario lo que quedaba más a la vista era su hermoso culazo. Tuve una idea. Aquel agujero era el único que tenía virgen ya que, a mi, jamás me dejó penetrarlo. Escupiendo sobre mis dedos, le llené de saliva el ano. Ella no decía nada. Le introduje un dedo y luego dos hasta que comprobé que su esfínter se había relajado. De los labios de Marisa aún no había salido ni una queja, ninguna protesta. Apunté la cabeza de mi glande en ese ano y poco a poco la penetré. Mientras que con la mano derecha atraía sus caderas hacia mí, con la derecha le masajeaba el clítoris. Ella, sin dejar de chupar la ya arrugada polla de Mario, no paraba de gemir e incluso de gritar como si le hiciera mucho daño. Pero yo ya estaba lanzado así que seguí enculándola hasta que los dos, gracias a mis caricias en su coño, nos corrimos.
Cuando salí de ella Mario, excitado de nuevo y sin dejar que Marisa se levantara y mucho menos pedirme permiso, se la metió en el mismo agujero que yo había dilatado. Si antes había tenido que comerme mis celos al ver que otro hombre se la follaba, imaginaros ahora que este mismo hombre se la estaba jodiendo por el culo. Cuando se corrieron los dos, ella ayudada igualmente por la mano de Mario en su coño, nos duchamos, vestimos y despedimos de estos amigo, convertidos ya en nuestros compañeros de cama y de placer. Ya en casa, desnudos en la cama, me atreví a preguntarle cómo le había parecido todo lo sucedido. Marisa se giró hacia mí, me besó cariñosamente en los labios y sonriendo, me dijo:
– En el vino no había ni afrodisíacos no nada extraño. Mi comportamiento ha sido con plena voluntad. A la mañana siguiente de quedar para cenar, me llamó Berta y me puso al corriente de todo. Comprendí que había sido una egoísta y que tú merecías ser feliz. Me puse en combinación con ellos y te hicimos creer que mi actuación se debía al afrodisíaco. Me lancé a cosas que jamás hubiera hecho sino fuera para hacerte feliz. Me he entregado a otro hombre por ti, le he chupado la polla, tragado su leche, me he dejado follar e incluso dar por el culo y te confieso que me he sentido una mujer nueva. Tú tenías toda la razón aunque ahora pienso que no podré pasar sin estos encuentros con otras parejas o añadiendo, de vez en cuando, a otro hombre en nuestra relación sexual.
El resultado está muy claro. En lugar de ser Marisa la que cayera en mi trampa fui yo el que caí en la suya. A pesar de todo, estoy muy contento ya que he ganado una hembra ardiente y sedienta de placer que colma todas mis aspiraciones aunque a veces tenga con contemplar cómo se la folla otro.
Un beso de los dos y felicidades por la revista.