Relato erótico

Mujer con carácter

Charo
26 de enero del 2019

Su jefe le pidió un favor y dijo que si a regañadientes. Tenía que esperar a la mujer de un cliente a última hora de la tarde. Le comento que era una mujer con mucho carácter y que no se asustara. Carácter no era la palabra exacta, pero dejemos que nos cuente lo que pasó.

Ricardo – CÓRDOBA
Amiga Charo, mientras ordenaba archivos e imprimía documentos en el ordenador, sonó el teléfono. Era mi jefe diciéndome que le había surgido un imprevisto y no podía venir a una cita importante que tenía con la esposa de un buen cliente. Me dijo que la atendiera yo con mucha amabilidad y que no me asustase ya que era una mujer de armas tomar.
¿Un imprevisto? Pensé, por eso se oía de fondo el ruido de un bar, pero bueno, es el jefe.
Yo seguía con mis papeleos cuando en el reloj sonaron las ocho de la tarde, hora de marcharse y la señora esa sin venir. Pues que se le va a hacer, pensé mientras me disponía a bajar las persianas. Pero sin saber como se plantó delante de la puerta una mujer de esas que llaman de bandera, aunque yo añadiría “rompebraguetas”. Pelo liso, castaño y en larga melena. Ojos color miel aderezados con una ralla de rimel, nariz mas bien chata y unos labios carnosos sumamente apetecibles pintados de carmín suave. En una rápida y no muy descarada mirada hacia abajo, se adivinaban unas formas más que sugerentes. Pecho prominente, cintura estrecha y caderas algo más anchas, que se movían de manera artísticamente sensual.
– Buenas tardes, ¿Ricardo? – me dijo sacándome de mi momentáneo ensimismamiento.
– Si señora, ¿a quién tengo el placer de saludar? – respondí mirando fijamente sus ojos.
Era la mujer de nuestro cliente. Había llegado un poco tarde pero se la perdonaba todo.
– Si no la importa cerraré la oficina con llave para que no nos molesten y podamos charlar tranquilos – comenté aun a riesgo de parecer insinuante.
– Quizás si también bajas las persianas estemos más cómodos – me propuso ruborizándome, y añadió – Y si no te importa que nos tuteemos…
Me senté delante del ordenador y con bastantes nervios comencé a exponerle lo que mi jefe me había dejado anotado. Ella me miraba fijamente, sin apartar su mirada y eso hacia que mis nervios saliesen más a flote así como mi libido que luchaba con mis ojos para no bajar mi mirada en dirección a su escote. Si es verdad que hacía frío en la oficina, pero yo me estaba empezando a acalorar de manera increíble.
– ¿Te importa explicarme esas graficas del ordenador -me dijo inclinándose por encima de la mesa – Es que como tienes una voz tan bonita me quedé un poco embobada y no me enteré bien del asunto… – añadió.
Por el escote abombado pude ver su sujetador rojo. Esto no me puede estar pasando, pensé. Se abrió como sin querer uno de los botones de su blusa y su falda se subió al inclinarse más hacia mi ordenador. ¡Que piernas… y esos tacones…!.
– ¿Qué es esta cosa que sube y se ensancha?- dijo mirándome fijamente a los ojos.
– Son los… índices de… crecimiento – le contesté con voz entrecortada.
– No, no digo lo de la pantalla, digo esto – y me agarró de la entrepierna abalanzándose sobre mí y besándome de una manera apasionada.

Me quitó la chaqueta de mi traje gris y agarrándome de la corbata me dijo con mirada muy lasciva y voz enormemente sexy:
– Ahora me vas a dejar a mí que te enseñe mis productos.
Rasgó su blusa y tirando de mi corbata me colocó la cabeza justo entre sus dos preciosos pechos mientras me sacaba la camisa y arañaba despacio mi espalda.
– ¡Cómetelos! – me ordenó.
Yo no puse objeción y me dispuse a arrancar su sujetador dejando libres sus maravillosas tetas y lamiendo esos pezones que comenzaban a estar bastante duros y tersos. Ella me agarraba del pelo y movía mi cabeza apretándome más contra su pecho. Yo ya no tenía camisa ni corbata. Cogió mis manos y las puso en su trasero.
– Apriétame fuerte el culo Ricardo, no tengas miedo.
Menos mal que la cremallera de mi pantalón era resistente porque mi paquete se estaba poniendo enorme. Separó mi cara de su pecho y agarrándomela con ambas manos me dijo:
– Vas a hacer lo que yo diga, ¿me entiendes?
Se puso de pie encima de la mesa de espaldas a mí, quitándose su faldita y bajando sus braguitas. Se inclinó hacia adelante sin doblar sus rodillas y asomando la cara entre sus propias piernas me dijo:
– Quiero que te lo comas todo.
Yo estaba a sus órdenes y aquello me estaba poniendo malísimo. Sabía que no me iba a tratar nada mal, solo que la gustaba llevar las riendas y que además me lo iba a saber agradecer. Agarré con cada mano una de sus nalgas y separándolas saqué la lengua y empecé a chupar aquellos dos agujeritos suave pero intensamente. De arriba abajo, saboreándolo bien. ¡Que bien olía, y que polla se me estaba poniendo al degustar esa delicia! Ano y clítoris eran recorridos con mi lengua a un ritmo frenético. A ella le gustaba porque agachada, agarraba sus tetas y las apretaba gimiendo de placer.
Al rato se separó de mí, dejándome como cuando a un niño le quitan un caramelo de su boca. Se dio la vuelta quedando de cara a mí, se agachó y me dijo que me pusiera de pie. Sospechosamente mi abultado paquete quedaba justo a la altura de su boca. Me quitó los pantalones, bajó mis calzoncillos y agarró mi polla con firmeza tirando de ella para atrás y para adelante, lamiendo sus labios y dejando un poco de su saliva en mi glande.
Mientras me miraba a los ojos y con la otra mano agarraba mi culo, su boca se acercaba peligrosamente a mi miembro. Apretó fuerte mi nalga y me empujó hacia ella hasta que mi polla se clavó casi en su garganta.

Empezó a chupármela rápidamente, ayudándose de su mano y dejando a veces incluso los ojos en blanco y de pronto la sacó de su boca, la puso apuntando al techo, se tumbó boca arriba y empezó a lamerme los huevos a la vez que se masturbaba. Yo la agarré de las tetas y se las masajeé a la vez que ella se retorcía y se metía un testículo después de otro en su boca.
Luego echo mi cuerpo hacia atrás y cambió de postura abriendo ahora sus piernas y acercando su coño a la punta de mi polla. Ella tumbada boca arriba, abierta de piernas, chupándose un dedo y diciéndome:
– ¿Te vas a quedar ahí parado o me vas a follar?
La agarré de sus caderas y la empecé a embestir haciendo que mi polla entrase cada vez más y más adentro de su sexo. Ella gemía diciéndome que fuera más rápido, me miraba, inclinaba la cabeza hacia atrás hasta que entendí, entre gemidos, que se iba a correr así que comencé a penetrarla cada vez más rápido y fuerte. Ella se estaba volviendo loca y me estaba volviendo loco a mí. Después de su primer orgasmo se incorporó y mientras me besaba y juntaba mi pecho contra el suyo, con la respiración acelerada me dijo:
– Quiero que te folles mi culo, quiero que me folles por detrás.
Si mi miembro ya estaba más que en tensión, aquello hizo que se pusiera más duro si cabe. Se dio la vuelta, de rodillas, cerró las piernas, se inclinó hacia delante, se encorvó sacando bien el culo y tras mojarse un dedo lo metió por su ano y me dijo que lo siguiente que iba a entrar allí iba a ser mi polla.
– Quiero que abras mi agujero – añadió sacando su dedo.
Cogí mi falo con mi mano derecha y mientras me apoyaba con la izquierda en sus nalgas empecé a penetrarla despacio mientras sentía como ella se contraía.
– ¡Hasta dentro! -me gritaba.
Una vez que estaba ya bien dentro, apoyé mis dos pies sobre la mesa y follé su culo despacio pero llegando al fondo. La agarré del pelo y la embestí hasta que volvió a correrse entre gemidos y espasmos. Yo ya no podía más, y ella lo adivinó, así que se tumbó en la mesa, boca arriba y juntó sus tetas diciéndome:
– Ponla aquí en medio y dame toda tu leche.
Así lo hice, puse mi polla entre sus dos grandes tetas y ella empezó a moverlas al mismo ritmo que yo lo hacía alante y atrás. Aquello llegaba, las piernas y el culo se me endurecieron y mientras ella me ordenaba que me corriera y me follaba con sus tetas, mi leche salió hirviendo, cayendo entre su cuello y cara.
Después de que ella saliera del water y yo me terminara de apretar la corbata, sonó la puerta de la oficina. Yo brinqué de la silla y ella riéndose dijo que no me preocupara ni me pusiera nervioso. Miré entre las persianas y abrí la puerta.

– Disculpa, ¿está aquí mi esposa? – dijo un hombre mirando dentro de la oficina.
– Hola cariño, ya iba a llamarte, pensé que no me venías a buscar – dijo ella y añadió mirándome a los ojos – Ha sido un placer Ricardo, me has convencido, ya volveré para firmarte los papeles.
Y volvió no una sino tres veces. Creo que con ella he hecho el mejor de mis trabajos.
Besos donde más te gusten, Charo.

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