Relato erótico

Morbo sin fin

Charo
14 de febrero del 2019

Cuando nos envió su primer relato nos prometió que volvería para contarnos como termino aquel encuentro. Dice que descubrió una faceta suya que desconocía. Pero por lo visto, no todo acaba aquí.

Mercedes – Córdoba
Notaba que estaba empezando a formarse un orgasmo dentro de mí, que quería correrme, pero también notaba una especie de bloqueo que me lo impedía. Ella se aplicó, a más velocidad, pero por mis gemidos nerviosos creo que se daba cuenta de que no conseguía llegar. Bajé la vista, y vi cómo ella levantaba la mirada, para ver cómo reaccionaba. Creo que se dio cuenta de mi bloqueo, porque cambió el ritmo. Y porque con sus dedos abrió la capuchita que cubre mi clítoris, pasando primero su pulgar por mi pepita húmeda, y luego lamiéndomela. Esto supuso otro acelerón en mí, pero seguía sin poder correrme y empezaba a desesperarme, a gemir como si fuera a empezar a llorar. Entonces Bibiana, acelerando aún más el ritmo, introdujo dos de sus dedos en mi coño, empezó a hurgar por la pared frontal de mi interior, imprimiendo un ritmo de metisaca que acompañaba sus lametones y sus succiones en mi clítoris.
Y ahí empezó todo, o acabó todo, no lo sé… Me corrí a espuertas, perdí durante unas décimas de segundo la noción de dónde estaba, de lo que estaba haciendo, de quién me lo estaba haciendo. Cuando volví, me doblé, sentándome, tomé a Bibiana de la cabeza y la besé en la boca, profundamente. Al instante me di cuenta de lo que estaba haciendo. Mario me ha dicho varias veces que a las putas no les suele gustar que las besen en la boca, en los labios, sí, pero no en la boca, y me separé, cortada. Bibiana se dio cuenta de lo que pensaba, sonrió, me tomó ella también de la cabeza y ahora fue ella la que me besó en la boca, con lengua, más brevemente, pero con lengua. Se puso donde yo había estado y me dijo:
– Cómeme el coño.
Se tumbó, despatarrada, con las piernas abiertas. Me quedé mirándola y ella me hizo una señal con el dedo en dirección a su sexo. Torpemente metí mi cabeza entre sus piernas. Empecé a besar sus muslos, a ir acercándome a su coño beso a beso, lametón a lametón. A ella parecía gustarle.
Cuando llegué al momento cumbre, pensé qué demonios, soy una mujer y sé lo que me gusta que me hagan. No debería resultarme tan difícil hacerlo yo. Así que empecé a lamerla, a separar sus labios con mis pulgares y a intentar introducir mi lengua lo más hondo que me fuera posible. Bibiana estaba húmeda y eso me agradó, me excitó, y me dio ánimos para seguir. Estaba por el buen camino y ella, puta o no puta, profesional o no, estaba excitada. Bien. Creo que a partir de ese momento ya fui yo misma. Era cuestión de coger ritmo, y lo cogí rápido.
Lamí la raja mientras le masturbaba el clítoris con el pulgar, le metía los dedos a ritmo mientras le chupaba el clítoris y al final le hice algo que a mí me encanta, tamborileé mi pulgar sobre su clítoris, dándole pequeños golpecitos.

A ella también le gustaba. Me puso la mano en la cabeza y me obligó a que siguiera chupándola. Pude ver que estaba a punto de correrse y que quería hacerlo con mi lengua en su raja. Aumenté el ritmo hasta que empezó a agitar el culo, así que apoyé mi peso, mi cabeza sobre ella para impedir que se moviera, e incluso, ya envalentonada, me atreví a darle unos pequeños cachetitos en las nalgas.
Su gemidito al recibir el primero me hizo ver que iba por buen camino y que en el fondo, las mujeres sabemos cómo nos comportamos las mujeres. Exhaló un gemido de placer, y relajó su cuerpo. Se había corrido. Seguí lamiéndola, ahora más lentamente y sacándole los dedos de dentro, y ella ronroneó como una gata. Al cabo de un par de segundos, llamó a Mario. Giré la cabeza, y le vi llegar, con el pantalón a media asta, la polla enorme, como no recordaba habérsela visto nunca de hermosa y brillante.
– Quítatelo todo y siéntate ahí – le dijo – y mira como me come tu mujer.
Le sonreí, haciéndole ver que todo iba bien, y seguí lamiéndola. Ella empezó a contornearse, supongo que para aumentar el espectáculo a ojos de Mario, hasta que al cabo de unos instantes la oí susurrarle:
– Ven.
Él se acercó por detrás de mí y supongo que ver mi grupa levantada mientras me comía a otra chica, debió de resultar una tentación demasiado fuerte, o que ella le hizo señas para que lo hiciera, porque metió su mano en mi entrepierna, abrió mis labios y, sin mayores preámbulos, pero sin violencia ni obstáculos ya que estábamos los dos totalmente lubricados, me penetró. La sentí entrar hasta el fondo. Mi posición a cuatro patas y su excitación hicieron que pareciera penetrar más allá de lo habitual. Empezó a bombearme y después de tantos años follando juntos, supe entender por la manera de hacerlo que no tenía intención de acabarme rápido, que estaba recreándose en la suerte, como se dice en los toros. Le gustaba verme así, seguramente le gustaba verla también a ella, y disfrutaba. Yo también estaba tranquila, hasta que empecé a sufrir otra pequeña crisis, y notaba que me iba a correr. Lo dije y Mario pasó sus dedos a mi clítoris, masturbándome al tiempo que me follaba. Pero Bibiana le paró:
– ¡No, déjame a mí!
En un instante, se giró, cambió su posición, reptó boca arriba hasta debajo de mi coño y empezó a lamerme mientras me volvía a encajar el suyo en mi boca. Estábamos haciendo un sesenta y nueve a la mayor gloria de mi marido, que seguía empujándome. Así que sentí los dedos de él, los de ella y la boca de ella como una ventosa en mi clítoris, exploté. Fue tan lánguida toda la preparación, y tan fuerte el estallido final, que hube de hacer esfuerzos para no derrumbarme sobre la cama, para que mis manos pudieran aguantar mi peso. Pero la descarga fue enorme, tanto, que tuve la sensación de haberme meado, no de haberme corrido.

Empecé a gemir, casi a llorar, de felicidad, a encadenar un orgasmo con otro, a desearle a todo el mundo que fuera feliz. Casi llorando, le pedí a Bibiana que le estrujara los testículos a Mario.
– Cuando se vaya a correr, apriétaselos un poquito… le encanta… por favor.
– Vale, pero que cuando vaya a correrse, me lo diga, que lo quiero en mi boca… ¿me vas a dejar… me vas a dejar que me tome la leche de tu marido?
Era una auténtica puta. Sabía tocar la fibra especial de cada uno para sentirse aún más excitado.
– De acuerdo, pero avísame que quiero verlo.
Esta conversación, los manoseos de las manos y la boca de Bibiana en sus cojones, una de sus manos estrujando sus huevos y la otra rodeando su polla, haciéndole una paja a cada embestida que me daba, todo, debió resultar excesivo para mi marido. Avisó que no podía más y todas cambiamos posiciones. Bibiana se puso frente a él, le tomó la polla en la boca y empezó a chupársela a un ritmo fuerte, mientras le pajeaba, para acabarle. Yo me senté a su lado, le pasé un brazo alrededor a Bibiana, abrazándola y pellizcándola un pezón, mientras con la otra mano apretaba los huevos de Mario. Ella sería muy puta, pero yo era su mujer, se lo había hecho miles de veces y sabía exactamente dónde y cómo apretárselos y Mario suspiró cuando lo hice. Sabía que ya le quedaba poco tiempo.
Al oído le murmuré a Bibiana que no se lo tragara. Ella me miró, con la polla de Mario en su boca. Por sus ojos supe que sonreía y que entendía lo que le pedía. Aceleró su ritmo, Mario empezó a decir barbaridades y soltó su leche mientras yo le atenazaba los testículos y se los soltaba poco a poco. El primer chorro debió de sorprender a Bibiana ya que Mario suele acumular mucho semen, no sé por qué, pero ya después pudo ir guardándolo en su boca hasta que empezó a escurrírsele por la comisura de los labios. Me acerqué a su cara y empecé a lamer la leche de mi marido en sus mejillas. Bibiana, automáticamente, liberó la polla y acercó su boca a la mía, me tomó con su mano libre la cabeza, me la inclinó un poco, aplicó sus labios a los míos y empezó a trasvasarme la leche de su boca a la mía, ayudándose con su lengua, que de vez en vez se enlazaba con la mía. Yo me tragaba la leche, mientras respondía a sus besos, y le daba las últimas sacudidas al miembro de Mario para que se vaciara del todo.
Mario, cuando está muy excitado y esta vez lo estaba, suele poder llegar dos veces seguidas. La segunda, sólo con la mano, sabiendo el ritmo preciso y soltando mucho menos leche y mucho más líquida, menos densa. Pero lo suelta. Le dije a Bibiana que mirara y le masturbé a todo ritmo. Ella le tocaba, con las yemas de sus dedos, en la base de su escroto y a los diez segundos él soltó esos dos o tres chorros que se fueron a parar directamente contra las tetitas de Bibiana. Nos miramos todos, Bibiana empezó a sonreír.
– Sois una pareja curiosa – dijo.

Se tumbó boca arriba y nos hizo señas para que nos acostáramos a su lado, uno a cada lado. Nos relajamos un rato, hablando de cosas, de lo que nos gustaba hacernos en la cama, de las ganas que teníamos de meter a otra chica en la cama, y de lo contentos que estábamos de que fuera ella. Los dos parecían estar muy pendientes de mí, de mis reacciones. Supongo que lo habrían hablado antes de venir. Al cabo de un rato, reparé en que, mientras que con una mano Bibiana estaba acariciando mi cuello, el lateral de mi pecho, trazando círculos alrededor de mi pezón, con la otra estaba reanimando la polla de Mario.
Cuando ésta alcanzó un tamaño respetable, cosa que le costó casi una media hora, Bibiana dijo que había que aprovechar la noche y que si teníamos alguna idea en particular. Miré a Mario y le pregunté que si estaba lo suficientemente excitado.
– Lo suficientemente excitado, ¿para qué? – preguntó Bibiana, pero Mario ya sabía a lo que me refería.
Le vi un poco cortado, así que le expliqué yo misma a Bibiana que a Mario, sólo si está muy, muy excitado, le gusta que le penetren por detrás, que le taladren su culo. Esto le hizo mucha gracia a la chica:
– ¿Con qué… tenéis consoladores?
– No, usamos los dedos… el mango de un cepillo para el pelo…
– ¡Arriba! – dijo Bibiana y se levantó.
Nos quedamos mirándola, sin saber qué iba a hacer. Pero no tardó en explicarlo.
– A cuatro patas los dos, uno al lado del otro, que me queden vuestros culos a mano – dijo.
Nos pusimos los dos como ella nos había dicho, casi hombro con hombro, sobre la cama, levantando las grupas lo más posible. Yo estaba tan empapada como al principio y veía por el rabillo del ojo cómo el miembro de Mario estaba ya en condiciones de empezar a jugar. Levanté más el culo pero… lo que sigue os lo contaré en un próximo relato. Besos y hasta pronto.

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