Relato erótico

Mi vida cambió

Charo
20 de julio del 2018

Viuda desde hace ya muchos años, confiesa que nunca ha estado con otro hombre pero satisface sus necesidades con algunos “juguetes”. Un día su vida cambió y nos lo cuenta.

María Isabel – Lugo

Soy una mujer de 55 años, separada sin hijos y vivo en un caserío, en Lugo. Como toda mujer del campo y que, debido al trabajo duro de cada día, no hemos podido cuidarnos como las de la ciudad, no se puede decir que sea hermosa. Lo fui en mi juventud, pero los años no pasan en balde. Aunque también es verdad que quien tuvo retuvo. Conservo una cara agradable, con ojos color de miel y labios gruesos, mi pelo aún no tiene canas que se aprecien pero lo que sí ha cambiado ha sido mi cuerpo. Sigo estando delgada, aunque no tanto como hace unos años, pero mis tetas pienso que aún son más grandes que antes de casarme. A veces, y en broma, las comparo con las de mis vacas y creo que les hago la competencia. En estos cinco años de separación y de vivir sola, el cuerpo me ha pedido marcha muchas veces. Yo siempre he sido muy ardiente y la potencia de mi marido, la verdad sea dicha, no sólo me complacía sino que me aumentaba el deseo hasta el extremo de querer follar casi a diario. Cuando él me dejó por otra más joven, el volcán de mi cuerpo tuvo que contentarse con sucedáneos. Podía haberme acostado con todos los amigos y conocidos que se me insinuaron pero yo no soy ninguna zorra para meterme en la cama del primero que me lo pida. Además en un pueblo, siempre acaba por saberse todo.
Con mi marido no me había masturbado nunca. Eso ya me lo hacía él, así que imitando el movimiento de sus dedos en mi coño, aprendí a darme este placer solitario, en el que me convertí en una experta. Me montaba como un ritual, imaginándome situaciones muy morbosas que me calentaran al máximo antes de empezar a tocarme. Así fue como, un día que fui a la capital, comencé a comprar revistas porno para leerme los testimonios de los lectores y ver esas fotos de tíos en pelotas, con la polla bien tiesa. Cuando más viciosa era la historia más me calentaba, imaginándome que yo era la protagonista a la que varios hombres se follaban sin descanso por la boca, el coño y el culo.
A pesar de todo tengo que decir que, por el culo, yo era virgen. También gracias a la revista supe que unos artilugios, copia perfecta de una polla, estaban a la venta por correo, en paquetes sin membrete, totalmente discretos y me atreví a comprar uno, el más gordo que vi dibujado.
Cuando desenvolví el paquete y tuve el consolador entre las manos, casi me corro de la impresión. Medía 23 cm por 4 y su forma y tacto era igual al tacto y forma, aunque mucho más pequeña, que yo recordaba tenía la verga de mi marido. Sin perder tiempo, me metí en mi habitación y me desnudé por completo imaginando que había hecho un ligue con un súper dotado. Me miré al espejo mientras me pasaba aquella barbaridad por entre los enormes y colgantes pechos. Mis pezones estaban tiesos y duros y notaba un suave picor en mi coño al tiempo que sentía también su humedad. Luego lamí el capullo y acabé chupando aquella verga que me obligaba a abrir la boca a tope.

Para no alargarme diré que acabé tumbada en la cama, abierta de piernas y metiéndome en el coño la enorme tranca. Me corrí dos veces, sin sacármela, y me dormí con ella metida en el coño, aunque cuando desperté había salido por si sola de mí.
Desde este día tuve un compañero que nunca me fallaba. Me acostumbré a estar por casa siempre desnuda por completo para que mi “compañero” me encontrara dispuesta y si tenía que salir no me ponía bragas ya que, muchas veces, me entraban las ganas de follarme en el corral o en pleno campo. Así estábamos cuando una de las vacas se me puso enferma. Llamé por teléfono al veterinario y una hora más tarde aparcaba su todo terreno frente a la puerta de mi casa. Antonio es un chico de unos 35 años, está casado y todos los que tenemos animales estamos muy contentos con él pues es muy buen técnico, además de tener un trato muy agradable. No es guapo pero tiene mucho encanto. Alto, fuerte, moreno y dicen en el pueblo que su mujer ha cogido algún berrinche por culpa de ciertas jovencitas que no le dejan tranquilo. Antonio se miró a la vaca, me hizo unas recomendaciones y añadió:
– No es nada importante, ahora si me dejas lavar las manos te escribiré una receta.
Entramos en la casa, lo acompañé a la cocina y cuando él iba hacia el fregadero me di cuenta, con horror, que encima de la mesa, apuntando al techo, estaba mi “compañero”. Antonio también lo vio. Se giró hacia mí, me miró a los ojos y sonrió. Luego se lavó las manos, fue hacia la mesa, apartó el consolador como sin darle importancia y sacando su bloc de recetas y un bolígrafo, escribió algo.
– Dale eso a la vaca cada dos horas, mezclado en el agua y dentro de una semana volveré – me dijo.
Volvió a mirar el consolador. Pareció dudar unos instantes y luego, mirándome ahora a mí y de nuevo fijamente a los ojos, añadió:
– Dicen que no es bueno que el hombre esté solo, pero yo creo que tampoco lo es que sea una mujer la que lo esté – colocó las manos sobre mis hombros – Eres una mujer aún muy atractiva, tienes unos encantos que volverían loco a más de uno y no es justo que tengas que arreglártelo con “esto”.
Yo estaba tan avergonzada que no atinaba a moverme ni decir nada. Entonces las manos de Antonio empezaron a descender por mis brazos al mismo tiempo que se acercaba más a mí. De pronto me abrazó y pegó su boca a la mía. Me resistí unos segundos pero al moverme, mi coño rozó algo muy duro en la entrepierna de Antonio. Tantos años sin notar una polla de verdad y ahora tenía una deseándome. Suspiré y la lengua entró en mi boca. El beso se hizo apasionado, total, encendido. Una mano de Antonio fue a mi culo mientras que la otra me agarraba una teta, magreándola.

Perdí el mundo de vista, le devolví el beso y me restregué contra él. La mano que estaba en mi culo comenzó a subirme la falda por detrás pero cuando me acordé que, según mi costumbre, no llevaba bragas, ya era tarde. La mano de Antonio me estaba sobando el culo desnudo.
Así perdí las pocas fuerzas que me quedaban y sólo pensé en dejar que me follara. Cuando la mano que me sobaba las mamas, me cogió la mía para llevarla a su entrepierna, agarré la verga con mano temblorosa pero al mismo tiempo, ansiosa. La impresión fue tremenda. Hacía tanto tiempo que no tocaba una de verdad, aunque fuera cubierta por la tela de los pantalones, que noté como mi coño se humedecía a tope. Animado, al ver la ausencia de bragas, adelantó la mano que sobaba mi culo hasta encontrar mi coño. Creí desmayarme de la impresión. Mientras Antonio me acariciaba la raja y me cogía el coño con toda la palma de su mano, con la otra empezó a bajarse la cremallera.
Al instante tenía una polla larga, dura y caliente entre mis dedos. Se la fui masturbando mientras él me hacía caer la falda y luego me desabrochaba la blusa dejando salir mis tetas, que cogió como enloquecido.
– ¡Que maravilla! – exclamaba – ¡Siempre pensé que las tenías grandes pero eso es demasiado… me encanta… me excita…!.
Diciendo esto y sin necesidad de que se inclinara, me las subió las dos y se dedicó a chuparme los gruesos pezones que ya tenía duros como piedras. Suspirando, pero sin dejar de masturbarle la gorda polla, hice caer sus pantalones, desabroché su camisa y al poco rato estábamos los dos completamente desnudos.
Antonio me llevó hasta la mesa de la cocina, me hizo inclinar sobre ella y separándome los muslos para que mi coño apareciera bien a la vista, me penetró de un golpe haciéndome lanzar un largo gemido pero que no era de dolor, sino de placer, de un placer del que yo tan necesitada estaba. Antonio, apoderado por completo de mis entrañas, empezó a follarme. Yo no paraba de gemir. Aquello era estupendo. Mi coño estaba abierto por completo, como cuando me metía el consolador, mi canal perforado a fondo y la follada continua. Me corrí chillando como una loca, con un gusto increíble y mientras lo hacía, empalmé otro orgasmo al sentir como toda la descarga del hombre penetraba en mi cuerpo, de forma abundante, espesa y caliente. Estuvimos un rato quietos, yo sintiendo los estertores de mi placer y como la verga iba empequeñeciéndose lentamente. Luego me la sacó, dio la vuelta a la mesa y me la metió en la boca. Se la chupé mientras él me agarraba los colgantes pechos y me los “ordeñaba”. Cuando la tuvo bien limpia, se apartó de mí, me ayudó a levantarme y abrazándome, me dijo:
– Puedo jurarte que no soy el único que del pueblo que te desea, hemos hablado mucho de ti en el bar, pero no sabes lo feliz que soy por haber sido, espero que el primero, que ha disfrutado de tu cuerpo, de tu caliente coño y de estas increíbles mamas que tienes.

– Efectivamente has sido el primero -le contesté algo molesta por enterarme de que mi nombre iba de boca en boca de todos los hombres del pueblo – pero yo también te juro que si alguien se entera de lo que ha pasado entre tú y yo, jamás volverá a repetirse.
– ¿Significa esto que si callo, cosa que ya pensaba hacer, volveremos a repetirlo? – exclamó con cara sonriente.
– A mí me ha gustado… – dije.
– ¡A mí también, cariño, a mí también! – exclamó besándome como un loco y luego, separándose, añadió – Antes te he dicho que volvería dentro de una semana para ver como sigue la vaca, pero creo que será mejor que venga mañana. ¿No te parece?
Nos despedimos con un largo y profundo beso de lengua. Permanecí todo el día desnuda pero no usé para nada el consolador. Ya me había consolado suficientemente Antonio. Y desnuda seguía estando cuando oí su coche, a la mañana siguiente. Entró en casa desabrochándose los pantalones. Cuando me abrazó en la cocina, estaba tan desnudo como yo. Estas ganas de mí me excitaron y sin saludarnos, sin decir una palabra, me lo llevé a mi habitación. Me tumbó de espaldas en la cama, jugó con su lengua en mis mamas y pezones, bajó por mi vientre y al llegar a mi coño, haciéndome abrir las piernas al máximo, comenzó a comérmelo. La lengua subiendo y bajando por mi raja, metiéndose en mis entrañas y lamiéndome el clítoris me hacía gemir sin parar. Mis tetas, al agitar mi cuerpo, bailaban de un lado a otro como dos campanas enormes, hasta que Antonio me las cogió con las manos y mientras me comía el conejo me las sobaba a fondo. No tardé en notar que me corría. Lancé un profundo gemido y toda mi descarga de jugos fue a parar a la boca de aquel hombre magnífico y que los tragó como el mejor de los licores.
Entonces, sin dejar de pasar su lengua por mi coño, fue girando el cuerpo hasta colocarse encima de mí en la posición del 69. Agarré su verga con los labios y empecé una mamada intensa ya que, de nuevo, sentía como el orgasmo iba apoderándose de mi cuerpo. Me corrí otra vez atragantándome con la polla que dilataba mi boca. Cuando me calmé, Antonio se apartó y colocándose entre mis piernas, me la clavó hasta los huevos empezando a follarme con una violencia tremenda. La corrida que yo aún estaba sintiendo, se unió la que ahora estaba regalándome mi amante. Nunca en mi vida había tenido un placer tan seguido ni tan intenso. Chillaba, suspiraba, gemía, berreaba y lanzaba palabras sin sentido. Al final su descarga de leche ardiente, me dejó rota sobre la cama, dolorida pero enormemente satisfecha. Desde entonces y mientras duró la enfermedad de la vaca, unas dos semanas, me visitó a diario dándome todo el placer que yo necesitaba y naciendo entre los dos algo muy parecido al amor.

Luego las visitas han sido, aproximadamente, dos veces por semana, cosa que ya me va bien y que espero continúen. Incluso le he dado la virginidad de mi culo pues el hombre se lo merecía por el placer que me había dado y me sigue dando.
Ya os iré contando cómo van nuestra relaciones. Un beso muy grande para todos los lectores.

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