Relato erótico
Mi verdadero amor
Le gustaba la marcha y solía salir mucho con un grupo de amigos y amigas. Iban a un bar de la zona de copas y al final se enamoró del propietario y se casaron. Ahora lo ayuda en el bar y todo iba bien hasta que apareció un antiguo amor.
Patricia – Barcelona
Soy una chica de 29 años, casada desde hace dos con Ginés, un chico de 31 años, alto, fuerte y para mí muy atractivo. Le conocí como habitual que era yo de su bar, situado en la zona de copas de Barcelona, detrás del ayuntamiento. Yo hacía años que frecuentaba el barrio donde tenía muy buenos amigos y compañeros de juergas. Con algunos incluso me había acostado aunque uno de ellos, Mauro, me había marcado mucho.
Tenía diez años más que yo y sabía, porque nunca se había escondido de ello, que estaba casado. Pero yo le quería. Me había enamorado de él. Y sé que él también de mí pero la diferencia de edad y sus ataduras sociales le hicieron distanciarse de mí para, según me dijo, no hacerme más daño. Entonces fue cuando me lié con Ginés. Nos casamos y empecé mi vida con él.
Todo iba bien, era feliz dentro de lo que cabe cuando, una noche, entraron en el bar un grupo de hombres, todos bien vestidos. Vinieron a la barra, me acerqué para preguntarles lo que querían pero me quedé muda cuando frente a mí vi a Mauro. Habían pasado cuatro años pero estaba igual de bueno. Él también se había quedado sorprendido al verme.
– Te juro que no sabía que tú… que este bar… – empezó a decir como excusándose.
– Tranquilo – le dije pasada mi sorpresa pero no mis nervios – ¿Cómo estás?
– Muy bien, mejor que nunca… hace tres meses que me he separado.
– ¿O sea que estás libre? – pregunté como una tonta arrepintiéndome en el acto de mi pregunta para no dar pie a falsas interpretaciones. Mauro sonrió y girándose hacia sus acompañantes les preguntó que querían para beber.
Lo dijeron y les servir las copas mientras mi marido, como siempre, se encargaba de las mesas. Mientras llenaba los vasos, notaba la mirada de Mauro fija en mí. Yo no había cambiado mucho. Quizá me sobraba algún kilito y mi culo, gordo de por sí, había crecido un poco más. Al terminar de servir las copas vi que el grupo se sentaba en una mesa que acababa de quedar vacía. Viendo que mi marido estaba liado sirviendo otras mesas, yo misma cogí la bandeja y salí fuera de la barra. Al acercarme a la mesa noté su mirada de en mis piernas que la corta falda desnudaba hasta casi medio muslo. Inclinándome, puse los vasos en la mesa.
Su mirada fue al escote de mi blusa. El peso de mis pechos empujaban la tela y la parte superior de mis globos quedaban a la vista. No hice nada para taparlos. Me gustaba saber que, a pesar de los años trascurridos, aún podía despertar deseos en aquel hombre que tanto había amado. Además la presencia de mi marido hacía más morbosa la situación. Volví a la barra. De vez en cuando notaba la mirada de Mauro. Empecé a pensar. Todo el pasado vivido con él desfiló en mi mente como una película.
Me acordé de su dulzura, de su dedicación para proporcionarme todo el placer posible.
Tanto en la cama como en los lugares más insospechados. Recordé su polla, larga y gorda. Su dureza y su capacidad de aguante hasta que yo ya no podía más. Miré a su mesa, crucé mi mirada con la suya y le sonreí. Mi coño hacía tiempo que no estaba tan mojado. Mauro se levantó y vino a la barra cuando vio que mi marido iba a servir a una mesa.
– Estás preciosa – me dijo y luego señalando con la cabeza hacia Ginés, preguntó – ¿Es tu marido? – le dije que sí y él añadió – Espero que te haga muy feliz. Te lo mereces.
– Por la mañana estoy sola en el bar – le dije sin que viniera a cuento.
En el acto me arrepentí pero ya estaba dicho. Me miró pero no dijo nada. Al poco rato se levantaron de la mesa y se marcharon. Mauro me tendió la mano. Noté su cariñoso apretón. Aquella noche hice que mi marido me follase para liberarme de mis sueños. Yo era suya y de nadie más aunque Mauro aún me calentara el coño.
A la mañana siguiente, a las ocho, abrí el bar. Mi marido no venía hasta la una, hora de servir las comidas que hacíamos para contados clientes. A las nueve se presentó Mauro. El corazón me dio un vuelco. Su presencia la había provocado yo con mi comentario fuera de lugar. Me pidió un café. Se lo serví sin poder evitar un temblor de mi mano.
– He pensado mucho en ti – me dijo – Dejar que te apartaras de mí fue un error que pagaré toda mi vida.
– Tú lo quisiste. Ahora estoy casada y amo mucho a mi marido – le contesté.
En este momento entró el distribuidor del agua embotellada. Salí de la barra y me dirigí a almacén, abrí la puerta, el chico entró, dejó las cajas y se marchó. Entonces me di cuenta de que Mauro nos había seguido. Estábamos los dos solos. Nos miramos a los ojos. Mi corazón parecía querer salirme del pecho. La verdad es que estaba excitada. Cuando se me acercó y cogiéndome por la cintura, deslizó su boca por mi cuello, me olvidé de que en el bar había clientes. Mientras me besaba, sus manos me iban desabrochando la blusa. No tardó en sobar mis pechos por encima del sujetador pero cuando, levantándome las cazoletas, me los dejó desnudos y llevó su boca a un pezón empezando a chuparlo, pude reaccionar.
– No, cariño, no, por favor – le dije apartándolo con suavidad – No puede ser, hay gente en el bar esperando. Después de servir las comidas se queda mi marido y yo voy a casa a descansar un rato… nos podemos ver en algún sitio tranquilo…
– A las tres estaré en la esquina esperándote con mi coche – me dijo – Pero si no vienes lo entenderé.
Tan atento como siempre, pensé. Dándote la opción para elegir por ti misma. Me coloqué bien el sujetador y la blusa y salí al bar. A los pocos segundos salió él como si viniera del lavabo. Tomó su café, seguramente helado, y tras dejar las monedas se marchó tras lanzarme un saludo con la mano. Pasé toda la mañana hecha un saco de nervios y con un lío tremendo en mi cabeza. No sabía qué hacer. Realmente amaba a mi marido pero tampoco podía olvidar los maravillosos momentos pasados con Mauro. Sus besos en mi cuello y la mamada de mis pechos me habían excitado. Podía calmarme follando con mi marido, pero la tentación era demasiado fuerte.
A las tres en punto salí del bar y me fui directamente a la esquina. Allí, dentro del coche, para no dejarse ver y esperándome, estaba Mauro. Me abrió la puerta y entré. Decidida a aceptar lo que ocurriera, no me preocupé de mi falda y dejé al aire casi la totalidad de mis macizos muslos. Mauro colocó su mano encima de uno de ellos y me lo acarició mientras acercaba su boca a la mía. Nos besamos como locos, le di mi lengua, chupé la suya y dejé que aquella mano llegara a mi coño pero pude decirle:
– Arranca, por favor, no estoy cómoda en este barrio.
Me hizo caso, arrancó y me preguntó:
– ¿Quieres ir a mi casa, a un hotel o…?.
– Sí, como antes, en el coche – contesté, acercando mi mano a su bragueta.
Dirigió el coche hacia la salida de Barcelona. Al poco rato, aún dentro de la ciudad, me dijo:
– Súbete la falda hasta la cintura y sácate las bragas.
Lo hice. Así empezábamos siempre nuestras sesiones de sexo. Abrí las piernas y dejé mi coño bien expuesto. Lo miró y aquella sola mirada hizo que empezara a mojarse. Deseaba que me lo tocara pero él, consciente de mi deseo y para excitarme aún más, no lo hizo. Solamente colocó su mano entre mis muslos, como si quisiera agarrarme el coño pero, sin tocármelo, la sacó de nuevo.
– ¡Por favor, tócamelo! – supliqué deslizándome sobre el asiento para abrirme aún más.
– Cuando te saques los pechos – contestó sonriendo.
No me lo hice repetir. Me desabroché la blusa, luego el sujetador y dejé mis gordas tetas al aire. Desde que me había casado no había tenido los pezones tan tiesos y duros. Eso sólo me había ocurrido con él. Y ahora se repetía. Estaba prácticamente desnuda dentro de un coche, con un hombre que no era mi marido y circulando por el centro de la ciudad. Aquel morbo me hizo revivir y sin que él me dijera nada, me saqué la blusa y la falda.
Ahora mi desnudez era total. Mauro me miraba sonriente y cuando mi mano se apoyó sobre su bragueta noté que también muy excitado. Le bajé la cremallera, metí la mano y, tras ciertas maniobras, logré sacársela al aire. Era tan hermosa como la recordaba. Mucho más larga que la de mi marido pero sobre todo más gorda. Se la masturbé un rato hasta que, al salir de la ciudad y ya en la autovía, me incliné y se la lamí lentamente antes de meterme la mitad en la boca. Conduciendo con una mano, Mauro me acariciaba la espalda y el culo mientras yo se la mamaba cada vez con más ganas. Deslizaba mis labios abajo y arriba de aquel pollón duro como una piedra. Lamía su boquita de la que ya manaba un hilillo de semen y luego me lo tragaba otra vez. Entonces paró el coche. Dejé de mamar y miré donde nos encontrábamos. Era un descampado. Mauro bajó y me hizo seguirle así, en pelotas tal y como estaba. No era la primera vez que me veía así con él, al aire libre. Me hizo tumbar en el capó del coche, abrió mis muslos y, colocándose entre ellos, comenzó a lamerme y besarme entera.
Lamía mi cuello, chupaba los lóbulos de mis orejas, bajaba a mis pechos, chupaba los pezones, descendía por mi vientre, lamía mis ingles y al final, cuando pasó su lengua por la raja de mi coño, me corrí chillando como una loca.
Prácticamente no habíamos hecho nada y yo ya me derramaba como una principiante. Mauro volvió a mis tetas. Mientras me las chupaba, yo notaba el golpear de su verga contra mi coño.
– ¡Métemela, por favor cariño, fóllame como sólo tú sabes… hazme tuya otra vez… quiero ser tuya… sólo tuya… quiero tu leche… quiero correrme contigo…! – le decía enloquecida.
Me penetró de un golpe. Mi coño, acostumbrado a una polla mucho más delgada, acusó la penetración. Grité pero no de dolor, sino de un placer brutal que me atravesaba el cuerpo. Aún no había llegado la verga a tocar el interior de mis entrañas cuando comencé a correrme de nuevo. Dos veces más lo hice antes de que me llenara con la descarga ardiente, abundante y espesa de su leche. Cuando me la sacó, sin dejarme levantar, me la metió en la boca. Se la chupé y lamí hasta dejársela completamente limpia, algo que jamás había hecho a mi marido, y notando, con una muy agradable sorpresa, que no se le había bajado en absoluto y continuaba tan tiesa como antes.
– Eso te demostrará lo que te necesitaba – me dijo.
Quizá no era verdad pero me gustó creerme que estaba así por mí. Le tendí las manos para que me ayudara a levantarme pero él, en vez de hacerlo, me giró hasta dejarme de bruces sobre el capó, los pies en el suelo y el enorme culo que tengo, en pompa. Cuando empezó a lamerme las nalgas, acercando la lengua a mi ano, supe lo que quería hacerme.
– ¡No, por el culo no, te lo suplico! – gemí – ¡No me lo ha hecho nadie y tú la tienes muy gorda!
– ¿Tu marido ha sido tan idiota de no aprovechar esta preciosidad que tienes al final de la espalda? – replicó – Eso es que la ha guardado para mí.
Mientras hablaba había apoyado su enorme glande a mi pequeño agujero y apretaba. Supe que no había remedio y le dije, muy asustada:
– Hazlo despacio, tengo miedo, me harás daño, suave por favor…
Con un golpe seco, mi ano tragó el glande por entero. El alarido que pegué debió oírse a varios kilómetros a la redonda. Mauro apretó de nuevo, agarrándome fuerte por las caderas, y metió más de la mitad de su polla en mis entrañas. El dolor era insufrible. Sentía que mi ano iba a rasgarse y empecé a llorar. Dos golpes más y quedé ensartada por completo y por el culo al hombre que más había amado en mi vida. Entonces Mauro llevó una mano a mi coño y mientras me daba lentamente por el culo, me iba masturbando.
Aunque parezca mentira, el suave placer de mi sexo fue anulando el dolor de mi culo. Cuando me corrí creí morirme. Jamás había sentido un placer tan intenso pero cuando Mauro, sacándomela del culo, me la metió en el sensibilizado coño y allí empezó a eyacular, empalmé mi brutal orgasmo con otro hasta quedar totalmente destrozada y sin fuerzas.
Me ayudó a levantarme. Estuvimos un rato descansando y luego, mientras me vestía, tuve conciencia de todo lo que había ocurrido.
Le había sido infiel a mi marido le quería, pero, el hombre de mi vida había sido y aun es Mauro.
Un beso.