Mi único secreto

Antes de casarse ya era infiel y después de la boda, nada ha cambiado. Al principio su marido se enfadó pero, como sabia que ella no dejaría de ir con otros tíos, aceptó pero a cambio de que le contara lo que hacía con sus amantes. Solo ha tenido un secreto para él y nos lo cuenta a continuación.

Paloma – SAN SEBASTIAN
Hace más o menos cinco años que comencé a serle infiel a mi marido pues antes solo lo había sido cuando éramos novios. Al principio mi marido se cabreó al enterarse, pero ahora, y creo que no tiene otro remedio, se aguanta y además le gusta que le cuente con detalle mis infidelidades, cosa que hago, aunque no todas, para su disfrute morboso.
Yo había cometido el error de dar el móvil a Gorka, uno de mis amantes ocasionales, y todavía ahora no tengo muy claro si hice bien o no, pues no podía imaginar lo que sucedió ni en la más calenturienta de mis fantasías.
Lo que pasó fue que tras el error de dar mi móvil a Gorka este no tardó en llamar. Al principio no le contestaba pero tanto insistió que al final respondí al teléfono. El quería volver a verme, yo intenté darle largas, pero sin mucho éxito puesto que acabé concertando una cita con él.
Ya que mi marido no estaba de viaje, le dije que iríamos a cenar, Gorka y yo, con un reducido número de amigos. A mi marido no le extrañó pues estas cenas de “petit comité” eran habituales y lo único que hizo fue decirme que no volviera tarde pues al día siguiente debía madrugar.
Gorka me recogió un par de calles más abajo de donde yo vivo, nada más verme nos besamos y nuestras lenguas se enroscaron, subí al coche y nos fuimos a cenar a una pizzería. En la mesa Gorka me pidió las bragas que yo, con disimulo, me quité y se las di. Entonces me fijé que cerca de nosotros había una pareja, un chico negro y una chica blanca y no sé muy bien como fue la cosa pero lo cierto fue que se lo comenté a Gorka.
– La chica esta se lo debe pasar de maravilla – le dije.
– ¿Por qué? – preguntó él.
– Pues porque dicen que los negros la tienen grande, y algunos muy grande
– No sé que decirte.
– A mi ya me gustaría probarlo.
No caí en la cuenta que con esa conversación le había dado a Gorka una idea que nunca me habría esperado.
Cuando terminamos de cenar nos fuimos a un bar que él conocía, saludó a uno de los camareros, que era de color, y nos sentamos. En el sofá estuvimos largo rato besándonos y metiéndonos mano discretamente, Gorka me tocaba el coño pues llevaba faldas y yo le tocaba su polla por encima de los pantalones. En aquel momento no me di cuenta, pero el camarero no paraba de traer copas y yo comenzaba a estar alegre y desinhibida, con lo que Gorka aprovechó para decirme:
– EL camarero la tiene enorme.
– Venga, ya será menos – dije riendo.
– No. de verdad que yo se la he visto – insistió él.
– Ya, ahora te gustan los hombres
– No, pero es colega y me la enseñó. Si quieres te la enseña.

– No, gracias
– ¿Quieres que vayamos a un sitio más discreto? – me preguntó entonces Gorka.
Yo le respondí que si, nos levantamos y él se dirigió a su amigo que le dio una llave que era la de una habitación que se encontraba en el almacén del local. Se componía de un sofá cama con un sillón y una mesa con un televisor. Una vez en el interior, nos desnudamos rápidamente, como si nos fuera la vida en ello, quedándome solo con las medias y las ligas negras. Gorka me tomó en vilo, con mis piernas rodeé su torso y su polla entró en mí. Mientras subía y bajaba, su polla entraba y salía con fuerza mientras yo le besaba apasionadamente.
Al rato fue hasta el sofá y se sentó, entonces, ya más cómodos, me puse a cabalgar, eché mi cuerpo hacia atrás dejando a la vista de Gorka mis pechos, se los acercó a su boca y comenzó a succionármelos y cuando yo me corrí me bajé momento en que Gorka me preguntó:
– ¿Qué haces?
– Ahora lo veras
Me puse de rodillas, con una mano tomé su polla y me la metí en la boca, él cerró los ojos, se la masturbé con la boca hasta que se corrió en ella, luego con mi lengua se la dejé limpia de semen. Nos echamos en el sofá a descansar cuando entró Lincoln, que así se llamaba el camarero negro y yo, sorprendida, me tape con mi camiseta pero a Gorka no pareció sorprenderle la irrupción de Lincoln.
– Oh, perdonad creía que ya no estabais – dijo Lincoln.
– Nada, tranquilo – respondió Gorka.
– Por cierto, enséñale tu aparato a Paloma.
Yo estaba atónita, sin venir a cuento de nada el tío entra, y como quien no quiere la cosa se desabrocha los pantalones y se saca una monumental tranca medio empalmada. Lincoln se acercó a nosotros, Gorka se sentó a un lado para que yo pudiera ver mejor el aparato y me dijo:
– Anda, tócalo.
Yo siempre había deseado tener en mi mano una “cosa” así, rodeé con mi mano la polla de Lincoln, y casi no cerraba la circunferencia. El aparato comenzó a ponerse duro con lo que Gorka dijo:
– Anda, chúpala que lo estás deseando.
Me metí en la boca aquella inmensa tranca que yo antes nunca había visto una así al natural, sí en alguna película porno. Pronto la polla de Lincoln se volvió dura y enorme, y comencé a pensar que aquella cosa dentro de mí debía resultar impresionante. Entonces Gorka me dijo que me pusiera de espaldas a ellos, de rodillas encima del sofá, me separó las piernas y Lincoln se puso a lamer mi clítoris mientras Gorka y yo nos besábamos.

De repente note como la enorme polla del negro me penetraba hasta el fondo del coño, di un respingo, Lincoln la retiró pero la volvió a meter de un solo empujón, haciéndome gritar de placer. A cada embestida de él yo gritaba, gemía, me convulsionaba, jamás había sentido nada igual.
Ya me había corrido varias veces, casi a cada embestida, cuando Lincoln también se corrió y como yo no quería que aquello se terminase les grité:
– ¡Atadme… folladme, pero no paréis!
Gorka, sorprendido por aquellas palabras, tomó una cuerda y me ató las manos a la espalda, pero yo seguía excitándolos diciéndoles:
– ¡Sí, sí, atadme, soy vuestra esclava, vuestra puta, haced conmigo lo que queráis!
Mis palabras los estaba poniendo a mil, tanto que Gorka, que hasta entonces siempre había estado correcto conmigo, me agarró de los pelos y me bajó de golpe del sofá poniéndome de rodillas en el suelo.
– ¡Chúpanos las pollas, puta! – me gritó.
Se acercaron y me pusieron sus pollas a la altura de la boca. Me puse a mamárselas un poco a cada uno aunque hubiera querido cogerlas con mis manos, pero estas estaban atadas.
Entonces Lincoln me cogió y me puso apoyada en el sofá, de rodillas en el suelo y con el culo hacia fuera. Noté su lengua pasar por mi clítoris y luego por mi ano pero lancé un grito de dolor y terror cuando la enorme verga de Lincoln comenzó a penetrarme por el culo. La metía despacio pero sin pausa. Quise escapar pero él y Gorka me sujetaban con fuerza hasta que la noté hasta mis intestinos. Lincoln la sacó y volvió a repetir la penetración así varias veces, pero cada vez más deprisa hasta que terminó en un metisaca rápido y violento.

Recuerdo que cerré los ojos y me puse a gritar pero no sirvió de nada pues Lincoln no paró hasta que su potente chorro de semen caliente descargó en mi interior. Entonces me desataron y me dijeron que al lado había una ducha, después Gorka se disculpó y me llevó a donde me recogió.
Al día siguiente, en mi casa, repasando lo que había sucedido el día anterior me di cuenta que aquello había sido una encerrona de Gorka para que su amigo negro me follase, y he de decir que me gustó puesto que nunca antes, excepto mi marido, nadie me había atado, pues es algo que me gusta y que hasta entonces reservaba solo para él. Esta fue la única aventura que no le conté. Era mi secreto.
Besos para todos.