Relato erótico

Mi único amor, mi Ama

Charo
14 de agosto del 2018

Es muy tímido y eso ha sido un impedimento para conocer mujeres. Cuando le presentaron a la nueva secretaria supo, en aquel mismo instante, que era la mujer de su vida.

Jaime – Vitoria
Amiga Charo, actualmente tengo 37 años y me considero el más feliz de los hombres pero la historia que os narraré se inicia cuando tenía 32 años. Siempre fui un hombre delgado, alto y no me considero un Adonis, pero tampoco un adefesio.
Debido a mi timidez solo tuve dos novias en mi adolescencia las cuales me abandonaron pronto por ser tan corto de palabras y acciones. Así pues, a mis 32 años y sin ninguna experiencia con el sexo opuesto, solo había vivido de fantasías y de menearme el nabo rabiosamente cuando las ganas de encamarme con alguna diosa imaginaria eran insoportables.
Entonces la conocí. Una hermosa mujer de apenas 25 años, delgada y sensual, cintura estrecha y nalgas respingonas, boca ancha y sensual, y de 1,67 de estatura. Era quien, desde ese momento, me cautivó para siempre, con su andar confiado y su seguridad en todo lo que hacía.
Era la nueva secretaria del gerente y me dijo que le proporcionara todo lo que necesitara.
Ese primer día ella solo me miró de reojo dos o tres veces, sin apenas reparar aparentemente en mi embobamiento, mientras ella conversaba con algunos de los empleados.
Al día siguiente me arreglé con mi mejor traje y llegué temprano con la esperanza de encontrarla antes que el resto del personal llegara y poder hablar con ella a solas, pero Marta llegó al filo de las 10, con una blusa rosa muy escotada, faldita corta de vuelo, negra, y zapatos con tacones altísimos de aguja. Al verme, se dirigió a mí con desenvoltura mientras yo me convertía en un manojo de nervios.
– ¿Tú eres Jaime, verdad? – me dijo – El que controla al personal y las ventas, ¿no?
– Exactamente -dije con turbación y la cabeza baja, mientras ella me miraba divertida.
– Pues he llegado tarde porque no me podía despegar de la cama – me dijo añadiendo – Espero que no me amonestes por eso.
Teniendo cuidando que nadie me oyese, le dije:
– Tranquila, ¿pero te gustaría salir alguna tarde de estas a tomar una copa conmigo?
Para mi sorpresa, contestó con alegría y desenfado:
– Claro que sí Jaime, esperaba que me lo pidieras porque noto que no te soy indiferente.
¡Que indiferente me iba a ser! Todo mundo comentaba lo buena que estaba y la forma medio impúdica con que vestía, con aparente inocencia pero mostrando por momentos la totalidad de sus piernas y la mitad de sus hermosas tetas, además del desenfado con que se dejaba dar besitos y abrazos de saludo y despedida por quien así lo hiciera.
Así que salimos por primera vez, aunque ella prefirió ir a un pub a tomar un par de tintos, donde descuidadamente se sentó dejando que su minúscula faldita subiera hasta alturas increíbles entre sus muslos, lo que motivó que todos los hombres que allí estaban clavaran sus ojos en ella, mientras yo, con celos y una erección tremenda, no podía casi articular palabra alguna.

A partir de esa cita, siguieron otras más en las que ella empezó a llevar voz cantante en conversaciones y preferencias de lo que bebíamos o a donde íbamos. Si yo decía que quería un café, ella de inmediato replicaba:
– No, no, tú te bebes un tinto de la casa que es muy rico para que yo no me sienta mal al pedir uno igual.
Si le pedía sentarnos en cierta mesa, replicaba:
– No Jaime, sentémonos en aquella en la que puedo ver todo el pub y me pueden admirar a mí.
También ella fue la que un día dio el primer paso dejando caer, como el que no quiere, su mano en mi pierna mientras hablaba sin dejarme a mi apenas proferir palabra, sintiendo mi cara arder de excitación y de amor por ella. Así que seguimos saliendo tres veces por semana, martes, jueves, y los domingos todo el día, y en la quinta salida ella fue la que me dijo muy seria:
– Jaime, creo que tú y yo ya somos novios porque siento que te quiero y veo que tú me amas por sobre todas las cosas, ¿no es así?
Mientras iba diciendo esto me iba acariciando la cara y cuello con sus uñas largas y entornando con dulzura sus ojos. Yo solo atinaba a mover afirmativamente la cabeza, mudo de amor y al borde de las lágrimas por la alegría que sentía de saber que me amaba. Esta vez ella exigió una respuesta verbal, por lo que tartamudeando le dije que era el más feliz de los hombres por saberme elegido de entre todos los que la pretendían. En respuesta, ella me dijo:
– Jaime, te he elegido porque veo que eres dócil y sabrás atenderme como merezco. Además creo que me amas, pero debes esmerarte, porque quiero que jamás tengas ojos para ninguna otra.
En ese momento puso una mano sobre mi verga, abriendo al mismo tiempo sus piernas para alegría de los que se encontraban en el pub en que nos encontrábamos ya que mostraba su pequeñísima braguita a todo el mundo, y refregó un poco la mano sobre mi anatomía, constatando mi estado de excitación. El camarero no perdía detalle de ella y a cada momento se acercaba para ver desde arriba el tremendo escote que llevaba del que se asomaban sus hermosos globos, ya que ese día no llevaba sujetador.
Esa vez fue la única que me atreví a pedirle que tratara de no mostrar sus encantos a diestro y siniestro, a lo que ella, melosamente, me dijo:
– Pues tengo que hacerlo para que los hombres sepan la suerte que tú tienes de que yo sea tu novia y no la de ellos, pero nunca más me cuestiones mi forma de vestir ya que a mi me encantaba ser así, deseada y admirada por todos.

Ese día, al dejarla en la puerta de su casa, me tiró hacia ella con fuerza y se colgó de mi cuello dándome un beso de larga duración e intercambios de fluidos salivales que me hizo mostrando solo un pequeño triangulito en su coño. Incluso un ratito bailó frente a un hombre que se le puso enfrente, sonriéndole y moviéndose a su alrededor, para terminar pegada a él con movimientos de frotamiento y dejándose abrazar y tocar con evidente gozo. Yo estaba tan celoso y caliente que al regresar ella sudando, me atreví a poner una mano en su muslo izquierdo, con la reacción inmediata de ella, dándome una tremenda bofetada, tras lo cual calmadamente me explicó:
– No lo hagas nunca más, quiero que me respetes hasta la noche de bodas.
Mientras yo soltaba unas cuantas lágrimas por el dolor que me había causado la cruel bofetada, ella me besó largamente diciendo que era porque me amaba y quería educarme debidamente para que fuésemos felices para siempre, que su encuentro con el hombre con el que había bailado no significaba nada para ella ya que por él no sentía amor y que por eso se dejó tocar, con lo que yo comprendí que era a mi a quien amaba y se esfumó mi tristeza. Enseguida puso una mano sobre mi verga encima del pantalón y con eso tuve suficiente para descargar toda mi leche de inmediato, manchando de humedad mi pantalón. Ella solo sonrió satisfecha.
Inesperadamente, el martes siguiente por la noche, y mientras estaba navegando por internet, llamaron a la puerta. Alarmado, olvidándome de ponerme una bata, ya que llevaba solo mi slip, fui a la puerta abriendo apenas para ver quien tocaba de esa forma y era Marta diciendo que venía a conocer su nidito de amor y para empezar a arreglarlo, porque al día siguiente traerían algunos muebles que había pedido, y me dijo que cuando los trajeran tenía que pagarlos.
De pronto se giró a mirarme y viéndome con la verga dura bajo el slip, me la apretó con fuerza y me preguntó:
– ¿Es que me eres infiel o hay alguien en casa?
Al negarlo yo, rojo de vergüenza, empezó a mirar inquisitivamente y a recorrer la casa de un sitio para otro. Al llegar a mi ordenador vio que había dejado una página dedicada a mostrar mujeres hermosas, por lo que de inmediato, girándose hacia mí, dijo con enojo contenido:
– Jaime, me doy cuenta de que no me eres fiel al estar viendo a otras mujeres. Te mereces un castigo y me propongo dártelo en este momento.
– Marta – contesté yo – solo son fotografías-
Eso bastó para que, iracunda, me gritara que me bajara el slip sin chistar y me acercara a un sillón de la sala en el que se había sentado y dijo que solo ella sabía lo que era bueno o malo para mi.
Temeroso al verla tan enojada, me quité el slip acercándome a ella y me gritó:
– ¡Ponte boca abajo sobre mi falda!

Intenté protestar pero dos bofetones me indicaron que era mejor no hacerlo, así que me tiró del pelo hasta tenerme como ella quería.
Quitándome una de mis zapatillas y con todas las fuerzas de que era capaz, me propinó 50 azotes en las nalgas, mientras yo me quejaba inútilmente pidiéndole que parase.
Al finalizar me ordenó que no me pusiese el slip ya que deseaba verme desnudo por completo para indicarme los cambios que querría en mí. Me dijo que me colocase frente a ella y que me fuera dando la vuelta muy despacio. Primero comentó que mi verga le gustaba, pero que había demasiados pelos y debería rasurarme completamente todo el cuerpo, el vello no le gustaba. Protesté de nuevo, diciendo que no me parecía adecuado, pero ni me dejó terminar cogió mi zapatilla de nuevo y me propinó un golpe en mis pelotas, que me hizo caer de rodillas.
Después se dedicó a recorrer la casa y a impartir órdenes como si mi parecer no contara para nada. Que si este mueble se va, que si ya no quería que usara mas el ordenador en internet, que si esa foto era fea, que si cambiaría las persianas, etc. Media hora después salía dándome un beso de campeonato, con la misma gracia de una gacela, dejándome en un estado deplorable, temblando y sin poder ni sentarme debido al dolor que en los huevos y en las nalgas sentía. Apenas podía creer que en menos de dos meses mi vida había dado un giro tan sorprendente, aunque me sentía feliz de que ella me amara y feliz también de poder servirle. Ni que decir que al día siguiente temprano me depilé a conciencia por amor a ella.
En la oficina ella se encerraba largas horas en el despacho del gerente con el obligado murmurar de los empleados, ya que a veces se le veía salir algo desarreglada del pelo y ropa, y con su carita roja y brillante. También eran frecuentes sus conversaciones con algunos empleados al irse a tomar agua o café, en las que se acompañaban de roces y palabras al oído de ella y risitas que me mataban de celos.
Una noche que la llevaba a su casa, me atreví a comentárselo un poco recibiendo por respuesta dos bofetones, ya estaba acostumbrándome, y me dijo:
– Jaime, él es mi jefe y yo soy una buena empleada, así que cuando me necesita para diversas actividades propias de una buena secretaria yo no debo poner reparos en cumplir con mis funciones y en cuanto a los compañeros, no querrás que digan que soy una amargada. Tú eres mío y no me debes cuestionar lo que yo haga o no haga, en cambio yo debo dirigirte para que seamos muy felices, que es lo que tú quieres, ¿verdad amorcito? Ah, y desde ahora quiero que me esperes en casa siempre desnudo por completo.
Con esas palabras me desarmó y no me atreví a decir más. El domingo anterior a la boda, llegó temprano sin avisarme a casa con una amiga y tres amigos, por lo que yo me encontraba, como siempre a pelo. Intenté correr a mi habitación para poner me algo, pero ella me lo impidió. Me dijo que era un verano tan caluroso que podía ir así, tal como estaba, y añadió que habían decidido hacer uso de la piscina para refrescarse, por lo que yo debería organizar una comida en casa. Sus amigos, dijo, eran del gimnasio donde ella se iba para estar en forma.

Me mandó a preparar unas jarras de zumo con vodka y hielos para llevar a la mesita de la piscina, así como algunos bocadillos y cervezas. Mientras fueron a cambiarse, ni me preguntaron si iba a bañarme. Desde la cocina los vi salir gritando y riéndose estruendosamente.
Marta llevaba un bikini tan minúsculo que apenas le tapaba los pezones de sus gordas tetas y abajo solo un pequeño triangulito de tela que cubría su chocho, dejando sus posaderas totalmente descubiertas. Cristina, la amiga, también iba con un bikini muy diminuto, dejando ver que era una hembra rubia muy hermosa, de tetas muy grandes y unos cinco años mayor que mi amada. Los hombres eran todos fuertes y de cuerpos muy cuidados, más o menos de la edad de Marta, por lo que deduje que serían culturistas.
Entraron todos en la piscina chapoteando y jugando muy felices, mientras yo iba acercando todo lo que se necesitaba para que estuvieran bien atendidos. En un momento dado, al girarme hacia ellos, vi que Marta y Cristina jugaban con esos jóvenes abrazándose y pegándose, dejándose manosear libremente por ellos, tanto que a Marta a cada momento se le salían las tetas del bikini, tardando ella en cubrirlas de nuevo y sin que se le viera molestia alguna cuando alguno de los amigos le chupaba sus tetonas. Ella solo suspiraba con cara de felicidad y éxtasis dando grititos, cerrando sus ojos y abrazándose al que tenía en frente.
Luego Marta empezó juegos más atrevidos bajo el agua, por la forma en que se movía con su amigo, ya que tenía las dos manos bajo el agua lo mismo que él y se encontraban muy juntitos. Aunque no se veía que la ensartara, la cara de Marta indicaba su placer.
Sin poder apenas contenerme, fui al baño de inmediato a masturbarme, tardando apenas quince segundos en arrojar violentamente dos chorros de leche abundantes. Aproveché para aparecer a la piscina a jugar con ellos, pero para mi sorpresa ya salían del agua y se tumbaban en el césped sobre las toallas a tomar el sol y disfrutar de sus bebidas, que Marta me pedía sirviera para todos. Al poco rato, uno de los jóvenes empezó a aplicar bronceador a Cristina, para lo cual le bajó un poco la parte baja del bikini y desabrochó la parte de arriba. Yo estaba alucinado con lo que veía, pero de pronto Marta se levantó y amablemente me tomó de la mano para llevarme a la cocina, donde en privado me dio, con más fuerza que nunca, dos bofetones en la cara, diciendo:
– ¿Esa es la forma con que te comportas delante de mí, mirando con esa cara lujuriosa a Cristina?
Acto seguido me hizo arrodillar para pedirle perdón por esa falta tan grande y a jurarle amor y obediencia eternos. Llorando lo hice y pareció conformarse un poco, aunque me dijo que en castigo serviría a todos y no participaría de sus actividades. Me dijo que debería quedarme en la cocina mientras no me llamaran para alguna cosa.
Salió hermosa y alegre de nuevo, mientras yo lloraba. Al poco rato pidió al amigo, que había estado con ella en la piscina, que le pusiera bronceador, para alegría de los tres hombres, ya que de inmediato le quitó la parte superior del bikini y empezó a regar por todo su cuerpo el líquido, mientras la masajeaba enérgicamente.

Yo veía desde la cocina como incluso pellizcaba sus pezones oscuros que ya se mostraban hinchados. También se permitió mover a un lado el tanga y se esmeró en aplicar bronceador entre los pliegues de su raja, que solo hasta ese momento podía conocer yo a través de la ventana de la cocina. Ella estaba tan excitada que de pronto bajó el bañador de su masajista y se aferró con su mano izquierda a su verga, que si bien no era gorda, era bastante larga. Él intentó dos veces levantar las piernas de ella y ensartarla, pero ella no lo permitió, tirando en cambio hasta que su miembro estuvo a la altura de su boca. Así, mientras él metía furiosamente dos dedos en su coño, ella le hacía una fenomenal mamada. Mientras Cristina era de nuevo ensartada. Estaba montada en uno de los sujetos, mientras el otro le metía el miembro totalmente en la boca, hasta que la vi llena de leche saliendo de su coño y de su boca.
Yo empecé a sollozar en la cocina, jurándome que rompería ese mismo día el compromiso con Marta y la alejaría de mi vida para siempre. Sin embargo, a media tarde se fueron sus amigos y Cristina. Marta entró, dorada por ese bronceador y el sol, alegre y con ese bikini de infarto, y mi cuerpo no reaccionó más que a través de mi miembro, negándose mi boca a proferir palabra. Al pararse junto a mí y recargar con fuerza sus manos en mis hombros, me arrodillé ante ella perdido de amor y de deseo. Entonces abrazó mi cabeza contra sus piernas y me dijo:
– Te amo mucho por entender que yo necesito divertirme y tú eres mi amor y mi siervo para siempre.
Así ha sido.

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