Relato erótico

Mi primer maduro

Charo
14 de mayo del 2020

Era su veinte cumpleaños y como cada año, sus padres le montaron una fiesta en una casa que tenían en las afueras. Siempre acudían su familia, amigos de sus padres y amigos de ella.

Noelia – Mérida
Hola Charo, me llamo Noelia y lo que les voy a contar me sucedió cuando tenía 20 años con el mejor amigo de mi padre, Emilio, de 46. Yo era virgen y algo coqueta, sobre todo con él pues me miraba muy diferente de como lo hacían otros, y en ocasiones me piropeaba. En principio era en broma, pero luego sus elogios subían un poquito de tono, sobre todo por mis pechos que eran grandecitos, muy duros y coronados por unos pezoncitos que parecían una fresita de lo rojitos y tiesos que los tenía.
Todo se debía a que cuando él iba a casa yo nunca llevaba sujetador y usaba una camisa muy ajustada, recogida justo debajo de las tetas y ceñida a mi torso por un nudo, razón por la cual me soltaba los dos botones superiores y gran parte de mis pechos quedaban algo expuestos y los pezones muy visibles a través de la tela. Como Emilio era amigo de la casa hacía más de 20 años, entraba con toda confianza, siempre me veía así y decía:
– Que lindos botones los de tu camisa.
Yo inclinaba la cabeza para mirar el pecho y luego entendía que se refería a mis pezones.
– Sinvergüenza, se lo voy a contar a mis padres – le decía entre risas algo nerviosas, pero en el fondo me habían comenzado a gustar sus piropos y sus miradas directas a mis tetas.
A mi trasero también lo elogiaba ya que era muy redondo, bien marcado, respingón, con muslos tersos, firmes y bien formados, y mi cintura era estrecha. Por delante mi rajita era también estrecha, labios vaginales muy delgados, clítoris grandecito y siempre sin nada de vello, por higiene y porque me gusta así, mi vientre es plano y tengo una cara agradable, de expresivos ojos color miel, cejas finas, cabello corto del mismo color de los ojos.
Emilio está casado, mujeriego, rico y el mayor avance de ese amigo de mi padre ocurrió en la fiesta de mis 20 años. Para la fiesta que me montaron me cambié la ropa por una cómoda mini, tanga y top sin sujetador, por pereza de buscarlo. Entonces Emilio me sacó a bailar, fuimos al salón de baile, que estaba oscuro, y comenzó con sus habituales cortejos. Después de varias piezas me dijo que le pasara los brazos por el cuello que así era mejor, razón por la cual mis pechos se apretujaron contra el suyo, sus manos fueron hacia mi cintura, comenzamos a bailar y al poco rato sentí su bulto sobre mi monte de Venus, ya que somos casi de la misma estatura, y no es que él sea enano sino que yo soy más bien alta. Pensé “Emilio estás bien dotado, mejor dicho ¡superdotado!” pero yo no dije nada, después sus manos fueron hasta mis caderas y me atrajo lentamente, suavemente, hacia él, y ahora sentí en toda su plenitud su miembro bien desarrollado, muy erecto, y comenzó a frotar su duro palo contra mí. ¡Que cintura la de Emilio! Movía su pelvis a derecha e izquierda, mientras me sujetaba de las caderas y me atraía hacia su falo, después flexionaba su pelvis y me lo frotaba de arriba hacia abajo.

Yo no decía nada, pero estaba excitada y el que calla otorga, así que entonces metió sus manos por debajo de la mini y me acarició las nalgas en pequeños círculos, luego siguiendo el contorno de mis nalgas desde la cintura hasta el inicio de los mis muslos, y entonces hacía el movimiento inverso de abajo hacia arriba, me las apretaba suavemente y seguidamente me atraía fuertemente, pero con delicadeza hacia su duro mástil, acariciaba mis caderas y en un segundo su mano se posó sobre mi coño, muy mojado, muy inundado para ese entonces y me decía:
– ¿Ves…? Tengo razón, lo tienes todo en su sitio, todo lo tienes duro…
Su dedo comenzó a frotar mi endurecido clítoris, muy erecto, en suaves círculos y presa de mi excitación, casi por instinto, comencé a mover mis caderas al ritmo de su dedo, mordiéndome los labios para no gritar, pero no podía impedir gemir calladamente. Ahora estaba más caliente y bajando una de mis manos le agarré, su duro miembro, sobre su pantalón. Se lo froté, se lo acaricié a lo largo de toda la longitud de su polla alternando las caricias con fuertes apretones, y mientras hacía esto le dije:
– Chúpame las tetas.
Con la mano libre me bajé el top y me saqué el seno izquierdo, la dura fresita de mi pezón se desperezó y se irguió fantásticamente deseando ser succionado, chupado, mordido.
– Mámamelo, lámamelo, chúpamelo… – le pedía yo.
Así lo hizo, lamió la fresa, la mordió y yo, frenéticamente, bajé el cierre de su pantalón y le extraje su enorme verga la cual podía, sin duda, tomar con ambas manos y aun sobraba un pedazo de igual tamaño, tan dura, tan gruesa que no pude cerrar mi mano en torno a ella, y me electricé cuando mis dedos hicieron contacto con su glande que estaba que palpitaba, muy mojado y era grande. Lo comencé a masturbar al ritmo de la mamada que él le prodigaba a mis pechos hasta que le dije:
– ¡Por favor, penétrame, sí… métemelo todo, todo…!
Dicho esto y soltando su verga, me bajé el tanga hasta la mitad de los muslos entreabriendo las piernas y acercándome a él para hacer contacto con su verga.
– ¿Eres virgen? – preguntó.
– Si.
– Así no, te puedo hacer daño y además los virguitos hay que gozarlos, mejor abre las piernas…
– ¿Más? – exclamé – Si ya las tengo abiertas
– Te voy a dar “brochazos”, te la meto entre los muslos y el coño y te lo acaricio con mi verga, debes apretar los muslos, oprimiré tu clítoris y ya verás…

Sentí cuando su falo duro se deslizó entre mis piernas, golpeando de frente mi clítoris, cerré las piernas y él comenzó a meter y sacar su verga. ¡Que placer cada vez que en esa ida y venida restregaba mi clítoris intensa e íntimamente aquel grueso miembro! Pero no pude más y ahora fui yo quien tomó la iniciativa, me bajé más el top pegando mis pechos desnudos a su pecho, coloqué mis manos sobre sus hombros y mi cabeza también sobre su torso y comencé a masturbarme con aquel tronco duro, lo hacía con movimientos solo de cadera, hacia delante, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás… frotando mi clítoris sobre su verga, primero lentamente y luego al ritmo del rock que tocaba muy rápido, rápido, muy rápido.
– Emilio, métemelo, métemelo o se lo doy al primero que vea…
– Vaya con la gatita, ¿en verdad lo quieres?
– ¡Siiiií…!
Me recostó en la pared, yo me empiné un poco, él se agachó otro tanto deslizando sus dedos por mi mojada rajita, y la enorme y dura cabeza de su miembro erecto hizo contacto con mis labios vaginales. Por un momento dudé que entrara, así que gemí y proyecté mis caderas hacia delante, lo quería todo dentro de mí. Ahora sentí todo su glande aplastando mis labios y entonces él lo deslizó a lo largo de la longitud de mi rajita, agarraba su mástil y me lo pasaba por el coño, como quien con una brocha pinta una pared. Lo hizo varias veces lentamente y después más rápido y con más firmeza, luego lo colocó sobre mi clítoris y presionó contra él. Entonces no lo pude evitar y grité pues lo usaba como un gigantesco vibrador moviéndolo en cortos y cerrados círculos, y después de arriba abajo. Era un beso íntimo entre mi clítoris duro y su verga, después lo apartó del clítoris y lo volvió a meter entre mis piernas dándome un par de “brochazos” hasta que se detuvo a la mitad de mi mojadísima rajita, justo sobre mi ansioso agujerito vaginal, rosado, arrugadito, mojado, virgen y sujetó su enorme tronco con una mano, colocando la otra mano sobre mis desnudas nalgas y mientras presionaba el glande de su verga contra mi agujerito, al mismo tiempo su mano en mis nalgas me empujó contra su verga y… ¡me penetró!
Mi coño se lo tragaba todo, pedazo a pedazo, lentamente lo engullía, lo succionaba, lo abrazaba, lo apretaba, los labios vaginales le daban con placer paso al invasor, mi raja se dilataba a más no poder, estaba llena, pletórica de esa rica verga que se me estaba comiendo, los delgados labios estaban tan íntimamente en contacto que me los imagino como un elástico apretando esa enorme verga. El glande encontró mi himen, en ese momento me dejé caer y su verga cruzó de lado a lado mi palpitante himen todo.
– ¡Ayyyy… oooh… me has desvirgado, me lo has roto…! – grité.

Su verga siguió entrando hasta el último centímetro, mi coño la había devorado toda, estaba tan ensartada que la sentía en el estómago. Con 50 kilos de peso que yo pesaba no fue difícil que él me sujetara de las nalgas levantándome un poco, ayudado por mí, que crucé mis piernas sobre sus pantorrillas y mis brazos sobre su cuello para que me penetrara a su gusto y en un momento yo también proyectaba mis caderas hacia su miembro penetrándome yo misma. En ese frenético metisaca, chupones van y vienen, estuvimos un buen rato. ¿Cuanto? No sé. Sólo atinaba a decir:
– Mételo más, todo, todo… me gusta, me gusta como me lo metes, me gusta como me follas…
Sus golpes eran fuertes, sentía sus huevos golpear contra mi coño, me lo sacaba todo y luego lo metía de un solo empujón haciéndome gritar, y gracias a la música no se oían mis gritos y gemidos, pero igual no me importaba.
– ¡Ooh… Emilio, Emilio… me corrooo…!
– Yo también, pero te lo echaré fuera, no quiero dejarte embarazada.
– Oh, cierto nunca me he cuidado, esta es mi primera vez.
Al sacármela tuve un violento orgasmo que me invadió toda, me estremecí y gemí, jadeé y me corrí con todo mi ser, casi me desmayo, pero le mordí el pecho y fue tan intenso el orgasmo que me oriné. Su potente verga comenzó a eyacular gruesos, abundantes chorros de semen, unos caían sobre mi monte de Venus y otros en la parte trasera de mi mini, otros chorrotes escurrían de mi coño.
Emilio me siguió follando hasta bien entrado mi quinto año de matrimonio. Recibe todos mis besos, querida Charo.

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