Relato erótico

Mi novia y su follamigo

Charo
12 de mayo del 2019

Había programado con su novia un viaje a Ibiza. Irían en su embarcación y esperaba pasar unos días de sol, amor y sexo. Ella estaba terminaba sus estudios en Madrid y le había contado que tenía un amigo con derecho a roce.

Matías – Alicante

Mientras esperaba me dediqué a dejar impoluta la cubierta, a disponer todo el barco para que la travesía fuese del máximo agrado de todos. El cielo estaba despejado y la suave brisa del sur nos llevaría rápidamente a nuestro destino, Ibiza, donde pasaríamos el fin de semana a bordo de mi velero, una embarcación de 9m que disponía de un amplio confort para los tripulantes.
Era una travesía especial, aunque sabía de sobra que Miriam, mi novia, tenía un amante con el que compartía la vida en Madrid, no lograba hacerme a la idea. Nuestra relación era algo extraña, ya que yo residía en un pequeño pueblo de la costa alicantina y Miriam vivía en Madrid mientras terminaba los estudios. Nos veíamos poco, y ella, ardiente y fogosa como era, no encontró impedimento alguno para recibir las dosis de sexo que necesitaba.
Yo al principio lo había tomado como un juego, pero al final caí en la cuenta de que su relación era una realidad a la que yo me había acomodado. La quería demasiado como para dejarla, así que consentí en su devaneo sexual, a cambio de que no me dejara nunca. Aquella iba a ser la primera ocasión en que me encontraría cara a cara con mi rival, estaba nervioso.
Todo había sido idea de Miriam, escudriñar una posibilidad morbosa de emparejarnos los tres. De pronto apareció mi coche en el aparcamiento del puerto, conducido por un tipo espigado, moreno y atractivo, ataviado con un traje de ejecutivo, bajó del coche para abrirle la puerta a Miriam, que salió sonriente. Se cogieron de la mano y caminaron hasta el barco como dos enamorados. Una punzada de celos atacó mi corazón, pero no era nada comparado con lo que tendría que soportar a lo largo de los tres días que estaríamos juntos. Miriam nos presentó, nos dimos la mano con bastante frialdad por mi parte y nos dispusimos a zarpar.
Mientras hacía la maniobra para salir Miriam acompañó a Rubén al camarote principal para que se cambiase. Ya estaba saliendo del puerto, izando las velas y poniendo rumbo hacia la isla cuando aparecieron la escotilla, sonrientes, pensé que habían tardado demasiado, pero traté de desechar la idea de mi cabeza puesto que quedaban unos días por delante y de lo que se trataba era de que Miriam estuviese feliz.
Tras preguntarme si hacía falta que me ayudase de forma amistosa, le dije que no hacía falta con un toque irónico, lo que provocó que mi novia me lanzase una mirada de reproche.
Traté de relajarme y tras ajustar todos los parámetros de nuestra ruta, nos sentamos los tres a disfrutar del sol y el viento.

Fue entonces, en la inmensidad del mar, cuando se planteó el tema crucial del viaje. Me relató Miriam que quería disfrutar de los dos y esperaba que llegásemos a un buen entendimiento, lo cual yo era receloso.
Se notaba que la situación la ponía cachonda, así que propuso comenzar a conocer nuestros cuerpos y sin decir más, se quitó la camiseta, dejando al descubierto sus pechos. Azorado y pudoroso, aparté la mirada de ella, fingiendo controlar alguna parte del barco.
– Vaya, parece que te va a costar un poco, ¿no? Está bien, cuando estés preparado ya lo dirás. Vamos, Rubén, hagámoslo en el camarote.
Y sin mediar palabra, lo cogió de la mano y se lo llevó. Rubén me miró de soslayo con una mirada de disculpa pero la siguió. Centré mi mente en el horizonte, me preciaba de ser un buen navegante, así que tomé los mandos y me puse a navegar de forma técnica, pasando las olas con solvencia, controlando la escora y velocidad, concentrado en los dígitos de la pantalla que me daba los datos.
Esa concentración desapareció cuando unos gemidos de placer llegaron a mis oídos. Al principio traté de no hacerles caso, pero parecía que el viento los empujaba hasta lo más recóndito de mi cerebro. O me volvía loco, o me unía a aquel perverso placer. Una parte de mí quería unirse, pero otra era reacia a seguir. Me sorprendí a mí mismo acariciándome por encima del bañador, embriagado por el gemido de mi novia y me pregunté que debía hacer.
– Cariño, ¿podrías traernos un poco de hielo, por favor?
La voz de Miriam me sobresaltó, conecté el piloto y me dirigí a llenar una cubitera. Me acerqué, llamé a la puerta y Miriam apareció sonriente, antes de que pudiese decir nada, me cerró la puerta en las narices. Volví a mi puesto, un tanto enfurecido y me centré de nuevo en la navegación. Durante las siguientes horas no paré de darle vueltas al tema, tenía que decidirme. Resolví que le diría en cuanto la viese aparecer.
Ambos salieron a cubierta desnudos, el pudor debía haberse quedado en el puerto, ya que actuaron con toda naturalidad. Miriam se me quedó mirando y enseguida supo que me había decidido a aceptar. Sonrió y fue como la señal, me puse en pie, me quité el bañador me relajé y me senté de nuevo a los mandos. Miriam se tendió sobre cubierta para disfrutar de los últimos rayos de sol mientras su amante le acariciaba el torso. No cambiamos más palabras hasta llegar al puerto de Ibiza.
Tras vestirnos y atracar el barco, fuimos a cenar algo. Parecíamos amigos de toda la vida, tomamos una copa relajados y nos fuimos al barco. Le susurré que ya estaba preparado, pero me dijo que dado el numerito que había montado, tendría que esperar, y desaparecieron en el camarote. Me quedé solo en mi cama y no pude pegar ojo hasta que los gemidos cesaron.

La mañana amaneció luminosa, me desperté y salí a cubierta. Estaba decidido a contentar a mi novia y me fui hasta una panadería a buscar el desayuno. Preparé café y puse croissant. El aroma d el café debió causar su efecto, ya que al poco escuché sus voces. Miriam me llamó.
– Pasa, no tengas vergüenza. ¿No me vas a dar un beso de buenos días?
Ya estaba armado de valor para enfrentarme a la situación, mi novia retiró la sábana y me permitieron contemplar sus cuerpos desnudos. Me acerqué a su lado y deposité un breve beso sobre sus labios.
– ¿Por qué no empiezas por acariciar esta polla tan maravillosa?
No podía echarme atrás, ya me había decidido. Me quité el bañador y me tumbé al lado de mi novia, quedando en medio. Miriam me cogió la mano y me la llevó hasta la polla de Rubén, estaba nervioso, pero la angustia había dejado paso a la relajación, ellos comenzaron a besarse mientras yo me concentraba en la masturbación, al rato mi novia me hizo descender hacia la parte de los pies de la cama, hasta que mi cabeza estuvo a la altura de su vientre. Abrió las piernas y mi boca se pegó a su sexo, sabía que la polla que tenía en la mano había estado alojada en el lugar donde yo tenía la lengua, pero ya no me importaba.
– ¿Por qué no traes el desayuno aquí, que realmente necesitamos coger fuerzas?- me dijo Miriam despegando sus labios de los de Rubén y abriendo los muslos para que pudiese oírla.
Me levanté con la polla erecta.
– Ya sabía que te acostumbrarías y los disfrutarías -me dijo.
Lo puse todo en una bandeja y lo deposité en la cama, aprovechando un momento en que se había separado del abrazo para hacer sitio. Pero el plan se me vino en contra.
– ¿Por qué no aprovechas que desayunamos para familiarizarte con la polla de Rubén? – me dijo haciendo un gesto con la mano que me hizo entender que le gustaría verme lamerla.
Ya me daba igual, así que me fui hacia el lado donde él estaba y me tendí en el colchón entre sus piernas, cogí de nuevo su miembro con una mano y miré cómo Miriam asentía mientras mojaba un trozo de croissant en el café. Rubén me observaba paciente cuando cerré los ojos y agaché la cabeza lentamente hacia el capullo sonrosado que me esperaba anhelante, mis labios rozaron el glande que ya había replegado la piel, pero sin despegarse, mi boca fue abriéndose lentamente, permitiendo que la polla penetrara, resbalando por mis labios secos, hasta quedar la mitad del tronco alojada dentro.

En ese punto de la situación ya no había necesidad de andarse con remilgos, por lo que comencé a menear mi lengua sobre el duro tronco mientras mis labios se iban mojando y resbalaban con más ritmo sobre toda la extensión. No debía hacerlo tan mal, ya que Rubén comenzó a gemir, derramando el café sobre la sábana mientras Miriam no dejaba de desayunar, divertida ante el espectáculo que le estaba brindando. En ese momento surgió la frase temida.
– ¡Me voy a correr!
Miriam dejó la taza apresuradamente sobre la bandeja, derramando lo poco que quedaba de café y se acercó a mi boca, me la saqué sabiendo lo que se me venía encima, pero repasando con mis labios el tronco por un lado mientras mi novia hacía lo mismo por el otro y acariciaba los testículos de su amante, cuando de repente una erupción blanca salpicó nuestros rostros, empapando mis mejillas y la nariz de Miriam, quien pasado el primer golpe de semen, se metió la polla en la boca golosamente, succionando con pasión hasta que no dejó una sola gota. Con restos de semen en la boca, me besó profundamente, haciéndome partícipe del sabor del placer de nuestro compañero. Un tanto avergonzado por lo que acababa de hacer, pero feliz al ver el resplandor de gratitud en los ojos de Miriam, me levanté y me dispuse a recoger los restos del desayuno mientras se aseaban y vestían.
Pasamos todo el día del sábado de visita por la isla, recorrimos la ciudad como unos turistas más, curioseando en las tiendas, los tres abrazados por las calles. Tras unas compras, antes de cenar, decidimos ir a descansar al barco un ratito. Miriam se había comprado unos modelitos bastante escandalosos, unos zapatos de un tacón increíblemente altos y me prometió hacerme un pase especial.
Llegamos al barco y enseguida se despelotaron, invitándome a imitarlos. Cuando me quedé desnudo ellos ya estaban en la cama. Miriam estaba de costado y Rubén del mismo modo abrazándola por la espalda y yo me recosté a su lado, de cara a mi novia. Pude notar una de las manos de Rubén cogiendo uno de los pechos de Miriam, así que yo me apropié del que quedaba libre. Los tres quedamos dormidos en poco tiempo, no se cuanto tiempo estuve dormido, pero no supe si en sueños o no, los gemidos de mi novia seguían metidos en mi cabeza, incluso un movimiento casi imperceptible me meció en mi sueño. Me desperté, abrí un ojo y observé la cara de Miriam, con una sonrisa dibujada en sus labios y la lengua relamiéndose. Algo estaba pasando…
Mi novia abrió los ojos, me sonrió y pegó sus labios a los míos y acto seguido presionó mi cabeza para bajarme por su cuerpo hasta la altura de sus pechos, para entonces ya sabía que Rubén la estaba penetrando. Había temido ese momento desde que embarcamos, pero ya no había vuelta atrás.

Lamí sus pezones duros, uno a uno, repasé con mi lengua el contorno de sus pechos, bajé por su vientre, lamí su ombligo y al final llegué a su entrepierna. El pollón de Rubén estaba enterrado en su coño, hasta el fondo, y se movía despacio, casi ni se notaba, pero hacía que el cuerpo de Miriam vibrara. Acerqué la lengua al caliente volcán y lamí sus labios abiertos, profundicé un poco y luché por hacerme un hueco en su tesoro, pero la mano de Miriam sacó la polla de su coño y la llevó hacia su culo.
Al principio no me di cuenta, cuando logré meter toda la lengua dentro, pero al poco caí en la cuenta. Ella nunca me había dejado que la poseyera por detrás y ahora estaba lamiéndola y a pocos centímetros una polla estaba poseyéndola analmente. Podía sentir el miembro en mi lengua, a través de las finas paredes de su interior, esta vez penetrando con ritmo, con fuerza. No pude soportarlo más, me incorporé poniéndome a la altura de Miriam y abrazándola, enterré mi polla tremendamente cura en su coño, con violencia. Los bombeos no duraron mucho tiempo, ya que estaba muy excitado y al unísono Rubén se corrió conmigo, llenando a mi novia por sus dos agujeros. Caímos rendidos los tres sobre el colchón, ella nos abrazaba con fuerza y entonces lo soltó.
– Podrías ser nuestro juguete, cariño.
Al principio me cogió por sorpresa, me quedé a cuadros, pero Rubén que ya sabía de mis gustos, apoyó la propuesta. No sabía que decir, pero era lo que quería en el fondo. Me mandaron a comprar algo de cena, ya que esta vez nos quedaríamos en el barco, lo preparé todo y esperé a que aparecieran.
– Ya sabes cual es tu sitio, cariño, no te hagas el remolón. -me dijo Miriam.
Me metí debajo de la mesa y me senté en el suelo, poniendo la cabeza en la parte del asiento, enseguida observé como Miriam iba a ocupar su sitio, o sea, sobre mi cara, avanzó por el banco corrido alrededor de la mesa y se colocó sobre mí. Fue descendiendo poco a poco, levantándose la corta falda que lucía y dejando rozar sus braguitas en mi cara, hasta que descansó todo su peso sobre mis mejillas, acomodando mi nariz entre sus labios vaginales. Entonces comenzaron a degustar la cena y durante todo el tiempo estuve en la gloria bajo el culo de mi novia. Miriam estaba muy excitada, sin más respiro que el de levantarse de mi cara, me llevaron a la cama. Miriam se puso a cuatro patas, con el culo en pompa, Rubén aprovecho para colocarse bajo ella y chuparle el coño a fondo, yo la levanté por las caderas, le abrí bien las piernas, escupí sobre la entrada de su culo insaciable y metí el capullo entre sus nalgas, mientras ellos se fundían en un beso, fui presionando poco a poco, abriendo camino hasta que de un golpe final conseguí metérsela hasta el fondo.
El bombeo dentro de su ano fue violento, muy rápido, mis dedos se clavaban en sus caderas, sentía un placer brutal, mientras Miriam gemía como nunca. Por fin estaba entregado por completo a mi novia, lo que siempre había querido, lo disfruté tanto como ellos. Le di la vuelta y quedé sentado sobre su cara, lamiendo mi polla con pasión, mientras su amante seguía relamiendo todo su sexo, también quería su ración de placer. Una vez puesto en condiciones, Miriam se recostó sobre mi pecho y Rubén se colocó detrás de ella, de rodillas y sin previo aviso se la metió de un solo golpe, hasta el fondo, arrancándole aullidos de placer mientras ella me devoraba la polla como nunca antes lo había hecho.
Lamí su coño follado, el trozo de polla que salía y entraba e incluso sus testículos que bailaban al son de las embestidas.

Por la mañana nos despertamos los tres abrazados, hechos un ovillo, en un enredo de piernas y brazos, con Miriam bien estrechada por los dos.
Tras asearnos y vestirnos, zarpamos rumbo a la península, una travesía que duró siete horas, ya que la hicimos a motor, puesto que ellos debían tomar un tren hacia Madrid, pero aun tuvimos tiempo de disfrutar de nuestros cuerpos unas cuantas veces más.
Los fui a despedir a la estación, se fueron juntos, abrazados y besándose. Cuando ella me llamó por la noche al móvil me agradeció la amabilidad que había tenido con ella, prometiéndome que me querría siempre y yo le juré que siempre estaría con ella… y con su amante.
Saludos para todos.

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